= PARTE DOS =
PROFECÍA
= RENESMEE =
- ¡JACOB! – chillé, abriendo los ojos de repente.
Mi respiración iba a mil por hora y lo único que la entrecortaba era el enorme nudo que quebraba mi garganta y que ya había hecho que las lágrimas se derramasen por mi rostro.
Sin embargo, mi Jacob no estaba. Esta vez no había sido una pesadilla. Era el mundo real, la cruel y dura realidad.
Llevé mis temblorosas manos a las mejillas para secarme inútilmente esas lágrimas que no dejaban de brotar y entonces me di cuenta de que podía moverme a mi antojo. Me toqué el resto del cuerpo y la cara para comprobarlo bien. Sentía cada uno de los roces, mis manos me respondían, así como mis piernas, mis ojos, mi boca. Mi organismo volvía a ser mío.
Miré a mi alrededor, asustada y compungida, incorporándome para quedarme sentada.
Estaba en un camastro estrecho que se apoyaba en la pared, haciendo esquina, sobre una colcha de lana vieja de color gris, en una habitación pequeña y lúgubre que no tendría más de dos metros y medio de ancho por cuatro de largo. La estancia tenía una pequeña ventana en una de las paredes largas que aportaba muy poca luz y que estaba provista de una reja con unos fuertes barrotes. Debajo de la misma había una silla de madera que tenía el aspecto de ser muy antigua, al igual que el cabecero de la cama, la mesita, el armario y la puerta. Ésta abría hueco en la pared corta que seguía a la de la ventana y se notaba lo dura y pesada que era. Las paredes estaban formadas por unos bloques grandes de piedra gris.
Me sentía algo mareada y no tenía ganas de moverme, los pinchazos que aguijoneaban mi estómago y que perforaban mi corazón, junto con la desazón que me invadía, eran brutales, pero, aún así, me levanté.
Corrí hacia la puerta y tiré de la hebilla redonda que hacía las veces de pomo con todas mis fuerzas, apoyando la otra mano en la pared para conseguir más efecto, pero no había forma de abrirla. Repetí esta acción más veces, entre lágrimas de rabia y desesperación. Nada, la pesada hoja ni siquiera se movía.
- ¡Noooo! – grité, pegando puñetazos a la puerta.
No podía soportarlo, tenía que escapar de allí como fuera para llegar a Jacob.
La ventana. Tal vez pudiera salir por la ventana. Los enormes barrotes no eran un problema para mí, tenían toda la pinta de ser de hierro, y haciendo palanca con cualquier utensilio de la cama y con mi fuerza de medio vampiro seguramente podría hacer un hueco por el cual pasar.
Me aparté de la puerta y me dirigí a la ventana corriendo. Sin embargo, mi agitada respiración se transformó en llanto de nuevo cuando vi lo que había al otro lado.
La altura que me separaba del suelo era bastante grande, era la equivalente a seis pisos, y desde allí solamente se veían árboles por todas partes, una densa vegetación que lo cubría todo. Me desplacé un poco para tener visión desde otro ángulo y mis ojos se abrieron como platos.
No llegaba a serlo del todo, pero el edificio en el que me encontraba se parecía bastante a un castillo. Estaba hecho completamente de piedra gris, y parecía muy antiguo, pues en algunas partes de la fachada todavía seguían marcados los cañonazos sufridos por los vestigios de una guerra acontecida siglos atrás, algunos de los agujeros todavía tenían las bolas de hierro incrustadas, como si el tiempo se hubiera detenido justo en el momento de su impacto. Sin embargo, no había saliente alguno que me ayudase a descender si salía por la ventana. Era imposible bajar por aquí, incluso para un semivampiro como yo.
El bosque rodeaba a la construcción por todas partes y lo único que conseguía emerger del mismo eran las torres del pequeño castillo, puesto que eran los únicos elementos constructivos que tenían tanta altura. Fue entonces cuando supe que yo estaba en una de ellas. Solamente veía la que estaba en el otro extremo, pero me imaginé que el castillo constaba de cuatro torretas idénticas situadas en las esquinas. Donde yo me encontraba había mucha altura, como en la atalaya que estaba al otro extremo, y, tomando las pautas arquitectónicas que se seguían en la época medieval, la planta del castillo debería ser más o menos simétrica, así que faltaban dos torretas más que yo no podía ver porque quedaban al otro lado del edificio. Mi cárcel estaba en la planta más alta, ya que conté los pisos de la torre que veía al otro extremo y llegué hasta seis alturas, justo lo que había calculado antes.
Como en las películas y en los cuentos de hadas, la parte superior de las torres estaban preparadas para vigilar y defenderse de cualquier posible ataque, así que el murete que las coronaba tenía esa forma dentada donde se colocaban los vigías de aquella época con sus cañones. Las torretas también estaban provistas de una sola fila de ventanas pequeñas, con sus respectivas rejas, que se distribuían en vertical, una por cada piso, y tenían exactamente la misma medida que la que tenía delante, ochenta centímetros de ancho por uno cuarenta de largo.
El resto de la edificación unía a las cuatro torres, y no conseguía verlo bien debido a los árboles, pero me pareció que solamente constaba de muros de piedra cerrados, sin huecos ni ventanas.
Me di cuenta enseguida de que se trataba de un castillo más bien pobre, señal de que el señor o noble que vivía en él hace siglos no debía de disponer de muy buena posición ni de un título nobiliario de alto rango, puesto que en aquella época construir un castillo era muy caro y solamente lo podía adquirir la gente más rica. Cuanto más grande era el castillo, más poder adquisitivo, tierras y posesiones tenía el noble.
Me di la vuelta y pegué mi espalda al cristal, con mis angustiados pulmones trabajando sin cesar.
¿Dónde estaba? ¿Qué era esto? Y Jacob, mi Jacob, estaría sufriendo, él pensaba que yo había…
Me llevé la mano al pecho cuando mi corazón se vio agredido con otro hondo pinchazo. Ni siquiera podía pensar en las palabras, tan sólo imaginar el vocablo romper relacionado con Jacob, me revolvía el estómago.
No pude evitarlo. Mi garganta sufrió el embuste de una enorme arcada y tuve que correr a la esquina de al lado para vomitar.
¡Mi Jacob, mi Jacob!
¿Por qué Razvan tenía que haberle hecho tanto daño? ¿No podía haber hecho que se olvidara de todo, al igual que con mi familia? Lo hubiese preferido, por lo menos así no sufriría tanto. Pero no, esa brisa malvada que Razvan me había metido en el cuerpo tenía que hacerle creer esas horribles mentiras para hacerle sufrir sin piedad.
Y ahora él estaba sufriendo. Las imágenes de su rostro bañado de agonía y profundo dolor, y notar nuestra separación, hicieron que me diera otra arcada y volviese a vomitar mis escasos fluidos gástricos.
Me fijé en que había una jarra con agua y un vaso en la mesita que reposaba junto a la cama. Era la única mesilla, puesto que en el otro lado del lecho estaba la pared. Me aparté de la esquina y me aproximé a la mesita. Olí el contenido de la jarra para verificar que se trataba sólo de agua. Así era, luego vertí un poco en el vaso y bebí unos cuantos tragos para limpiar mi resquemada garganta.
Mi familia. Ellos no estaban sufriendo, al menos, eso me consolaba un poco.
Intenté calmarme, diciéndome a mí misma que todo esto era pasajero, que era cuestión de días que vinieran a rescatarme. Mi familia no tardaría mucho en descubrir que yo no estaba con ellos, sobretodo Alice. Ella no parecía haberse quedado muy convencida. Y Jacob. Él era el Gran Lobo. Pronto se daría cuenta de que las palabras que salían por mi boca eran mentira, que eso que le había dicho era imposible, que aquella no era yo, y vendría a buscarme. Me encontraría, seguro, y cuando eso sucediera, Razvan y los suyos serían aniquilados sin cuartel, Jake no le perdonaría que osara a separarnos de este modo tan ruin, cobarde y mezquino.
Procuré aferrarme a esa idea. Me eché en el camastro, más calmada, aunque los pinchazos de mi estómago eran enormes.
¿Y Helen? Mi mano se fue a mi cabello con preocupación. ¿Qué habrían hecho con ella? ¿La habrían secuestrado, como a mí? Si era así, intentarían sobornar a Ryam…
De pronto, mi pulsera vibró. Eso, y un ruido en la puerta, me puso en alerta e hizo que me incorporase de nuevo, asustada.
La pesada hoja de madera se abrió poco a poco, produciéndose un chirrido por las viejas bisagras, y mi respiración aumentó su ritmo. Y lo hizo aún más cuando la sombra apareció tras ella.
Llevé mi cuerpo hacia atrás y mi espalda se topó con el cabecero.
- Veo que te has despertado – habló con el mismo acento de Europa del este que tenían Razvan y sus secuaces.
Su casaca y su capucha negra me impedían verle el rostro y el cuerpo, pero por su voz profunda y grave deduje que era bastante corpulento, si bien no era demasiado alto, pues, según mis cálculos, yo le superaba.
Esperó un tiempo prudencial, pero no le contesté.
- Tienes que acompañarme – dijo a continuación.
- ¿A dónde? – quise saber, con una voz que me hubiese gustado que saliera con más potencia.
- Razvan te está esperando – se limitó a responder.
Pero, ¿qué se creía?
- No pienso ir a ninguna parte – contesté, ahora sí, con determinación.
- Debes ir – pronunció, más serio.
- Pues yo no me voy a mover de aquí – reiteré.
No dijo más nada. Hizo una señal con la cabeza, y de repente, dos vampiros entraron como una exhalación, sujetándome por los brazos para arrancarme del camastro.
- ¡No! ¡No voy a ir! – grité mientras me revolvía.
Pero era inútil. Los dos vampiros me llevaron a rastras sin ningún problema y me sacaron de la habitación, conducidos por la sombra.
Los matones que me arrastraban también iban de negro, pero ellos no vestían esa casaca con capucha que llevaba la sombra, sino camisa y pantalón. Eso me hizo deducir que ellos eran de un rango inferior a éste, además, el otro vampiro les había dado una orden.
- ¡Dejadme en paz! – chillaba una y otra vez, sin conseguir mi objetivo.
Salimos a un vestíbulo estrecho y me obligaron a bajar un montón de escaleras. Después, me condujeron por unos pasillos anchos cuyas paredes también eran de piedra gris y que carecían de ventana alguna. Solamente estaban iluminados por una sucesión de antorchas distribuidas a lo largo de uno de los paramentos y que le daban un aspecto todavía más tétrico y oscuro.
La sombra giró hacia la derecha por tercera vez, con nosotros detrás de él, caminó otro poco y entró por una puerta que ya estaba abierta.
- ¡Soltadme! – voceé una vez más, intentando zafarme.
El salón era grande, y estaba presidido por una chimenea de piedra, idéntica a toda la que recubría el castillo, que estaba encendida. Una enorme alfombra se extendía sobre el suelo para soportar dos butacones anticuados que se situaban frente al fuego. Sin embargo, no fue eso lo que más llamó mi atención.
Detrás de los respaldos de los asientos, había un recipiente extraño consistente en una semiesfera dorada de unos sesenta centímetros de diámetro que se apoyaba en cuatro patas de madera que no llegarían al metro de alto. El arco de la semiesfera estaba hacia abajo y el hueco que quedaba en la parte de arriba hacía las veces de palangana y estaba llena de un líquido de color negro. Junto a la semiesfera se encontraba una mesa también de madera que estaba repleta de recipientes típicos de laboratorio, una daga, un globo terráqueo muy viejo, algunos cuadernos y una caja metálica. A su lado había un atril que aguantaba un libro marrón, enorme y muy gordo. Estaba abierto en dos y, por las tapas de la portada y la contraportada, parecía muy antiguo.
Razvan esperaba al fondo de la estancia, pero no estaba solo. De los horrendos butacones se levantaron dos vampiros más. Mi pulsera volvió a vibrar con fuerza para ratificármelo, pero en cuanto los vi, supe que incluso eran peores que Razvan.
Se posicionaron junto a éste, dejándole en el medio.
Como todo en ese castillo, sus rostros tenían un aspecto muy antiguo. Me recordaban un poco a los Vulturis, ya que su piel también era casi transparente y sus ojos, vidriosos. Ambos vampiros tenían una media melena de color rubio tostado que caía ondulada sobre sus hombros, y se parecían bastante entre sí, sólo que uno de ellos llevaba una cuidada barba y el otro no. Vestían unas extravagantes túnicas que volvieron a recordarme a los Vulturis, aunque estas no eran negras, sino de un color malva muy oscuro que se acercaba al negro. El vampiro de barba también llevaba un colgante extraño. Era un medallón de color dorado que colgaba de una cadena de oro, y tenía el dibujo de un ojo con el iris escarlata. Me dio otro escalofrío cuando lo vi.
La mirada carmesí de ambos vampiros era igual de malvada y cruel que la de Razvan, pero había algo más en sus semblantes que me producía escalofríos, algo oscuro y maligno.
- La profecía estaba en lo cierto, es verdaderamente hermosa – habló el de barba sin apartar de mí esos iris inyectados en sangre.
- Extraordinaria – siguió el otro.
Ambos tenían el mismo acento que Razvan, sus secuaces y la sombra.
- Os lo dije – asintió Razvan.
- ¿Quiénes sois? – pregunté con voz trémula.
El vampiro de barba alzó la mano para hacer una señal y los dos matones que me habían traído me soltaron y se marcharon junto a la sombra, cerrando la puerta a sus espaldas.
- Nuestros nombres no tienen importancia – empezó a platicar el mismo vampiro, caminando hacia la semiesfera -, no obstante, puesto que vas a pasar aquí mucho tiempo, no veo inconveniente en que los sepas. Mi nombre es Nikoláy, y el de mi hermano, Ruslán – me indicó, señalando al otro vampiro con la mano.
- ¿Dónde estoy y qué es lo que queréis de mí? ¿Y qué habéis hecho con Helen? – quise saber.
- Te encuentras en nuestra morada – continuó el vampiro sin barba, el tal Ruslán -. En nuestra preciada Bulgaria.
- ¿En… Bulgaria? – inquirí, perpleja.
Mi corazón se congeló por un instante. Eso era muy lejos, muy lejos de Jacob, de mi familia…
- Tu amiga se encuentra bien, no has de inquietarte. Está en el castillo, en buenas manos – declaró el mismo vampiro.
- ¿Helen también está… está aquí? – murmuré.
- Está en buenas manos – reiteró Nikoláy -. Todavía está dormida, su temperatura corporal es inferior a la tuya y eso ha hecho que el somnífero actúe durante más tiempo. No la haremos daño, cuando termine con su cometido, la dejaremos en libertad.
Eso lo dudaba.
- Su cometido es atraer a Ryam, ¿no? – adiviné con un evidente aire crítico y contrario.
- Ryam solamente es un incordio que se solucionará pronto – declaró Razvan con dureza.
- Un incordio que os tiene demasiado preocupados, al parecer – observé.
- Un incordio que, gracias a tu amiga Helen, se solucionará pronto – reiteró él con una sonrisa arrogante que no me gustó nada.
- Si la hacéis daño…
- No creo que estés en condiciones de exigir nada – me cortó con otra sonrisa de autosuficiencia.
Me rechinaron los dientes.
- No sé qué es lo que pretendéis trayéndome hasta aquí, pero no vais a conseguir nada – les advertí -. Mi familia no tardará en descubrir la verdad, y el Gran Lobo se dará cuenta de que todo es mentira. Da igual lo lejos que me llevéis, él me encontrará. Vendrá a buscarme y acabará con todos vosotros.
- Tu familia está bajo el efecto de un encantamiento, y el Gran Lobo también – dijo Razvan curvando su labio del mismo modo.
- Sí, ya lo sé, pero te repito que descubrirán la verdad muy pronto y que vendrán a por mí, junto con mi lobo – aseguré.
- No lo comprendes, ¿verdad? – se rió -. No son simples encantamientos. La magia negra es invencible.
Un latigazo gélido atravesó mi pecho.
- ¿Qué quieres decir? – susurré.
- Observa – intervino Nikoláy, pegándose a la semiesfera.
Alzó su mano sobre ésta y, con los dedos índice y corazón, comenzó a hacer giros en el aire por encima del líquido negro.
Mis ojos se abrieron como platos cuando vi que el líquido empezaba a moverse al son de sus dedos sin que los mismos ni siquiera lo rozasen, pero se abrieron aún más al ver lo que sucedía después.
Nikoláy retiró la mano y el líquido siguió girando incesantemente, entonces, aparecieron una serie de imágenes que se reflejaban en él, y eran de mi familia.
Mis pulmones comenzaron a agitarse, nerviosos.
Era una película donde mi familia aparecía en su casa de Anchorage. Todos estaban felices, charlando en el salón, y mi corazón saltó de su sitio cuando me vi a mí. Estaba sentada con ellos, parecía estar manteniendo una conversación muy animada con Rosalie.
- ¿Qué es esto? – pregunté sin apenas voz.
- Es lo que está haciendo tu familia ahora mismo – explicó Ruslán, acercándose también a la semiesfera dorada -. Como bien podrás comprobar, no sospechan nada. Ellos creen que estás con ellos, y no hay forma de que piensen que no es así, pues pueden olerte, hablar contigo, tocarte, besarte, incluso tu padre puede ver tus pensamientos. Es imposible que se percaten de nada, el hechizo ha sido perfecto.
No podía creerlo.
- Puede que haya funcionado con mi familia, pero no será así con Jacob – manifesté, apretando la dentadura con rabia -. Aunque vuestro hechizo haya conseguido que se crea esa sarta de mentiras que me hicisteis soltar, el efecto de vuestro hechizo no durará mucho tiempo en él. Él es el Gran Lobo, ya se ha transformado, no tardará en purificarse. Seguramente a estas horas ya lo estará. Pronto se dará cuenta de que todo ha sido un engaño, y su poder espiritual hará el resto. Además, ya lo dije en el bosque, nuestro vínculo es demasiado fuerte, es indestructible, nada ni nadie nos puede separar.
- Tengo que reconocer que con el Gran Lobo nos ha costado más de la cuenta – intervino Razvan de nuevo, con una voz que delataba el disgusto que eso le provocaba -. Hemos tenido que unir nuestros poderes para conseguirlo.
- ¿Unir… vuestros poderes? – pregunté, sorprendida.
- Nosotros también somos magos – me aclaró Ruslán.
No sabía lo que era, pero algo me decía que eran más malignos que Razvan.
- Sin embargo, no lo habríamos conseguido sin tu ayuda – siguió Razvan.
- ¿Sin mi… ayuda? – la voz se me quebró al final de la frase.
- Como te dije en el bosque, vuestro vínculo sólo se podía romper si uno de los dos lo hacía, y tú lo has hecho.
Volvió a mostrarme esa sonrisa maléfica y me quedé helada una vez más.
- Eso… eso es imposible – murmuré, afirmándomelo a mí misma.
- Tú nos has proporcionado muchas cosas – empezó a explicarme con la misma sonrisa -. Por una parte, esa familiar tuya, Alice, no puede verte en sus visiones, eso impedía que los alertase, por lo tú eras la idónea para propagar el encantamiento hacia tu familia; y a su vez, sólo tú podías romper tus lazos con el Gran Lobo, sólo tu boca, tu voz, podía hacer que los hechizos surtieran efecto en él - noté cómo mi cara reflejaba el estado de shock en el que me quedé, incluso mi respiración volvió a agitarse -. Los hechizos tuvieron lugar antes de que se transformase y sus efectos ya empezaron a hacer mella en él. Él no sabe que está hechizado, y los propios hechizos hacen que no los pueda ver, así que, aunque se transforme, no se purificará. El primer encantamiento ha hecho que tu Gran Lobo crea todo lo que hemos querido que crea, y sus lobos también serán contagiados por este primer hechizo. En cuanto se transformó, ya empezó a propagárselo. Ellos creerán lo mismo que él.
- No… - murmuré, horrorizada, llevándome la mano al pecho por el profundo pinchazo que me dio.
- El segundo encantamiento ya ha empezado – continuó Ruslán con una voz sobria y dura, acercándose a la mesa -. El Gran Lobo está bajo la influencia de nuestro conjuro. Comenzará a odiarte, cada día más, poco a poco durante un año completo, entonces se cerrará el ciclo y él mismo se autodestruirá. Su odio por ti lo matará.
- ¡No! – grité, llorando, mientras negaba con la cabeza -. ¡Él jamás me odiará, os lo aseguro! – voceé con rabia, apretando los dientes y los puños -. ¡Nuestro vínculo es irrompible, por mucho que digáis! ¡Ni siquiera nosotros podemos romperlo! ¡Y mucho menos vuestra estúpida magia!
- ¿Eso crees? – cuestionó Nikoláy con un aire de mofa -. Mira esto.
Su hermano cogió la caja metálica que reposaba en la mesa junto a los recipientes de laboratorio, la daga, el globo terráqueo y los cuadernos, y mi pulsera comenzó a vibrar con inquietud.
Se colocó frente a mí y la abrió, dejando las pequeñas bisagras de la tapa de su lado para que yo pudiese ver bien el contenido. Cuando lo hice, mis ojos se abrieron como platos y mi pulsera aumentó sus vibraciones.
Era el corazón de aquel lobo Alfa. Yacía sin vida sobre un fondo acolchado de color rojo, estaba limpio de sangre y bien conservado. Me dio un calambre gélido que me recorrió entera, un balazo que me daba muy mala espina, porque era un mal presagio, un presagio fatídico.
Mi pulsera me avisó con una serie de vibraciones intermitentes, sin embargo, no me dio tiempo a reaccionar. Sin darme cuenta, Razvan llegó a mí con un movimiento vertiginoso y sentí algo en el dedo índice cuando agarró mi mano con la misma rapidez.
Me percaté de que era un corte al oler mi propia sangre y al ver cómo los tres vampiros no podían reprimir el retirar sus labios hacia atrás con ansia. Ni siquiera había visto a Razvan coger la daga de la mesa, dada la rapidez con que lo hizo todo. Cogió mi mano casi a la vez y la llevó hacia el corazón.
- ¡No! ¡Déjame! – chillé, intentando zafarme de sus brazos.
Fue inútil. Razvan me tenía bien sujeta desde atrás y me inmovilizaba completamente. Colocó mi mano sobre el órgano y esperó a que las gotas de sangre cayesen sobre él.
- Hazlo rápido – exigió Nikoláy, que ya no podía aguantar más su sed.
- ¡No! ¡Suéltame! – repetí, revolviéndome.
Razvan apretó mi dedo para que la sangre saliera más deprisa y así avanzar el proceso.
Pero entonces, mi aro de cuero hizo algo prodigioso que me dejó perpleja hasta a mí. Como había hecho en el bosque, latió una sola vez, pero en esta ocasión no creó una burbuja a mi alrededor, sino que su pequeña onda invisible se extendió hasta mi mano, acariciándola con una suave brisa cálida que sólo yo noté, y la herida se cerró instantáneamente.
Mi corazón latió como loco, era como si Jacob hubiera pasado su mano por la mía, acariciándomela para curarla.
Jake…, susurré en mis pensamientos, maravillada.
No fui la única que me llevé una sorpresa, los tres vampiros se quedaron estupefactos, aunque no tardaron en reaccionar.
- Es más poderoso de lo que creíamos – declaró Ruslán con gravedad.
- Te lo dije, hermano, la profecía está a punto de cumplirse – respondió Nikoláy con el mismo tono -. Por eso debemos actuar pronto, no podemos perder tiempo. Vamos, córtala otra vez – le apremió a Razvan.
Éste pasó la hoja del cuchillo por mi dedo a la velocidad de la luz, pero antes de que la sangre rebosara por el corte, mi aro de cuero latió como antes y la herida se cerró casi al mismo tiempo.
- Es increíble – exclamó Ruslán en voz baja, alucinado.
- ¡Soltadme! – protesté, moviéndome lo poco que me dejaba el vampiro que me oprimía.
Razvan volvió a intentarlo y la pulsera curó el corte.
- Es esa maldita pulsera – masculló Razvan, apretando los dientes.
- Quítasela – le ordenó Ruslán, malhumorado.
- ¡No! – grité.
Sin embargo, cuando Razvan posó sus dedos sobre mi pulsera de compromiso, ésta le quemó y retiró la mano al instante.
- ¡No se puede! – exclamó con enfado -. ¡La maldita quema como si fuera lava!
- La bloquearé – afirmó Nikoláy, alzando sus dedos índice y corazón sobre mi aro de cuero, sin llegar a tocarlo.
Su semblante se sumió en una profunda concentración y noté cómo mi pulsera perdía fuerza.
- Prueba ahora – le instó Ruslán.
- ¡No! ¡Déjame!
Razvan me produjo otro corte y la sangre comenzó a aparecer con más cantidad por la raja, aún así, mi aro de cuero rojizo latió y la herida se cerró, si bien su latido había sido más flojo y la onda invisible había tardado algo más en llegar a mi mano.
- Te ayudaré – se unió Ruslán, levantando los dedos al igual que su hermano para ponerlos por encima de mi pulsera.
El rostro de éste también se concentró y mi aro de cuero perdió otro poco de fuerza.
¡No!, chillé en mi fuero interno.
Razvan no perdió el tiempo, en cuanto vio que Ruslán se concentraba, cortó mi dedo una vez más y lo apretó con saña. Esta vez la sangre salió más deprisa que el latido de mi pulsera y una gota se escapó justo cuando expandía su onda invisible. La gota de sangre dejó mi dedo a la vez que la onda acariciaba mi mano. La herida se cerró, pero la gota inició el precipitado descenso hacia el corazón del lobo.
- ¡Noooo! – grité, al ver como ésta se estampaba en los tejidos del órgano.
Los hermanos dejaron sus poses con unas sonrisas de satisfacción y maldad que me helaron el alma, pero mi grito se ahogó cuando vi lo que sucedía a continuación.
La gota de mi sangre comenzó a crecer, extendiéndose por todo el corazón, y éste empezó a absorberla poco a poco, hasta que sus tejidos se llenaron de ella, tanto, que incluso la sangre se desbordaba. Me quedé sin aire al ver cómo mi plasma pasaba a oler de otro modo, porque pasó a oler como su sangre, la sangre de Jacob.
- Tú eres su alma gemela – manifestó Razvan con una voz de ultratumba -, su otra parte, su complemento. Tú haces que su corazón lata.
De repente, y para mi asombro, el corazón comenzó a latir como si estuviera vivo. No podía creerlo. Mi sangre lo había resucitado.
Sin embargo, mi respiración se agitó aún más al ver cómo lo hacía. Esos latidos irían a la mitad de los míos si no fuera porque mi corazón estaba acelerado, pero irían justo a la mitad, era el mismo y conocido ritmo. Tenía ese sonido milimetrado. Era el ritmo fuerte y calmado que acompasaba al mío de una manera totalmente sincronizada. Era el ritmo cardíaco de Jacob.
- ¿Qué es esto…? – conseguí musitar.
- Su corazón sólo late por ti, ¿no es irónico? – sonrió Ruslán con arrogancia.
- ¿Su… corazón? – apenas me salió la voz.
Nikoláy volvió a alzar sus dos dedos sobre la semiesfera dorada, dibujando círculos en el aire, y el líquido negro comenzó a girar en la misma dirección. Retiró la mano y el elemento acuoso siguió rotando, mostrándome otras imágenes a continuación.
Me quedé sin respiración de nuevo, aunque, esta vez, fue por un rayo que azotó mi cuerpo y alcanzó a mi corazón de pleno.
Era Jacob. Estaba en la playa de First Beach, sentado en la arena, apoyado en uno de los enormes troncos blanquecinos, bajo una intensa lluvia. Su cabeza reposaba entre sus manos y estaba llorando sin consuelo. Lloraba por mí.
- ¡Jake! – rompí a llorar, intentando deshacerme de los brazos de Razvan.
Esa imagen se me clavó en el alma, fue una puñalada que se incrustó en mi corazón con saña y paralizó todo mi cuerpo, haciendo que mis pulmones dejaran de coger aire para, después, hacerlo con un dolor punzante.
- Él cree que le has abandonado – afirmó Nikoláy, hablándome con malicia -, cree que le has dejado por otro hombre.
- ¡Noooo! – grité con rabia.
- La cuenta atrás ha empezado – continuó Ruslán, sacando el órgano de la caja metálica, dejándolo sobre su palma para mostrármelo -. Ahora este corazón representa al suyo. Su tristeza pronto se convertirá en rencor, y el rencor en odio, odio por ti – sus duras palabras impactaban en mi cabeza de una forma brutal, y cada una de ellas apuñalaba mi alma una y otra vez -. El ciclo del conjuro se cerrará en doce meses exactos. Poco a poco irá odiándote, cada vez más, hora a hora, día a día, mes a mes, y ese odio hará que su corazón se vaya ennegreciendo – mis ojos no podían apartarse de aquel órgano ensangrentado que bombeaba con vigor sobre su mano, el sonido de sus palpitaciones se metía por mis oídos y producían eco en mi mente, ahora parecía el tic tac de un reloj -, hasta que el odio lo cubra del todo. Entonces su corazón dejará de latir y el Gran Lobo morirá.
- ¡NOOOO! – chillé con ganas, entre lágrimas.
Mi pulsera vibraba con frustración e impotencia.
- Tú jamás podrás volver a decir que le amas, esas palabras no existirán en tu vocabulario, no podrás escribirlas, no podrás insinuarlas, no podrás usar tu don nunca más, no podrás transformarte, no podrás revelar lo que te pasa, no podrás confesar tus sentimientos hacia él, así como otros vocablos que estarán prohibidos para ti, nunca volverás a pronunciarlos – declaró Nikoláy, lanzándome otro de esos polvillos dorados.
- ¡NOOO! ¡YO LE AMO! ¡LE AMO! – lloré, intentando apartar el rostro.
Pero fue inútil, las partículas se metieron por todos mis poros y, cuando intenté repetir mis frases, me fue imposible. Era como si no recordase cómo se pronunciaban, mi lengua, mis cuerdas vocales, no podían emitirlas, las sílabas se quedaban atravesadas en la mitad de mi faringe.
- No… - lloré.
- Te casarás con Razvan para que la profecía se invierta – afirmó Ruslán -. La boda tendrá lugar dentro de un año, cuando se cierre el ciclo del encantamiento del Gran Lobo. Mientras tanto, tú estarás aquí.
- No pienso hacerlo – mascullé con rabia -, no me… - pero mi boca se bloqueó cuando iba a decir que no me casaría con otro hombre que no fuera Jacob.
- Te casarás conmigo, quieras o no – masculló Razvan en mi oído con furia.
- ¡No! – aseguré, apretando los dientes.
- ¡Muchacha terca! – gritó Nikoláy con disgusto -. ¡¿Con quién te crees que estás tratando?! ¡Te casarás con Razvan y harás todo lo que te digamos que hagas!
- ¡No! – me negué con una voz -. ¡No podéis obligarme! ¡Nunca lo haré!
- ¿Ah, no? Observa esto – dijo Ruslán.
Su mano se cerró sobre el corazón y comenzó a estrujarlo. Entonces mis ojos se movieron espantados hacia el líquido negro de la semiesfera dorada y mi respiración aumentó de intensidad. Jacob se llevó la palma al pecho y empezó a retorcerse de dolor en la arena empapada mientras gritaba.
- ¡NOOOOO! – chillé, horrorizada, revolviéndome en los brazos de Razvan, desbocada -. ¡DÉJALE! ¡NO LE HAGAS DAÑO!
Pero la mano de Ruslán apretó el corazón con más saña a la vez que su boca se torcía en una sonrisa maléfica, y Jacob se retorció con más intensidad.
No podía soportarlo. Esto era peor que cualquier otra tortura.
- ¡BASTA! ¡POR FAVOR, NO LE HAGAS MÁS DAÑO! – grité entre lloros desesperados -. ¡HARÉ TODO LO QUE ME PIDÁIS, PERO NO LE HAGÁIS MÁS DAÑO!
- Eso está mejor – dijo Ruslán, liberando el corazón.
Jacob dejó de retorcerse y se incorporó, aunque su respiración seguía siendo agitada y su mano seguía en su pecho. Su cara de angustia, dolor y confusión lo decía todo. Mi pecho también sufrió un horrible pinchazo.
- Jake… - no fui capaz de controlar mis llantos.
- Jamás olvides lo que podemos hacerle a tu Gran Lobo – murmuró Razvan en mi oreja, enfadado -. Lleváosla de aquí – ordenó después, lanzándome hacia atrás.
No me había dado cuenta de que los dos vampiros que me habían traído ya estaban en el salón. Caí directamente en los brazos pétreos de uno de ellos, que me compartió con el otro vampiro, y me arrastraron para sacarme de la estancia.
Volvimos a caminar por esos largos pasillos iluminados por esa serie de antorchas y subimos aquellas interminables escaleras, hasta que por fin llegamos a la habitación que ya era mi cárcel.
Me empujaron hacia dentro de malos modos y me caí en el suelo. En cuanto la puerta se cerró, me levanté y me tiré en el camastro para llorar sin consuelo.
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.
¡NO COPIES EL CONTENIDO!
No hay comentarios:
Publicar un comentario