Concurso de Fanfics

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El correo tendrá que contener: NOMBRE DEL AUTOR, TITULO DE LA HISTORIA, IMAGEN DE LA HISTORIA, TIPO Y CATEGORIA DEL FIC Y EL FIC.

CONCURSO:
TIPOS DE FICS:
  • Songfic
  • Real person
  • One shot
  • Fics completados
  • Fics sin completar
CLASIFICACIONES:
  • M - Mature (Adultos)
  • T - Teens (Adolecentes)
  • K - Kids (Todas las edades)
JURADO:
  • MIAW
  • MARIA
  • TAMARA
PREMIOS:
Recomendación: Mejor Escritor
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(los premios se darán al primer lugar de cada tipo de fics)
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lunes, 1 de agosto de 2011

DOS SEMANAS: ESPEJO [NUEVA ERA]

= PARTE DOS =
PROFECÍA
= RENESMEE =

La densa niebla nacía de las copas de los árboles y se extendía por todo el bosque, como todos los días. El sol no parecía existir aquí. En algunas zonas, la niebla se unía a las grisáceas nubes, era como si éstas la succionasen para intentar absorberla, pero la bruma seguía siendo demasiado espesa.

Esa ventana era la única que me permitía ver el exterior. Todos los días observaba el bosque, lo estudiaba. Cada árbol, cada tronco, cada rama. Si huía de aquí con Helen, tenía que conocerlo bien.
Helen. Todavía no la había visto, y eso me tenía muy preocupada. Ya empezaba a dudar que ella estuviera aquí. Tal vez Razvan lo estuviera utilizando para hacerme daño, o tal vez fuera cierto que Helen estaba en el castillo y no me dejaran verla para angustiarme más. Fuera lo que fuera, lo poco que le había sonsacado a Teresa era que estaba bien y que se encontraba en la torreta que quedaba detrás de la mía.
Mi vista bajó a mi muñeca. Observé el intrínseco trenzado de las finas tiras de cuero que conformaban mi pulsera de compromiso. Esos colores que iban del rojizo oscuro al ocre más claro recogían toda la gama cromática del pelaje de mi Gran Lobo. Aquí era lo único que me quedaba de Jacob, aparte de mis continuos pensamientos hacia él, los cuales no cesaban en todo el día. No dejaba de pensar en él ni un instante, ni una décima de segundo, y esa pulsera era lo único que hacía que me sintiera cerca de él. Alcé la muñeca y besé mi pulsera, después, volví a apoyar la mano en mi regazo y seguí acariciando a mi aro de cuero. A veces, me parecía que ronroneaba igual que mi lobo, incluso por las noches desprendía su efluvio para que consiguiera dormirme, aunque tal vez todo fuera fruto de mi imaginación, un acto reflejo de mi cerebro para que no me volviese loca.
Los agudos pinchazos de mi estómago no me daban tregua. Estar lejos de Jacob me mataba, necesitaba verle, aunque fuera el rostro, sus preciosos ojos negros, lo que fuera, pero tenía que ser fuerte, muy fuerte. Sabía que no iba a ser nada fácil, seguramente me llevara meses escapar de aquí. Razvan, Nikoláy y Ruslán estaban bien organizados. Por supuesto, no llegaban a ser como los Vulturis, pero su pequeño castillo estaba dotado de sirvientes y guardias, eso me dificultaba mucho las cosas, puesto que engañar y tratar de escapar de una docena de vampiros que pueden oler y escuchar hasta una partícula del aire era muy difícil. Sin embargo, yo no pensaba rendirme. Estaba decidida a salir de aquí con Helen y ese corazón para salvar a Jacob. Tenía un año de plazo, pero tenía que darme prisa en trazar un plan, un buen plan.
Me levanté de la silla y me dirigí a la pared para grabar otra raya vertical más con el cuchillo de postre que había robado de la mesa del comedor, después, tracé una línea horizontal sobre las siete que había hecho estos días. Esta era mi segunda semana aquí. Esto también tenía que controlarlo bien, tenía menos de un año para rescatar a mi lobo y era importante trazar un calendario.
Escondí el cuchillo debajo de la almohada cuando unos nudillos tocaron a la puerta. Ya sabía que era Teresa, pues era la única que picaba antes de entrar en mi celda.
Efectivamente, Teresa pasó a la habitación.
- ¿Ya tengo que ir? – pregunté, extrañada.
No tenía reloj, pero me parecía muy temprano, normalmente Razvan me exigía ir a comer con él más tarde.
- Acompáñame, por favor – dijo ella con esa voz tan dulce.
No me dio tiempo a responder ni a oponerme. Ella comenzó a caminar y salió por la puerta.
Tomé aire, preparándome para tener que verle la cara a ese degenerado de Razvan, y la seguí.
Ese vestido rosa pálido se me enredaba en las piernas, no terminaba de acostumbrarme a esos horrendos faldones largos. Ni esperaba a hacerlo, desde luego.
Teresa me condujo por las mismas escaleras y pasillos de siempre, pero después se desvió por otro sitio.
- ¿A dónde vamos? – quise saber.
No me contestó. Entonces, empezamos a subir otro montón de peldaños que se parecían mucho a los de mi torreta y ya supe a dónde me estaba llevando.
- ¿Vamos a ver a Helen? – interrogué, alegre.
Tampoco me contestó, sin embargo, ya sabía la respuesta.
Sentí una alegría enorme, porque por fin iba a ver a mi amiga después de dos semanas sin saber apenas de ella, pero por otro lado, también me produjo tristeza y rabia, porque eso significaba que ella también estaba aquí, encerrada.
Salimos a un pequeño vestíbulo y Teresa se paró delante de una puerta que era casi igual a la de mi celda, para ponerse frente a mí.
- Hablad lo más bajo que podáis, y no tardéis demasiado – bisbiseó muy bajito, tanto, que tuve que aguzar el oído para poder escucharla -. Razvan te espera para comer dentro de cinco minutos.
Asentí y ella se giró para picar y abrir la puerta.
En cuanto lo hizo, entré como una bala. Helen ya debía de estar avisada, así que no gritó mi nombre, aunque sí vino hacia mí con los dos únicos pasos que le dejé, ya que yo llegué antes, y me dio un apretado abrazo que yo correspondí. Volví a sentir esa mezcolanza de alegría, tristeza, rabia...
Teresa cerró la puerta y se quedó fuera.
- ¿Cómo estás? – le pregunté muy bajito, separándome de ella para acariciarle la cara con las dos manos y verificar que estaba bien.
- Bien, estoy bien – cuchicheó, cogiéndome las manos -. Dios, ¿pero qué te han puesto? – inquirió, mirándome de arriba a abajo.
- Tengo que… - mi voz se ahogó por culpa de ese dichoso hechizo y no pude terminar la frase para explicarle que Razvan me obligaba a vestirme con esos espantosos vestidos.
- ¿A ti también te han…? – como yo, ella tampoco pudo acabar la frase.
Ni siquiera pude decirle , ni siquiera pude asentirlo con un movimiento de cabeza, pero con mirarnos ya nos fue suficiente. Las dos habíamos sido hechizadas y no podíamos explicar nada de lo que nos estaba pasando, ni siquiera insinuarlo, ni siquiera entre nosotras.
- ¿Y los lobos que te vigilaban? – inquirí -. ¿Ellos también fueron…? – la palabra hechizados se me quedó atravesada en la garganta y no pude pronunciarla.
Helen tampoco pudo asentir, pero por su mirada supe que sí. Ellos también habían sido engañados con algún tipo de truco para que no notasen que se llevaban a Helen.
- ¿Qué vamos a hacer, Nessie? – sollozó -. ¿Qué le pasará a Jacob, a tu familia? Y Ryam, ellos me usarán para atraerle, y si él viene…
- Tranquila, escúchame – le corté con un bisbiseo, mirándole a los ojos con convicción -. Tendremos que tener mucha paciencia y ser muy fuertes, puede que tardemos meses, pero saldremos de aquí, te lo prometo.
- ¿Cómo? – cuestionó.
- Ya estoy pensando en algo – le revelé -. No sé si volveremos a vernos pronto, pero cuando lo hagamos, te lo contaré todo, ¿vale? Y no te preocupes, yo no me marcharé de aquí sin ti, te lo aseguro.
- Lo sé, confío en ti – afirmó, apretando mis manos.
La puerta se abrió y Teresa se asomó.
- Tenemos que irnos, Razvan te está esperando – me dijo.
- Recuérdalo, y sé fuerte – reiteré.
Helen asintió y solté sus manos para marcharme con Teresa. Cuando salí de la habitación, me giré, le eché una última mirada a mi amiga, la cual volvió a asentirme con confianza, y la vampiro cerró la puerta.
Me sentía más tranquila al haber visto a Helen por fin, ahora ya sabía que estaba bien, al menos, físicamente, porque también había notado que lo estaba pasando mal, lógicamente, eso hacía que, a la vez, también me preocupara.
Esperaba que ella fuera fuerte y aguantase.
- Gracias – le murmuré a Teresa mientras bajábamos las escaleras.
No me dijo nada, se limitó a asentir y a caminar delante de mí.
De pronto, percibí un olor que me hizo notar esa acidez caliente al final de mi paladar, era la acidez de la sed. Era sangre, sangre humana, y era reciente. Sin embargo, no era como cuando estaba con Helen o cualquiera de mis amigos humanos, esta sangre ya no estaba viva, ya no corría por las venas de su dueño, sino que más bien estaba fuera de su cuerpo, porque, además, el olor era muy intenso. Normalmente ese impulso de sed lo controlaba muy bien, pero estas semanas me había alimentado poco y mis instintos de vampiro los tenía a flor de piel. Aún así, tragué saliva y fui capaz de controlarme.
Además, los escalofríos que sentía tapaban cualquier otra sensación. Porque eso quería decir que habían asesinado a alguien no hace mucho para alimentarse. Y lo habían hecho dentro del castillo.
Me fijé en Teresa cuando escuché el rechinar de sus dientes. Si a mí ya me costaba controlarme, no quería ni imaginarme a ella. Seguramente estaba obligada a hacerlo, por su condición de sirvienta.
No tardamos mucho más en llegar a ese extraño comedor, eso sí, después de atravesar más pasillos lúgubres. Entre el olor de la sangre y el pensamiento sobre el pobre humano al que habían asesinado, ya no tenía ni pizca de hambre.
Mi aro de cuero rojizo comenzó a vibrar, mala señal.
Razvan ya me esperaba sentado en su ostentosa silla de madera maciza. Teresa me condujo a la mía y me senté al otro lado de la mesa. Parecía bastante tranquilo, con ese olor que lo invadía todo. Probablemente, él ya había saciado su sed antes.
El vampiro le hizo una señal con la cabeza a Teresa y ésta se retiró, dejándonos a solas en la estancia.
- Estás realmente hermosa – afirmó, repasándome entera con una mirada que se acercaba más a lo lascivo que a lo complacido.
Sentí asco y no le contesté. Le dediqué una mirada que reflejaba totalmente lo que sentía y su sonrisa perversa se esfumó. Acto seguido cogí la cuchara, que era el único cubierto que me habían puesto hoy, y esperé a que me trajeran el plato.
Ya me sabía los nombres de las tres sirvientas que siempre acompañaban a Teresa y que estaban bajo su supervisión. La rubia se llamaba Alina, como ya había conocido el primer día que la había visto, el nombre de la morena era Zhanna y el de la pelirroja Natasha. Todas ellas tenían el mismo acento de Europa del este que Nikoláy, Ruslán, Razvan y todos sus secuaces, incluido la sombra. Todas menos Teresa, la cual tenía un marcado acento mexicano, incluso alguna vez se le había escapado alguna palabra en español.
Alina llegó con el plato y me lo puso en la mesa. Como siempre hacía, me observó entera con inquina mientras lo posaba, clavó esa mirada de odio en la mía, entornando sus sedientos ojos escarlata, y después se retiró, haciéndole una reverencia a Razvan.
El plato venía cubierto con una tapa de acero que tenía un asa. Cuando la levanté, mis párpados se abrieron hasta arriba, observando su contenido con horror.
Era sangre humana, la misma que apestaba por todas partes. La quemazón de mi garganta aumentó, hasta tal punto, que la boca se me hacía agua. Aún así, conseguí controlarme.
- ¿Qué es esto? – logré murmurar, apartando la vista del plato para mirarle a él.
- Es sangre humana.
- Eso ya lo sé, pero, ¿por qué me has traído esto? Yo no tomo sangre humana.
- Claro que tomas sangre humana – rebatió, mirándome con autosuficiencia -. Estoy seguro de que ya la has probado, ¿no es así?
- La sangre humana que yo he tomado no ha matado a nadie, fue donada por sus propietarios – alegué, apretando los dientes -. Esta, en cambio, ha sido fruto de un asesinato.
Las tripas se me revolvieron al pensar de nuevo en el pobre humano al que habían matado.
- Eso no tiene importancia, la sangre, sangre es – refutó -. Estoy seguro de que estás deseando probarla.
No podía negar que mis glándulas salivares no paraban de trabajar y que la quemazón que sentía en mi garganta suplicaba que me lanzara a beber ese plato, pero jamás tomaría una sangre que viniese del asesinato de un humano. Además, tan sólo pensar en la cara que pondría Jacob hacía que la sed desapareciera súbitamente.
- Quiero ver cómo la tomas – declaró con una sonrisa maquiavélica, sin darme tiempo a contestar.
¿Ver cómo me la tomaba? ¿Acaso quería que me la comiese con la cuchara como si fuese un plato de sopa? ¿Qué clase de tipo morboso era este? No entendía por qué me obligaba a ponerme estos vestidos y me hacía comer esa comida humana todos los días delante de él, era como si verme comer de esa forma le gustase especialmente, como si fuese algún tipo de fetichismo extraño, pero esto ya era lo último.
Razvan volvió a darme asco, era asqueroso.
- No pienso hacerlo – afirmé con determinación, arrastrando el plato hacia delante.
Su sonrisa se esfumó al verme tan decidida.
- Claro que lo harás – aseguró, apretando los dientes.
- No.
- Si no tomas esto ahora, no comerás nada durante toda la semana – amenazó, levantándose de la mesa.
- Prefiero morirme de hambre a tomar esta sangre – afirmé, rechinando mis muelas mientras le miraba con rabia.
- ¡La tomarás ahora mismo! – me chilló, acercándose a mí como un rayo para ponerse a mi lado.
- ¡No! – grité, tirando el plato de sangre al suelo antes de que a él le diese tiempo a cogerlo para forzarme a tomarlo.
La pieza de vajilla de porcelana hizo un ruido estrepitoso cuando impactó en la superficie, y se rompió en pedazos, desparramándose todo su contenido.
- ¡Maldita testaruda! – voceó, intentando agarrarme del cuello por detrás para obligarme a levantarme -. ¡La tomarás del mismo suelo, si hace falta!
- ¡No! ¡Suéltame! – volví a gritar, dándole un fuerte manotazo en el brazo para apartarlo.
De repente, Nikoláy y Ruslán aparecieron por la puerta que daba al salón y Razvan detuvo su próximo movimiento. Sus ojos rojos eran claramente censuradores y mostraban su disgusto sin tapujo alguno. Ellos también debían de haber saciado su sed con anterioridad, puesto que se reprimieron bastante bien ante todo aquel olor.
- Razvan, deseamos hablar contigo – le comunicó Ruslán, serio.
La abertura de la puerta me permitió ver tres siluetas que se dibujaban en el suelo del salón debido a la luz, tres sombras que pude identificar enseguida. Dos por evidencia y la otra por fácil deducción.
Una era grande y fuerte, la otra dejaba adivinar una media melena lisa. Eran Elger y Axel, así que el tercero era Duncan.
Algo importante se fraguaba allí dentro.
- ¡Teresa! – le llamó Razvan. La mencionada apareció por la otra puerta al instante y se quedó frente a él, no sin antes no echarle un vistazo a la sangre del suelo -. Haz limpiar bien esto y llévala a su habitación – le ordenó, mirándome enfadado -. Y no le des de comer hasta nuevo aviso.
- Sí, señor – asintió ella con un murmullo, agachando la cabeza.
Razvan me dedicó una última mirada de enfado, aunque yo no me quedé atrás, ya que le correspondí la vista con otra de odio, y finalmente se dio la vuelta para entrar en el salón junto a los otros dos magos, cerrando la puerta a sus espaldas.
En cuanto la puerta se cerró, sentí el trago de saliva de Teresa. Me cogió del brazo con suavidad y tiró de mí para comenzar a caminar a la vez que la conversación de dentro ya tenía lugar.
- Espera – le paré, hablando muy bajito.
No sé por qué me tomé tantas confianzas con ella, puede que fueran mis ganas de saber qué se cocía allí dentro, porque sabía que era importante, aunque no pareció ser eso lo que le molestó.
- No puedo seguir aquí mucho más tiempo – susurró extremadamente bajo, intentando tirar de mí mientras sus pupilas se iban sedientas hacia la sangre.
Razvan, Nikoláy y Ruslán estaban tan concentrados con su conversación, que no notaban nuestra presencia.
- Sólo será un momento, por favor – le pedí con un cuchicheo, mirándola con ojos implorantes.
Los suyos se clavaron en los míos con un anhelo sediento, sin embargo, apretó los dientes con fuerza y aguantó. El miedo a que Razvan le matase si ella me hacía algo debía de ser más poderoso que la sed. Me soltó y corrió hacia fuera para salir de la estancia.
No me hizo falta aguzar el oído, las voces eran más que audibles. Me puse a escuchar con un pie preparado por si tenía que salir a esconderme.
- ¡Es intolerable, Razvan! – protestó Nikoláy.
- Tendrás que domarla – siguió Ruslán en el mismo tono -. Estar entre indios y lobos ha hecho de ella un ser salvaje.
Apreté los dientes y los puños ante esa ofensa.
Pegué un pequeño bote del susto cuando Teresa entró de nuevo. Se arrodilló en el suelo y comenzó a limpiar el suelo con lejía.
- Eso intento, pero es muy testaruda – se defendió Razvan, malhumorado -. Deberíamos hacer un conjuro para que se olvidase de él, así me sería mucho más fácil trabajar.
- Sabes que eso no es posible, el vínculo de los dos es demasiado fuerte, ella es parte de él, si la hechizáramos a ella también, podría ser contraproducente. Podría producirse una paradoja que deshiciera el encantamiento del Gran Lobo.
Mi corazón quiso latir con fuerza, sin embargo, fui capaz de controlarlo para que no lo escucharan. Yo tenía razón, nuestro vínculo no estaba roto, era imposible romperlo.
- Debes domarla, Razvan – insistió Nikoláy -. Nada debe fallar. Debemos impedir que la profecía se cumpla, y el único modo es casándote con ella para que la profecía se invierta.
- La domaré – aseguró Razvan, rabiado.
- En fin, lo dejaremos en tus manos – resopló Ruslán -, ahora tenemos otros asuntos preocupantes.
- ¿Otros asuntos? – quiso saber Razvan.
- Es Ryam – anunció otra voz que me pareció que era la de Elger.
Mi corazón volvió a saltar, aunque no fue el único. Teresa se irguió súbitamente y se quedó inmóvil para prestar una atención que me extrañó.
- No le encontramos – continuó Axel.
- ¿Cómo que no le encontráis? – interrogó Razvan con disgusto.
- Le perdimos la pista en Boston – explicó Duncan -. Hemos intentado dar con él, pero parece que se lo haya tragado la tierra.
Las manos de Teresa dejaron de apretar el trapo que sostenían y éste se cayó al suelo. Me fijé en su semblante y fruncí el ceño con extrañeza, pues parecía haberse iluminado con algo.
- ¡¿Cómo es posible?! – el ruido de un cristal rompiéndose contra la pared nos sobresaltó a ambas. Razvan estaba realmente enfadado -. ¡Él no es más que un simple humano! ¡Y cuando se transforma, es un enorme gigante que sigue oliendo a humano! ¡¿Cómo no vais a poder encontrarle?!
- Creemos que puede estar recibiendo ayuda de alguien de nuestro mundo – dijo Axel.
- ¿De quién? – se cuestionó él, nervioso.
- ¿Crees que pueden ser los Vulturis? – le preguntó Ruslán a alguien que pronto se descubrió.
- Si es así, entonces habrán descubierto nuestros planes y todo estará en peligro – contestó la voz de la sombra con gravedad.
Vaya, la sombra también estaba ahí.
- Compruébalo en la semiesfera, hermano – le mandó Nikoláy a Ruslán.
Se hizo un silencio que duró unos breves segundos.
- No son los Vulturis – habló éste en un tono de ultratumba -. Si fueran ellos, la semiesfera nos lo diría. Sin embargo, no muestra ninguna imagen. Esto sólo puede ser obra de alguien.
- Ezequiel – murmuró Nikoláy, rechinando la dentadura con rabia.
- ¿No estaba muerto? – inquirió Razvan, enfadado.
- Eso creíamos, pero la semiesfera no engaña, y sólo él tiene tanto poder como para ocultar a Ryam a ojos de su líquido – habló Nikoláy -. Ezequiel ha debido de permanecer oculto durante todos estos siglos.
- Aro debió de haberse asegurado mejor de la muerte de ese traidor – manifestó Ruslán, enfadado.
- Debes solucionar esto, Razvan – le advirtió Nikoláy -. Ese Ryam no es más que un simple humano, pero, si te descuidas, puede llegar a estropear todos nuestros planes, sobretodo si le ayuda Ezequiel.
- Lo sé – reconoció él con rabia.
- ¿Qué vas a hacer con la chica humana? – quiso saber Elger con esa voz grave que le caracterizada.
Mi corazón saltó de nuevo.
- De momento, la dejaremos aquí, puede que nos sirva de algo – declaró Razvan -. Vosotros seguid buscando a Ryam.
La mano de Teresa me cogió el brazo. Pegué otro bote del susto, pues estaba tan concentrada en la conversación, que no me lo esperaba. Tiró de mí y me obligó a caminar junto a ella.
Salimos del comedor a toda prisa y seguimos de esa guisa, en silencio, hasta que llegamos a la habitación donde me encerraban.
No me dio tiempo a hacer preguntas. En cuanto me metió dentro, Teresa cerró la puerta de mi celda y me quedé con las ganas de saber el por qué de su reacción.
Me senté en la silla, junto a la ventana, y me agarré el estómago con la mano. Esos pinchazos no cesaban nunca.
Sin embargo, mis esperanzas por curar ese corazón de Jacob crecían cada vez más. Como ya sabía, nuestro vínculo era imposible de romper, y él jamás me odiaría. Además, saber que a Ryam le estaba ayudando un vampiro también aumentaba mi ánimo, porque éste no debía de ser malvado como Razvan, Nikoláy o Ruslán, si tanto odio le tenían, eso sin añadir que si estaba ayudando a Ryam, tenía que ser porque era de los buenos. Y encima, era poderoso, según lo que había revelado Nikoláy. Y mientras buscaran a Ryam, Helen seguiría aquí, seguiría con vida, y podríamos escapar juntas.
Lo siguiente que vino a mi cabeza fue esa dichosa profecía de la que tanto hablaban y que parecía tan importante para ellos. ¿Qué es lo que decía esa profecía?
La fuerte vibración de mi pulsera y el ruido de la puerta me sobresaltaron, haciéndome salir de mis pensamientos repentinamente, e hizo que me pusiera de pie con precipitación, pues Teresa siempre picaba y ahora no lo habían hecho, aparte de que mi aro de cuero nunca vibraba con ella.
Razvan apareció tras la puerta, y su semblante frustrado y furioso lo decía todo. Temí que hubiera venido porque hubiese descubierto que había estado escuchando.
- ¿Qué haces aquí? – quise saber, intentando guardar la compostura.
Pero no me contestó. Cerró la puerta con la llave y se giró hacia mí. Entonces, supe que no venía por eso. Sus ojos gritaban que venía por otra cosa.
Mi aro de cuero estaba a punto de gruñir, casi literalmente.
Se acercó a mí con presteza, tanto, que tuve que recular, aunque mi espalda enseguida se topó con la pared que tenía detrás y me quedé sin escapatoria. Me encarceló con sus brazos y se quedó a sólo un palmo, observándome con esa pretensión que me daba náuseas.
- Déjame – dije, apretando los dientes e interponiendo mis manos sobre su torso para apartarle.
- Eres realmente bella, jamás he visto una hermosura como la tuya, ni siquiera entre las mujeres de mi especie – murmuró con anhelo. Me apreté más contra la pared y ladeé la cara, para no tener que notar su gélido y asqueroso aliento -. Tu rostro, tu cabello, tu luminosa piel, tu olor, todo en ti está lleno de vida. Tus mejillas son sonrosadas, tu cabello y tus ojos brillantes, y tus labios son carnosos y cálidos. Supongo que el que la vigorosa sangre fluya y corra por tus venas hace que sea así. Las humanas están llenas de defectos, pero tienen esa vida que las mujeres vampiro no tienen, aun siendo mucho más hermosas. Pero tú eres diferente. Tú tienes la belleza de un vampiro, pero con el vigor y la vida de una humana – susurró, llevando su mano a mi pelo para tocarlo.
Ni siquiera tuve que molestarme en levantar la mía para apartársela.
Con una potencia bestial, y a una velocidad de vértigo, mi pulsera vibró una sola vez con un estallido enérgico e increíble y Razvan salió despedido de espaldas cuando su honda expansiva de fuego le empujó con furia, haciendo que se estampara en la puerta de madera maciza con un estruendo aparatoso.
- ¡Mi cara! – gritó, llevándose las manos a la misma al notar que le había quemado.
Pero ahí no terminó la actuación de mi pulsera. Antes de que Razvan consiguiera levantarse, mi precioso aro de cuero latió una sola vez y me vi rodeada de esa barrera de protección en forma de burbuja. No podía verla, pero podía sentirla, porque era cálida, cálida como mi Jacob, era como si mi impresionante Gran Lobo se hubiera puesto delante para protegerme. Casi podía sentirlo ahí de verdad.
El vampiro se incorporó, furioso y ansioso, y se abalanzó hacia mí para acosarme contra la pared de nuevo.
Sin embargo, chocó contra la barrera y ésta desprendió una descarga eléctrica de color azulado que rodeó a toda la burbuja solamente al primer y sutil contacto, lanzándole hacia atrás de nuevo. Su espalda volvió a estamparse contra la puerta, produciendo otro estruendo ruidoso.
- ¡Maldita pulsera! – masculló, rabioso.
- Jamás podrás tocarme – aseguré con una media sonrisa que delataba el enorme orgullo que sentía por Jacob -. Yo siempre seré del Gran Lobo, siempre le perteneceré a él, y sólo él puede tocarme. Jamás seré de nadie más.
- No – murmuró, apretando los dientes con saña -. Algún día serás mía. Dentro de un año tu lobo morirá, te casarás conmigo y yo te tomaré – afirmó ansiosamente, sonriendo con una malicia que me heló -. Haré de ti una mujer dócil y sumisa. Y empezaré ahora mismo. Te quitarás esa maldita pulsera, si no quieres que baje a por el corazón de tu Gran Lobo y lo estrangule en mi mano.
Mi respiración se agitó, nerviosa. Jamás me quitaría esta pulsera, antes tendría que cortarme la mano.
Mi aro de cuero vibró intermitentemente, a la vez que seguía erigiendo esa barrera, y comprendí su mensaje enseguida.
- No puedo quitármela – le dije -. Al igual que te pasó a ti, a mí también me quema.
- No te creo. Quítatela – reiteró.
Mi pulsera volvió a emitir las mismas vibraciones y, una vez más, capté el mensaje a la perfección.
Llevé mi mano izquierda hacia la pulsera y, cuando la toqué, soltó otra descarga eléctrica, aunque esta fue mucho más pequeña y, por supuesto, a mí no me quemó. Tan sólo me hizo cosquillas. Sin embargo, tenía que disimular, así que aparté la mano instantáneamente como si me hubiese quemado.
- ¡Ay, no puedo! – me quejé, meneando la mano al igual que haría si quisiera aliviarla.
- Es imposible que a ti te queme – se resistió a creer.
- El Gran Lobo me quiere sólo para él, y se ha asegurado de que así sea – me inventé sobre la marcha -. Ni siquiera yo puedo quitármela.
Se quedó en silencio durante unos segundos que a mí se me hicieron eternos, mirándome con suma atención para estudiar cada uno de mis posibles tics que pudieran delatarme.
- No importa – habló finalmente, resentido, aunque un poco más tranquilo. Parece que me había creído -. Esperaré. Dentro de un año tu lobo morirá, y con él la pulsera. Entonces serás mía – y mostró esa sonrisa perversa de nuevo.
No le contesté. Ahora me parecía más prudente callarme.
Sacó las llaves de su bolsillo, se dio la vuelta y, sin más, abrió la puerta para marcharse, echando el cerrojo otra vez cuando lo hizo y la cerró con un portazo.
Mi aro de cuero y yo esperamos un tiempo prudencial, todavía en estado de alerta, pero en cuanto ella se relajó del todo y la barrera se desvaneció, sentí un alivio enorme.
- Qué lista eres – le dije con un cuchicheo, acariciándola.
Otra vez creí escuchar ese ronroneo lupino.
Me acerqué a la silla y me senté para mirar un poco por la ventana, poniendo mi mano sobre mi estómago para intentar aplacar algo los pinchazos.
Unos golpecitos en la puerta me sobresaltaron un poco. Un poco, porque mi pulsera no vibraba y porque sabía que era Teresa. Ésta pasó a la habitación, me observó, creo que certificando que yo estaba bien, y cerró la puerta con suavidad.
- ¿Es que Razvan me ha llamado? – pregunté, algo asustada.
A saber de qué era capaz ese degenerado ahora.
- No. Sólo he venido a traerte esto – dijo esa vampiro de voz dulce y ojos bondadosos a pesar de ser rojos.
Su sonrisa también era hermosa y sincera. Sacó la mano de su espalda y me entregó un espejo de mano.
Agradecía su gesto, aunque tampoco entendía por qué me lo regalaba, pero la verdad es que el espejo en cuestión era horripilante. Se veía anticuado y viejo, el marco metálico, que había sido de color verde oscuro, estaba bastante oxidado, y tenía unos relieves con motivos florales, los cuales también habían estado pintados con unos colores chillones, que eran muy rococó.
- Ah…, gracias – intenté que mi tono sonara sincero, pero mi media sonrisa, mezcla de confusión y de estupefacción a la vez, me delataba.
Ella se dio cuenta enseguida de esa pregunta que mi cabeza se hacía: ¿para qué quería yo esto?
- No es un espejo común – me reveló, acuclillándose frente a mí.
- ¿Cómo? – ahora sí que estaba confusa.
Orientó el espejo con su mano, sin que la mía lo soltara, y lo dirigió a mi rostro.
- Observa su interior.
Bajé mis extrañados ojos hacia el espejo y miré el cristal. Al principio salía mi reflejo, pero después la imagen comenzó a cambiar ante mis atónitas pupilas.
No se veía nada, tan sólo una imagen gris, como si dentro del espejo hubiera una densa niebla.
- Se ve niebla – dije, asombrada.
- ¿Qué hay dentro de tu corazón? ¿Quién lo ocupa? ¿Quién es la primera persona que tu corazón anhela ver? – empezó a guiarme, hablándome con esa dulzura que se parecía tanto a la de Esme.
- Jacob – respondí sin ningún atisbo de duda, con un nudo enorme en la garganta.
- Eso es lo que el espejo te mostrará siempre – me desveló con una sonrisa -. Tu corazón ya ha elegido a quién ver.
Mi rostro se alzó para mirarla con sorpresa.
- ¿Quieres decir que este espejo me mostrará a Jacob?
- Sí, siempre que lo desees – asintió.
Volví a mirar lo que reflejaba.
- Pero… solamente veo niebla – murmuré -. Y lo estoy deseando, estoy deseando verle con todas mis fuerzas.
- El espejo sólo te mostrará su presente y su pasado inmediato – me explicó con ese tono pausado y tranquilo -. Piensa, Renesmee, ¿por qué el espejo no podría mostrarte su presente? – me preguntó como la profesora que pregunta a su alumno para que le dé la respuesta correcta.
No me hizo falta pensar mucho.
- Porque ahora mismo es un lobo – caí, hablando con sorpresa por mi propio descubrimiento -. Él es el Gran Lobo, y su poder espiritual se lo impide al espejo.
- Exacto. Ahora sólo tienes que desear ver lo que sucedió inmediatamente antes de que se transformara – me ayudó ella con otra sonrisa.
Mi cerebro ni siquiera se lo planteó, en cuanto ella terminó la frase, el espejo ya comenzaba a mostrarme la imagen.
Mi corazón saltó de su sitio para empezar a latir atropelladamente y mis mariposas volaron alocadas, con una mezcla de añoranza, pesar, alegría y tristeza. El nudo saltó y fui incapaz de reprimir mis lágrimas, que descendieron por mis mejillas sin cuartel.
Era la misma noche lluviosa en la que Jacob estaba sentado en ese tronco blanquecino de First Beach, en la madrugada del que debería haber sido el día de nuestra boda, la misma película que había visto en el líquido negro de la semiesfera dorada la semana pasada, cuando Razvan quería que me desnudase y no llegué a hacerlo gracias a la intervención de Teresa.
El tiempo pasó a cámara rápida, como uno de esos vídeos de los documentales de la tele. Todo pasaba rápido, el sol salía y, con él, la luz invadía el firmamento como si se fuera encendiendo progresivamente, la bajamar se convertía rápidamente en pleamar y las nubes pasaban raudas por ese cielo que ahora parecía un poco más despejado. Todo pasaba rápido, excepto Jacob. Él continuó inmóvil, con sus manos rodeando su cabeza y su rostro, llorando con una agonía silenciosa.
Mi corazón no se resquebrajó en mil pedazos de puro milagro.
Hasta que la cámara rápida se paró. Entonces, de repente, Jacob se levantó y su rostro se transformó en uno bien distinto. Se tornó a una determinación rabiosa y echó a correr hacia los primeros árboles de la playa. En cuanto los traspasó, se transformó y el espejo volvió a mostrarme la niebla.
- Jake… - sollocé.
Otra vez me vi invadida por una mezcolanza de sentimientos. Estaba feliz por haber tenido el privilegio de verle una vez más, pero la angustia de verle en ese estado me flagelaba con fiereza. Ahora seguía corriendo como lobo, llevaba dos semanas haciéndolo.
- Te dejaré sola – dijo Teresa, levantándose.
- Espera – le paré, cogiéndole de la muñeca -. Dime, ¿por qué me ayudas tanto?
Teresa se quedó mirándome durante un rato.
- Tú me recuerdas mucho a mi hija – me confesó finalmente con voz queda -. Tiene tu misma edad.
- ¿Tu hija? – inquirí, sorprendida.
- Sí, Mercedes.
Entonces, me acordé del mensaje de Ryam y me quedé estupefacta.
- ¿Mercedes? ¿Mercedes López?
- ¿La… conoces? – sus ojos se tiñeron de una sorpresa esperanzada.
Y después todo encajó, como las piezas de un puzzle. Recordé las visiones confusas de Alice sobre Ryam, lo que Helen nos contó sobre el pasadizo del bosque que llevaba a un edificio de piedra gris… Me levanté de la silla y comencé a pasear, con la mano entre mi pelo.
- Ryam, Ryam estuvo aquí, ¿verdad? – adiviné -. Ahora lo entiendo todo. Tú eres la que le ayudaste a escapar de aquí después de que copiara esos documentos de la fórmula.
- Le ayudé con la condición de que encontrase y ayudase a mi hija – desveló.
- Él ha cumplido su palabra. Tu hija, Mercedes, está en Boston – le revelé, quedándome frente a ella.
- En Boston, allí es donde Duncan dijo que le habían perdido la pista a Ryam – recordó con preocupación -. Si descubren a Mercedes… - su frágil voz se quebró y no llegó a terminar la frase.
- Helen y yo no la conocemos, pero él nos mandó un mensaje con ese dato. No sé qué pretendía con eso – me quedé pensativa.
- Lo ha hecho porque mi hija está en peligro – afirmó con angustia -. Razvan quiere hacerle daño.
- ¿Hacerle daño? ¿Y por qué? – pregunté, extrañada.
- Porque mi hija es otro gigante fallido – confesó con otro hilo de voz.
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.
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