= LIBRO UNO =
RENESMEE
No sé por qué estaba tan nerviosa. Todo estaba bajo control. Mi familia al completo y Nahuel se iban a ir de caza por los alrededores para vigilar por si venía el licántropo, y Jacob tenía patrulla con la manada.
Miré el reloj por enésima vez y el timbre sonó. El aula se convirtió en un jaleo de voces y de sillas arrastrándose.
Contrastando con mi nerviosismo, ese viernes todo el mundo estaba contentísimo. Por la tarde no había clase, porque había una feria de libros, aunque se veía que la gente iba a pasar de ir. Mis amigas y yo habíamos decidido quedar para hacer un trabajo de Lengua juntas. Era un trabajo muy importante que puntuaba para nota y las cinco teníamos el mismo profesor. Lo malo era que ninguna tenía la casa disponible, excepto yo.
Por eso habíamos quedado en ir a mi enorme y desproporcionada casa, y tuve que hacerle un poco la pelota a mi familia para conseguir que se fueran. Este fue el plan:
El jueves le pedí a mamá, Alice y Rosalie que vinieran conmigo a Port Angeles. Tenía que comprarme el vestido para la boda de Paul y Rachel, que ya era ese sábado.
Me arrepentí al poco tiempo de estar allí. Por mucho que le expliqué a la tía Alice cómo era una boda quileute, estaba empeñada en que me llevara un modelazo ajustado que requería de mucha maña para metérselo y pedía unos zapatos con un altísimo tacón de aguja. Menos mal que mi madre salió en mi defensa.
Quería algo bonito, pero cómodo, que me permitiera caminar bien por la arena, ya que todo se celebraba en ese medio, y que no tuviera que estar pendiente del vestido toda la noche. Lo malo es que, a un par de días de la ceremonia, es muy difícil encontrar justo lo que te gusta, quién me mandaría a mí esperar tanto. Pensaba que era más fácil encontrar algo sencillo para una boda en la playa, que algo más elegante para una boda convencional. Me equivoqué. Nos recorrimos casi todas las tiendas de la ciudad – o eso me pareció a mí – y no encontraba nada. Rosalie insistió en marcharnos a Seattle. Según ella, si me subía a la espalda de mamá, estaríamos allí en muy poco tiempo. Sin embargo, pensar en que me tenía que recorrer más tiendas, ya me ponía mala.
Al final, entramos en una pequeña boutique, en la que Alice ni siquiera había reparado, y vi mi salvación. Me llevé un vestido azul sin mangas, de corte sencillo, por encima de la rodilla y con un escote en pico, y una chaqueta de tela a juego, con una manga afrancesada que tenía un botón para que la pudiera desabrochar y alargar por si tenía frío.
Eso sí, Alice no se quedó con las ganas de comprarme unas medias con sus correspondientes ligueros, unos zapatos de tacón y un bolsito de mano. Decía que, hasta que llegara a la playa, era imprescindible llevar estos dos últimos y que luego ya me los podía quitar. Me lo llevé también para rematar mi faena de peloteo.
Todo esto sirvió para que matara dos pájaros de un tiro. Conseguí mi vestido y me dejaron traer a mis amigas a casa sin que hubiera vampiros a la vista.
Helen y yo salimos en busca del resto de las chicas y, cuando nos reunimos con ellas, nos dirigimos al aparcamiento para ir en el Ford Explorer de las gemelas.
Llegamos a casa después de seguir mis indicaciones, estaban alucinadas por el extraño y angosto trayecto, y se quedaron aún más atónitas cuando la vieron, al pasar los últimos árboles.
- ¡Es genial! – exclamó Helen, bajándose del coche.
- Sí, demasiado – suspiré.
Mientras subíamos las escaleras del porche, observé por el rabillo del ojo que mi padre estaba escondido detrás de un árbol, comprobando que todo iba bien. Le dije mentalmente que era así cuando abrí la puerta de casa, asintió y se perdió entre la espesura del bosque.
Entramos y mis amigas se quedaron boquiabiertas. El enorme piano de cola blanco que destacaba en la esquina del salón les encantó. Les dije que era mi primo Edward el que tocaba y omití que yo también, si les decía que yo sabía, querrían que les tocara alguna pieza y, la verdad, no tenía ganas de hacerlo. Me vi obligada a enseñarles toda la casa para que me dejaran tranquila. Helen se moría de curiosidad por ver el hogar del famoso y guapo Doctor Cullen. No tuve problema en disimular algunas cosas. Se suponía que el despacho de Carlisle, que era donde ahora dormía Nahuel, era el dormitorio de mis abuelos, que para ellas eran mis tíos. Les pareció impresionante y les expliqué algunos de los cuadros, omitiendo pequeños detalles, claro, como el cuadro de los Vulturis y todo eso. Las demás habitaciones no tenían camas, así que dedujeron cual era mi dormitorio y estuvimos un buen rato en él. A Brenda le fascinó mi surtido vestidor, pero cuando reparó en la ropa de Jacob, casi se le caen los ojos. Salió del cuartito y se quedó observando mi colosal cama. No sé lo que pensó, pero me dio exactamente lo mismo, más bien me reí en mi fuero interno.
Mi escritorio era grande, pero no entrábamos todas, así que las conduje de nuevo al salón y nos sentamos en la enorme mesa rectangular de cristal para empezar el trabajo. Parecíamos una comitiva o un jurado, sentadas en la misma hilera a lo largo de la mesa. Para mi desgracia, Brenda se sentó a mi izquierda.
- Voy a por un refresco, ¿queréis tomar algo? – les ofrecí.
- Sí, yo quiero otro. De lo que tengas, da igual – contestó Helen.
- Nosotras también – dijeron las gemelas al unísono.
- Y yo – asintió Brenda.
Me levanté de mi silla y me dirigí a la cocina. Abrí la nevera y parpadeé de la sorpresa. Alguien la había rellenado de refrescos, cervezas sin alcohol y comida. ¿Es que se creían que iba a dar una fiesta o algo? Aún así, sonreí ante el esfuerzo y la dedicación de mi familia. Me sentí un poco mal por haberles echado en cierto modo, aunque no podía ser de otra manera. A ver cómo les explicaba yo a mis amigas que mis tíos y mis primos no habían envejecido en seis años. Cogí cinco refrescos de limón y volví al salón.
- Si alguien quiere comer algo, sólo tiene que pedirlo – les comenté mientras les ponía las latas en la mesa -. Mis abue… Mis tíos – rectifiqué con rapidez – son unos exagerados y han llenado la nevera.
- De momento no, gracias – respondió Helen, abriendo su refresco.
Jennifer y Alison negaron con la cabeza, sonriendo. Debían de estar sedientas, porque ya estaban bebiendo.
- Hay que guardar la línea, chica – suspiró Brenda -. Pero gracias igualmente.
Bueno, por lo menos era agradecida.
Me senté en mi sitio y le quité la hebilla a mi lata para darle unos pocos tragos. La verdad es que yo también tenía sed, y eso que el día era frío y húmedo.
- Bien, a trabajar se ha dicho – exhaló Helen, estirando los dedos hacia delante.
Abrí el libro por el capítulo dedicado al trabajo y empecé a escribir el borrador en mi cuaderno.
No llevaba ni medio párrafo, cuando la puerta de casa se abrió y Jacob pasó a la estancia. Iba sin camiseta y entró tan tranquilo, mirando por la ventana distraído y caminando con las manos en los bolsillos de sus pantalones cortos. Mis amigas levantaron la cabeza de sus libretas y sus mandíbulas colgaron hasta la mesa. A Brenda se le cayó el bolígrafo, las gemelas dejaron de escribir a la vez y el chicle de Helen fue a parar encima de su folio. Ninguna de ellas pareció reparar en que también iba descalzo. Yo me quedé sin respiración. ¿Es que por muy visto que lo tuviera, no me cansaría nunca de mirarle? En cambio, estaba tan guapo, que parecía que se aproximase a cámara lenta, como uno de esos anuncios de la televisión.
Jacob se paró en seco cuando se percató de nuestra presencia. Luego, se acercó, sonriendo, y apoyó sus manos en la mesa para inclinarse un poco hacia nosotras.
- Hola, chicas. No sabía que estabais aquí.
Ninguna pudo contestar. Todas nos quedamos absortas al tener ese cuerpazo tan cerca, y no le quitamos ojo.
- Te… te lo había dicho, ¿no te acuerdas? – conseguí murmurar, exigiendo a mi vista a bajar al libro para apartarse de su torso y de sus ojos.
- Sí, pero yo creía que ibais a estudiar en tu cuarto.
- No entrábamos, así que nos bajamos al salón – cogí mi bolígrafo y me puse a garabatear para disimular.
- Ah, ya.
- ¿No tenías que… trabajar? – le pregunté.
- Hoy he terminado pronto.
- ¿En qué trabajas? – inquirió Brenda, mirándole de arriba abajo, deslumbrada.
- Soy… mecánico – respondió Jacob, hábilmente.
- Mecánico… - repitió ella, aún más fascinada.
A saber qué se estaba imaginando esa mente calenturienta. Por el modo en que le miraba, podía imaginármelo. Mis dientes rechinaron involuntariamente.
- Bueno, os dejo trabajar – se despegó de la mesa y se encaminó hacia la cocina, seguido por las miradas de mis amigas -. ¡Arg, qué sed tengo! – se quejó, entrando por la puerta -. Me bebería el río de ahí fuera… Vaya, aquí hay para un regimiento…
Se oyó cómo abría una lata. Poco después, salió de la cocina tranquilamente para subir por las escaleras. Todas estaban atentas a sus movimientos, excepto yo, que intentaba concentrarme en hacer bien mis garabatos, aunque ni eso era capaz de hacer. Las cabezas de mis amigas se giraron súbitamente de las escaleras hacia mí.
- ¡Está como un cañón! – exclamó Brenda en voz baja.
La muy idiota ignoraba que por muy bajo que lo dijera, Jacob la escucharía perfectamente desde mi cuarto. Después no habría quién le aguantase. Y lo peor es que lo usaría para quedarse conmigo. Intenté no darle importancia para seguir con mi tarea.
- Sí, bueno, no está mal – disimulé, escribiendo mi nombre en la libreta una y otra vez.
- ¡¿Qué estás diciendo?! – ahora era Helen la que exclamaba -. O estás cegarata, o estás loca, una de dos.
Sí, estaba loca, eso seguro.
- No, simplemente estoy acostumbrada, eso es todo – me encogí de hombros.
- ¿Es que se pasea por aquí siempre de esta guisa, aunque haga frío como hoy? – me preguntó Brenda con ojos maravillados y expectantes.
Sin duda, sería capaz de venir a mi casa todos los días con alguna excusa con tal de ver así a Jacob, ya la conocía bastante.
- Claro que no – le respondí.
- Entonces, ¿por qué dices que estás acostumbrada? – quiso saber, extrañada.
Antes de que me diera tiempo a contestar, Jacob bajó por las escaleras, con camiseta y calzado, y entró en la cocina de nuevo.
Suspiré aliviada en mi mente al verle completamente vestido, sin embargo, Brenda no le quitaba el ojo de encima en ningún momento, lo desnudaba con la mirada. El resto de mis amigas volvieron al trabajo. También le echaban un vistazo de vez en cuando, pero por lo menos eran más discretas y se cortaban un poco.
Mi mejor amigo salió de la cocina con un refresco y se sentó a mi derecha para mirar una revista de mecánica.
- No te molesto aquí, ¿no?
- No, claro que no – le dije con una sonrisa que él correspondió con otra.
Bajé la mirada hacia mi libro y volví al trabajo de Lengua. Copié las frases y procuré concentrarme para empezar a analizarlas, pero mi aguda vista periférica me lo impedía. Apreté tanto, que mi bolígrafo se hundió en la hoja al ver a Brenda de reojo. Se había reclinado hacia delante para observar mejor a Jacob y jugaba con su pluma, metiéndola en la boca, fingiendo una insinuación inocente. La muy descarada…
Era el colmo, hasta en mi propia casa. Vale que yo no fuera suficiente para él, pero ella mucho menos. Ahora se iba a enterar.
- Jake, ¿me puedes ayudar? – le pedí, poniéndole mi libro delante, sobre su revista.
- ¿Ayudarte? – miró el texto, extrañado -. ¿Con esto?
- Sí, es que no lo entiendo – le dije, arrimándome bien a él.
- ¿Tú? – cuestionó con una sonrisa de incredulidad.
- Por favor – cuchicheé, mirándole con ojos suplicantes.
- Bueno…, vale – murmuró -. Lo que pasa es que no sé si me acordaré muy bien. Hace tanto de esto…
Se inclinó un poco para leer la frase con atención y yo acerqué mi cabeza a la suya. Podía notar cómo Brenda ya echaba humo.
- ¿Cuál es el complemento indirecto?
- Veamos… Bah, esta es muy fácil. En este caso es se – afirmó, señalando el vocablo con el dedo.
Vaya, había acertado. Al parecer, Lengua se le daba bien.
- Ah, claro. ¿Y el complemento… - me quedé sin respiración cuando alcé la vista y sus ojos negros se clavaron en los míos. Hacía cuatro meses que no los veía tan de cerca - …directo? – conseguí musitar, después de tragar saliva.
- Lo – me contestó con un susurro.
Esta era la primera vez en cuatro meses que le veía el rostro tan próximo y con tanta luz. En este momento, me parecía que había pasado demasiado tiempo, una eternidad.
Sus ojos eran más preciosos y penetrantes que nunca. Él estaba más guapo que nunca. Él era más maravilloso que nunca.
Bajé la mirada - esta vez con urgencia -, me alejé de su rostro, recogí mi libro y volví a mi posición. Tuve que hacer uso de toda la barrera de mi coraza de hierro para lograrlo.
- Gracias – le dije sin mirarle.
- ¿Ya? – preguntó, sorprendido.
- Sí, gracias – reiteré.
- Bueno, de nada. Si te ha servido de algo – declaró, levantando su revista para leerla.
- Sí.
Cogí mi lata y bebí unos cuantos tragos.
Miré a Brenda de soslayo. Ahora estaba concentradísima en su libro, con el ceño fruncido. Sí, sí que me había servido. Sonreí triunfante y me sumergí en mi cuaderno mucho más relajada.
El trabajo no era muy difícil, así que no tardamos mucho en terminarlo. En un par de horas, ya lo teníamos pasado a limpio y todo. Eso me venía de perlas, puesto que el día siguiente lo tenía bastante ocupado con la boda y el domingo quería descansar.
Aunque insistí en que se quedaran un poco más – no quería quedarme a solas con Jacob - mis amigas decidieron que era hora de marcharse, las gemelas tenían que estar temprano en casa.
Brenda era la única que quería seguir allí, por supuesto, pero no le quedaba otro remedio que irse, el coche era de Jennifer y Alison. Además, tenía que trabajar en el Ocean. Hoy invitaban a licores o algo así y no se marchó tranquila hasta que le propuso a Jacob que fuera a verla.
No hizo falta que éste contestara. Helen la arrastró hacia el exterior, me guiñó el ojo y cerró la puerta. Pudimos oír las protestas de Brenda desde el porche hasta el coche.
Ahora estaba a solas con él. Los dos de pie, frente a la puerta, solos.
Jacob giró el rostro para mirarme. Bajé mis pupilas al suelo y me dirigí a la mesa. Empecé a colocar las sillas, que ya estaban en su sitio, nerviosamente.
- Mañana te lleva Charlie, ¿no? – me preguntó.
- Sí.
- No creo que te vea hasta la ceremonia. Rachel me ha mandado hacer un montón de cosas – resopló.
Caminó en mi dirección, despacio, y se apoyó en la mesa.
- No te preocupes. Estaré con Charlie y los Clearwater.
Cogí mi cuaderno y mis cosas, pero noté su intensa mirada clavada en mí y mi nerviosismo aumentó. Mis torpes y medio humanas manos perdieron reflejos y todo se me cayó. Los folios de mi trabajo se dispersaron en el suelo.
- Genial – me quejé.
Metí mi pelo detrás de las orejas y me acuclillé para recoger aquel desastre.
- Espera, te ayudo.
Se agachó y empezó a ayudarme con las hojas. Aunque no apartaba la vista del suelo, podía sentir mi sien muy cerca de la suya. Cuando Jacob se estiró un poco para alcanzar un folio, se rozaron accidentalmente y el vello se me puso de punta. Intenté evitarlo con todas mis fuerzas, pero ya sólo pude concentrarme en eso, hacía mucho que no lo sentía. Mi mano buscaba las hojas como si lo hiciera a ciegas, hasta que la suya se posó encima. Mis ojos se alzaron sin pedirme permiso y, por un instante, se engancharon con anhelo en los suyos. Entonces, mi coraza de hierro vaciló un poco y me asusté.
Me levanté rápidamente, dejando caer todos los folios que había recogido, y me alejé de él. Jacob se puso en pie con lentitud, estudiándome con la mirada.
- Nessie, quiero hablar contigo – me pidió, dando la vuelta a la mesa para no pisar las hojas y ponerse frente a mí.
- No – contesté con un murmullo, girándome.
- Por favor – imploró con impaciencia, sujetándome el hombro por detrás.
En ese momento, mi familia entró por la puerta como una estampida de vampiros y vi el cielo abierto. Me zafé de él y me dirigí a ellos para saludarles efusivamente.
Jacob me miró enfadado y entró en la cocina. Mi corazón se encogió bajo su coraza.
Mi padre se acercó a mí y me llevó detrás del piano.
- Sé que no es de mi incumbencia, pero creo sinceramente que te estás equivocando – me susurró muy bajito, mirándome con sus dulces ojos dorados, tristes.
- Papá – suspiré a modo de queja.
- Yo pasé por algo parecido una vez y te digo…
- No tengo ganas de discursos, ¿vale? – protesté, alejándome de él -. Ahora no, por favor.
- Está bien – exhaló, dejando caer la mano.
Me aproximé a la zona de la mesa y recogí todos los folios del suelo. Antes de que me pusiera a ordenar mi trabajo, Jacob salió de la cocina en dirección a las escaleras.
- ¿A dónde vas? – le pregunté con curiosidad.
- Me voy a dormir – contestó, aún enfadado.
- ¿Ya? Pero si no has cenado…
- No tengo hambre – dijo, subiendo los peldaños.
Me quedé mirando un rato la escalera con cara de tonta para ver si bajaba, mordiéndome el labio con inquietud.
Giré mi rostro y me centré en ordenar mi trabajo, pero no daba pie con bola. Terminé tirando los papeles encima de la mesa, desesperada. Ya los ordenaría.
- Me voy a la cama – comuniqué a mi familia.
- ¿Ya? – interrogó mamá -. Si no has cenado.
- No tengo hambre – respondí, subiendo las escaleras.
Cuando llegué al vestíbulo de la tercera planta, Jacob estaba apoyado en la pared, esperándome, con la vista pensativa clavada en el suelo. Se incorporó al verme y se quedó aguardando mi llegada con los brazos en jarra, moviéndose nervioso.
Respiré hondo y me acerqué a él.
- Yo… sólo… Sólo quería darte las buenas noches antes de transformarme – murmuró.
Él también odiaba estar enfadado, como yo.
- Ah. Sí, claro – le sonreí mientras abría la puerta de mi dormitorio y la traspasaba hacia atrás -. Buenas noches, Jake.
Asintió, suspirando por la nariz, no muy conforme, y cerré suavemente.
Me apoyé en la puerta, apretándome fuerte el pecho con la mano, y, como todas las noches, me dirigí al vestidor apresuradamente y sin pensar para ponerme el camisón.
A la mañana siguiente, respiré tranquila cuando miré por la cristalera de mi dormitorio y vi el día soleado. Había alguna nube, pero se veía el sol. Casi me parecía un milagro, con el día tan horrible y frío que había sido el anterior. Rachel y Paul habían tenido mucha suerte, no iba a llover en su boda. Sí, aquí en Forks, eso era todo un prodigio.
Jacob ya se había marchado. Hoy se iba de patrulla con su manada por la mañana, ya que por la tarde tenía que ayudar a Billy y a Rachel con los últimos preparativos de la boda, así que no le vería hasta la ceremonia.
Después de ducharme y adecentarme un poco, bajé a desayunar. Se me hizo muy raro hacerlo yo sola y, como era para mí únicamente, no me preparé nada especial, unos pocos cereales.
Recogí lo poco que había ensuciado de la cocina y me dirigí al salón. Nahuel me esperaba sentado en el sofá.
- Buenos días, ¿qué tal has dormido? – me preguntó, sonriente.
Mal, como todas estas ciento veintinueve noches.
- Bien, aunque estaba un poco nerviosa, la verdad – mentí y después reconocí -. ¿Dónde está todo el mundo? – quise saber cuando me percaté de que no había nadie en el edificio.
- Se han ido… de excursión – respondió.
- ¿De excursión?
Qué raro. Nadie me había dicho nada.
- Sí, me dijeron que vendrían a mediodía.
- Ah.
- ¿Te apetece hacer algo hoy?
- Hoy será imposible. Tengo toda la tarde ocupada. Rosalie quiere hacerme un peinado especial para la boda y tengo que dejar que Alice experimente con mi cara para maquillarme – resoplé -. Bueno, si llegan a tiempo, claro – fruncí el ceño, extrañada.
Nahuel se rió.
- ¿Y qué te parece si damos un paseo ahora? – me propuso.
- ¿Ahora? Vale – acepté -. Un paseo me vendrá bien para relajarme.
- De acuerdo – dijo, levantándose de su asiento -. Vamos, entonces.
Me hizo un gesto con la mano para que yo pasara delante de él y salimos de la casa.
Nos adentramos en el bosque en silencio, con paso tranquilo. Arranqué una ramita fina y larga y la usé para entretenerme un poco con ella. Me salió una risilla interna cuando recordé el juego del palo con Jacob de hacía dos semanas.
- ¿Por qué te pone tan nerviosa esta boda? – me preguntó de repente, trayéndome de vuelta a la tierra.
- Bueno, en las bodas todo el mundo está un poco nervioso, ¿no? Además, en esta Jacob y yo somos los padrinos. Supongo que también será por eso – me encogí de hombros.
- ¿Es la primera vez que vas a una boda quileute?
- No, qué va. Ya estuvimos en la de Sam y Emily hace tres años – sonreí al evocarla -. Son unas ceremonias preciosas, al atardecer, con la luz del sol… No sé, tienen algo que me parece tan mágico – confesé -. Siempre me han encantado estas bodas.
- ¿Tanto te gustan?
- Pues sí.
- ¿Más que las convencionales?
- Sí, mucho más.
- ¿Cómo te gustaría que fuese la tuya?
- ¿Mi… mi boda? - me quedé un poco sorprendida ante su pregunta -. No sé qué decirte, la verdad. Ni siquiera sé si me casaré algún día…
Me dio un vuelco al corazón cuando vi que habíamos llegado a mi rincón favorito. Hacía mucho que no venía aquí con Jacob.
Nahuel se paró en seco frente a mí. En su mirada había algo que me asustaba un poco.
- Renesmee, me gustaría que vinieras conmigo a Chile – me espetó de sopetón, cogiéndome de la mano.
La ramita se me cayó al suelo y me quedé sin habla. Esto no me lo esperaba para nada.
- ¿Irme contigo? – murmuré.
- Sí, allí podría enseñarte muchas cosas. Después podríamos viajar y nos podríamos instalar donde tú quisieras…
- Espera, espera – le corté, confusa -. ¿Qué me intentas decir? No… no te entiendo.
No sé por qué lo pregunté. No quería oír la respuesta, ya me la imaginaba y no me hacía ni pizca de gracia.
- Quiero que seas mi esposa, Renesmee.
Noté cómo me quedaba de piedra. ¿Por qué me pedía esto? Nos conocíamos de muy poco tiempo.
- Yo no… Te dije que si salíamos, era solamente como amigos – intenté soltarme de su mano con delicadeza, no quería herirle los sentimientos, pero no me dejó -. Creí que había quedado claro.
Nahuel se aproximó un paso hacia mí y, cuando retrocedí, mi espalda se vio atrapada contra un árbol.
Podía ver nuestro tronco enfrente de mí. Ese tronco en el que Jacob y yo habíamos pasado tanto tiempo juntos.
- Me gustas mucho, Renesmee – murmuró, acariciando mi mejilla.
Mi cara reaccionó con retracción y la pulsera empezó a vibrar fuerte.
- Pero yo sólo te veo como un amigo, Nahuel – afirmé.
- Los sentimientos aparecen con el tiempo – sostuvo con voz dulce -. Lo único que te pido es que te vengas conmigo una temporada para conocernos más a fondo, en mi medio. Si no te gusto, puedes volver cuando tú quieras.
¿Podía ser? Al principio, veía a Jacob como un amigo. Aunque, claro, no era un simple amigo, era mi mejor amigo, y yo era una niña pequeña. En cuanto crecí, lo empecé a ver de otro modo.
- Yo, no sé…
- Con el tiempo, te gustaré – susurró, empezando a acercar su rostro al mío.
Mi primera reacción instintiva fue de rechazo, pero, ¿y si era verdad? ¿Podía ser que me gustase algún día, como me había pasado con Jacob? No, Jacob era especial, él… Me regañé a mí misma. Jacob, Jacob, Jacob, otra vez ese goteo en mi mente. ¿Por qué me tenía que acordar tanto de él en un momento como este? Él y yo nunca estaríamos juntos, ¿qué tenía de malo si lo intentaba con otra persona? Es más, tenía que intentarlo, tenía que olvidarme de él de una vez por todas.
El rostro de Nahuel cada vez estaba más cerca. Apreté los puños con fuerza, preparada para aceptar su beso, sin hacer caso de la pulsera. No pasaba nada por probar. Puede que me gustase.
No obstante, mis ojos no podían apartarse de aquel tronco, ese rincón tan mágico y especial. De repente, todo estaba oscuro y parecía que un foco iluminara ese rincón, como si fuera el escenario de un teatro esperando a que sus verdaderos protagonistas entraran en escena.
Ese sitio era una especie de santuario para nosotros. ¿Iba a besarme allí con otro? ¿Con nuestro tronco como testigo de mi traición? Me volví a reñir a mí misma. ¿Qué traición? No, yo no estaba traicionando a nadie.
Nahuel pegó su frente a la mía. Me empecé a poner nerviosa, pero no del modo que yo esperaba; me sentía muy incómoda. Esos labios no eran los suyos, no era su rostro, ni sus ojos negros que ayer me miraban tan de cerca. Ahora mismo, no sentía absolutamente nada. No habían mariposas, ni energía, ni latidos descontrolados, nada. Sólo contrariedad y desasosiego.
Sí, había una traición, y era conmigo misma; y un engaño hacia el chico que tenía delante en este instante y que tampoco se lo merecía. Nahuel no era él, era otro, como podría serlo cualquiera. Él era Jacob. Sólo Jacob. Jacob, Jacob, Jacob. Infinitamente Jacob.
Mi rostro se giró automáticamente antes de que esos labios extraños se arrimaran a los míos e interpuse mis manos en su torso para pararle. Nahuel se quedó quieto con su boca a un palmo y me escapé de sus brazos. Mi aro de cuero por fin me concedió una tregua y dejó de vibrar.
- Lo siento, no puedo – murmuré, llevándome la mano al corazón.
- Es por él, ¿verdad? – quiso saber, con el semblante claramente decepcionado.
Al ver su rostro, reparé en lo mal que lo había hecho todo. Estaba tan concentrada en olvidarme de Jacob, que, sin querer y sin darme cuenta, le había utilizado durante estos cuatro meses. Ahora me sentía tan culpable y tan mala persona, que me apetecía que cayera un rayo y me fulminara de lleno.
- Sí – admití con un susurro.
Nahuel se apoyó en el árbol y suspiró con frustración.
- Perdóname – intenté paliar, avergonzada por mi sucesión de errores -. No quería que te hicieras ilusiones. Tenía que haber sabido que algo así podía pasar.
- Eso no me importa, sabía dónde me metía. Es sólo que no lo entiendo – declaró, serio -. ¿Es que te vas a quedar toda la vida sola porque no puedas estar con él?
Mi mano se aferró con más fuerza a mi sudadera y mi pulsera comenzó a vibrar otra vez, cosa que ya me desconcertó un poco.
- No… no lo sé. De lo que sí estoy segura es que todavía no estoy preparada para estar con nadie – le confesé.
- Mi oferta sigue en pie – anunció con decisión, acercándose a mí otra vez.
- No me voy a marchar contigo, lo siento – le aclaré -. No puedo estar lejos de Jacob.
- Tú no tienes la culpa de que él esté imprimado de ti, tienes que vivir tu vida – afirmó, alzando la mano para acariciarme la mejilla de nuevo; aparté el rostro para que no lo tocara y su mano quedo suspendida en el aire, hasta que la bajó.
- No, no es eso. Soy yo la que no puedo estar sin él – le expliqué.
- Sabes que nunca podréis estar juntos – me dijo con sobriedad -. Tú no eres adecuada para él, tienes que aceptarlo.
Mi corazón se retorció al tener que escuchar tan amarga verdad. Yo misma sabía que era así, sin embargo, fue especialmente duro oírlo en boca de otra persona.
- Lo sé… - reconocí con un nudo en la garganta -. Pero, aún así, estaré a su lado como su mejor amiga para siempre.
- Eso solamente te hará daño. Lo mejor es que te vengas conmigo – repitió con obstinación.
- Lo siento, Nahuel – murmuré, mirándole a los ojos con convicción -. Nunca le dejaré.
- Piénsatelo, por lo menos. Esperaré hasta entonces.
Sabía que la culpa era mía, pero, por alguna razón, no me gustaba su tono de obcecado empecinamiento, ni la insistencia de mi pulsera. Tendría que aceptar mi rechazo, le gustase o no.
- No tienes que esperar. Mi decisión ya está tomada – le aseguré.
- Está bien. Te daré más tiempo, entiendo que todavía es pronto – insistió, terco.
- No, Nahuel. No voy a pensar nada. No me voy a ir contigo, lo tengo decidido – ratifiqué, un poco molesta por su insistencia -. Y ahora, si me disculpas, me quiero ir a casa. Tengo que preparar algunas cosas para la boda.
Comencé a caminar.
- Renesmee – me llamó. Me paré y me giré -. Te acompaño, no quiero que vayas sola.
- Está bien – asentí, cansada.
Esperé hasta que llegó a mi lado, y nos encaminamos hacia mi casa con paso ligero y en un incómodo silencio. Cuando llegamos, fue un alivio ver que mi familia ya había regresado de su excursión. Saludé a todo el mundo y me subí a mi cuarto para poner a punto mi vestuario.
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.¡NO COPIES EL CONTENIDO!
Este capítulo al igual que todos los anteriores está bueniiisiiimo!!! ..... Continua.... Estamos esperando los siguientes!!!!
ResponderEliminareste capitulo estubo genial...Nessi la re celosa como se lo resfriega en la cara a la otra tipa...estubo genial espero para leer el siguiente,sigue asi...Saludos desde Argentina...FLOR
ResponderEliminarHaaaaay que tencion!!
ResponderEliminarTe felicito estahistoria esta muy bien hecha! una de las mejores que he leido, :D