= PARTE UNO =
HORIZONTE
= RENESMEE =
- ¿Hacemos una carrera? – le propuse con una sonrisita maléfica.
- Ni hablar. Todavía estás muy verde.
Hice girar el manillar del acelerador para que la moto rugiera un poco.
- ¿Estás seguro? ¿No será que tienes miedo? – le pinché.
Jacob sonrió con esa sonrisa torcida suya que me volvía loca.
- Ni hablar, repito.
Vaya, no había entrado al trapo.
- No te estarás volviendo un blandengue de esos responsables que no dejan hacer nada, ¿no? – aguijoneé.
Ahora lo que salió por su boca fue una risita.
- No sigas. La respuesta sigue siendo no.
- Qué aburrido – resoplé.
- ¿Es que quieres cascarte la cabeza? – rió -. Te recuerdo que no te has traído el casco, y sin casco, no hay carrera que valga. Cuando tengas más experiencia, haremos todas las carreras que quieras, te lo prometo, y te ganaré en todas, por supuesto, pero ahora mismo estás muy verde, podrías caerte y hacerte mucho daño.
- Ja, ja – articulé con ironía para reírle el chiste malo de que me ganaría en todas -. Está bien – suspiré -, daremos paseíllos tranquilos.
- Eso, eso, tranquilos – me picó.
Le miré entrecerrando los ojos simulando odio y él se rió más.
- Bueno, venga, dale caña al tema – me instó -. Pero sin pasar de segunda, ¿vale?
- Vaaaaale.
- Y recuerda, suelta el embrague…
Antes de que le diera tiempo a decir suavemente, mi moto ya estaba volando por esa carretera llena de baches encharcados, bueno, volando era un decir, porque a mí me parecía que iba muy lenta. Metí segunda y aceleré un poco más.
Jacob no tardó nada en alcanzarme. En un abrir y cerrar de ojos, ya lo tenía justo a mi lado.
Nos miramos y nos sonreímos.
- Despacio, Nessie, despacio – me avisó, no obstante.
- Voy en segunda, papá – dije para que viera que obedecía y que era una niña buena.
Se rió y seguimos avanzando, esquivando los pocillos que se presentaban a nuestro paso mientras los árboles que circunscribían la carretera venían primero y desaparecían después a nuestras espaldas con rapidez.
Miré a Jake con un poco de desafío y aceleré otro poco, dejándole tras de mí.
- No te confíes – escuché que me advertía.
Pero no le hice caso, continué corriendo delante de él, riéndome con malicia por ir ganando, aunque sabía que sería por poco tiempo, ya que yo todavía era una novata en esto, y, bueno, como no podía pasar de segunda…
Frené un poco y tomé la curva que venía, cambiando el peso de lado, como me había enseñado Jake.
De pronto, nada más salir de la curva, me topé con el cadáver de un animal a unos pocos metros, prácticamente lo tenía encima. Me asusté. Apreté los dedos en el freno con tanta fuerza y con tanta brusquedad, que la moto se clavó en el suelo repentinamente, embistiéndome hacia delante.
- ¡Nessie! – gritó Jacob detrás de mí.
Salí volando de cabeza y la moto se cayó de lado, derrapando y bufando con enfado hasta que el motor se caló.
Mis buenos reflejos de medio vampiro hicieron que mis manos y mis brazos amortiguaran mi caída y no me golpeé en la cabeza, aunque mi codo izquierdo se llevó la peor parte.
- ¡Nessie! – volvió a gritar Jake, ya bajándose de su moto apresuradamente.
Sin embargo, no fue la caída lo que me conmocionó. Cuando alcé la vista, me di cuenta de que tenía al animal muerto delante de mis narices, y ese animal era un lobo. Me incorporé, asustada, y me alejé del cadáver arrastrándome hacia atrás, quedándome sentada frente a él.
- ¡Nessie, ¿estás bien?!
Jake se arrodilló a mi lado con precipitación y comenzó a examinar mi rostro y mi cabeza.
- E-estoy bien – tartamudeé, todavía con la mirada fija en el lobo.
- ¿Seguro? – inquirió, mirándome bien entre el pelo.
- Sí, me he hecho un poco de daño en el codo, pero ni siquiera tengo una rozadura.
- Menos mal – suspiró con alivio. Entonces, comenzó a regañarme -. ¿Lo ves? Igualita a tu madre. Te dije que estabas muy verde y que fueses despacio, pero nada, tú a correr. Si me hubieras hecho caso…
Mi novio se percató de la fijación de mis ojos y del olor a sangre que invadía el ambiente, y se giró para mirar. Su semblante también se puso pálido cuando vio al cánido desangrado en medio de un charco; el agua turbia del mismo era de color carmesí debido al plasma que la teñía. El pelaje pardo que vestía al lobo todavía no había dejado el invierno. La horrible cara de sufrimiento del animal se me clavó en el alma.
Jacob se quedó inmóvil, observando al lobo con una mezcla de horror y rabia en sus ojos negros. Los lobos eran sagrados en su tribu, estaba prohibido matarlos, pero para los metamorfos eso llegaba más allá, debido al vínculo que los unía con ellos. Las leyendas decían que los quileute descendían de los lobos, y en cierto modo era verdad.
Cogí su mano y entrelacé sus dedos con los míos, apretándolos. Fue lo único que se me ocurrió hacer para aligerar su pena. Él volvió a apretarlos más.
El olor de la sangre del lobo no fue lo único que mi agudo olfato percibió. Mezclado con éste, también se distinguía el efluvio de un vampiro, y era reciente. Jake se dio cuenta de esto a la vez que yo.
- Esto es obra de un chupasangres – murmuró, aún pálido.
- Lo sé, yo también huelo el efluvio del vampiro. A lo mejor también era vegetariano y estaba alimentándose – conjeturé.
- No, esto no ha sido para beber su sangre – afirmó con convicción y rabia -. Le ha arrancado la pata derecha.
- Oh – murmuré con espanto cuando me fijé.
Con espanto, con verdadero espanto, porque la horrible expresión de dolor del lobo me indicaba que se la había extirpado en vida. Esa expresión me heló el alma, no pude evitar relacionarlo con mis hermanos los metamorfos, lo único que los diferenciaba así a primera vista era el tamaño. A Jacob le rechinaron los dientes.
- No sé por qué lo habrá hecho, pero esto no me gusta ni un pelo.
Se giró hacia mí y me ayudó a ponerme en pie.
- Es horrible – musité al hilo de mis pensamientos.
- Voy a transformarme, tengo que avisar a la manada de que hay un vampiro suelto por aquí – dijo, ya quitándose la camiseta -. Con suerte, le pillaremos y le daremos su merecido.
Se escondió tras los árboles que limitaban con la carretera, ya que cabía la posibilidad de que apareciese alguien por ahí. Al cabo de un minuto, regresó como humano mientras se iba cubriendo el torso de nuevo.
- Ya está. Leah ha organizado una patrulla para rastrearlo y ya están de camino. Esperemos que ese chupasangres no sea muy hábil y no pueda ocultar su rastro.
Llegó a mi lado y cogió mi mano. Se quedó quieto, observando al lobo fijamente, como antes. Su expresión no me engañaba. No me hacía falta preguntarle para saber lo que estaba pasando por su mente y su corazón en estos momentos, porque yo sentía exactamente lo mismo. Nuestra conexión era tan fuerte, que yo misma ya estaba vinculada con los lobos. Su dolor era mi dolor, su rabia era mi rabia.
Me puse frente a él y le abracé con fuerza para consolarle, apoyando mi mejilla en su pecho. Jacob me rodeó con sus brazos, hundió su rostro en mi pelo para olerlo y apretó su abrazo.
Nos quedamos así un buen rato, sin decirnos nada; no hacía falta. Ese silencio, amenizado con los sonidos del bosque y con los latidos que retumbaban en nuestros pechos, ya lo decía todo.
Entonces, Jake giró el rostro al lado contrario al que lo tenía yo y se envaró levemente. Eso hizo que despegara mi mejilla de su pecho y mi cara se volviese en su dirección, extrañada.
Un grupo de cuatro lobos salió de la espesura del bosque que flanqueaba la carretera sin asfaltar en la que nos encontrábamos. Era la manada del lobo muerto, que debían de estar buscando a su compañero. Mi boca dejó escapar un silencioso jadeo del asombro.
- No te muevas – me susurró Jacob con una voz extremadamente baja mientras se despegaba de mí y se ponía delante para protegerme.
Era una tontería, pues estaba acostumbrada a lobos gigantes, y no tenía miedo, pero sí respeto, porque los lobos que yo conocía eran seres racionales, humanos, y estos no dejaban de ser animales salvajes que podían reaccionar de cualquier forma. Sabía que Jacob y yo no tendríamos ningún problema en defendernos de un posible ataque, al fin y al cabo, solamente eran cuatro lobos, y sus colmillos poco podrían hacerle a un lobo gigante que se curaba con extremada rapidez y a la piel de un semivampiro, pero también sabía que Jake jamás les haría daño, bueno, a no ser que ellos me hicieran daño a mí, con lo cual… Ay, Dios mío, ¿por qué tenía que pensar en tantas cosas en momentos así?
Sin embargo, para mi asombro, no mostraron ni un ápice de agresividad. En vez de eso, se acercaron lentamente, con precaución, emitiendo unos suaves gimoteos mientras lamían sus hocicos y pegaban las orejas a sus cabezas, medio arrastrándose y escondiendo la cola entre las patas en señal de sumisión hacia Jake. La boca se me quedó colgando. Jacob ni siquiera se había transformado, y le bastó una sola mirada para que los cánidos entendieran que este era su territorio y que él era el Alfa de los Alfas, incluidos ellos. No pude evitar sentir esa fascinación que ya sentía por él de nuevo.
Los lobos, también de colores pardos, se arrastraron de este modo y llegaron a su compañero muerto. Lo olisquearon durante un rato, gimoteando, y después se fueron retirando poco a poco para volver al bosque. Uno de los cánidos se paró en la linde de los árboles y giró la cabeza para dedicarle una mirada al Gran Lobo. Se volvió hacia delante y se perdió con el resto de miembros de su manada.
Jake se volvió hacia mí enseguida, no esperó ni a que los lobos se alejaran más.
- ¿Y si vuelven? – inquirí.
- No volverán. Solamente han venido a buscar a su compañero, han ratificado que está muerto y se han ido.
- Ah.
- Voy a enterrarlo – me dijo con un murmullo -. No quiero que sea el menú de ninguna alimaña.
Asentí.
En ese momento, otro grupo de lobos apareció de entre la espesura, sólo que estos eran los enormes metamorfos. Leah, Paul, Quil, Embry, Jared y Rephael se quedaron paralizados cuando vieron al otro cánido tendido sobre aquel charco de agua y sangre. A Paul también le rechinaron los dientes.
- No sé por dónde ha entrado – empezó a informar Jake -. Lo más seguro es que lo hiciera por el territorio de los Cullen. Pillad el olor desde aquí y seguid el rastro. A ver a dónde os lleva y si lo podéis coger. Yo intentaré averiguar algo, ya estaremos en contacto.
Leah asintió y no perdió el tiempo. Olisqueó la zona, seguida por sus hermanos, y comenzaron a rastrear, internándose en el bosque de nuevo con celeridad.
Jacob levantó al lobo, que chorreó la mezcla de sangre y agua, y se dirigió con él hacia los árboles que bordeaban el bosque, dejando un reguero por el camino. Le seguí y, cuando dejó al animal en el suelo, me quité la cazadora y le ayudé a cavar.
Enterramos al lobo, recogimos las motos y nos marchamos de allí algo cabizbajos.
Después de dejar los ciclomotores en el garaje, Jacob y yo entramos en casa.
Nos metimos en la ducha directamente, ya que estábamos llenos de tierra por todas partes. Primero me duché yo, y mientras lo hacía Jacob, me fui a nuestro dormitorio y me puse mi camisón de algodón para estar más cómoda.
Hoy me tocaba a mí hacer la colada, así que entré en el baño de nuevo.
- Vengo a preparar la lavadora – avisé a Jake, que seguía en la ducha, frotándose con la esponja.
- Ah, sí.
Cogí el cesto de la ropa sucia, lo puse junto a la lavadora y separé las prendas de color, metiéndolas directamente en el tambor. Las blancas volví a guardarlas en el cesto. Abrí el armario para coger el detergente y el suavizante, y saqué la cubeta, echando estos productos en sus cámaras correspondientes. Después, la cerré y dejé el programa preparado.
Jacob cerró el grifo a la vez que yo terminaba de hacer todas estas cosas.
- Ya está. Cuando termines de secarte, sólo tienes que ponerla en marcha, ¿vale? – le dije.
- Vale – asintió, abriendo la mampara y cogiendo la toalla.
Me quedé quieta, mirándole como una tonta mientras se secaba un poco su corto pelo azabache y se la enroscaba a la cintura. Daba igual que le viera desnudo todos los días, nunca, jamás me cansaría de mirarle. Al revés, cuanto más le observaba, más me gustaba, porque su cuerpo cada vez me parecía más sublime, más perfecto. Jacob levantó la vista y su labio se curvó cuando vio mi cara embelesada.
Carraspeé para quitarme la tontería de encima.
- Bueno, voy al ordenador – manifesté, ya ruborizada -. Voy a mirar si mamá está conectada o si me ha enviado algún correo.
- De acuerdo. Yo voy ahora, si está conectada, quiero hablar con Carlisle de lo que ha pasado.
- Está bien.
Nos dedicamos una última mirada y me giré para salir del baño.
Seguí por el pasillo y entré en el dormitorio pequeño, ese de forma rectangular que tenía la ventana frente a la puerta, en una de las paredes cortas. En él habíamos puesto el escritorio, el cual ocupaba la pared de la ventana y seguía su camino en ele por la de la derecha, no llegando a recorrerla entera para que cupiera la hoja de la puerta abierta. La cama nido ocupaba el paramento izquierdo, estaba adosada a un pequeño armario de dos puertas y al escritorio, que también hacía las veces de mesita de noche. Sobre el camastro y el escritorio se repartían unas estanterías y una serie de cuadros que Esme nos había regalado y que hacían juego con el color azul que dominaba la decoración del cuarto.
Me acerqué a la ventana y bajé los estores hasta abajo, ya que la noche estaba llegando. Me senté en una de las dos sillas del escritorio y puse el ordenador en marcha. No tardó nada en encenderse, era un ordenador de muy buena calidad, con un porrón de memoria y Giga bites. Yo no tenía ni idea de informática, pero según Em, que era el que nos lo había regalado, con este ordenador se podrían almacenar los datos de la Casa Blanca y el Pentágono juntos. Menudo exagerado.
La computadora paró enseguida de hacer esos ruiditos que hacía al encenderse y las pocas ventanas que salían al inicio se plantaron en un santiamén en la pantalla. Las cerré todas y entré en Internet para abrir mi correo.
Por supuesto, y como siempre, mis padres me habían dejado su e-mail de buenos días que todas las mañanas me enviaban antes de irse a la universidad. Lo abrí y leí:
¡En el coche, de camino al Campus, que llegamos tarde! Encima tu padre no quiere correr.
Y en ese momento papá le debió de quitar el iPhone y escribir mientras conducía.
La culpa es suya, siempre se entretiene con algo.
Mamá lo volvió a coger.
Ni caso. Hoy tenemos un examen importante y estoy nerviosa. Ya te contaremos esta noche.
Un beso, cielo, y dale otro a Jacob de nuestra parte.
Papá debió quitárselo de nuevo.
De la de tu madre, yo a ese lobo me conformo con un abrazo.
Y mamá recuperó su móvil.
Dale un beso de parte de los dos, y cuidaros mucho el uno al otro.
¡Os queremos!
Sonreí. Ya me los imaginaba en el coche, peleándose por quitarse el móvil el uno al otro. Y esta mamá, mira que estar nerviosa por un examen, pero si había sacado todo sobresalientes en el pasado trimestre.
La verdad es que pensaba en ellos todos los días, pero lo cierto es que no me había dado tiempo a echarles de menos, puesto que en estos cuatro meses y medio habían venido a Forks muchas veces.
El día de mi cumpleaños no estábamos aquí, lo que dio lugar a que mi familia no viniera hasta más tarde. Al final, habíamos pospuesto nuestro viaje de luna de miel para después de la boda, ya que queríamos que fuese muy especial. Íbamos a canjear unos vales por otros para no perderlos, pero Carlisle y Esme se empeñaron en regalarnos otros, así que ese maravilloso viaje que habíamos planeado a ese islote cercano a Santa Lucía pudimos atrasarlo y aprovechar los que ya teníamos y que estaban apunto de caducar para visitar Europa.
Hicimos un viaje doble, ya que pasamos la primera semana en París y de allí partimos hacia Roma para pasar la segunda. En la capital francesa aprovechamos para celebrar mi cumpleaños con una velada romántica y apasionada. París es una ciudad que se da a ello, la verdad. También visitamos al famoso Louis y a su esposa, Monique, como agradecimiento por todo lo que nos había ayudado. Nos sorprendió mucho el aspecto del científico. Lejos de lo que nos esperábamos encontrar, Louis era un chico que no llegaría a los veinte años, o, al menos, eso aparentaba. Era un poco más bajo que mi padre, con unos alocados rizos de color castaño claro que se movían a todas partes, y era de compresión más bien delgada, nervuda y fibrosa. Monique mediría lo mismo que mi madre, y su pelo negro lucía corto, con un corte sotisficado y moderno. Ambos tenían los ojos dorados – señal de que no saciaban su sed con humanos – y unos rostros blancos como la cal, casi me parecieron más pálidos que los de mi familia. A Louis le agradó mucho nuestra visita, ya que, después de aprenderse de memoria todas nuestras particularidades genéticas, al fin nos conocía en persona. Fueron muy amables con nosotros y nos enseñaron todos los sitios turísticos y más pintorescos de la ciudad. Nosotros no teníamos dinero para llevarles esa ropa tan cara de la última moda de París a los miembros de mi familia, pero sí que les compramos algunos souvenirs. Yo también aproveché para practicar un poco mi francés. En Roma también lo pasamos muy bien. Lo que más le gustó a Jake fue el Coliseo, cómo no. Le pregunté qué hubiera pasado si los gladiadores hubieran tenido que luchar con enormes lobos como los quileute, eso le hizo mucha gracia y estuvo apunto de bajar a la arena sin que nadie le viera y transformarse para que le sacara una foto. Gracias a Dios, conseguí disuadirle.
Como las dos primeras semanas de septiembre Jake y yo habíamos estado en ese viaje y el día de mi cumpleaños había coincidido estando ahí, mi familia vino unos días después de nuestro regreso para celebrarlo, acto que aprovecharon para organizarme una fiesta en su casa con una enorme tarta y regalos por todas partes. También vinieron el Día de Acción de Gracias y en las Navidades – fechas que mis padres también habían aprovechado para pasarlas en casa de Charlie con nosotros, los Clearwater, Sam, Emily y los niños, como todos los años -, habían alargado su estancia un poco más para quedarse en el cumpleaños de Jake – con su correspondiente fiesta, idéntica a la mía -, y habían vuelto a Forks para vernos hacía un par de semanas. Así que casi no me había dado tiempo ni de echarlos de menos, además, todos los días hablábamos vía Internet.
Cerré la ventana del correo y abrí el Messenger. Mamá estaba conectada, seguramente esperando mi ¡Hola! Eso fue lo que le escribí, y acto seguido encendí la Webcam.
Mamá apareció de la nada cuando encendió la suya.
- Hola, cielo – me saludó, sonriéndome con una amplia sonrisa.
- Hola – y le correspondí la sonrisa con una igual de grande.
Papá apareció como por arte de magia y se sentó a su lado.
- Hola, cariño – saludó él también, sonriendo -. ¿Qué tal os ha ido el día?
- ¿Ya te ha enseñado Jacob a montar en moto? – quiso saber mi madre -. Por cierto, ¿dónde está?
- Está en el baño. Sí, por fin ha podido enseñarme, y se me da bastante bien.
- ¿Lo ves? – le indicó ella a mi padre, como si ya hubieran discutido de eso en alguna ocasión -. No había razón para preocuparse, ella no es como yo cuando era humana. Seguro que se le da tan bien como a Jake – afirmó, volviendo su mirada a mí.
Papá torció el gesto, un poco disconforme.
- Bueno, tan bien como a él no, la verdad – me reí -. Tuve un pequeño percance, pero es que acabo de empezar – revelé primero y después alegué.
- ¿Un pequeño percance? – preguntó papá.
- Sí, cuando salía de una curva, me topé con un lobo muerto y me asusté. Frené en seco y me caí de la moto. Pero no me pasó nada, iba bastante despacio – volví a defenderme sin darle tiempo a que abriera más la boca para regañarme -. Por cierto, ¿está Carlisle por ahí? Jake quiere hablar de eso con él.
- ¿De tu caída? ¿Te has hecho daño? – inquirió mamá, preocupada.
- No, no, ya os he dicho que estoy bien, no me ha pasado nada, ni siquiera tengo un rasguño – les calmé. Ellos respiraron aliviados -. Es sobre el lobo.
- ¿Es que es alguien de la manada? – ahora el tono de mi madre era de alarma.
- No, era un lobo normal – irrumpió Jake, sentándose a mi lado.
Una de las cosas buenas de la Webcam, es que puedes hablar con tus padres como si los tuvieses delante, pero con la ventaja de que tu padre no puede leerte la mente. Así que ya no tenía que molestarme en pensar en otras cosas para tapar y podía concentrarme bien en observar a mi chico y pensar en lo guapísimo y sexy que estaba con esa camiseta interior blanca de tirantes y esos pantalones de pijama largos y sueltos. Podía gritarlo a mis anchas, qué felicidad.
Apoyó los codos en el escritorio para incorporarse un poco hacia la pantalla y yo me acomodé en su espalda. Jacob me cogió la mano que quedó por delante y entrelazó nuestros dedos.
- Hola, Jake – le sonrió mamá.
- Hola, Jacob – saludó mi padre, también sonriendo.
- Hola – contestó él con otra.
- Era un lobo normal – repetí yo para encauzar la conversación -. El problema es que quien le mató fue un vampiro.
- Lo único que sabemos es que entró por vuestro territorio – siguió Jake -. Ya tengo a una patrulla rastreándolo. Me acabo de comunicar con ellos y el rastro les está llevando hacia el este. Pero no sabemos por qué lo ha hecho, ni con qué intención.
- ¿Sólo detectasteis el efluvio de un vampiro? – inquirió papá.
- Sí – afirmé yo.
Se hizo un silencio que duró un par de segundos.
- La probabilidad es mínima, sobretodo si iba en solitario, pero no descartaría que fuera vegetariano y que solamente se estuviese alimentando – conjeturó papá, coincidiendo con lo mismo que había pensado yo al principio.
- No. Ese chupasangres le arrancó una pata de cuajo y dejó que se desangrara en vida – reveló Jacob -. No se bebió ni una gota de su sangre.
- Qué horrible – murmuró mamá, llevándose las manos a la boca -. ¿Y por qué haría algo así?
- No tenemos ni idea, por eso quería hablar con Carlisle. Bueno, vosotros sabéis más sobre comportamientos de vampiros, ¿no?
- Sí, pero coincido contigo en que esto es muy raro – dijo papá -. Nunca había oído de nada parecido.
- Genial, pues estamos buenos – resopló Jake con disgusto.
- Hablaremos con Carlisle, de todos modos – anunció mi progenitor -. Tal vez él sepa algo, ha vivido muchos más siglos que nosotros. Si no, seguro que lo investiga.
- Te lo agradeceríamos mucho – respondió Jake -. Este tema, bueno, es decir, los lobos son sagrados en mi tribu, y esto no podemos consentirlo. Verás, no es que nos preocupe un vampiro más que menos por aquí, pero lo que ha hecho esta sanguijuela, para nosotros los metamorfos, es casi una ofensa personal.
- No te preocupes, esta misma noche se lo contaremos todo a Carlisle.
- Gracias, Edward.
Y papá asintió.
- Bueno, y por lo demás, ¿qué tal todo por ahí? – les pregunté para cambiar un poco de tema a uno más alegre y jovial -. ¿Qué tal ese examen?
- De maravilla – respondió mi madre -. Será otro sobresaliente.
- Bella, la empollona – se burló Jake.
Mamá le dedicó un mohín.
De pronto, el teléfono sonó en su casa.
- Oh, ese debe de ser Charlie – habló papá.
- Id a hablar con él – les exhorté -. Ya nos veremos mañana.
- Vale – aceptó mamá -. Bueno, pues hasta mañana.
- Hasta mañana – se apuntó papá mientras se levantaba para coger el teléfono.
- Hasta mañana – respondimos Jake y yo a la vez.
Mamá se despidió con la mano y apagó la Webcam. Nosotros hicimos lo mismo y salimos del Messenger.
- ¿Vas a mirar algo en Internet? – interrogó Jake.
- No, voy a llamar a Helen. No hemos sabido de ella en toda la semana – suspiré, poniéndome de pie -. Pero puedes quedarte tú, si quieres.
- Nah, no me apetece.
Esperé hasta que apagó el ordenador, salimos de la habitación y bajamos juntos las escaleras. Yo me quedé en el vestíbulo para llamar a mi compañera y él se fue al saloncito a ver la televisión.
Cogí mi móvil del taquillón de la entrada – ahora tenía la manía de dejarlo ahí, junto al teléfono fijo - y marqué el número de Helen, no quería llamarla a casa. Siempre me daba apuro llamarla ahí, ya que su padre era alcohólico y me resultaba bastante incómodo hablar con él; normalmente el señor Spencer no sabía ni dónde estaba su hija. Helen vivía con su padre, que siempre había bebido, sin embargo, desde que su madre había fallecido hacía tres años por un accidente de tráfico, su alcoholismo había ido a más.
El teléfono estaba apagado o fuera de cobertura.
Colgué y exhalé el aire poco a poco. No me quedaba más remedio que llamar a su casa. Descolgué el teléfono fijo y marqué el número, calcando las teclas con rapidez.
El teléfono dio el tono diez veces, y cuando estaba apunto de colgar, alguien lo cogió.
- ¿Quién… es? – preguntó una voz malhumorada y borracha.
- Ah, hola, soy Nessie, la amiga de Helen, ¿está en casa?
El señor Spencer se quedó un rato en silencio, seguramente tratando de recordar si su hija estaba en casa o no.
- Sí – contestó por fin, escuetamente.
- ¿Se puede poner?
- Nno ssse quieeere poooner.
Genial, ahora no la dejaba ponerse.
- Bueno, ¿le puede decir que he llamado, por favor?
- Claaaro.
- Gracias.
Y me colgó.
Fruncí los labios, enfadada, y estampé el teléfono con un golpe seco al colgarlo.
Me dirigí al saloncito, echando pestes y poniendo verde al señor Spencer por el camino, y entonces, cuando entré y vi a Jacob, mis pies y mis cuerdas vocales se pararon en seco.
Nada más pasar el diáfano vestíbulo lo vi al primer golpe de vista, era muy fácil, tal y como habíamos decorado el saloncito.
Habíamos colocado el sofá color crema en la pared izquierda del salón, una de las paredes cortas de la sala rectangular, en ese rincón que todavía era amplio aún estando bajo la escalera y que estaba presidido por un gran cuadro vanguardista cuyo tema era un enorme y abstracto lobo rojizo; a Alice le había costado lo suyo encontrarlo, pero al final había dado con este en Italia, en una sala de subastas, y a mí me hizo muchísima ilusión cuando nos lo regaló - quién vería a Alice con un pañuelo en la cabeza y las gafas de sol, levantando su tablilla una y otra vez con avidez para conseguir el cuadro de un lobo; y quién le iba a decir a ella que acabaría haciendo eso por un metamorfo. Siempre que me imaginaba la escena, me hacía mucha gracia -. Junto al asiento, donde la inclinación ascendente de la escalera desaparecía y se fundía con el techo, se erguía una lámpara de pie, de acero, y delante del mencionado mueble pusimos una mesita lacada en rojo, para que hiciera juego con la chimenea de ladrillo que hacía esquina en la pared con ventana de enfrente - donde habíamos colocado los dos butacones también color crema y la mullida alfombra de color gris -. La tele reposaba sobre un mueble bajo de dos cajones que estaba arrimado al trozo de paramento que quedaba entre las dos ventanas posteriores de la estancia, en la pared larga del saloncito que seguía a la del sofá y se unía con la de la chimenea; éste sostenía unas estanterías en el que habíamos puesto algunos de mis libros y un reloj. Todos los muebles y los cuadros que vestían las paredes eran de estilo moderno, los estores coincidían cromáticamente con la tapicería y la zona del sofá también era diferenciada por otra alfombra gris, aunque esta no era tan mullida como la de la chimenea.
Sí, al primer golpe de vista lo vi.
La televisión estaba encendida, pero él ni siquiera la estaba mirando. Su cabeza reposaba en el respaldo del sofá y su mirada estaba clavada en la lámpara del techo, con una mezcolanza de pesar y rabia.
Sus ojos se percataron de mi presencia y se despegaron del forjado para observarme a mí.
Me acerqué al sofá deprisa, me dejé caer medio aovillada a su lado y rodeé su cuello con mis brazos para darle un beso en la mejilla, parecía tan triste. Su mano más próxima enseguida se enganchó a mi cintura a la vez que giraba el rostro para encararlo al mío.
- Puedes ir con la manada, si quieres – le dije, pegando mi frente a la suya con los ojos cerrados a la vez que acariciaba su nuca con mis dedos.
- No quiero dejarte sola – murmuró.
- No tienes de qué preocuparte. Estaré bien, seguro que tus hermanos hacen lo que tienen que hacer.
- Por eso mismo. Confío en ellos, saben muy bien lo que hacen, así que no me necesitan para nada. Además, sólo es un vampiro, esto no es nada para nosotros.
Su nariz dejó escapar un suave, largo y casi silencioso suspiro. Abrí los ojos y me separé un poco de su rostro para vérselo mejor.
- ¿Estás bien? ¿Quieres hablar de ello? – le pregunté.
Jacob bajó la mirada y cogió una de mis manos para enredar un poco con mis dedos.
- Pensarás que es una estupidez, pero es que esos lobos son como si fueran una especie de hermanos para nosotros. Bueno, ya sé que sólo son animales, pero… - su frase se cortó cuando frunció los labios y otro largo suspiro salió por su nariz.
- Lo entiendo. Yo también estoy vinculada a ellos en cierto modo.
- No sé cómo alguien puede hacer algo así – masculló con rabia -. Me da igual que sea un animal y quien lo hizo un vampiro. Podía haberle matado primero y mutilarle después de muerto, para que ese pobre lobo no sufriera. No entiendo cómo se puede ser tan ruin y cruel.
No supe qué decirle. La horrible imagen de la cara de agonía de ese lobo se plantó en mi cerebro y me quedé sin palabras que pudieran explicar ese comportamiento tan sádico y reprobable.
- Lo siento, no sé qué decirte – confesé con un murmullo -. Ojalá pudiera decirte algo que te consolara.
Jacob alzó la vista y clavó esos preciosos y grandes ojos negros en los míos. Ya notaba cómo me hipnotizaban.
- A ti no te hace falta decir nada, sólo tu presencia ya me hace feliz – susurró, dejando mi mano para acariciarme la mejilla con el dorso de sus cálidos dedos.
Le sonreí y acerqué mi rostro para darle un beso corto y dulce. Sin embargo, cuando separé mi cara un poco, Jacob levantó sus profundos ojos y éstos volvieron a engancharme con esa mirada penetrante. Mi semblante actuó solo, movido por esa fuerza que me llevaba hacia él, y no pude evitar regresar a sus labios para darle otro beso. Y otro, y otro, y otro, y otro…
Mi cuerpo ya se estremecía solamente con notar el suave y ardiente tacto de su boca. Mis mariposas agitaban las alas sin parar, completamente hechizadas, ya no había forma de pararlas. Rozaban las paredes de mi estómago y hacían saltar a mi corazón, que ya latía a mil por hora.
Sus sabios se quedaron quietos, dejándose hacer a gusto, mientras su aliento ya acariciaba mi boca, animado. Cuando me di cuenta, mi boca se entrelazaba con la suya lentamente y mordía su labio inferior con suavidad para juguetear un poco, exhalando el aire con más que deseo, ya dejándose llevar por la energía mágica que nos rodeaba y que iba creciendo por momentos.
Llevé mi mano a su pelo y me arrimé más a él. Entonces, sus labios se cansaron de esperar y también comenzaron a jugar con los míos, moviéndolos a su antojo. Noté cómo sus palmas empujaban mi cintura y mi espalda para pegarme a su cuerpo, y la temperatura subió rápidamente.
Conseguí separar mis labios de los suyos, un poco a regañadientes, aunque sólo para tomarle de la mano, levantarme y tirar de él para que se pusiera de pie. Lo adosé a mí de nuevo y comenzamos a caminar juntos, dando tumbos, mientras seguíamos besándonos con pasión.
Entre que él me acorralaba en la pared y me bajaba los tirantes del camisón, y yo le estampaba a él después para quitarle la camiseta interior, no sé ni cómo fuimos capaces de subir las escaleras y llegar a nuestro dormitorio.
El caso es que fuimos dejando un reguero de ropa por el camino y por fin llegamos a la puerta de nuestra habitación. Jacob abrió la manilla de espaldas, sin dejar de besarme en ningún momento, y yo cerré la puerta cuando pasamos, con un talonazo.
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.
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