Concurso de Fanfics

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CONCURSO:
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  • Songfic
  • Real person
  • One shot
  • Fics completados
  • Fics sin completar
CLASIFICACIONES:
  • M - Mature (Adultos)
  • T - Teens (Adolecentes)
  • K - Kids (Todas las edades)
JURADO:
  • MIAW
  • MARIA
  • TAMARA
PREMIOS:
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miércoles, 16 de marzo de 2011

REACCIONES [DESPERTAR]

= LIBRO UNO =

RENESMEE


La débil lluvia se había convertido en niebla sin darse cuenta. Se colaba entre los rojos árboles otoñales como si fuera un humo espeso y pesado y hacía del bosque un sitio tenebroso. Apenas se podía ver nada, pero a mamá no parecía importarle. Quizás ella sí podía ver más allá de esa densa cortina.
- ¿Qué tal te ha ido hoy en el instituto? – me preguntó.
- Bien, me parece que me va a ser más fácil aprobar de lo que creía.
Mamá se rió con su voz musical.
- Eres tan lista como tu padre.
- No. Es que papá me ha enseñado demasiado, tuvo mucha prisa – me reí.
- Bueno – ahora hablaba más seria -, él no pensaba que te fueras a matricular en el instituto y quería que tuvieras una buena formación académica. Además, has crecido tan rápidamente, que nos has pillado un poco desprevenidos.
- Sabíais que lo iba a hacer pronto. Aunque me imagino que si hubiera sido por vosotros, no habría crecido nunca - suspiré.
- No es eso. Es que todo esto de Jacob… - dejó la oración en el aire.
- ¿Qué pasa con Jake? – pregunté, extrañada.
Mamá se quedó pensativa, parecía estar buscando las palabras adecuadas a lo que me tenía que decir.
- Deberíais de cortaros más – soltó finalmente.
- ¿Cómo? - no entendía nada.
- Tu padre puede verlo todo a través de vuestras mentes – mamá hablaba de una forma un tanto irritada -. Sé que a mí no me lo cuenta para evitarme el mal trago, pero él lo pasa fatal. Lo de anoche…
No me lo podía creer. Lo único que había hecho era tocarle el pecho a Jacob por curiosidad, y ellos hacían una montaña de un grano de arena.
- No sé por qué – le repliqué, enfadada -. Fue algo totalmente natural, sólo quería comprobar cómo era.
Mi madre se paró de repente y se quedó muda.
- ¿Comprobar… cómo era? – se apartó con rudeza de mi lado y empezó a pasear de aquí para allá nerviosamente, con las manos en la cabeza y mirando al suelo con los ojos perdidos -. ¿Hasta dónde llegasteis? – interrogó con un tono que rozaba la histeria.
- ¿Qué? – mi cara fue fiel a toda la confusión que tenía en la cabeza -. Sólo le toqué…
No me dejó terminar la frase. Se abalanzó hacia mí, furiosa, hasta que quedó a un paso y me clavó sus ojos ya oscurecidos por el enfado.
- ¡Tienes que tener cuidado con Jacob, sobretodo en lo relativo al… sexo! – le costó soltar la palabra -. ¡Ya deberías saberlo, Renesmee, puedes hacerle mucho daño! ¡Para él no es un juego, es algo muy serio, y si luego tú no le…!
- Espera, espera, espera… – le corté –. ¡¿Que debería saber el qué?! ¡¿De qué me estás hablando?! Jake y yo no… - me empecé a poner colorada sólo de pensarlo -. ¡No hemos hecho nada!
- ¡Renesmee Carlie Cullen, no me mientas! ¡Ya te he hablado de eso y sabes de sobra que los… tocamientos forman parte del sexo! ¡Así que no disimules!
- ¡Por Dios, ¿qué tocamientos?! – mi cara de indignación disimuló algo mi terrible vergüenza –. ¡No hubo ningún… tocamiento! – a mí también me costó decir el vocablo.
Mi madre pareció calmarse un poco y su semblante volvió a su estado de piedra impoluta.
- ¿En serio? – ahora parecía avergonzada -. Pero tu padre vio…
Puse los ojos en blanco y le coloqué la mano derecha en la mejilla. No me apetecían más explicaciones verbales, mi cara ya había aguantado demasiadas invasiones de sangre.
Le dejé ver desde que Alice había salido de la habitación. No pude evitar recordarlo, así que se me escapó que Jacob me había acariciado la mejilla. Ella puso su mano sobre la mía y sonrió. Le mostré que había salido a dormir al pasillo como lobo y luego pasé a mi pesadilla. Vio cómo Jake entraba corriendo en mi dormitorio, ya humano, y yo le abrazaba. Cómo intentaba no fijarme en su torso desnudo cuando le pedía que se quedara a dormir. Le enseñé que él se había echado boca arriba, sobre la colcha, a mi lado y que se había quedado dormido enseguida, de lo cansado que estaba. Empecé a mostrarle cómo le rozaba el pecho con los dedos…
De pronto, mi madre me sujetó la muñeca con fuerza. La agarraba tan fuerte, que me hacía daño. Tenía una expresión muy extraña, parecía fría. Me asusté un poco e intenté quitar la mano, pero no me dejó. Ella quería seguir viendo, quería saber qué venía después, si había pasado algo más. No se fiaba de mí. Accedí, pero lo iba a hacer de una forma un tanto vengativa y rebelde. Estaba harta de que mis padres quisieran saberlo todo, incluso mis pensamientos más íntimos. ¿Quería verlos? Pues se tendría que atener a las consecuencias. Continué mostrándole mis recuerdos, pero esta vez también dejé ver todo lo que sentía como si lo estuviese reviviendo intensamente en ese mismo momento. Cerré los ojos y me concentré, sumiéndome yo misma en mi mente.
Recordé los fuertes brazos de Jacob cuando me lancé a abrazarle después de la pesadilla, y de lo segura y protegida que me hacían sentir. Le mostré cómo él me apartaba los cabellos del rostro y me pasaba los dedos entre la melena para peinarme mientras yo le miraba atontada, de lo que eso me gustaba. Pasé a revelarle lo mucho que me costaba apartar los ojos de su pecho desnudo cuando no le dejé que se marchara para que se quedase a dormir en mi cama. Rememoré sus músculos iluminados por la luz de la luna llena, lo que me apetecía tocarlos, sentirlos. Cómo los rozaba con mis dedos temblorosos, bajando hasta los abdominales, pero que eso no me bastaba.
Mamá estranguló más mi muñeca.
Le mostré cómo entonces subía hacia su pecho, acariciando cada uno de los músculos con la palma de mi mano, lentamente, sin querer perderme ninguno, y lo tersos, sedosos y calientes que me habían parecido, lo bien que olía su piel. Me acordé de lo angelical que me parecía Jacob mientras dormía, su hermoso rostro, su pelo azabache, su aterciopelada piel cobriza, sus apetecibles labios...
La mano de mi madre ya casi me cortaba la sangre, de lo que apretaba ahora.
Pero mi mente no hizo ningún caso. Tanto me interné en mis pensamientos, que se sumió en una especie de profunda inconsciencia, casi en estado hipnótico, que ni yo podía controlar. Me llevó a otros recuerdos, imágenes como diapositivas animadas, ignorando por completo la compañía que tenía. Ya casi no sentía su mano apresadora. Sólo podía sentir las diapositivas que pasaban a toda prisa por mi subconsciente. Lo primero que apareció fueron los intensos ojos negros de Jacob, que me atrapaban y me llamaban, cuando se clavaban en mí, no podía ni moverme. No. Era yo la que no quería hacerlo, quería seguir mirándolos, quería perderme en ellos. La imagen se fue deprisa y otra la sustituyó con la misma rapidez. Estábamos parados de camino a la playa. Jacob tenía su rostro muy cerca del mío, tanto, que notaba su ardiente aliento. Cuando vi cómo lo acercaba, mi corazón se volvió a acelerar sin poder evitarlo. La diapositiva cambió otra vez hasta esta misma mañana. Estábamos en el coche. Jacob acariciaba mi mejilla con el dorso de sus dedos suaves y calientes mientras me cautivaba con su penetrante mirada, se deslizaban rozando mi cuello hasta perderse en mi pelo. Me estremecí de nuevo y el vello se me puso de punta una vez más.
Entonces, justo en ese momento, sucedió algo repentino e inesperado que me hizo salir disparada de mi hipnosis.
Mi pulsera trenzada vibró y rechazó a mi madre. Cuando abrí los ojos, apenas lo había visto, todo sucedió en una milésima de segundo.
La pulsera había convulsionado con fuerza una sola vez, pero fue suficiente, lo hizo con tanto ímpetu, que desató una energía increíble. Produjo una especie de honda expansiva invisible en miniatura que se extendió vertiginosamente como si de una bomba atómica se tratase, haciendo que su mano se soltara con brusquedad. La honda expansiva fue tan grande, que la obligó a retroceder un paso al empujar su brazo hacia atrás, sin embargo, a mí no me movió ni un centímetro.
Mamá se quedó paralizada y perpleja, con los ojos muy abiertos, asustados.
- ¿Qué… qué ha sido eso? – preguntó con un hilo de voz.
Su instinto le hizo ponerse a la defensiva y retirar el labio hacia atrás, pero se controló al momento y sus labios volvieron a quedar en su estado perfecto.
- No lo sé – susurré, aturdida, mirándome la pulsera.
- ¡¿Qué clase de pulsera mágica te ha regalado ese chucho?! – masculló, matizando el insulto con rabia.
- No le llames chucho – protesté, enfadada -. Tú eres su amiga.
- Sí, claro – se rió con amargura -, y le ha puesto una pulsera mágica a la niña de su mejor amiga para que no la pueda tocar.
La pulsera vibró de nuevo, aunque esta vez más suave, como llamando mi atención. Algo estalló en mi subconsciente de repente y no pude pararlo, subió por mi garganta y me obligó a hablar. Las palabras salieron de mi interior solas, no me hizo falta ni pensarlas.
- He dicho amiga – escupió mi boca con furia retenida.
- ¿Cómo? – inquirió mi madre sin entender, ahora hablaba con cautela.
- Yo soy su mejor amiga – puntualicé, con los dientes apretados.
Se quedó como una piedra delante de mí, mirándome, estudiándome con sus ojos confusos. Su semblante se serenó al cabo de un minuto.
- Sí, es cierto – susurró al fin.
Bajó la mirada hacia mis manos. Eso me llamó la atención y yo hice lo mismo.
Las tenía en puños, tan apretados, que me hacía daño a mí misma con las uñas.
Los abrí poco a poco, hasta que las manos me quedaron colgando de los brazos. No sabía qué hacer con ellas, así que las metí en los bolsillos de la chaqueta.
- Lo siento mucho – me dijo con la voz pausada -. La culpa ha sido mía, no tenía que haberme metido tanto en tus recuerdos. No tenía derecho.
En ese momento estaba hecha un lío. ¿Qué me había pasado? ¿Por qué había reaccionado de ese modo? ¿Y la pulsera? Nunca había hecho eso. ¿Es que ahora tenía poderes o algo así? ¿Por qué no podía recordar mis últimos pensamientos?
- No importa – inspiré hondo y me tranquilicé -. Además, yo también tengo mi parte de culpa. Creo que te enseñé demasiado.
- Entonces, ¿me perdonas? – murmuró.
Parecía realmente arrepentida, y yo también lo estaba, por tener esa extraña reacción con ella.
- No hay nada que perdonar, mamá – le sonreí lo mejor que pude, aunque con lo atolondrada que me había quedado, no sé lo que me salió.
Mi madre se aproximó para darme un abrazo, pero, de pronto, se quedó quieta, mirando la pulsera con recelo.
- Ya no vibra – le dije, levantando la muñeca para que la viera.
Se acercó con los brazos vacilantes y finalmente se atrevió a abrazarme. Esta vez, no pasó nada raro.
- Sabes que te quiero – me susurró al oído.
- Sí, lo sé. Yo también te quiero – no me dejaba, y yo quería estar un rato a solas para poner en orden mi destartalado cerebro -. Tengo que irme, he quedado con Jake en nuestro tronco.
Por fin se despegó y me dio un beso.
- ¿Sabrás llegar con esta niebla?
- Ese sitio lo encontraría con los ojos cerrados, no te preocupes.
- Claro, me lo imagino – me sonrió.
- Bueno, os veo después, cuando vaya a cenar y eso.
- De acuerdo. Hasta luego.
Me despedí con la mano y me alejé de mi madre, dejándola detrás de la espesa niebla. Ni siquiera noté cuándo se marchó.
Seguí caminando por el bosque. El terreno estaba cubierto de las hojas bermejas que ya habían caído de los árboles. Estaban mojadas por la débil llovizna de antes y la niebla de ahora. Los árboles iban apareciendo a mi lado como por arte de magia. Se presentaban de repente a medida que avanzaba y desaparecían de nuevo a mis espaldas.
Empecé a darle vueltas a todo lo que había pasado e intenté contestar a las preguntas que yo misma me había hecho antes, pero lo único que conseguía era formularme más.
¿Por qué había reaccionado así la pulsera? ¿Por qué había rechazado a mi madre? La pulsera era quileute, ¿sería porque ella era vampiro? Bueno, yo era medio vampiro, ¿por qué no lo había hecho conmigo? ¿Lo haría con más gente de mi familia? ¿De qué me había avisado y por qué respondí de ese modo? ¿Por qué me habían gustado tanto mis recuerdos? ¿Por qué no podía recordar los últimos? Mi madre sí podría, los había visto. ¿Y ella? ¿Por qué ese afán por saberlo todo? ¿Tanto me quería proteger? ¿Es que no podía entender que ya no era una niña, no lo entendería nunca?
Me paré en seco al percatarme de que no iba por el camino correcto. Con ese revoltijo de preguntas en mi cerebro, no me di cuenta de que me había perdido. Genial. Para encima, ya era casi de noche y Jacob estaría esperándome preocupado. Eso sin mencionar a mis padres. Le había dicho a mamá que iría a cenar, si no aparecía, se pondría histérica otra vez.
Comencé a buscar algún árbol o señal conocida, algo que me diera alguna pista de dónde estaba. Nada, no se podía ver nada. Ni siquiera había olores, sólo olía a niebla y tierra mojada. Era como si la niebla hubiera borrado todo rastro a su paso. Empecé a ponerme nerviosa a medida que pasaba el tiempo y no encontraba ni la más mínima señal. Reinaba un silencio absoluto, tan sólo oía mis pisadas sobre las hojas húmedas, la niebla también se había llevado los sonidos. No parecía el mismo bosque alegre y con vida de siempre, este estaba muerto.
El miedo me hizo correr para buscar la salida de ese laberinto de árboles. Casi me chocaba con ellos, aparecían de pronto como si alguien los clavara justo cuando yo iba a pasar. El bosque no quería dejarme salir. Me paré y giré sobre mí misma para mirar alrededor, tenía que encontrar un recoveco, una rama que me indicara la salida.
De repente, algo pasó a mi lado como una exhalación, rozándome el brazo, y me asusté. No podía ver nada. No podía oler nada.
- ¿Jacob? – apenas me salió un susurro.
El roce volvió a repetirse, pero esta vez fue más fuerte. Pude sentir algo peludo.
- Jake, no tiene gracia – mascullé con la voz temblorosa.
Entonces, por fin pude oír algo. Era una respiración que se acercaba a una velocidad de vértigo. La respiración de un animal salvaje y las pisadas de cuatro patas al galope.
Me giré en esa dirección. Estaba aterrada. No sabía lo que me iba a encontrar, ni qué podía hacer. Papá y Jasper me habían enseñado a defenderme, pero no se gana una pelea sólo con eso. Me acuclillé, preparada para saltarle por encima a lo que fuera que venía. Por lo menos, tenía que intentar mi huida. Si chillaba lo suficientemente alto, quizás Jacob o mis padres lo oyeran y vinieran a rescatarme.
Las pisadas de las patas fueron reduciendo de velocidad hasta que se convirtieron en un suave trote, y la respiración pasó a ser un olisqueo de rastreo. Estaba muy cerca. Tensé los músculos de mis piernas a la espera y, cuando la criatura empezó a distinguirse de entre la niebla, salté.
Mientras le volaba por encima, pude verle con claridad. Era mi precioso lobo de pelambrera rojiza.
- ¡Jacob! – grité, ya bajando.
Éste se acercó al trote cuando aterricé en el suelo, se inclinó sobre sus patas delanteras y me arrimó el hocico para olerme y darme pequeños lametones en la cara. Abrí los brazos para abrazarle…
… y me aparté de repente, nada más tocarle.
- ¡Puaj, estás todo mojado! – me quejé.
Jake profirió un aullido ahogado entre dientes, se estaba riendo. Se incorporó y empezó a sacudirse justo a mi lado, empapándome con el agua que salía de su pelaje.
- ¡Jacob! – protesté, separando los brazos del cuerpo.
Ahora lo que salía de su enorme garganta era su inconfundible carcajada burlona, unos sonidos sordos y profundos.
- ¡Ya está bien de bromas, Jake! – me crucé de brazos, enfadada -. ¡Menudo susto me has dado antes!
Mi lobo se agachó y me acarició la cara con el hocico otra vez, emitiendo un lamento desde la faringe.
- Vale, vale. Te perdono. ¿Qué te parece si nos vamos a casa? – suspiré -. Estoy muy cansada.
Se alzó y asintió con la cabeza.
Él nunca se perdía, era como llevar una brújula conmigo. Incluso la niebla parecía menos densa. Con Jacob, el bosque ya no me parecía tan tenebroso.

Jake se fue a cambiar de fase detrás de los primeros árboles del bosque mientras yo le esperaba frente al porche. Cuando salió, se iba poniendo la camiseta negra sin mangas por el camino para no tenerme demasiado tiempo sola. Estuvimos de acuerdo en no contar a mi familia que me había perdido. Era preocuparles para nada y sólo había sido un pequeño susto que Jacob había solucionado fácilmente.
Al entrar en la casa, mi padre no dijo nada. Se limitó a asentirle a Jake en gesto de agradecimiento. Carlisle se había marchado al hospital en el que trabajaba, por una urgencia. Jacob se sentó a ver un partido que echaban en la televisión con Emmett y yo hice lo mismo en el brazo del sofá, a su lado. Jacob y Emmett se llevaban increíblemente bien, parecía que habían sido amigos toda la vida. Emmett hasta le reía las bromas que Jacob solía hacerle a Rosalie, cosa que a ella no le hacía ni pizca de gracia. Ahora discutían y comentaban las jugadas dudosas entre risas.
Una vez que el partido terminó, nos fuimos a la cocina para hacer la cena. Jake me ayudó a cocinar y puso la encimera perdida. Alice vino a echar un vistazo al oír el jaleo que estábamos montando mientras nos hacíamos bromas. Ya cenando - yo a toda prisa porque me moría de ganas de subir a mi habitación con Jake para preguntarle sobre la pulsera -, mis padres vinieron para despedirse. Se iban a pasar el rato a su cabaña. Me dieron un beso en la coronilla y se marcharon a la velocidad de la luz.
No tan rápido, pero también muy deprisa, subimos a mi dormitorio después de acabar la cena, fregar la cocina y dar las buenas noches al resto de mi familia.
Jacob se echó en mi cama de un salto. Se quedó boca arriba, con los dedos cruzados en el estómago, y yo me coloqué de lado junto a él, apoyando mi cabeza en mi mano izquierda y reposando el peso en el codo. Antes de que se pusiera él a parlotear, me lancé yo al tema de la pulsera.
- Quería preguntarte algo – empecé.
- Dime – ya tenía los párpados cerrados.
- Es sobre la pulsera.
Abrió los ojos de repente y se quedó con la vista fija en el techo.
- ¿Qué… qué quieres saber?
- ¿De dónde la sacaste? – pregunté, mirando mi muñeca derecha.
- De ningún sitio – se encogió de hombros -. La hice yo.
- ¿Tú? – le miré asombrada -. Nunca me lo habías dicho.
- Bueno, nunca me lo has preguntado.
- Está muy bien hecha – observé el intrincado trenzado del cuero marrón rojizo, complejo, bien apretado y perfecto -. No pensé que también supieras hacer pulseras.
Ya me había sorprendido cuando, de pequeña, mi madre me había enseñado la pulsera con el lobito tallado que Jacob le había hecho para el día de su graduación, y ahora me enteraba de que también sabía trabajar el cuero.
- Casi toda la tribu sabe hacerlas.
- ¿Ah, sí? – esta era la mía. Era el momento de saber si era para ahuyentar vampiros -. ¿Es que es una especie de tradición o algo así?
Jacob se puso rígido y sus manos se separaron para caer sobre la colcha.
- Algo… algo así – contestó, nervioso.
- ¿Y de qué va la tradición?
Se quedó en silencio mientras seguía mirando al techo.
Me erguí para verle mejor. Cuando se dio cuenta de que me fijaba en su rostro algo sonrojado, se incorporó de sopetón y se quedó sentado en la cama, con las piernas entrelazadas. Me senté del mismo modo, junto a él.
Miró para el otro lado, respiró hondo y soltó el aire impetuosamente, como si estuviera enfadado consigo mismo.
- ¿Qué pasa? – quise saber.
Giró la cara hacia mí y me miró, mordiéndose el labio, pensativo.
- No te asustes ni nada, ¿vale? – dijo al fin.
- ¿De qué me tendría que asustar?
- Esto que te voy a contar es un poco raro, pero te juro que tiene su explicación – hablaba despacio, como previéndome de lo que me tenía que aclarar -. Primero tienes que escuchar toda la historia para que lo entiendas, ¿de acuerdo? Luego, si quieres, puedes hacer lo que quieras con la pulsera.
Ahora sí que estaba asustada. ¿Es que también me afectaría a mí?
Jake se quedó en silencio de nuevo, esperando a que yo dijera algo.
- Bueno, habla – le azucé.
- Es una de las leyendas más bonitas – volvió la vista al frente, inspiró profundamente y empezó a hablar -. Verás, al principio, los espíritus guerreros abandonaban su cuerpo y se marchaban para proteger a la tribu, dejando atrás a sus esposas y amadas - ¿de qué iba esto? Dejé que continuara la historia para ver a dónde me llevaba -. Ellas cuidaban de los cuerpos y notaban la presencia de sus hombres. Pero cuando las transformaciones empezaron, todo cambió. Taha Aki observó que los metamorfos ya no podían dejar su cuerpo con las mujeres, por lo que ellas empezaban a sentirse solas y, en algunos casos, cuando la ausencia se hacía demasiado larga, se sentían abandonadas. Así que creó una pulsera que impregnó con su amor, de doble trenzado, que simbolizaba los lazos y el compromiso con la persona que amaba. La hizo de cuero, que era fuerte como su amor, y del mismo color que su pelaje, para que su esposa siempre pudiera notarle con ella, lo recordara y no se sintiera sola. Los demás vieron que la idea funcionaba y crearon sus propias pulseras – me miró de reojo una vez y volvió la vista al frente para seguir con su relato -. Con los años, esas pulseras se convirtieron en un símbolo, quiero decir, que…, bueno… - bajó la mirada, mordiéndose el labio otra vez.
- ¿En qué, Jacob? No entiendo nada – protesté -. ¿Para qué sirven estas pulseras?
- Hoy en día son pulseras de compromiso – espetó.
- ¿Mi pulsera… es una pulsera de…?
Me quedé tan perpleja y sorprendida, que no pude articular más palabras. Antes de que me diera tiempo a sobreponerme, empezó a explicarse atropelladamente y con nerviosismo.
- Pero no te asustes, yo no te la regalé en ese sentido. ¿Cómo iba a regalarle a una niña algo así? – se levantó de la cama, la bordeó en mi dirección y comenzó a dar paseos frente a la cristalera, mirando al suelo y gesticulando con las manos mientras hablaba -. Todos estábamos muy preocupados por lo de tu crecimiento, no sabíamos cuántos años podías vivir, ni nada… Y para encima, nos perseguían aquellos viejos decrépitos, los Vulturis esos, y ni siquiera sabíamos si sobreviviríamos. Así que se me ocurrió hacerte una pulsera de compromiso. No en ese sentido, claro, sino como algo que nos uniera de algún modo… – se paró y se giró hacia la ventana -, para que, pasara lo que pasara, siempre estuviéramos juntos – murmuró.
Bajé la mirada lentamente hacia la pulsera.
- Si la llevo…, todos en La Push pensarán que estamos…
- No tienes por qué llevarla, si no quieres – se sentó en la cama, dándome la espalda -. Si te sientes incómoda, puedes quitártela. Lo entenderé.
Acaricié la pulsera con los dedos. No sabía lo que tenía, pero me gustaba tanto. Y después de saber que me protegía, más todavía. ¿Qué tenía de malo llevarla? Al fin y al cabo, Jacob y yo teníamos una especie de compromiso. Él sería mi mejor amigo para siempre, y lo que pensaran los demás no me importaba. Además, ya la había llevado todo este tiempo, así que, ¿qué iba a cambiar si seguían viéndomela puesta? Observé el tramado de las fibras, ya las había mirado muchas veces, pero ahora veía algo nuevo. Las finas tiras de cuero que conformaban el trenzado tenían cada uno de los matices de la gama cromática de su pelaje. Iban del rojizo oscuro, casi marrón, al ocre más claro que cubría sus patas y ciertas partes de su rostro lobuno. La había hecho con sus propias manos para mí, y desde luego estaba completamente de acuerdo con lo que simbolizaba esa pulsera para Jacob. Ahora lo simbolizaría para mí también.
Me acerqué para sentarme a su lado.
- La voy a llevar siempre – le dije.
Jacob me miró sorprendido.
- ¿En serio? ¿No te importa que la gente piense…?
- Me da igual – le corté -. Con que nosotros sepamos la verdad, es suficiente.
Se abalanzó hacia mí y me abrazó con tanta fuerza, que casi me deja sin respiración.
- Jake… me ahogas…
Se rió y me liberó.
Hubo un breve instante de silencio y me lancé a preguntar de nuevo. Todavía no me había aclarado lo que quería saber al principio.
- ¿Esta pulsera es mágica? – le pregunté sin rodeos.
- ¿Qué? – frunció el ceño, extrañado -. ¿Mágica?
- Bueno, si es una especie de amuleto o protector contra vampiros o algo.
- Claro que no – dijo, riéndose -, solamente es una pulsera. Los únicos protectores contra vampiros somos nosotros, los lobos.
- Ah – me quedé pensativa.
No era la respuesta que yo esperaba.
- ¿Por qué? – Jacob había reconocido mi expresión y ahora hablaba más serio.
- Es que… - de repente, me di cuenta de que no podía contarle lo que había pasado con mi madre esa tarde en el bosque. ¿Cómo le iba a decir que le estaba mostrando esas inocentes caricias? Si lo hacía, seguro que él también quería mirar y luego se reiría de mí. O peor, si veía lo que ella había visto, después no habría quién le aguantase, seguro que se le subía a la cabeza -. Bueno, como es tan perfecta, creí que igual se había hecho ella solita. No creo que con estos dedazos pudieras hacerla tú – me inventé sobre la marcha, entrelazando sus dedos con los míos y levantándolos para mirarlos.
- Ja, ja, me parto de la risa – vocalizó con sarcasmo, bajando nuestras manos.
Se me escapó una risilla.
- No, de verdad, me encanta – le dije, más seria.
- Entonces, ¿la vas a llevar? – masculló en voz baja, observando la pulsera de la muñeca que tenía pegada a la suya.
Me acerqué a su oreja y le susurré.
- No me la quitaré nunca.
Giró el rostro tan deprisa para contestarme, que, sin darse cuenta, casi lo pegó al mío. Fue tan inesperado, que nos quedamos los dos paralizados. Me quedé embobada, de lo cerca que lo tenía, mi frente ya rozaba la suya. Sus ojos se encontraron con los míos, otra vez la misma mirada. Sentí un intenso cosquilleo en mi estómago y mi corazón empezó a latir atropelladamente, puede que incluso lo oyera él, de lo fuerte que lo hacía.
Pero lo que se escuchó entonces fue el repiqueteo de unos dedos tocando a la puerta.
Nos apartamos el uno del otro bruscamente y Jake se puso de pie, nervioso, con los brazos en jarra, murmurando algo incomprensible.
- Pasa – dijo él al cabo de unos segundos, al ver que yo era incapaz de hablar; yo seguía parpadeando como una tonta.
La puerta se abrió y una cabeza se asomó entre la abertura. Era Carlisle, que ya había llegado de la urgencia.
- Ah, Doc, ¿qué quiere? – habló Jacob otra vez.
- Quería hablar contigo sobre ese rastro que me comentaste esta tarde… – Carlisle me miró -, si es que no estáis muy ocupados, claro.
No sé lo que vio, pero juraría que sus labios se habían curvado un poco hacia arriba. Me espabilé a mí misma pellizcándome la mano disimuladamente.
Con todo lo que había pasado en el bosque y lo de la pulsera, me había olvidado por completo del tema del rastro.
- ¿Ya sabe de qué es? – preguntó, atónito.
- No, aún no. Por eso venía a hablar contigo. Necesito que me traigas pruebas.
- ¿Pruebas?
- Sí, del sitio donde encontrasteis el rastro. Si me trajeras helechos, hojas, ramas…
- Vale, vale – le interrumpió Jake -, no hace falta que nombre todas las plantas del bosque. ¿Tiene alguna sospecha de qué puede ser?
- La verdad es que no. Pero con todas esas pruebas, tal vez pueda encontrar una muestra de ADN que la pueda cotejar para ir descartando posibilidades, así podré tener más pistas de por dónde tengo que empezar a buscar.
- ¿Es que ahora también es forense, doctor? – cuestionó Jake con una sonrisa un tanto burlona.
- Llevo unos pocos siglos investigando, Jacob – le contestó Carlisle con otra más ingenua.
- Ya, claro – Jake asintió con una mueca -. Está bien, veré lo que podemos hacer, aunque le advierto que los lobos no nos ponemos guantes, ni nada de eso. Igual se encuentra una baba de Paul o algo.
- Trataré de apartarla – mi abuelo le dio una palmada en la espalda mientras Jake se reía de su propio chiste -. Gracias de todos modos.
- No, gracias a usted – dijo Jacob, más serio -. Es usted el que nos está ayudando a saber qué corre por nuestros bosques.
- Veremos qué pasa – Carlisle me observó de nuevo y carraspeó -. Bueno, ya os dejo solos - nos miró con los labios curvados en una sonrisa que juraría que era un poco pícara y yo me puse colorada. Jacob, en cambio, se quedó encantado –. Hasta mañana, que descanséis.
- Hasta mañana – me despedí mientras Carlisle salía por la puerta y la cerraba.
Jake bostezó y se desperezó.
- Creo que yo también me voy.
- ¿Ya? – pregunté, extrañada, poniéndome de pie –. Pero si todavía es temprano.
- Bueno, es que tengo cosas que hacer y he de prepararme.
- ¿Qué cosas? – de pronto, me acordé de Brenda y su invitación al Ocean. Un leve calambre empezó a revolverme el estómago -. No irás a ver a Brenda, ¿verdad?
- ¿Qué Brenda? Ah, sí, tu amiga – me dijo en tono burlón.
- No es mi amiga – le corregí -. ¿Vas a ir?
- ¿Es que te importa mucho? – Jake acercó su cara para mirarme de cerca, mostrando su sonrisa torcida.
Se la aparté, enfadada, empujándola con una mano, y me crucé de brazos.
- Para nada – mentí -. Es que no quiero que te emborraches. Mañana me tienes que llevar a clase y la resaca es muy mala para conducir.
- Ah, por eso no te preocupes. Yo no bebo alcohol – siguió con su tono socarrón.
- Puede que no lo bebas normalmente, pero en esa clase de sitios es muy fácil caer en la tentación – observé.
- No. Yo no – afirmó.
- Tú, como los demás – rebatí.
- Lo mío es distinto, puedo explotar.
- ¿Explotar? ¿Es que te pones demasiado meloso? – inquirí de forma sarcástica.
Mi mejor amigo se empezó a carcajear.
- No le veo la gracia, la verdad – protesté, irritada.
- Me refiero a que si bebo algo de alcohol, puedo entrar en fase de repente – aclaró entre risas. Me empezó a cambiar el color de la cara una vez más -. Es más difícil controlarlo si bebemos. Imagínate la que se armaría si me transformara en medio del local. O peor – volvió a acercar su rostro y me cuchicheó en voz baja -, imagínate si luego cambiara de fase otra vez y me quedase desnudo en mitad de toda esa gente.
Le aparté la cara y me crucé de brazos otra vez.
- Sí, eso sería peor que lo primero – le confirmé.
- Lo que pasa es que no quieres que vaya porque estás celosa – soltó sin cortarse un pelo.
Empecé a notar las mejillas candentes.
- No… no estoy celosa – mentí, girando la cabeza hacia el otro lado.
Jake ladeó su cuerpo hasta que tuvo mi cara a la vista.
- Sí, sí que lo estás, reconócelo.
Sin saber por qué, me puse tan nerviosa, que me empezaron a temblar las manos; si hubiera sido humana del todo, también se hubieran puesto a sudar. Un temor invadió mi mente como un meteorito. El temor a que sospechara algo que ni yo misma entendía, que no podía explicarle, y la reacción que se produjo en mi cerebro fue el de ponerme a la defensiva.
- ¿Y por qué iba a estarlo, Jacob? – le escupí, mordaz -. ¡No digas tonterías!
- Vamos, Nessie. No me digas que no te molesta, aunque sea un poco, que vaya a esa cita – insistió, algo enfadado.
La palabra cita retumbó en mi cabeza, produciendo eco, y me rechinaron los dientes.
- Si quieres, puedes ir a tu cita tranquilamente. Por mí, como si sales con todas las chicas de Forks – le bufé, enojada -. ¡No me importa lo más mínimo!
- ¿Ah, sí? – ahora parecía cabreado -. Pues no iba a ir, pero ahora puede que vaya.
- ¿Por qué no te largas ya? – le espeté, mirándole furiosa -. Llegarás tarde, y no querrás que se te adelante otro y te la espante, ¿verdad?
Mis palabras rabiosas hicieron que el rostro de Jacob se enojara aún más. Sus cejas se arquearon tanto hacia abajo, que produjeron una profunda sombra en sus ojos.
- ¡De acuerdo, me voy! – gruñó.
De dos zancadas, llegó hasta la puerta y la abrió, pero cuando estaba pasando, se paró.
- Mañana no sé si te vendré a buscar, igual estoy durmiendo – masculló sin mirarme.
Y salió, cerrando de un portazo.

Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.¡NO COPIES EL CONTENIDO!


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3 comentarios:

  1. o por dios!!! se pelearon!!! nesiie esta celosaaa nwn
    espero k no le pase nada a jake
    guau me encantoo!!:D

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  2. ¡Excelente capítulo, retrata finamente el despertar del amor!...

    ¡Disfruté leyéndolo!

    Un abrazo!

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  3. Jajaja... amo a jake nfadado, pero xq tantas largas q le diga q sta imprimado ia porfavor!!

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