Concurso de Fanfics

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El correo tendrá que contener: NOMBRE DEL AUTOR, TITULO DE LA HISTORIA, IMAGEN DE LA HISTORIA, TIPO Y CATEGORIA DEL FIC Y EL FIC.

CONCURSO:
TIPOS DE FICS:
  • Songfic
  • Real person
  • One shot
  • Fics completados
  • Fics sin completar
CLASIFICACIONES:
  • M - Mature (Adultos)
  • T - Teens (Adolecentes)
  • K - Kids (Todas las edades)
JURADO:
  • MIAW
  • MARIA
  • TAMARA
PREMIOS:
Recomendación: Mejor Escritor
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(los premios se darán al primer lugar de cada tipo de fics)
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lunes, 1 de agosto de 2011

SI DIESEN PREMIOS A LA ESTUPIDEZ, YO QUEDARÍA EL PRIMERO EN EL PÓDIUM, SEGURO [NUEVA ERA]


= PARTE DOS =
PROFECÍA
= JACOB =

No pegué ojo en toda la noche. A la mañana siguiente me levanté hecho trizas, los muelles de ese sofá se me habían clavado en el costado y en la espalda continuamente, recreándose en mi patético dolor para que sufriera más. De nada me sirvieron mis inútiles intentos por evitarlos, y, encima, ese asqueroso gusano que ya estaba dentro de mis sesos no me había dejado en paz durante mi desconcertado insomnio.
Tuve que esperar a que ella terminase de ducharse y se secara el pelo con ese secador que Rachel había dejado aquí, para pasar al cuarto de baño, ya que se había levantado muy temprano y se me había adelantado. En cuanto pasó a mi dormitorio, me levanté y entré.
Cuando terminé de ducharme y salí de allí para dirigirme a la sala, Billy ya había terminado de preparar el desayuno y estaba sentado a la mesa, junto a ella.
Me quedé trabado como un tonto al verla. Mantenía una animada charla con Billy y sus labios dejaban ver esa sonrisa tan dulce. Se percató de mi presencia enseguida y dirigió sus preciosos ojos hacia mí.
- Buenos días, Jake – me sonrió.
Cogí una buena bocanada de aire para que mi pulso se controlase y todo en mi organismo volviese a la normalidad.
- Buenos… buenos días – murmuré, enfurruñado.
Me obligué a mover los pies y me acerqué a la mesa para sentarme, eso sí, lo más alejado de ella que pude.
Pasé de charlar con los dos, no me apetecía, así que estuve todo el desayuno con la vista clavada en el plato. La verdad es que todavía tenía la cabeza como un bombo, y lo único que deseaba es que ella se fuera lo más pronto posible de aquí para seguir con mi vacía y patética vida, que se largase de una vez para, después, volver a reconstruir mis ruinas lo antes posible. Sí, porque eso es lo que era yo sin ella, las ruinas de algo, y ella había aparecido para patearlas una vez más, desperdigándolas por todos sitios en trocitos aún más pequeños.
El horizonte que se me planteaba a partir de este día en el que ella se marcharía otra vez era desolador. Ahora tendría que empezar de nuevo, tendría que volver a construir ese rascacielos infinito y cochambroso que no se terminaba nunca, que era incapaz de levantar y que estaba cimentado en arenas movedizas. Sí, eso es lo que era yo. Sin embargo, en este año no había puesto ni la primera piedra, y con su segunda marcha ahora los cachitos eran más pequeños, prácticamente se habían pulverizado. Y las arenas movedizas seguían engulléndome, ya me llegaban al cuello.
Me levanté el primero de la mesa. Recogí mi plato, lo llevé a la cocina y me dirigí al baño para lavarme los dientes. Mi pericia con la pasta dentífrica hizo que me manchase la camiseta.
- Mierda – mascullé, escupiendo el último enjuague de mi boca.
Intenté limpiarlo con la toalla, pero el blanco de la pasta se quedó bien incrustado en el negro de la tela.
Guay.
Suspiré y salí de allí para entrar en mi habitación. Me dirigí al armario, cogí otra camiseta limpia y me cambié. Iba a salir de nuevo, cuando algo captó mi atención, y me detuve.
Ella había dejado varias cosas sobre la cama para guardarlas después en su mochila. Había algo de ropa, entre la que se incluían esos shorts rosa pastel, una caja metálica, un monedero pequeño y el recipiente de lo que parecía ser un medicamento.
Mis ojos se abrieron como platos y mi respiración comenzó a escapárseme con agitación cuando vi de qué se trataba ese medicamento. No era un medicamento. Ese recipiente lo conocía muy bien. Era ese pastillero de forma elíptica, con los días de la semana marcados en el borde. Eran esas píldoras anticonceptivas que Carlisle le conseguía.
Mis manos se cerraron en puños apretados y la camiseta que sostenía una de ellas se cayó al suelo.
No… no podía ser… Ella… se… con ese…
Noté su presencia en la habitación, detrás de mí, y me giré lentamente. No pude evitar que mis pupilas se clavasen en ella con esa mezcla de angustia y reproche. Sus ojos, en cambio, parecían alertados por mi descubrimiento, casi diría que con una gran preocupación.
- Jake, no… no es lo q... – alegó con voz queda, suplicándome con la mirada.
Pero mi mente ya comenzaba a crear su propia película. Llevé mis manos a mi pelo con nerviosismo y rabia, y mis pies empezaron a moverse de aquí para allá, tratando de que esa maldita imagen se largase de mi cabeza. No podía soportarlo, no podía soportarlo…
- Jake, por favor, escúchame - se acercó hacia mí y llevó su mano a mi brazo.
- ¡No me toques…! - mascullé, apretando los dientes con furia, esquivándola con brusquedad mientras la miraba con esa condena inevitable, con esa acusación, esa rabia, esa ira que ya empezaba a carcomerme con voracidad.
No, no podía soportarlo.
Salí de la habitación con urgencia, tenía que pirarme de allí, alejarme todo lo posible, sin embargo, ella empezó a seguirme.
- ¡Jake! – sollozó mientras caminaba detrás de mí -. ¡Jake, escúchame! ¡No es…! ¡Son para…! ¡Las tomo para nuestra lu…! – las frases se le quedaban colgando en la garganta -. ¡Jake! – lloró.
- ¿Qué pasa? ¿A dónde vas? – preguntó Billy en mi trayecto.
Abrí la puerta de casa de un bandazo y eché a correr a toda velocidad hacia el bosque. No sé por qué coño no me transformé, bueno, sí, porque lo único que quería era destrozar algo, destrozarlo como un hombre.
- ¡Jake, espera! – gritó ella a mis espaldas.
No, no podía soportarlo. Esto era demasiado doloroso para mí, demasiado, era una tortura, me quemaba por dentro. Porque la sola idea de que otro hombre pudiese gozar de su piel, de que le tocase uno solo de sus cabellos, me volvía completamente loco, la ira que se encendía en mí me cegaba.
¡No! ¡No lo soportaba!
Los dientes me rechinaron tanto, que la mandíbula hasta me dolía, de lo que apretaba, casi se me parte en dos. Le di un fuerte puñetazo a una rama que se interpuso en mi camino, la cual salió despedida en astillas, y aceleré. No tardé mucho en sacarle ventaja y en esquivarla.
No era tan idiota como para pensar que ese desgraciado con el que estuviera no la besaba, y sabía de sobra que habría más cosas, sin embargo, algo dentro de mí siempre me había dicho que ella no se iba a entregar a él, que ella jamás sería completamente suya, que eso era imposible. No, no podía creerlo, ella no. Era imposible. Eso me había mantenido más o menos cuerdo todos estos meses. ¡Estúpido! ¡Estúpido de mí! Jamás me había imaginado que iba a chocar con esto de morros y tan directamente, tan claramente. Era como un escupitajo en la cara.
Intenté evitar que esa sucia y cruel imagen se proyectase en mi más que martirizado cerebro, porque la vaga idea me hacía perder el control, llevaba esta lengua de fuego por todo mi cuerpo y llenaba mi cabeza de cosas innombrables, pero fue inútil. La película de otro hombre osando a poner sus sucias manos sobre mi ángel me cegó del todo.
Me lié a golpes y patadas con todo lo que encontré a mi paso, ramas, troncos, rocas… Todo, todo me servía para sacar esta cólera rabiosa y celosa que llevaba dentro y que me quemaba. Ardía, mi sangre ardía. Mis nudillos ya estaban en carne viva, pero me importaba una maldita mierda, antes de que la sangre que resbalaba por mis manos consiguiera tocar tierra, ya se estaban curando. Además, ese dolor no era nada comparado con el que afligía a mi corazón. Estúpido corazón, todavía latía por ella.
Quebré varios árboles y le hice una poda a otros cuantos, hasta que ya me quedé sin fuerzas y me detuve, agotado.
Apoyé mis ensangrentadas manos en el tronco de un pino y me incliné hacia delante para calmar mi rabiosa respiración, estrujando los párpados y los dientes.
Las heridas de mis manos ya se habían curado, aunque la sangre seguía en ellas, sin embargo, la herida de mi corazón se había abierto de par en par, éste sí que sangraba a chorros.
Escuché sus pisadas detrás de mí y se detuvo a mis espaldas, quedándose en silencio. Podía notar su mirada clavada en mi nuca.
No podía creerlo. ¿Por qué me seguía? ¿Por qué no me dejaba en paz? ¿Es que le divertía seguir torturándome?
- Lárgate – mascullé, rechinando los dientes con rabia.
- Jake, quiero explicarte…, pero no… – se lamentó, con un evidente nudo en la garganta mientras recogía las manos en puños apretados.
Hablaba como si estuviese desesperada. ¿Desesperada? ¿Y cómo tenía que estar yo?
Me giré con brusquedad para quedarme delante de sus narices.
- No quiero explicaciones – le respondí igual que antes -, quiero que te vayas.
- Tienes que creerme – imploró con los ojos llorosos -. No hay… - su voz se quedó atascada -. Tú eres el…
¿Qué le pasaba? ¿Es que le había comido la lengua el gato?
- ¿A qué has venido a La Push? – inquirí, más que enfadado, sacando todo el reproche que llevaba dentro -. ¿Has venido a regodearte? ¿A ver lo infeliz que es Jacob Black?
Su rostro se retorció en dolor.
- Claro que no – respondió -. Yo te… No quiero que sufras.
- Es demasiado tarde para eso, ¿no crees?
- Si me dejaras explicarte que… - y enmudeció de nuevo -. No es lo que… Yo también…
Sus manos subieron a su cabello con agitación y ansiedad.
- No hay nada que explicar – afirmé, dando paseíllos de aquí para allá, irritado -. Me abandonaste, me dejaste tirado como a un perro a dos días de la boda.
- No fue… Eso no… - su rostro se retorció más, cerrando los párpados.
Me paré en seco frente a ella.
- ¿Quieres saber por lo que pasé? – le solté, preparando mi arsenal de reproches. Ya puestos, iba a desahogarme -. Fui a buscarte – le confesé, enrabietado. Abrió los ojos de sopetón para mirarme sorprendida -. Me pasé llorando dos días, sentado en First Beach por si aparecías, por si te arrepentías. Pero no apareciste. Y aún así, salí en tu busca, soy un imbécil – reconocí, llevando mi mano a mi nuca mientras miraba hacia otro lado y rechinaba los dientes -. Adivina cuál fue el primer sitio al que fui a buscarte – y giré el careto para mirarla. No me contestó, se limitó a observarme con esos ojazos llenos de una mezcla entre horror e incredulidad -. Exacto, a Anchorage.
- Eso… eso es imposible – murmuró, confundida -. Mi padre… - y miró al suelo, como si hubiese caído en algo.
- En mi forma lobuna es muy fácil deshacer las ondas que desprende tu padre, mi don espiritual las pulveriza como si fuesen humo – declaré con un poco de altivez ácida. Ella alzó la vista, asombrada -. Así que él no podía hurgar en mi mente y no notó mi presencia. Adivina qué se cocía en la casa – seguí con mi juego de las adivinanzas, pero ella tampoco respondió esta vez -. Estaban hablando de tu boda – mi boca se negaba a pronunciar ese vocablo que ahora era tan amargo -, de tu boda con ese tipejo con el que estés – no pude evitar matizar la palabra con ira.
- ¿Qué? – musitó sin creérselo.
No se esperaba que yo me hubiese enterado, eso se notaba.
- Me dejaste para casarte con él – mascullé con rabia.
Pronunciarlo en voz alta me dolió como si me hubiesen sacado el hígado de cuajo.
Su lengua se quedó parada en el paladar.
- Jake, escucha… - murmuró después con voz trémula, acercándose a mí con ansiedad.
La esquivé y seguí con mi monólogo de patéticas confesiones, entre paseos intranquilos.
- Después de escuchar eso, me largué durante meses – revelé, dolido y enfadado.
- Cinco meses – acertó.
Me paré para mirarla alucinado. ¿Cómo sabía eso? Bueno, aunque enseguida supe la razón. Billy debía de habérselo dicho en algún momento, mientras me estaba duchando o algo. ¿Sería bocazas?
- Sí, cinco meses – reconocí, cabreado -. Cinco malditos meses. Hasta que regresé. Este año ha sido un infierno para mí, no te puedes imaginar cuánto.
- Lo… lo siento – se aproximó a mí, otra vez con los ojos suplicantes y llenos de ansiedad -. No te imaginas lo que me… Verte así me… - llevó la mano a la frente, parecía frustrada por algo.
Volví a apartarme de ella. No quería mirarla.
- Lo teníamos todo, creía que éramos felices – seguí, paseando frenéticamente a la vez que mi mano se aferraba a mi corto pelo.
- Jake, no lo entiendes, no es… Yo te… - miró a un lado con nerviosismo y giró su rostro hacia mí de nuevo -. Anchorage. ¿Te acuer…? Recuer… lo que te… La pro…
Ella también llevó la mano a su cabello con desesperación. ¿Qué le pasaba? ¿Acaso no tenía agallas para decirme la verdad?
- Recuer… la pesa…- cerró los ojos como esforzándose y los volvió a abrir para seguir hablando -. Los mal… Los sueños a veces se cumplen – y se quedó mirándome, esperando algo.
- Los sueños – repetí, expulsando el aire por la boca con enfado -. Seguro que los tuyos se han cumplido del todo, ¿verdad?
- No es eso a lo que me… - y su lengua se detuvo otra vez.
- Pues los míos se han roto del todo – confesé, dolido, preguntándome a mí mismo por qué era tan estúpido por rebajarme a este nivel -. No tienes ni idea de lo que he pasado. ¿Y ahora apareces otra vez, pidiéndome que te lleve a no sé qué mierda de montaña de Canadá? – bufé.
- Sí, ya… ya sé que suena muy raro – asintió nerviosamente, cerrando los ojos. Luego, los abrió para clavarlos en los míos con prisas -. Pero tienes que confiar en mí, no queda mucho tiempo.
- ¿Confiar en ti? – cuestioné con una acidez que me raspó hasta la garganta -. ¿Después del daño que me has hecho?
- Te juro que yo no… - su desesperada voz se paró abruptamente.
Sus pies comenzaron a moverse de aquí para allá mientras estudiaba el suelo como si estuviese buscando algún tipo de respuesta en él.
No entendía su actitud, estaba rara, se la veía muy nerviosa.
De pronto, se detuvo y se quedó frente a mí.
- Mira esto – y alzó la mano para ponerla en mi mejilla.
¡Uf! Eso sí que no. No quería más recuerdos, los pocos que yo mismo me atrevía a insinuar ya me hacían demasiado daño. No podría soportar que apareciese ese… cretino en alguna de sus imágenes. No quería saber cómo era, quién era. Eso haría que perdiese la cabeza del todo.
- No, apártate – rechiné los dientes, moviéndome a un lado para esquivar su mano -. No quiero que me toques.
- Por favor, Jake – suplicó, mirándome con unas pupilas ansiosas y húmedas -. Tienes que llevarme a esa montaña, y tenemos que partir ya mismo. Es muy urgente.
- No, no pienso llevarte – me negué, hablando con rabia -. Lo único que quiero es que te largues de aquí y me dejes en paz.
- Jake, por favor – siguió, lloriqueando -. Ojalá pudiera…, pero no… Sólo te pido que confíes en mí.
Pero, ¿por qué me hacía esto? Y encima, se ponía a lagrimear. Eso me hería más, porque, para colmo, no soportaba verla llorar. Sí, eso hacía que mi corazón se ablandase, y no podía permitirlo, era demasiado peligroso. Mi confuso miedo produjo en mí una reacción antagónica, mi mecanismo de defensa saltó como un automático eléctrico y me hizo responder con cólera. Solté las palabras casi sin pensar.
- ¡He dicho que no! – grité, furioso -. ¡¿Es que no lo entiendes?! ¡No quiero tenerte delante! ¡No quiero olerte, no quiero verte, no quiero notar tu presencia! ¡Me dan náuseas! ¡Quiero que te largues, que salgas de mi vida ya! ¡No te soporto! ¡Te odio, ¿me oyes?! ¡Te odio!
En cuanto terminé esa parrafada, ya me arrepentí.
Su hermoso rostro fue barrido por el dolor que mis crueles y falsas palabras le causaron. Sus ojos desbordaron más lágrimas mientras hacía negaciones con la cabeza y, cuando me quise dar cuenta, ya estaba echando a correr entre los árboles, perdiéndose de mi vista.
Mi corazón saltó, tocado y angustiado. El sentimiento de culpabilidad me barrió de arriba a abajo como un tsunami imparable.
- Mierda – masculle en voz alta, enfadado conmigo mismo por espetar esas frases que no sentía de verdad -. ¡Mierda! ¡No, espera!
Y ahí me tenías, corriendo detrás de ella como un auténtico idiota. ¡Arg, sí, era idiota, idiota! Porque estaba herido de muerte, pero, aún así, de pronto sentí que no podía dejarla marchar, y encima se había ido ella sola.
La busqué ansiosamente entre los árboles, ella me había sacado algo de ventaja y ya no la veía. Corrí como un poseso, guiándome por su maravilloso aroma.
¡¿Por qué había sido tan ruin?! Eso había sido un golpe bajo, demasiado mezquino, demasiado. Y demasiadas mentiras juntas.
Su olor se concentró en una zona más boscosa y aceleré.
La divisé entre los árboles y, entonces, mis ojos se abrieron como platos, haciendo que mi fuego saltara como un resorte rabioso.
- ¡No! – gritó, cayéndose hacia atrás.
Fue imparable, instantáneo, no lo dudé ni un solo instante.
Salté en esa dirección y me transformé en pleno vuelo, aterrizando justo delante de los tres vampiros para interponerme entre ellos y mi ángel, rugiéndoles en la misma cara como una fiera salvaje. Nadie la tocaría. ¡NADIE!
- Es él – habló uno de ellos.
Parecían asombrados por mi presencia, como si no se la esperasen.
Volví a rugir con cólera incontrolada, provocando la escapada de varios animales, y noté cómo ella se levantaba para quedarse detrás de mí. Eso me tranquilizó, estaría más segura en mi retaguardia. Aunque tampoco entendí por qué no se transformaba. Bueno, estos tres no eran nada para mí, así que, pensándolo bien, lo prefería.
Ese trío lucía sus asquerosas almas putrefactas de color malva, y también percibí un ligero vaho que me mostraba el temor que les infundía, pero algo me extrañó de ellos. No olían absolutamente a nada.
Más o menos me di cuenta del por qué. Debajo de la segunda piel de sus condenadas almas, había otro envoltorio de color grisáceo. Éste les cubría completamente, y era apagado, no brillaba. No entendía muy bien a qué se debía esto, pero estaba más que claro que eso era lo que anulaba su repelente olor.
Malditos chupasangres. Siempre buscando trucos baratos para confundirnos.
No les di opción a charlas, y tampoco me fijé en ellos mucho más, para mí eran todos iguales, solamente en que iban completamente de negro. Esas sanguijuelas formaban parte de aquellos que la estaban persiguiendo. Eso era más que suficiente para que mi furia explosionara como la lava de un volcán.
Me abalancé hacia ellos sin un atisbo de duda, rugiendo con más que ira. Dirigí mi primer ataque al que rezumaba más vaho. Miedica. Su impresión y su terror fue su perdición. Nunca dejes que un lobo te huela el miedo, eso es toda una invitación. Le arranqué la cabeza de cuajo en pleno vuelo y la lancé con saña hacia un lado. El cuerpo se desplomó en el suelo, pero la cabeza chocó con el tronco de uno de los árboles que nos rodeaban, provocando en el mismo una enorme fisura, y se quedó a unos pocos metros, con ese patético horror todavía dibujado en el careto.
Los otros dos intentaron asaltarme de frente, pero yo no vacilé en ningún momento. Me lancé a por ellos con la misma rabia, sin embargo, uno de ellos pegó un elevado brinco y saltó por encima de mí, pasándome de largo.
- ¡No! – volvió a gritar ella a mis espaldas.
¡No la toques!, rugí con cólera, dándole un fuerte empujón al que tenía delante para poder darme la vuelta e ir a por el otro.
Llegué a ese chupasangres y le destrocé el brazo de una dentellada antes de que él consiguiera agarrarla para llevársela. El vampiro empezó a bramar de dolor mientras se retorcía y se sujetaba lo que quedaba de su asquerosa extremidad.
Y, entonces, me quedé a cuadros cuando me fijé en ella.
Su alma refulgía con esa luz dorada, pero ella también estaba envuelta con algo debajo. Su envoltorio no era esa capa grisácea que lucían esos chupasangres, sino que se trataba de una especie de red negra más parecida a una tela de araña cuyo epicentro se concentraba en la boca, distribuyéndose a partir de ahí hacia el resto del cuerpo.
¿Qué demonios…?
- ¡Jake, cuidado! – chilló de pronto.
Noté un fuerte impacto en mi lomo, una apisonadora que me empujó y me arrojó al suelo, arrastrándome varios metros.
- ¡Jake! – gritó ella, horrorizada.
Mierda, eran más buenos de lo que creía. Estos no eran como esos vampiruchos nómadas que venían en busca de emociones fuertes. Estos estaban preparados, bien preparados.
Me quedé sin respiración durante un par de segundos, sin embargo, enseguida reaccioné. Pude ponerme en pie antes de que el vampiro del muñón llegara hasta mí con un salto para aplastarme y continuara así el ataque de su compañero.
Pero no desaproveché esa acción suya. Ni hablar.
Cuando estaba aterrizando, mis fauces le sujetaron por los pies con un movimiento súbito y tiré hacia un lado. El vampiro del muñón se estampó de morros en el terreno y aproveché ese preciso momento para lanzarme hacia él con rapidez.
Sus gritos fueron estremecedores, tanto, que podía notar el vaho de su compañero rezumando en el ambiente con frenetismo. Intentó luchar, pero fue inútil. Lo desmembré con una saña rayana en el sadismo puro y duro, hasta que su destrozada cabeza también terminó rodando unos metros.
Me erguí con poder y autoridad y me planté delante del otro chupasangres, rugiéndole en la misma cara. Su vaho húmedo, frío y azulado casi llegaba hasta el cielo.
Se dio la vuelta con un movimiento casi imperceptible y echó a correr repentinamente. Sin embargo, yo no le di cuartel.
Salí despedido detrás de él y, de un potente salto, lo abatí como si de un tigre me tratase, arrojándolo al suelo para despedazarlo entre mis gruñidos y sus gritos de delirio.
Dejé esa porquería en el suelo cuando terminé del todo, escupiendo el último trocito.
- Jake – murmuró ella, ansiosamente, acercándose a mí para abrazarme.
Di un paso hacia atrás para apartarme y ella se detuvo. Observé frenéticamente esa tela de araña que la envolvía y le eché un vistazo a los cuerpos destrozados que se repartían por el suelo. Sus oscuras almas aún relumbraban, éstas estaban llamando a los trocitos para revivirlos de nuevo, y esos envoltorios grisáceos seguían rodeando cada parte de sus cuerpos.
No sabía qué era, pero todo esto me daba muy, muy mala espina. Podía oler el inminente peligro, lo intuía. Entonces, esas palabras de Bella vinieron a mi cabeza para repetirse con urgencia, rebotando con todas las partes viscosas de mi cerebro: por favor, Jacob, Renesmee se morirá si no la llevamos allí antes de seis días.
Alcé la cabeza y mis ojos se toparon con los de ella, que me miraban implorantes, suplicantes.
No, no quería llevarla a esa montaña, pero, ¡mierda, mierda, mierda! Era esta estúpida pulsión. ¡Maldita sea! Ahora que había visto el serio peligro que corría, no podía dejarlo estar. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? Sí, definitivamente era un idiota, un tonto. Porque daba igual que me hubiese dejado por otro, yo siempre la protegería. Siempre, hasta la muerte. Acababa de hacerlo ahora mismo.
Además, ese imbécil con el que estuviera no debía de servir ni para ayudarla a cruzar un charco.
Eso sí, no pensaba ir solo con ella. Lo mejor era que alguien de la manada nos acompañase, cuantos más mejor. Mejor para protegerla, y mejor para no estar a solas con ella. Iba a tener que verla a todas horas, pero por lo menos…
Mis rapidísimos y neuróticos pensamientos enseguida se toparon con otro detalle, uno muy importante. Sólo tenía cinco días para llevarla a esa montaña, quien quiera que la estuviese persiguiendo ya había dado con ella aquí, y era alguien muy peligroso. Ahora mismo no teníamos tiempo para explicaciones, tenía que sacarla de aquí ya.
Vámonos de aquí, le dije con ansiedad, empujándola con el hocico para que echase a andar.
- Tengo que coger la mochila – me indicó, interpretando perfectamente mis gestos -. Es importante.
Gruñí con desaprobación, pero si íbamos a ir a una montaña, necesitaría ropa de abrigo.
Bueno, está bien, bufé, cambiando de dirección. Vamos a por esa dichosa mochila.
Ella solamente escuchó mis gañidos y resoplidos, pero fue suficiente para que supiera lo que quería decir.
Galopé un poco más despacio para que ella pudiera seguir mi ritmo y comenzamos a dirigirnos a mi casa.
Me conecté para pedir ayuda automáticamente.
Quil, Embry, necesito que organicéis un grupo ahora mismo, les pedí. Tenéis que venir conmigo.
Algo captó mi atención en las imágenes que comencé a distinguir, pero Quil se adelantó a mi pregunta.
¡Ahora mismo no podemos! ¡Estamos luchando con unos chupasangres!
Malditos nómadas…, gruñí.
¡No, no son nómadas!, me aclaró mientras seguía peleándose con uno. ¡Estos saben luchar bien, y van completamente de negro! ¡No sabemos quién demonios son, pero estaban por todas partes, Jake, y ni siquiera les habíamos olido!
Mi mandíbula se cerró audiblemente cuando escuché eso. Ya estaban aquí, y eran muchos.
Son ellos, mascullé con rabia, para mí mismo.
¡Tendrás que ir tú solo a esa montaña con Nessie!
¿Pero qué…? ¿Ya estaban al tanto?
¿Cómo demonios sabes de qué se trata?, quise saber.
Vi cómo le arreaba un golpe a uno de ellos para quitárselo de encima.
¡Los Cullen han estado aquí esta mañana y nos lo han contado! ¡Fue gracias a ellos que descubrimos a todas estas sanguijuelas!
¡¿Los Cullen han estado ahí?! ¡¿Han vulnerado el tratado?!
Genial. Habían estado esta mañana, y seguro que ya se habían largado para dejarme a mí todo el marrón.
¡No, bueno, no han sido ellos exactamente, pero no tengo tiempo de explicártelo!, le metió una buena dentellada a otro y lanzó su brazo a un lado. ¡Al parecer, estos miserables llevaban una larga temporada…!, su pensamiento se quedó trabado, como si tuviese interferencias o algo así. Mierda, no puedo ni pens…, resopló y siguió pensando. ¡Ve yendo tú con ella, nosotros te alcanzaremos más adelante, cuando nos libremos de estos vampiros!
No me gustaba esa idea. No me gustaba nada. Pero, mierda, lo primero era su seguridad, y estaba claro que esos chupasangres que la perseguían lo hacían con mucho ahínco, puesto que ya habían dado con ella, y eso que solamente llevaba una noche aquí.
Gruñí con desagrado.
¡Está bien!, acepté de mal humor. ¡Me adelantaré yo con ella, pero tú y Embry organizaos con un grupo lo más pronto posible! ¡Ah, y por aquí también hay porquería que quemar! ¡No tardéis!
¡Entendido! ¡Bueno, ya estaremos en contacto! ¡Te dejo, que tengo jaleo!
Volví a gruñir y me desconecté.
- ¿Qué pasa? – quiso saber ella, que no se le escapaba ni uno de mis gestos.
Nada, resoplé, sacando el aire por las narices.
También entendió eso.
Y seguimos galopando. No mucho más, ya que, en un momento, estábamos en mi casa.
No hizo falta ni que se lo insinuara. Yo me quedé fuera, esperando, ella entró, se asomó a la ventana de mi dormitorio y me lanzó unos pantalones.
En cuanto me transformé y me los puse, pasé dentro.
- ¿Qué pasa? ¿Qué es esta revolución? – inquirió Billy.
- No tengo tiempo de explicártelo – le contesté, apartando las cortinas para echar un vistazo al exterior. Después me alejé de la ventana para caminar hacia mi cuarto -. Me la llevo de aquí – me asomé por la puerta para ver si ella ya había terminado de una maldita vez –. ¿Te queda mucho? – resoplé.
- Ya casi estoy – respondió ella, que ya estaba cerrando esa dichosa mochila.
- Así que finalmente vas a llevarla a esa montaña – adivinó mi viejo con una cara de satisfacción y aprobación enorme.
Me giré hacia él, con las cejas hundidas sobre los ojos.
- Será mejor que se te borre esa estúpida sonrisa de la cara – le advertí -. Parte de la manada vendrá con nosotros.
- No – desaprobó, sorprendido.
- Sí – aprobé yo.
- Recuerda lo que hablamos – cuchicheó.
- El resto de la manada se quedará aquí para proteger a la tribu, por si acaso, así que estaréis seguros – disimulé yo, pasando de esas palabras que alimentaban a mi gusano.
- Ya estoy – irrumpió ella, saliendo de mi dormitorio con la mochila a la espalda.
- Bien, vamos – apremié, caminando hacia la salida con prisas.
Ella me siguió sin rechistar.
- Hasta luego, Billy – se despidió -. Muchas gracias por todo.
Mi viejo se rió entre dientes.
- Suerte – nos deseó él cuando abrí la puerta, aunque supe que ese suerte iba dirigido a mí.
El muy idiota…
Le dediqué una última mirada asesina y salí de allí, seguido otra vez por ella.
Corrimos hacia el bosque, mientras yo vigilaba los alrededores, y nos introdujimos entre los árboles.
- Voy a cambiar de fase – le anuncié.
- No, ¿por qué? – rebatió -. Tengo dinero, podemos ir en coche hasta la frontera y alojarnos en algún motel allí.
¡Uf! No, no, ni hablar.
- Eso ya nos llevaría doce horas, y sin hacer ninguna parada para descansar. Llegaremos más pronto si viajamos con mis cuatro patas – declaré, echando a andar hacia el tronco de un árbol para ocultarme.
- Vale – aceptó ella, aunque no parecía muy conforme.
Me quité esos pantalones negros, los até a esa dichosa cinta y me transformé en lobo.
Sacudí un poco mi pelaje y salí de mi escondite, echándome delante de ella.
En fin, esto tampoco es que fuera de mi agrado, ya que también hacía que esos recuerdos que ahora eran tan dolorosos quisieran plantarse en mi más que tarado cerebro, pero cuanto antes llegásemos a esa mierda de montaña, mejor.
Sí, estaba tarado, chiflado, no sé por qué hacía esto.
Dio un paso atrás para coger impulso y saltó sobre mi lomo. Se acomodó entre mis paletas, y cuando noté que se agarraba bien, estiré mis patas para levantarme.
No perdí más tiempo. Primero empecé con un trote, seguí con un suave galope, cerciorándome de que ella estaba bien sujeta, y metí la quinta, saliendo disparado por los interiores del bosque para iniciar esa carrera hacia las montañas de Canadá.
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.
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