= LIBRO UNO =
RENESMEE
Me sentía más animada. Y nerviosa. Me puse la ropa que Alice me había preparado - la interior incluida, ya que ahora no tenía sujetadores -, ordené un poco aquel embrollo e hice la cama. Me asomé de nuevo a la ventana para ver si ya había vuelto Jacob, pero seguía sin aparecer por allí. Fruncí el ceño, preocupada.
Salí de la habitación y llegué al saloncito, donde estaba mi madre.
- Buenos días, cielo – me saludó mientras me besaba la frente.
- Buenos días – le di un beso y me dirigí a la ventana del saloncito que daba al lado opuesto al que daba la de mi habitación -. ¿Sabes dónde está Jake? – pregunté, echando un vistazo al exterior.
- Sí, te lo iba a decir ahora.
Me giré hacia ella, impaciente.
- ¡¿Le ha pasado algo a él o a la manada?!
De repente, me asusté un poco. Era la primera vez que no venía a buscarme y me pareció muy raro.
- No, no, tranquila. Estuvo aquí anoche y se marchó con Carlisle a La Push. A Emily se le adelantó el parto y rompió aguas a las dos de la mañana. Él tuvo que sustituir a Sam, que le tocaba turno de noche, y Carlisle estuvo supervisando el parto – empezó a pasarme los dedos por el pelo -. Nos pidió que no te despertáramos y que te lo dijéramos por la mañana. Sabía que estarías muy nerviosa por lo de hoy y que te iba a costar dormir.
Suspiré, más relajada.
- ¿Sabes cómo ha salido todo? ¿Emily y el bebé están bien?
- Sí, Carlisle llegó por la mañana temprano. Fue un parto natural, muy rápido, y todo salió a las mil maravillas. Los dos están estupendamente – mi madre rió entre dientes -. Los niños de La Push son fuertes como robles.
Era el segundo hijo de Emily y Sam, otro niño. Se habían casado hacía tres años y esos críos sólo se llevaban dos años de diferencia. Como siguieran así, esa casa se llenaría de lobos. Me reí hacia mis adentros al imaginarme la escena.
Pero pronto la alegría fue barrida por los nervios. Jake era el que me iba a llevar al instituto y ahora tenía que ir sola. Sabía que el turno de noche de Sam era hasta las diez de la mañana y que Jacob no iba a poder llevarme.
- ¿Por qué tuvo que ir Jake? – inquirí, algo irritada -. ¿No podía ir cualquier otro?
- Es el otro Alfa – se encogió de hombros -, tendría que ir.
- Pero son dos manadas. Sam es el Alfa de una y Jake el Alfa de la otra. ¿No podían buscarse la vida en la manada de Sam?
Mamá se quedó algo pensativa y después se encogió de hombros otra vez.
- Supongo que alguien tiene que supervisar las dos manadas – dijo.
Algo no me encajaba.
- Pero, ¿Sam no tiene un segundo al mando? Jake no está a todas horas patrullando con su manada sólo para supervisar – enfaticé esa palabra con rabia -, tiene a Leah como segundo al mando bajo sus órdenes que lo hace por él cuando no está.
Ambas nos miramos, frunciendo los labios. Mi madre sabía que yo tenía razón.
- Bueno, le diré a tu padre que investigue cuando vea a Jacob.
No me gustaba que papá le leyera los pensamientos a Jake, por mucho que gritara, como decía él. Además…
- Papá estaba aquí cuando Jacob vino a avisar, ¿no?
- Sí – mamá se dio cuenta de mi intención en cuanto formulé la pregunta -, y no me contó nada, así que lo que nos dijo Jacob tiene que ser verdad.
Seguía siendo raro, pero, aún así, seguro que Jake no había mentido. ¿Por qué iba a hacerlo? Él nunca mentía. No me encajaba, pero seguro que había alguna otra razón.
- Bueno, ya me lo contará Jake – sentencié.
Mamá asintió con una sonrisa.
- Por cierto, ¿dónde está papá ahora?
- Ha ido a la otra casa para hablar con Alice.
- ¿Para hablar con Alice? – repetí.
- Sí, como Jacob no puede llevarte al instituto, lo hará ella. Están discutiendo el tipo de coche adecuado.
Genial. Ya no iba a ir sola. No iba a tener la mano de Jake, pero…
- Vale – señalé la puerta de la cabaña con el dedo -. Entonces, voy para allá, a desayunar y eso.
- Voy contigo.
Salimos de la cabaña gastándonos bromas y riéndonos, sin embargo, se me hizo raro el caminar hacia la casa sin Jacob.
Desde que era pequeña, venía todos los días de madrugada de La Push en su forma lobuna y se echaba a dormir un rato bajo mi ventana mientras me esperaba. Le resultaba más fácil dormir a la intemperie como lobo y, aunque no era necesario, ya que en caso de emergencia estaba con mis padres, se sentía más seguro en esa forma si tenía que protegerme. En los últimos años, después de nuestro encuentro con los Vulturis, nos visitaban de vez en cuando algunos vampiros curiosos que querían verme como si de un mono de feria me tratase, y no todos eran de fiar, por lo que mi familia y Jake siempre estaban en alerta. Esa era otra de las razones por las que mi familia se quería mudar.
Cuando me levantaba, me asomaba a la ventana para avisarle y tirarle una de sus camisetas - tenía unas cuantas guardadas en la cómoda de mi habitación para que pudiera cambiarse - y cuando salía por la puerta, ya me esperaba como humano, vestido y todo. Después, desayunábamos juntos en la otra casa y charlábamos animadamente. Cuando mi padre me daba las clases en la enorme mesa de cristal del salón, él se sentaba a mi lado y me ayudaba con los deberes, casi parecía mi compañero de pupitre. A mi padre no le hacía mucha gracia, porque decía que me distraía, pero Jake no le hacía ni caso. A menudo se enzarzaban en alguna discusión sobre algún punto de la lección que estuviese dando, sobretodo en Historia, sin embargo, mi progenitor enseguida lo solucionaba diciendo que mi padre era él y que era el que decidía mi educación y formación. A Jake no le quedaba otro remedio que aguantarse en este asunto, aunque seguía protestando e interviniendo, para desgracia de mi padre.
Excepto en las clases de piano. Jake solía quedarse mudo e ensimismado cuando me veía tocar. La verdad es que siempre se me había dado muy bien, al parecer, había heredado esa habilidad de mi padre. Cuando era más pequeña, muchas veces tocábamos juntos en el enorme piano de cola blanco que había en la esquina del salón. Me encantaba sentarme a su lado y jugar a competir con él para ver quién tocaba más rápido, o a copiar la pieza que interpretaba, mejor dicho, intentar copiar, porque mi padre era insuperable. Otras veces, me sentaba al piano sola y les dedicaba canciones a mis padres, a mi familia y sobretodo a Jake; todos me observaban engatusados, sin embargo, con él era diferente, su sonrisa era especial, siempre me hacía sentir la persona más importante del mundo. Incluso le grabé un CD para uno de sus cumpleaños con temas clásicos populares tocados por mí. Lo guardaba como oro en paño y era la única música clásica que escuchaba. Ahora a mí también me gustaba más otra clase de música, aunque seguía tocando de vez en cuando.
Los vampiros curiosos que nos visitaban no eran vegetarianos y algunos alargaban sus visitas hasta el punto que decidían quedarse una temporada. Eso implicaba que salían de caza, así que también afectaban a la tribu de Jake, por lo que a media mañana se transformaba de nuevo e iba a La Push con la manada y no regresaba hasta la tarde.
Cuando lo hacía en su forma lobuna, yo salía en su busca, corriendo por el bosque; se transformaba y pasábamos el resto de las horas juntos, jugando o charlando entre los árboles o en nuestro rincón. En cambio, otras veces volvía en su Golf rojo y me llevaba a La Push para que viese a Billy y al resto de los chicos de las dos manadas. Muchas veces, nos quedábamos en su garaje y me enseñaba cosas de mecánica o jugábamos con las piezas. Me encantaba observarle trabajar, el sitio, la grasa, el olor. Otras, nos íbamos a la playa a jugar con la arena y con el agua. En verano, solía llevarme a hacer excursiones por los bosques y acantilados de los alrededores, a recorrer a pie las sendas que había en parte del cauce del caudaloso río Quillayute, a pescar, a pasear por las marismas cercanas a la playa para observar las charcas llenas de vida que se formaban con la bajamar, y a las fiestas tradicionales quileutes, en las que había juegos. Eran los únicos momentos de mi vida en los que jugaba con otros niños, aunque con mucho cuidado, claro, Jake y yo seguíamos las pautas de mis padres a rajatabla. También me llevaba a visitar a Charlie, que cada vez que me veía abría los ojos como platos, aunque prefería no hacer preguntas y se limitaba a hacer su papel de abuelo, a abrazarme y besarme.
Pero hoy no estaba a mi lado y, mientras caminaba con mi madre, se me escapaba la vista para ver si lo veía…
Alice conducía el Volkswagen marrón metálico de mi padre a toda velocidad por la carretera que conducía al pueblo. Papá la había convencido para que me llevase en este coche, y menos mal, porque ella quería hacerlo en el flamante y caro Ferrari rojo que Jasper le había regalado. Ya llamaba bastante la atención este coche de gama alta y yo quería pasar desapercibida como otra estudiante más, cosa que no casaba mucho con la tía Alice.
La música estaba altísima y retumbaba en todo el vehículo, pero a ella no parecía importarle demasiado. Cantaba alegremente, igual de alto. Resoplé y bajé el volumen.
- ¿Qué pasa? – preguntó mientras cambiaba de marcha -. ¿No te gusta la ópera?
- Es que estoy un poco nerviosa y esta música me pone histérica – le respondí, apoyándome en el reposacabezas a la vez que miraba por el parabrisas.
- Ya – hizo una mueca -. Te falta Jacob.
La verdad es que sí. Estaba nerviosa por mi primer día en el instituto, mi primer contacto real y continuado con humanos completos, y necesitaba su apoyo y su calor. Pero también estaba preocupada por él y por la manada. Esos vampiros… ¿y si le había pasado algo, o a los chicos? ¿O a alguien de la tribu?
Rodeé la muñeca derecha, donde tenía la pulsera, con la otra mano.
- Espero que te guste tu habitación – espetó Alice de repente, seguramente para cambiar de tema y relajarme -. Lo he decorado de acuerdo a tus gustos. Ah, y también te he llenado el armario – dejó caer; yo puse los ojos en blanco y resoplé -. No empieces a poner caras raras antes de verlo – me advirtió antes de que yo pudiera acabar de resoplar -. He metido de todo un poco y creo que te gustará – me miró y frunció los labios -. Bueno, y tu madre también me ha ayudado – admitió.
Si mamá la había vigilado, seguro que la ropa me gustaría un poco más.
- Gracias – le dije con una sonrisa -, debió de costarte un triunfo no dejarte llevar.
Suspiró.
- Tu madre también es muy cabezota y puede ser muy persuasiva algunas veces.
Cuando empezamos a adentrarnos en el pueblo, aminoró la velocidad a una normal. Nos quedamos en silencio y, después de un rato, me miró, traviesa.
- ¿Quieres que te coja la mano y te acompañe hasta tu clase? - le puse cara como de no, gracias y se echó a reír con esa risa de duendecillo -. Creo que deberías de dejar esa manía de aferrarte a la mano de ese perro – empezó a hablar tan deprisa, que casi parecía que se iba a quedar sin aliento cuando empezaba la siguiente frase -. Eres como esos niños que siempre se agarran a su peluche y no lo quieren soltar y van con él a todas partes. Bueno, ahora eres mayor, empiezas al instituto y tienes que separarte un poco de él. Ya sabes que no dejan llevar mascotas a clase. Además, querrás que se te acerque la gente, ¿no? Si él fuera pegado contigo a todas horas…
Cuando me dio tiempo a asimilar todas las palabras que iba soltando por esa boca, me aparté del reposacabezas para mirarla fijamente.
- ¿Qué quieres decir? – la interrumpí.
Aunque lo había dicho en tono de broma, no sé por qué había algo que no me gustaba nada en todo ese discursito, sobretodo lo de separarme de él. Ya la conocía bastante bien y cuando hablaba así de atropelladamente, escondía algo.
Me miró con esos ojos dorados abiertos de par en par y puso cara de niña buena.
- Nada, sólo era una broma – me dijo con una inocencia sobreactuada.
Fruncí el ceño y abrí la boca para hablar, pero antes de que me diera tiempo, paró el coche.
- Ya hemos llegado – su sonrisa delataba alivio.
- Salvada por la campana – mascullé mientras abría la puerta para bajarme.
Me apeé del coche y saqué la mochila del asiento de atrás. Cerré la puerta trasera con un suave portazo y suspiré.
- Gracias por traerme – dije, sincera.
- De nada, cuando quieras. Estoy aquí, por si tienes problemas.
Asentí y la despedí con la mano, después, me encaminé hacia el edificio.
Ahora sí que empezaba mi nueva vida. Era mi comienzo.
El olor de la sangre humana era bastante fuerte y mis oídos se veían rodeados por cientos de latidos de corazón más lentos que el mío que bombeaban a diferentes ritmos y que provenían de todas partes. Nada que no pudiera controlar, al menos, al aire libre. Me giré y le levanté el pulgar a Alice en señal de que todo iba bien. Mi tía me sonrió, pero no se movió de su sitio.
Me percaté de que la gente me miraba mientras caminaba hacia el centro, pero me imaginé que, siendo nueva y en un pueblo pequeño como Forks donde se conocen todos, era normal. Respiré hondo y me adentré en el pabellón.
Jacob y yo habíamos recogido el horario con mis clases la mañana anterior y mis padres se habían empeñado en hacerme un plano a mano alzada del edificio que me había estudiado en casa, con lo cual ya sabía a dónde tenía que dirigirme.
Los pasillos y las aulas eran tan cual me los habían descrito mis padres. Ahora el efluvio que emanaba de la sangre humana era más intenso y también estaba más concentrado. Comencé a notar la acidez caliente de la sed al final de mi paladar, justo donde se junta con la garganta. Sin embargo, y como yo había esperado, tampoco se diferenciaba mucho de lo que sentía cuando estaba con mi abuelo o el resto de humanos que conocía. Era la misma sensación, sólo que un poco más fuerte, y, como me había pasado en el exterior, no era nada que no pudiera controlar perfectamente. Respiré aliviada y seguí caminando más tranquila, aunque otra cosa empezó a incomodarme, por vergüenza. El resto de alumnos se giraban a mi paso y se quedaban claramente boquiabiertos, así que aceleré un poco hasta que llegué a mi primera clase, que era la de Literatura.
Cuando entré en el aula, ya había muchos compañeros en sus asientos, así que eché una ojeada rápida para ver dónde me podía sentar. Con mis ojos de medio vampiro enseguida vi una silla vacía al lado de una chica morena de estética gótica y me dirigí hacia ella para preguntarle si estaba libre.
Me di cuenta de que nadie se sentaba ahí en el momento en que me acerqué y todos se giraron para mirarnos, luego me senté directamente. Ignoré a los demás.
Por el rabillo del ojo observé con más atención a la chica que se sentaba a mi lado.
Era morena, de pelo más bien castaño oscuro, largo y cardado. Iba entera de negro: la sombra de ojos, la línea dibujada bajo ellos, los labios, la ropa y hasta las uñas. Tenía un piercing de aro en la nariz y era bastante pálida. Su camiseta negra tenía la foto de un grupo heavy que yo no conocía y llevaba unas botas con hebillas por encima de los pantalones.
- Eres nueva, ¿no? – me preguntó ella de repente mientras masticaba un chicle.
- Sí – asentí.
- Me lo imaginaba – suspiró.
Al girarse y mirarme me percaté de que tenía los ojos dorados y me llevé una sorpresa, pero enseguida me di cuenta de que eran lentillas. Además, olía a humana.
- Me llamo Helen Spencer – y me extendió la mano.
Me pareció un nombre muy normal para una chica como ella, casi hasta demasiado dulce.
- Nessie Cullen – rodeé su muñeca con las dos manos por encima de su chaqueta a modo de saludo, para que no notase mi temperatura.
El señor Berty entró por la puerta y posó su maleta encima de la mesa. Todo el mundo se quedó en silencio y prestó atención a su puesta en escena. Nos dio la bienvenida y empezó su discurso de primer día de clase, presentándonos las lecciones que íbamos a dar y los libros que tendríamos que leer.
- ¿Qué horario tienes? – me preguntó Helen en voz baja mientras el señor Berty seguía su disertación.
Saqué el papel del bolsillo de mi pantalón y lo extendí en el pupitre.
- Mi siguiente clase es la de Cálculo – dije, poniendo el papel en el medio de las dos.
- ¡Anda! Es el mismo horario que el mío – sonrió con entusiasmo -. Si quieres, puedes sentarte conmigo en las otras clases – de pronto, cambió el semblante y bajó la mirada -, aunque, bueno, si no te apetece…
- Claro, no conozco a nadie – le correspondí la sonrisa de antes y ambas nos reímos por lo bajo.
Me extrañó que nadie se quisiera sentar con ella, me parecía una chica muy abierta y habladora. Me cayó bien.
El resto de la clase continuó con un poco más de discurso y concluyó con la introducción de la primera lección. Las demás clases fueron más de lo mismo: sermones de bienvenida, esquemas de las lecciones, etc. A medida que escuchaba los discursos de las futuras lecciones, me fui dando cuenta de que este curso iba a ser muy fácil para mí académicamente, ya que había dado la mayor parte del contenido del curso con mi padre.
A la hora del almuerzo fui con Helen a la cafetería, donde se iba a encontrar con sus tres amigas. Me había contado que, cosas del destino, no habían coincidido en ninguna clase. Insistió en que comiera con ellas y yo acepté, ya que no conocía a nadie más y no quería comer sola.
Cuando llegamos a la mesa donde se solían sentar, me sorprendió lo distintas que eran las unas de las otras.
Dos de ellas eran gemelas. Eran las típicas pelirrojas de ojos marrones con pecas, de pelo liso que les llegaba hasta los hombros, delgadas. Tenían la blanca piel llena de esos puntitos marrones, incluso las manos. La única diferencia entre ellas era que una llevaba flequillo y la otra no. Vestían muy diferente a Helen, más bien era un estilo más parecido al que llevaba yo ese día.
La otra era una chica con el pelo teñido negro azabache, ultra-liso, capeado y largo. Era muy guapa y llevaba bastante maquillaje, cosa que la hacía aparentar más edad. Estaba de pie, posando la bandeja de comida, y pude advertir que tenía muy buena figura, para ser una humana. Ésta vestía mucho más sotisficado que las demás chicas del instituto, con tacones de aguja incluidos. Sus ojos eran de color marrón oscuro y su tez era normal. Le habría encantado a Alice.
- Hola, chicas, os presento a Nessie Cullen – Helen me señaló con la mano mientras hablaba.
- Hola – dije tímidamente.
- Hola, nosotras somos Jennifer y Alison Jonson – dijeron las gemelas a la vez.
- Bueno, la del flequillo es Jennifer y la otra Alison – matizó Helen, riéndose las tres.
- Y yo soy Brenda Miller – ésta me sonrió con educación, pero me pareció que lo hacía sólo por eso.
- Bueno, ahora que ya las conoces, vamos a por nuestra comida o nos quedaremos sin nada en un abrir y cerrar los ojos – Helen me empujó suavemente hacia la cola -. No sabes cómo come aquí la gente.
Cogimos las bandejas y nos pusimos a la cola. Mientras esperábamos y avanzábamos lentamente, me di cuenta de que Brenda no dejaba de mirarme de arriba abajo.
- Sólo te tiene envidia – me dijo Helen cuando se dio cuenta y vio mi cara de extrañeza.
- ¿Envidia? ¿A mí? – ahora sí que estaba sorprendida.
- Claro, mujer - se rió -. A ella le encanta ser el centro de atención, y ahora llegas tú, y se lo quitas. Es buena tía, pero tiene ese defecto – se encogió de hombros -. No te preocupes, pronto se le pasará y le caerás bien, ya lo verás.
Llenamos las bandejas de comida y nos sentamos a la mesa.
- Menuda lata – se quejó Brenda, dirigiéndose a Helen -. Estamos todas separadas en todas las clases.
- ¡Nosotras no! – exclamaron las gemelas al unísono.
- Nos ha tocado a las dos juntas en todas las asignaturas, excepto en Cálculo – siguió Alison.
- ¡Qué suerte! – Brenda se acicalaba el pelo con la mano y hablaba a la vez – Yo tengo un compañero diferente en casi todas.
- Pues yo me siento con Nessie en todas las clases – contestó Helen, mirándome -. Tenemos el mismo horario.
Brenda me observó mientras se comía su ensalada de lechuga, tomate y poco más.
- Tienes un nombre bastante raro, nunca lo había oído – me dijo, pinchando las hojas de lechuga con el tenedor.
- Bueno, en realidad es una especie de diminutivo.
- ¿Y de dónde viene? – preguntó Jennifer.
- De Renesmee.
Se quedaron boquiabiertas durante unos segundos. A Brenda se le cayó el trozo de tomate que había pinchado, mientras me miraba con cara de espanto, y las otras tres seguían con la boca abierta. Me dio un poco de risa.
- Sí, lo sé – suspiré -. Es un nombre rarísimo. Por eso me llaman Nessie, es más sencillo y a mí me gusta.
Eso me hizo recordar a Jacob, puesto que había sido él el que me había puesto ese nombre.
- Renesmee – repitió Alison, sacándome de mis pensamientos.
- Mi madre tuvo la feliz idea – maticé esa palabra con sarcasmo - de juntar los nombres de mis abuelas: Renée y Esme – me encogí de hombros.
- ¿De dónde eres? – quiso saber Jennifer.
Eso no estaba dentro del plan. Cogí el ketchup y empecé a echarlo lentamente encima de mis patatas para darme tiempo a pensar. Cuando terminé, ya tenía la respuesta.
- Bueno, nací aquí en Forks, pero he llegado hace poco de Denali.
Había estado allí hacía dos semanas con mis padres para ver a Tanya y a su familia, así que no era mentira.
Otra vez recordé a Jake, en lo muchísimo que lo había echado de menos durante mi estancia en Denali. No había dejado de pensar en él en toda esa semana, en si estaría bien, en qué estaría haciendo en cada momento, en si me echaría tanto de menos como yo a él... Y eso que nos habíamos llamado todos los días y hablábamos durante horas. Todavía recordaba el larguísimo abrazo que nos habíamos dado a mi regreso, cuando él ya me esperaba en el porche de la casa grande.
Helen se quedó pensativa durante un rato, pero no tardó en preguntarme.
- Tu apellido me suena mucho. Tu padre no será el famoso doctor Cullen que estaba en el hospital hacía unos meses, ¿no?
Esto ya era otra cosa. Seguí mi plan al pie de la letra.
- No, en realidad es mi tío. Vivo con él y su mujer – seguí contando mi historia para evitar el interrogatorio -. Mis padres se quedaron en Denali, pero yo me vine porque aquí tengo mis raíces y a mis amigos – eso lo improvisé.
- Ese hombre se conserva muy bien – me dijo Helen -. No sé cuántos años tiene, pero aparenta unos treinta y poco.
- Ni siquiera yo sé cuántos tiene en realidad – eso era verdad -. Y él no lo dice nunca, es muy coqueto y se cuida mucho.
- Los famosos Cullen – masculló Brenda -. Entonces, tus primos son los Cullen que vinieron a este instituto.
¿Mis primos? No me había dado cuenta de ese detalle. Ahora mis padres y mis tíos eran mis primos, y mis abuelos eran mis tíos, qué enredo más gracioso.
- Pues sí – se hizo un pequeño silencio y cambié de tema, no quería más preguntas -. Así que os ha tocado separadas a todas.
- Eso parece – suspiró Brenda -. A todas, excepto a estas dos – y señaló a las gemelas.
- Nosotras siempre estamos juntas – dijo Jennifer.
- Somos una – continuó Alison.
- ¡Nadie nos puede separar! – exclamaron las dos a la vez, levantando los tenedores al aire.
Las dos se miraron y se echaron a reír. Su complicidad y sincronización me recordó una vez más a Jacob, a nosotros.
De pronto, la palabra separar hizo que me acordara del atropellado discurso de Alice de esta mañana mientras me traía al instituto, y noté un pinchazo en el estómago. Se me fue el apetito al instante. ¿Por qué lo habría dicho?
Durante el resto del día - después del almuerzo -, ya no podía prestar atención al resto de disertaciones de bienvenida y presentaciones de las lecciones de las clases que me quedaban, aunque no me perdía nada, casi me los sabía de memoria, eran más de lo mismo. En lugar de eso, no podía dejar de hacerme preguntas y de pensar en Jake.
¿Qué había querido decir Alice? ¿Es que me estaban ocultando algo? ¿Tendría algo que ver con que Jacob no me viniera a buscar esta mañana?
Entonces, un estremecimiento me recorrió el cuerpo cuando una vaga ocurrencia se me pasó por la cabeza. Vaga, porque incluso mi cerebro se negaba siquiera a insinuarlo. Me subió de los pies a la cabeza, rápido como el chispazo que sale al encender una cerilla, sólo que este era frío, helado.
A… Jake… le… ha… pasado… algo, tuve que obligarme a pensar las palabras una por una.
La profesora de Historia seguía escribiendo las lecciones del curso en la pizarra, cuando me levanté de sopetón del pupitre, arrastrando conmigo la silla.
Me levanté tan deprisa, que la silla salió despedida hacia atrás y chocó con la mesa posterior, produciéndose un ruido metálico por el deslizamiento de las patas. Toda la clase, incluida la maestra, se giraron después del sobresalto inicial.
Helen me miraba con el rostro aún más pálido de lo que lo tenía normalmente, seguramente porque ni siquiera se había dado cuenta de que me había levantado, dada la velocidad con que lo había hecho.
- ¿Señorita Cullen? – preguntó la señora Smith con un tono claramente irritado en la voz.
El nudo de mi garganta me hacía daño. Intenté que mi voz pareciera lo más segura posible.
- Tengo que llamar por teléfono. Es urgente – susurré al final.
La señora Smith se quedó mirándome durante unos segundos, analizando mi rostro de súplica, y asintió.
Cogí el móvil que mi padre me había metido en la mochila y salí disparada, como lo haría una humana, hacia el pasillo. Siempre había odiado esos trastos, pero en ese momento me pareció el mejor invento del mundo. Todos siguieron mis pasos con las cabezas.
Una vez fuera de la clase, cerré la puerta y marqué el teléfono de Jacob a la velocidad de un cohete. Si llamaba a mi casa y había pasado algo, seguirían con la farsa y no me enteraría de la verdad.
El tono del teléfono sonó cinco veces y nadie lo cogía. Seis. Siete. Ocho. Nada.
Me enganché el pelo de raíz con la mano mientras daba cortos paseos de acá para allá con nerviosismo.
Once. Doce. Trece…
Estaba a punto de colgar, ya desesperada, cuando alguien descolgó el teléfono.
- ¡¿Jake?! – de un brinco, me puse contra la pared, con la cabeza gacha, y apoyé la mano con el brazo estirado.
Me temblaban las piernas.
- No, soy Billy. ¿Eres tú, Nessie?
- Sí, ¿está Jake?
- No, no está aquí. ¿Qué te pasa? Pareces nerviosa.
Tal vez Billy no supiera nada. Tenía que ser cauta y actuar con sutileza.
- No, nada – intenté relajar el tono de mi voz -. ¿Sabes dónde está?
- Está en su garaje. ¿Te ha pasado algo? ¿Quieres que le llame para que se ponga?
Cerré los ojos y respiré aliviada. Me di la vuelta y me apoyé, más calmada, en el paramento.
- No, no te preocupes, tengo que ir a clase. Era una chorrada de las nuestras.
Billy se rió entre dientes.
Ahora ya no había razón para preocuparme ni para molestarle y, además, tenía que entrar en el aula.
Nos despedimos y colgué el teléfono.
Cuando entré en clase, todos volvieron las miradas hacia mí hasta que me senté de nuevo.
- ¿Era algo grave? – me preguntó la señora Smith desde la pizarra, bajando un poco sus gafas de pasta verdes.
Mis compañeros de clase se giraron para mirarme, expectantes ante la perspectiva de un nuevo cotilleo para el almuerzo de mañana.
Genial, pensé. Yo que quería pasar desapercibida, ahora era el centro de atención de toda la clase. Seguramente, al día siguiente lo sería de todo el instituto.
- No, era una falsa alarma, gracias – esta última palabra la dije bajito, entre dientes.
La profesora asintió, subiéndose las gafas de nuevo, y se giró para seguir escribiendo su interminable lista de lecciones.
Empecé a copiar lo que me había perdido y el resto de la clase transcurrió sin más problemas.
Habían pasado diez minutos desde que la señora Smith había terminado de escribir, cuando sonó el timbre de la que era mi última hora. La gente empezó a levantarse ruidosamente de su sitio, a excepción de algunos rezagados que seguían copiando.
Helen y yo salimos al pasillo, donde nos fuimos encontrando primero con Brenda y después con Jennifer y Alison.
A medida que nos acercábamos a la puerta de salida mientras charlábamos sobre las clases, se notaba una suave brisa que discurría por el pasillo y que se iba haciendo más y más intensa.
Aunque no habíamos salido todavía, mi olfato detectó enseguida un olor familiar que se mezclaba con el aire otoñal de fuera y con todos esos efluvios humanos. Ese aroma que me encantaba y que tanto había echado de menos esa mañana.
Jake había venido a buscarme.
A mí me encantaba su olor, desde siempre. No me olía a perro mojado, como decía mi familia. Aunque su sangre no era humana del todo y estaba mezclada con algo animal, olía extremadamente bien. Era extraño, porque su olor me parecía realmente delicioso, más que el de ningún otro ser, incluso lobo, pero no me daba sed, como sí me ocurría con los animales que cazábamos, o con los demás lobos, o con los humanos que ahora mismo me rodeaban. Jacob parecía estar en un lugar aislado y único, a salvo, al menos de mis colmillos. Su aroma me llamaba de otra forma, de un modo imposible de explicar. Su maravilloso efluvio, además, estaba vinculado al bosque, también olía a madera, a naturaleza, y su piel tenía algo aromático que me gustaba muchísimo.
Tuve que reprimir mis ganas de salir corriendo en su busca y tirarme a sus brazos. Después del susto de antes, era lo único que me apetecía hacer. Pero ahora ya sabía que estaba bien, y no podía dejar a mis nuevas amigas allí tiradas sin despedirme ni nada. Se habían portado muy bien conmigo.
Seguimos caminando despacio – a mí me pareció una eternidad – y al fin salimos al exterior, donde el olor se hacía más intenso y me indicaba hacia dónde tenía que mirar para verle: a la izquierda.
Giré la cabeza súbitamente en esa dirección y, por fin, le vi.
Estaba apoyado en su Harley Sprint, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, sonriéndome con esos dientes blancos suyos que resaltaban sobre su cobriza piel y mirándome con sus centelleantes y alegres ojos negros. Una ola de alegría invadió mi cuerpo nada más verle.
Aunque volví el rostro para despedirme de mis compañeras, no pude evitar echar fugaces vistazos a Jacob a cada instante.
- Bueno, chicas – comenzó a despedirse Helen -. Mañana nos vemos…
- ¡Hey, mirad a ese tío! – exclamó Brenda en voz baja antes de que Helen terminara su frase.
A las cuatro se les cayó la mandíbula y permanecieron así unos segundos mientras miraban a alguien. Brenda estaba frente a mí y su cabeza miraba hacia su derecha, que era mi izquierda…
Volteé mi cara y vi a varios chicos en el aparcamiento, junto a sus coches.
- ¿Cuál? – pregunté con curiosidad.
- El chico de la moto – cuchicheó Brenda sin quitarle ojo.
Un chico con moto… Miré de nuevo y sólo estaba… ¿Jacob? Todas le estaban mirando a él…
- ¿Qué le pasa? – miré a Jake sin comprender.
¿Es que tendrían prejuicios? Porque si era así, tendría que buscarme nuevas compañías. No me gustaba ese tipo de gente.
- ¿Estás ciega? Es muy guapo – mascullaron las gemelas al unísono entre risitas tontas.
- ¡Está como un tren! – exclamó Brenda con entusiasmo.
¿Qué? ¿Cómo? ¿Jacob guapo? ¿Mis nuevas amigas pensaban que Jake estaba como… como un tren?
Me quedé observándole y por primera vez mis ojos miraron de una forma extraña.
Su pelo negro lucía corto, a la moda, y hacía juego con sus expresivos y grandes ojos del mismo color. Su piel rojiza era de aspecto suave y hacía resaltar aún más sus dientes blanquísimos y perfectos. Llevaba una camiseta marrón de manga corta que marcaba sus músculos y dejaba al aire sus enormes y poderosos brazos, y unos oscuros vaqueros largos que no es que fueran ceñidos, pero, al igual que le pasaba con la camiseta, a él le quedaban algo ajustados.
La verdad, era bastante… ¿guapo? Yo diría más bien muy guapo, guapísimo. Tal vez sí que estaba un poco ciega, porque nunca me había fijado de ese modo.
- Nos está mirando – por su tono de voz, me percaté de que para Brenda ese nos era como un me -. Tiene una sonrisa preciosa.
Brenda le lanzó un guiño de ojo descarado a Jacob y le sonrió, cosa que me molestó bastante. ¿Qué fue eso? Le hubiera dado un puñetazo allí mismo, de no ser porque yo no era agresiva. Bueno, y porque le podría arrancar la cabeza de cuajo sin querer.
- No es de por aquí, debe de ser de la reserva – adivinó Helen –. Parece más mayor que nosotras, ¿cuántos años tendrá? Aparenta unos veinticinco.
- Me gustan mayores – espetó Brenda, jugueteando con el pelo sin apartar la vista de él.
Apreté el puño con fuerza.
- Parece un jugador de la NBA – añadió Jennifer, mirándole boquiabierta.
- Me encanta la NBA – siguió Brenda, haciendo lo mismo.
Rechiné los dientes.
- Me pregunto si vendrá a buscar a alguien – dijo Alison.
Mi oportunidad.
- Sí, a mí – intervine, adelantándome a Brenda, que ya estaba apuntito de decirlo para hacer la gracia -. Así que tengo que irme, chicas. Gracias por todo.
Empecé a trotar de camino a Jacob y las dejé atrás con los ojos abiertos por la sorpresa y la boca colgando. Por el rabillo del ojo pude ver que Brenda parecía pálida por primera vez. Solté una risilla maquiavélica.
- ¡Os veo mañana! – grité, alejándome trotando mientras me despedía con la mano.
Ahora ya no me importaba salir corriendo hacia Jake, es más, lo iba a hacer para darle una lección a esa descarada de Brenda.
Tiré la mochila junto a la moto. De un salto, me arrojé a sus brazos para abrazarle y me elevó por el aire, dando una vuelta mientras nos reíamos. Me posó en el suelo, apoyé mi mejilla en su cálido pecho y le rodeé el cuerpo con los brazos, apretándolo. Jake hizo lo mismo con los suyos, acercó su rostro a mi cabeza y me olió el pelo. A él también le encantaba mi olor.
- Qué efusiva. Veo que tú también me has echado de menos – susurró.
- Sí, mucho – hundí la cara en su pecho e inspiré para olerle.
- Qué, ¿no has intentado comerte a alguien?
- Muy gracioso – le respondí con retintín.
Jacob se rió.
- Bueno, prueba superada – entonces, su voz sonó más seria y muy cálida -. Estoy muy orgulloso, aunque siempre he confiado en ti.
- Lo sé – apreté mi abrazo -. Gracias, Jake.
- Así que ya has hecho amigas – cambió de tema.
Me aparté un poco de él para mirarle.
- Sí, al menos, lo son de momento.
- ¿De momento? – me miró extrañado -. ¿No te caen bien?
- Sí – hice una mueca -. Bueno, casi todas. La morena guapa – maticé esa palabra con intención - no me cae muy bien. Es un poco… creída.
- Ah, ya.
- ¿Cómo que ya? – me aparté un paso de sus brazos para ver mejor su rostro.
- Bueno – Jacob me soltó para ponerse a mi lado y me pasó el brazo por los hombros. Nos apoyamos en la moto y vi que ellas seguían en el mismo sitio, echando un vistazo de vez en cuando. Giré la cabeza para mirarle -. Verás, no sé si te has fijado, pero no hacía más que insinuárseme.
¿Que si no me había fijado? Hasta yo, que había tenido doce años hacía un mes y medio, lo había notado.
Me miró con una mueca sonriente, una de esas sonrisas torcidas suyas. Para mi asombro, parecía muy satisfecho. Fruncí el ceño de tal manera, que casi me hacía daño, y apreté tanto los dientes, que me rechinaron. A Jacob parecía encantarle mi reacción.
- Mira – siguió sonriendo, disfrutando -, vas a tener que pararle los pies, o mañana se me tirará al cuello a morderme.
Algo parecido a fuego me atravesó el cuerpo.
- A lo mejor es lo que quisieras tú – le solté mordaz.
Se carcajeó y me atrajo con fuerza contra su pecho. A mí no me hacía ni pizca de gracia. Le aparté y me crucé de brazos, enfadada.
Se quedó en silencio, mirándome con su sonrisa torcida.
- No te preocupes, no me gusta nada.
- Pues bien que te diste cuenta de sus insinuaciones – dije con sarcasmo.
- Soy un hombre. Cualquiera se hubiera dado cuenta.
Se rió como si fuera lo más normal del mundo y le miré boquiabierta, con la ceja levantada.
- Claro, si una chica guapa se te insinúa…
- No es tan guapa, lleva demasiado maquillaje.
- Veo que te fijaste poco en ella – seguí con mi sarcasmo.
- No me fijé, es que la estoy viendo desde aquí – me cogió la barbilla y giró mi cabeza en dirección a mis amigas.
- Ah – me empezó a dar un poco de vergüenza.
- Cuando estabas con ellas, te estaba mirando a ti – ahora hablaba más serio -. Sólo aparté la vista cuando me guiñó el ojo porque me hizo gracia, eso es todo – alegó, encogiéndose de hombros.
¿Pero a mí qué me importaba? ¿Por qué me tenía que dar explicaciones? Comencé a sentirme culpable.
- Bueno, no me importa, Jake. No me tienes que explicar nada, puedes hacer lo que quieras.
- Eso es lo que estoy haciendo – sonrió.
Se hizo un tímido silencio que rompió al cabo de un rato.
- ¿Qué? ¿Nos vamos? – preguntó, dándole un golpecito a la moto con la mano.
Me aparté de la máquina de un salto, con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿En la moto?
- Sí, quiero compensarte por lo de esta mañana. ¿Te parece bien?
¿Que si me parecía bien? Llevaba años queriendo subirme a la moto, pero ni siquiera Jake me dejaba porque era muy pequeña. Le abracé de nuevo.
- ¡Claro, Jake! ¡No sabía que me ibas a llevar en la moto!
- ¿Y qué te creías, que la traía de adorno para apoyarnos en ella?
Mi mejor amigo se subió a la moto y yo me monté detrás, después de ponerme la mochila a la espalda. El motor rugió con fuerza cuando la arrancó, haciendo que todos los que aún quedaban alrededor se giraran para mirarnos, incluidas mis nuevas amigas.
- ¡Agárrate fuerte! – gritó, a la vez que aceleraba.
Me aferré a su cintura y salimos disparados del aparcamiento en dirección a la carretera.
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.¡NO COPIES EL CONTENIDO!
Que bonito, me encanta, no puedo parar de leer. Uno más que ya son las 3 de la madrugada. Me encanta como te expresas.
ResponderEliminarGeeeeeeeeenial, sigue asi!!
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