= PARTE DOS =
PROFECÍA
= JACOB =
La cabeza salió disparada como un cohete cuando le hinqué bien los dientes, pero yo no me conformaba sólo con eso. Necesitaba más. Primero zarandeé el cuerpo del chupasangres con una saña que últimamente me salía sola, hasta que éste quedó esparcido en no sé cuántos trozos, y después machaqué la cabeza.
Cuando terminé, me dirigí a mi próxima víctima. No me importaba cuál fuera, lo único que me interesaba era soltar toda esta rabia, y estas asquerosas sanguijuelas me servían como saco de boxeo con el que sacarlo todo.
¡A tu derecha!, me avisó Paul.
No le hice mucho caso, mis ojos estaban clavados en otro bien grande que ya esperaba por mí. Me quité de encima a ese que venía a por mí, lanzándolo a un lado con una sola dentellada, y me arrojé a por el gigantón. Ese era un buen saco de boxeo.
O eso me había parecido, porque no me duró ni dos minutos.
Me giré, ansioso, y busqué mi próxima presa con rapidez. Todo eran luces malvas que se mezclaban con las doradas de nuestras almas, mis lobos luchaban bien, pero enseguida detecté un buen cúmulo de putrefactas almas añiles.
No me lo pensé dos veces. Mis patas llegaron de dos o tres zancadas y salté sobre todos aquellos vampiros con una furia desmedida, rugiendo para mostrarles mi supremacía y dominio.
Perfecto. Esos cuatro se arrojaron hacia mí a la vez, esto se ponía interesante. Ahora el saco era más grande, muy apropiado para todo lo que tenía que descargar.
Sí, necesitaba hacerlo, necesitaba sacar toda esta rabia, toda esta furia, porque cada vez que cerraba los ojos, seguía viéndola a ella, mi estúpido cerebro no había podido desterrarla de mis pensamientos, de mi ser. No podía soportarlo.
Ella se había ido. No podía quitármelo de la cabeza. Se había ido con otro…
Apreté las muelas con más que ira y destrocé a esos cuatro casi al mismo tiempo, zarandeándome igual que antes para esparcir sus malolientes ruinas por el bosque.
Me giré de nuevo para buscar más presas, pero para mi desgracia, había terminado con todos los sacos.
Podías dejar algo para los demás, ¿no?, se quejó Quil, llegando hasta mí.
No fue el único. Todos los demás se acercaron. Ni hablar, yo no tenía ganas de charlas. Lo único que quería era estar solo, estar a mi bola.
Ya habéis tenido bastante, le contesté. Quemad toda esta porquería.
Iba a mover una pata para pirarme de allí, cuando Embry se puso delante.
Espera, Jake, me paró.
Entonces, dirigió una mirada al resto del grupo que no me gustó ni un pelo. Algo se traían entre manos, algo que no me iba a apetecer nada. Ya me temía lo que era.
¿Qué pasa?, resoplé.
Ya sabes que esta noche daremos una fiesta en First Beach…
No, le respondí con contundencia antes de que me hiciera la pregunta.
¿Por qué no?, siguió Jared. Lo pasaremos guay.
No me apetece.
Venga, tío, continuó Isaac, habrá música, comida, cervezas, balones de rugby, chicas…
En cuanto enfatizó esta última palabra mis pupilas se fueron solas para clavarse en las suyas con una mirada asesina que hizo que sus orejas se agacharan un poco.
No me interesan las chicas, gruñí.
Vamos, Jake, déjanos ayudarte, bufó Embry. Hace casi un año de aquello, deberías pasar página y salir con alguna chica. No pasa nada porque…
He dicho que no, le corté, rechinando los dientes. Para mí las mujeres ya no existen.
¿Y vas a estar el resto de tu vida así?, rebatió, enfadado. ¿Vas a pasarte la vida pensando en Nessie?
Escuchar su nombre hizo que mi corazón pegase un salto, mandando a mi mente mensajes para que empezase a llenarse de flashes que chisporroteaban y que traían esos recuerdos que ahora eran demasiado dolorosos y que se retorcían en mi cerebro con saña.
No vuelvas a mencionar ese nombre, escupí entre dientes con un aire rabioso.
Embry, déjalo ya, le advirtió Sam, regañándole.
Pero Embry siguió.
Deberías de fijarte en alguna chica y olvidarte de ella de una vez.
Yo no veía mas rostros que el suyo, para mí ya no existían.
Sabes que para mí ya no hay más rostros, confesé con rabia. Ya no.
¡Vamos, tío!, protestó. Ya sé que siempre estarás imprimado, pero, ¡¿es que vas a pasarte el resto de tu vida esperando a que vuelva?!
Embry, gruñó Quil.
¡Tú no tienes ni idea!, grité, sin poder evitar mostrarle mi dentadura.
¡Todos la echamos mucho de menos, estamos deseando que vuelva, pero no va a hacerlo, Jake, tienes que asimilarlo de una maldita vez para seguir tu vida! ¡Nessie no va a volver!
¡ELLA VOLVERÁ!, chillé con furia, rugiéndole en la cara con potencia.
No fue sólo él, todos mis hermanos terminaron echados en el suelo en señal de respeto y sumisión, obligados por mi voz de Alfa, aunque sus ojos de sorpresa lo decían todo. No se podían creer que acabase de reconocer lo que acababa de reconocer.
Les di la espalda, rechinando los dientes, y salí de allí a toda velocidad para internarme en el bosque.
Corrí todo lo que me dejaron mis patas, desconectándome de la manada automáticamente para que dejasen a mi torturado cerebro en paz.
Por culpa de ese imbécil de Embry ahora necesitaba más sacos de boxeo, y lo peor es que, por hoy, se me habían terminado. Mierda, mierda, ¡mierda!
Intenté no pensar en nada durante mi trayecto, concentrarme solamente en la simple acción de mover mis huesos y músculos para galopar, pero era imposible. Otra vez sentía esa rabia dentro de mí.
No tardé mucho más en llegar a mi escondite. Atravesé los últimos árboles, al trote, y me detuve frente a la roca de siempre.
Adopté mi forma humana y me agaché para sacar mis raídos pantalones cortos y mi camiseta. Mis estúpidos ojos no pudieron evitar fijarse en la cinta de cuero que rodeaba a mi tobillo, pero lo que hicieron mis dedos fue peor, porque acercaron sus yemas para tocarla. Un calambre me atravesó el corazón, era demasiado insoportable, no podía ni mirarla. Dejé la cinta súbitamente, levantándome con prisa.
Me puse el pantalón y la camiseta de la misma forma y me senté en la roca, apoyando mi aturullada cocorota en el tronco para intentar relajarme y no pensar en nada.
Pero era demasiado tarde. Embry ya había hurgado en la herida y ésta volvía a sangrar a chorros. No le echaba la culpa. Sabía que mis hermanos de manada estaban hartos de verme así, que estaban muy preocupados por mí, que sólo pretendían animarme…, y que yo no me dejaba.
Y sabía además que ellos también la echaban mucho de menos. Sí, también, mierda. Porque yo la echaba tremendamente de menos, tenía que reconocerlo, no podía vivir sin ella, era mi droga, y, por supuesto, no era una droga normal. De esta no me desintoxicaría en la vida, lo sabía, sabía que jamás lo haría; es más, era al revés, cada día que pasaba era peor, cada hora que pasaba me enganchaba más, cada segundo que pasaba sin ella me moría un poco, lo sabía, lo sentía.
¿Cuánto tiempo iba a aguantar así? ¿Un año más? ¿Dos años? ¿Unos meses? Porque este año había sido un infierno para mí, un maldito e interminable infierno.
Sabía que Embry tenía razón, que ella no volvería, sin embargo, no sé qué me pasaba, no sabía qué estúpida e irracional razón me llevaba a ello, pero yo seguía esperándola. Y en honor a la verdad, yo no quería ni verla, pero sí, maldita sea, seguía esperando su vuelta. Era patético. Y, encima, acababa de reconocérselo a ellos. Mañana toda la manada lo sabría. Más puntos que añadir a mi patetismo.
Sí, no quería ni verla, porque lo que me había hecho…
Me incliné hacia delante y encerré mi pelo entre mis dedos con rabia.
¿Por qué? ¿Por qué me había hecho eso? Creía que éramos felices, y de pronto…
Mis dedos se cerraron en puños y noté los fuertes tirones en mi cuero cabelludo.
Me había engañado, me había estado mintiendo todo ese tiempo. Me había abandonado como a un perro, por otro.
Todas mis muelas rechinaron, tanto, que no se cascaron de puro milagro. No podía soportarlo.
Mierda. ¿Eso era lo que había sido yo para ella? ¿Una mascota? ¿Alguien con quien jugar y pasar el rato hasta que se cansó? ¿Se había divertido? Porque eso es lo que parecía. No, no podía creerlo, algo dentro de mí, en lo más profundo de mi ser, me decía que no. Aunque sabía que mi estúpido subconsciente de imprimado era el que causaba este efecto, porque la realidad estaba ahí, ella se había ido, me había abandonado por otro hombre.
Volví a estrujar las muelas con furia, celos, ira… La rabia se apoderaba de mí a cada instante.
Y, sin embargo, yo seguía aquí. ¡Maldita mierda de imprimación! Sí, porque si había regresado de mi fuga de cinco meses, si no me había suicidado ya, si no me había dejado matar por alguno de esos asquerosos chupasangres, había sido por ella. Todo por ella. Era un auténtico estúpido. Ya sabía que no iba a volver, pero yo me empeñaba en seguir aquí, en La Push, por si algún día ella se arrepentía y decidía regresar…
¡Arg! ¡Estúpido, estúpido! ¡¿A quién quería engañar?! ¡Lo que había escuchado en casa de los Cullen dejaba las cosas muy claras! ¡Ella jamás regresaría! ¡¿Por qué me empeñaba en seguir aquí?!
Mis ojos se fueron inconscientemente hacia la cinta otra vez. ¿Por qué seguía llevando esa cinta? En fin, no era necesario, porque, para ser sinceros del todo, siempre lo hacía, a todas horas, a cada segundo, pero cada vez que miraba esa cinta me acordaba más de ella. Debería quitármela y tirarla a la basura. Ella no se merecía que siguiera llevándola, que siguiera…
Dejé el pensamiento colgando, y la cinta siguió en mi tobillo.
No quería ni verla, pero en cambio seguía aquí, esperándola. Sí que era imbécil y patético.
Volví a apoyar la cabeza en el tronco de ese enorme abeto, que había sido mi único acompañante en este último año. Encima, se acercaba la fatídica fecha, y eso me hundía más en estas arenas movedizas de las que no era capaz de salir. No saldría nunca, acabaría hundiéndome del todo, ahogándome con este maldito fango.
Cerré los ojos para intentar crear un hueco de silencio en mi destartalado cerebro, procurando pensar en otras cosas, en algo agradable para variar. Idiota de mí, era imposible, porque todo lo bueno lo asociaba a ella, y eso dolía demasiado. Dolía porque ella me había hecho tanto daño. Quise maldecir el día en que me imprimé de ella, pero el amago de pensamiento se quedó trabado, no se atrevió a salir. ¡Estúpida imprimación de las narices! Ese día debería haberme largado de aquella casa para siempre, sin mirar atrás. Hubiera sido lo mejor.
Bueno, por lo menos hoy parecía que no tenía esos agonizantes pinchazos en el estómago.
Abrí los ojos, sintiéndome totalmente defraudado conmigo mismo por no haber conseguido vaciar mi recalentada mente, y éstos casi se me salen del sitio cuando me percaté de la presencia que tenía delante. Pegué un pequeño bote, del susto, y me puse de pie con precipitación, tanta, que tuve que apoyar la mano en el tronco para no caerme hacia atrás.
Era Bella. Estaba frente a mí, observándome.
¿De dónde había salido? Ni siquiera había escuchado una hoja, los grillos y los pájaros no habían dejado de cantar a mi alrededor, ni siquiera la había olido, aunque, claro, el aire soplaba en su dirección. ¿Y cómo demonios sabía que yo estaba aquí? ¿Cómo había dado conmigo?
Mi primer sentimiento fue de sorpresa y nerviosismo, mi corazón aumentó un poco su ritmo cardíaco, pero no fue por la persona que tenía delante, por supuesto, era por ella. Bella era su madre, ¿me traería noticias?
Sin embargo, nada más verle el semblante, ya me cabreé, porque pude detectar en su mirada que sentía lástima por mí. ¿Lástima? A buenas horas… Bella se había largado, como el resto de los Cullen, y no había tenido la decencia de llamarme ni una sola vez para preguntarme cómo estaba. ¿Y luego decía que yo seguía siendo su mejor amigo?
- Hola, Jake – me saludó, seria.
Su gesto grave me extrañó, incluso me asustó un poco. Parecía nerviosa por algo.
- ¿Qué haces aquí? – quise saber, enfadado -. Estás incumpliendo el tratado, lo sabes, ¿no?
Lo siento, pero no podía evitarlo. Había pasado demasiado tiempo sin que nadie de la Familia Monster se preocupase por mí. No sé qué pintaba ahora ella aquí.
- Es por algo urgente. Vengo a pedirte una cosa – contestó, moviendo las manos con ansiedad.
Genial. Encima, venía para que le hiciese un favor.
La fulminé con la mirada.
- ¿A pedirme una cosa? – chisté -. Esto es el colmo – mascullé, poniendo los brazos en jarra mientras miraba a un lado y hacía negaciones con la cabeza.
- No tengo tiempo de explicártelo – afirmó con prisas, metiéndose la mano en el bolsillo de su chaqueta -. Renesmee está en grave peligro, la están persiguiendo y tienes que llevarla a este sitio lo antes posible, Emmett os esperará allí para recogerla.
Fueron muchas cosas de su frase las que me chocaron y bombardearon mi cerebro para avasallarlo sin cuartel. Lo primero fue volver a escuchar su nombre, cada vez que lo oía me daba una descarga eléctrica que despertaba todos aquellos maravillosos recuerdos que ahora se habían convertido en toda una tortura, y eso que el idiota de Embry ya lo había mencionado antes. Lo segundo fue relacionarlo con la palabra peligro, eso hacía saltar esta maldita pulsión de imprimado que me hacía sentir que tenía que protegerla a toda costa. Y lo tercero fue esa petición imposible que se parecía más a una exigencia.
Se acercó a mí como una exhalación y me pasó el papel que había sacado, sin que me diese tiempo ni de pestañear. Después, con la misma rapidez, volvió a su puesto de antes.
- ¿Qué… qué estás diciendo? – conseguí musitar, observando el papel con incredulidad -. ¿Qué es esto…?
No hizo falta que me respondiera. Era un mapa geográfico. Y mostraba el camino desde La Push hasta una cordillera al suroeste de Canadá. Había una ruta marcada a rotulador rojo y un círculo perfecto en una de las escarpadas montañas, se notaba que eran así por el relieve del dibujo topográfico.
- No podría confiársela a nadie mejor que tú – siguió con esa voz nerviosa -. Sé que tú la protegerás mejor que nadie, por eso he venido hasta aquí. No te lo pediría si no fuera así.
Me quedé de piedra. Necesité de un minuto para volver a reaccionar, puesto que mi cerebro creyó haberse vuelto majareta al escuchar tantas cosas juntas y todas tan de repente.
- ¿Quieres que yo… lleve a… - me negué a pronunciar su nombre -, la lleve hasta Canadá? – no pude evitar que me saliese ese tono sarcástico y ácido -. ¿Después de todos estos meses, de todo lo que ha pasado, tienes la cara de venir aquí para pedirme esto?
- No he pod… - su voz pareció clavarse en algún sitio de su garganta, dado lo abrupto de su parón. Tomó aire y empezó otra frase -. Por favor, Jacob, Renesmee se morirá si no la llevamos allí antes de seis días.
Otra descarga eléctrica me recorrió de arriba a abajo, pero esta vez no fue sólo por oír su nombre, sino por esas palabras que entraron por mi frente como una bala helada, atravesando mi nuca. De nuevo sentí esa pulsión. Mierda, pero ahora era demasiado fuerte, urgente.
Sin embargo, yo no quería verla. No, no. No quería tener nada que ver con ella, ya me había hecho bastante daño. O sea, ¿tenía que llevarla a ese sitio, para que luego volviese con ese… imbécil con el que estuviera? Ni hablar.
Tragué una buena bocanada de aire para dominar a esa estúpida pulsión y lo expulsé con rapidez.
- No, no, no. No pienso… no pienso llevarla – me costó un triunfo, pero conseguí que esas palabras salieran de mi boca, aunque lo hacían con una entonación un tanto asustada. Mierda -. ¿Por qué no la lleváis vosotros? Además – bajé la mirada al plano y lo señalé con la mano -, a mí llegar hasta aquí me llevaría dos o tres días, en cambio a vosotros os llevaría menos, seguro.
- Renesmee está aquí – me anunció de pronto.
Esas palabras impactaron en mis oídos con fuerza, insertándose en mi cerebro como un arpón candente y chispeante. Levanté la vista súbitamente a la vez que mi corazón pegaba un salto y se ponía a latir a mil por hora.
No me dio tiempo a nada más.
Bella miró hacia un lado y mis ojos se fueron automáticamente hacia allí, ni siquiera lo dudaron un instante.
El mapa se me cayó al suelo y mi boca se quedó entreabierta cuando la vi salir de detrás de un árbol. Me quedé hipnotizado como un idiota viendo cómo caminaba hacia su madre, con esa gracilidad y armonía, todo en ella lo era, parecía que lo hacía a cámara lenta. Sus largas piernas, vestidas con unos ajustados vaqueros que dejaban entrever demasiado bien lo perfectamente contorneadas que eran, avanzaban entre las ramas y la hierba con paso seguro. Se colocó junto a Bella y se quedó frente a mí.
Llevaba puesta una sudadera blanca que se ceñía a ese cuerpo escultural con ganas. Portaba una mochila de esas que llevan los montañeros, con saco incluido, y la capucha de su sudadera envolvía su cabeza, haciendo sombra, de modo que no podía verle bien el rostro. Hasta que la retiró hacia atrás.
Entonces mi corazón se desbocó, pasó a latirme tan deprisa, que creí que iba a romperme el externón para salir volando hacia ella. Sabía que Bella y ella misma podían escucharlo, pero no pude controlarlo. Mi respiración se agitó, más que deslumbrada, casi me caigo desplomado al suelo, de la impresión, y mi estómago se llenó de ese cosquilleo alocado que a punto estuvo de crear un colapso en todo mi organismo.
El único rayo de sol que se dignó a salir esta tarde se coló entre las copas de los árboles para iluminarla, haciendo que el blanco de su ropa destellara y le reflejara en la cara, confiriéndole aún más luminosidad. Era un ángel…
Jadeé ante tal visión.
Su rostro divino era más hermoso que nunca, su piel, impoluta, sus mejillas, sonrosadas y llenas de vida, sus dulces y grandes ojos de color café brillaban más que nunca, me reclamaban como nunca antes, y sus carnosos labios me pedían a gritos que corriera hacia ella para besarlos…
Metió sus manos por su cuello y sacó su cabello. No hizo falta que lo tocara más, la suave y cálida brisa de junio se encargó de remover su larga, espectacular y preciosa melena, llevándosela hacia delante y alzándola ligeramente. El aire danzaba con su cabello, lo acariciaba, lo mimaba. Por un instante, deseé ser viento para tener ese privilegio. El color broncíneo de sus rizos contrastaba con el blanco de su sudadera. Al removerlos, la brisa consiguió que su maravilloso efluvio llegase hasta mí.
No era un ángel, era una diosa…
Fui capaz de controlarme y no cerré los ojos, pero inspiré ese aroma profundamente. Inconscientemente, irremediablemente. Porque necesitaba hacerlo, ella era mi droga, la necesitaba, la ansiaba…
Hace un momento estaba lloriqueando y rabiado por ella, y ahora ella estaba aquí, delante de mis narices. Todo lo que había soñado, todo lo que había estado esperando durante estos meses, había aparecido de repente.
Sin embargo, no podía engañarme, no era ni mucho menos como yo lo había soñado. Ella seguía ahí, inmóvil, ni siquiera se había acercado a mí, no había arrepentimiento. Aunque tenía que reconocer que si hubiera venido hacia mí para abrazarme como si nada, no sé qué hubiese hecho. Me habría chocado mucho, la verdad, puede que hasta la hubiese rechazado, y eso habría sido peor. En el fondo agradecí esa prudencia por su parte.
No era arrepentimiento, pero sus preciosos ojos reflejaban otra cosa. Era tan hermosa, esa palabra se quedaba demasiado corta. Noté cómo mi careto de idiota reflejaba lo maravillado y deslumbrado que me había quedado ante tal visión. Por un momento me pareció que ella también sentía lo mismo que yo, pero estaba claro que era mi desesperación y dolor los que producían ese delirio. Tuve que parpadear varias veces como un tonto para volver en mí.
Me obligué a hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad con el fin de no abalanzarme sobre ella para besarla. Apreté los puños con fuerza y contuve todos esos estúpidos y débiles instintos y sentimientos. Porque no podía olvidar el daño que ella me había hecho. Por su culpa ahora estaba muerto en vida.
Ahora que me había despertado de este sueño me fijé en que su corazón también latía como loco, lo hacía justo al doble que el mío – que aún seguía desbocado –, a una velocidad más que vertiginosa, la impresión del principio había embotado todos mis sentidos, y ella también mantenía los puños apretados. Apretaba tanto, que los nudillos parecía que le iban a estallar.
¿Por qué estaba tan nerviosa? ¿Tanto le dolía verme?
- Hola, Jake – habló, se notaba que con un nudo en la garganta, clavándome esos ojos implorantes que a punto estuvieron de hacerme sucumbir.
Su hermosa y celestial voz hizo que me diera la vuelta con precipitación, llevándome la mano a la nuca, nervioso y agitado. Mis estúpidos bronquios no se controlaban y mi corazón no conseguía volver a su ritmo de siempre. Tuve que inspirar bien hondo para relajarme un poco, y aún así, fui incapaz.
No podía, no podía hacerlo. No podía llevarla a esa montaña y estar cerca de ella varios días, era demasiado doloroso para mí. ¿Llevarla? ¿Llevarla hasta allí para después tener que devolvérsela a quien quiera que fuese el imbécil que me la había arrebatado? Porque ella correría a sus brazos, ya me había dejado para irse con él. Ya lo había hecho una vez. Y que me abandonase dos veces sería insoportable para mí, lo sabía. Sólo de pensarlo, me llenaba de angustia e ira descontrolada, hacía que la furia me dominase por completo. Era demasiado doloroso para mí, demasiado. Ni siquiera podía ser su amigo.
- No…, no puedo, Bella – murmuré, otra vez con esa inoportuna voz asustada.
Pero cuando me di la vuelta de nuevo, Bella ya no estaba. Solamente estaba ella. Mis ojos buscaron a Bella ansiosamente entre la vegetación, sin embargo, se había esfumado. Mis dientes rechinaron. Maldita traidora, me la había jugado…
Sin pedirme permiso, mis patéticas pupilas se clavaron por un instante en las suyas, que se alzaron del suelo para reclamarme, y estuvieron a un pelo de caer en la tentación.
¡Mierda, ni hablar!
No, no estaba dispuesto a pasar por lo mismo otra vez. Todavía estaba pagando mi condena infernal. Que la llevase su familia.
Ni siquiera le hablé. Me di la vuelta, rabiado, y comencé a caminar en dirección a la casa de mi viejo.
Escuché sus pasos detrás de mí, bueno, tengo que reconocer que también la miré por el rabillo del ojo, y vi cómo recogía ese dichoso mapa del suelo para seguir tras mis pies. Eso me cabreó más.
Me paré en seco, tanto, que ella casi se estampa contra mi espalda, y me giré con enfado.
- Mira, me importa una mierda lo que haya dicho tu madre – le espeté en la cara con resentimiento -. No quiero que me sigas, ¿entiendes? Da la vuelta y pírate con ella.
- Ya se ha ido, y no sé dónde está – respondió con un hilo de voz mientras sus preciosos ojos volvían a clavarse en los míos.
Me di la vuelta otra vez para no tener que verlos y comencé a caminar.
- Pues llámala al móvil, ¿a mí qué me cuentas? – refunfuñé, apartando una rama de mi camino de un manotazo.
- Lo tiene apagado – aseguró, siguiéndome de nuevo.
Genial.
Me dio igual. Seguí mi veloz camino entre los árboles, con ella detrás de mí todo el tiempo. No tuve compasión y avancé en grandes zancadas, lo eran incluso para mí, pero ella no se amilanó, continuó pegada a mi chepa, prácticamente corriendo al trote, en silencio.
Resoplé, malhumorado, cuando llegué frente a la casa y ella lo hizo conmigo. ¿Y ahora qué hacía? Ella no se iba, y tenía toda la pinta de que no se iba a despegar de mí. Estudié todas las posibilidades que se me ocurrieron en ese momento y ninguna me gustaba. Si me largaba por ahí y alguien de la manada la veía conmigo, tendría que soportar sus futuros pensamientos sobre lo guapa que estaba y lo imbécil que era yo por dejarla marchar, pensamientos que durarían un montón. Pero, claro, ellos no me entendían. Y si la llevaba a casa, ¿qué cara iba a poner mi padre cuando la viera aparecer? Bueno, eso ya me lo imaginaba. Pero era la mejor opción, por lo menos Billy no compartía sus pensamientos con nadie, no se convertiría en algo vox pópuli.
Volví a resoplar, esta vez por las narices, y entré en la vivienda, a sabiendas de que ella me seguiría. Y, claro, claro que lo hizo.
Mi padre estaba entretenido, haciendo uno de esos crucigramas que tanto le gustaban últimamente.
- Ah, vaya, Jake, hoy has llegado muy temp…
El bolígrafo se le cayó de la mano cuando alzó la vista y la vio, casi se le salen los ojos de las cuencas.
- Mierda… - mascullé para mí.
- Hola, Billy – le sonrió ella.
Dios, su sonrisa seguía siendo tan hermosa y dulce como siempre. Gruñí y giré el rostro para no verla.
- Nessie… - murmuró al principio -. ¡Nessie! – exclamó acto seguido, riéndose; y empezó a mover las ruedas de su silla con un entusiasmado brío para acercarse a ella. Genial, lo sabía -. ¡¿Qué… qué haces aquí?! – y cuando terminó su pregunta, sus ojos oscilaron hacia mí con alegría.
Estúpido…
- No es lo que piensas – le advertí con enfado, esquivándole para dirigirme a la cocina.
Necesitaba un poco de agua. Esto era demasiado.
Las dos cabezas se giraron para seguirme, pero él enseguida la volvió hacia ella.
Entré en la cocina y cogí un vaso para llenarlo de agua.
- ¿Qué haces aquí? – repitió mi viejo -. ¿Cómo te va todo?
Engullí el agua en traguitos pequeños, intentando que fueran lo más sonoros posible para que hicieran un poco más de ruido en mis oídos. No tenía ganas de escuchar lo feliz que era.
- Bueno, tengo problemas – escuché igualmente.
- ¿Problemas?
Pude percibir cómo el tono de mi padre adquiría un matiz esperanzador. El muy idiota se pensaba que se refería a su relación con ese otro cretino. Tuve que llenar otro vaso y bebérmelo con prisas, para amortiguar esa quemazón que me subió desde el estómago. Sólo pensar en eso, hacía que ya me temblasen las manos y que el rabioso calor quisiera subirme por la espalda.
- Me están persiguiendo – explicó ella -. Por eso mi madre me ha traído hasta aquí. Jacob tiene que llevarme a este sitio.
Posé el vaso en la meseta con un fuerte golpe y salí disparado de la cocina, aunque fue demasiado tarde.
- ¿Hasta Canadá? – inquirió mi padre con sorpresa antes de que llegase a su lado y le quitara el plano de un zarpazo -. ¿Y quién te está persiguiendo? ¿Por qué?
- Da igual, porque yo no voy a llevarla a ningún sitio – afirmé con acidez, doblando ese plano malamente y tirándolo sobre la mesa.
- ¿Cómo? ¿No vas a ayudarla? – censuró Billy, haciéndolo también con la mirada.
- Lo hará su familia, a la cual voy a llamar ahora mismo – dije, dirigiéndome hacia el teléfono.
- Tienen el móvil apagado – aseguró ella otra vez.
Mis pies descalzos se clavaron en el suelo, incrédulos, y me giré hacia ella para mirarla del mismo modo.
- ¿Todos?
- Sí. Y no los van a encender – declaró -. Ellos también me están protegiendo, pero por otros flancos, y no pueden tener los móviles operativos, sería peligroso.
- Tienes que ayudarla – intervino Billy, hablándome con ese absurdo tono solemne que siempre ponía para estas cosas -. Te han pedido ayuda y debes obrar correctamente.
- No, no, no, no – articulé con rapidez, acercándome a los dos nerviosamente -. Ella se va a marchar ahora, ¿verdad?
- No tengo dónde quedarme – dijo, alzando esos ojazos para llevarlos a los míos.
Aparté la mirada con urgencia.
- ¿Tu familia no está en su casa de Forks? – quiso saber Billy.
- No, se han ido y me han dejado aquí.
- Pues no se hable más, te quedarás en esta casa – soltó mi viejo por esa boca.
- ¡Ni hablar! – protesté con indignación.
¿Pero qué hacía? ¿No se daba cuenta de lo difícil que era esto para mí? Me… me volvería loco.
- ¡Haz el favor de no ser maleducado, Jacob! – me regañó.
- ¡Que se vaya a casa de Charlie!
- Charlie se fue de viaje esta mañana con Sue – me reveló, para mi sorpresa.
¿Qué? ¿Pero qué era esto? ¿Es que el destino, las estrellas y los astros se habían confabulado para ponerse todos en mi contra?
- ¡Pues que se vaya a un hotel o algo!
- ¡Jacob Black! ¡Los quileute somos conocidos por ser gente muy hospitalaria! ¡Esta es mi casa y no voy a permitir que mi…, que Nessie – rectificó a tiempo – tenga que alojarse en un hotel cuando lo puede hacer aquí! – respiró hondo para tranquilizarse y siguió hablando, aunque continuando con ese tono de autoridad -. Dormirá en tu habitación y tú te quedarás en el sofá. Lleva su mochila a tu cuarto y cámbiale las sábanas.
Me sentí como un auténtico idiota. Se suponía que yo era el Gran Lobo, tenía a una manada de veintitrés lobos a mis órdenes, era el jefe de la tribu, teóricamente, y ya era bastante mayorcito para estas absurdas riñas paternales, pero resulta que llegaba a casa y con mi viejo tenía que agachar las orejas y meter el rabo entre las piernas. Menudo Gran Lobo. Sin embargo, y para mi desgracia, esto es lo que me tocaba, si quería vivir aquí, claro, esta era su casa y no me quedaba más remedio que acatar sus órdenes. Pero esto no se iba a quedar así.
- Bien, genial – bufé, cabreado; y agarré la mochila de malos modos cuando ella se la quitó -. Puede quedarse con mi habitación, si quiere, pero yo no dormiré en la misma casa.
Caminé enrabietado y entré en mi dormitorio, bueno, ahora su dormitorio. Arrojé la mochila al suelo hoscamente y me dirigí al armario para coger un juego de sábanas limpias. Cuando me giré hacia la cama, ella estaba junto a la misma, observándome. Tiré las sábanas sobre la colcha y cerré el armario de un golpetazo.
- Ahí tienes tus sábanas – le dije mientras pasaba a su lado, raspando las palabras con acidez.
Y me largué de la habitación, pegando un portazo.
- ¡Ya está bien, hijo! – me riñó Billy una vez más. No le escuché y seguí caminando. Intentó seguirme, pero sus ruedas no eran tan rápidas como mis pies -. ¿A dónde vas? – y su voz sonó con preocupación.
Genial. Eso me hacía sentir culpable. Se las había hecho pasar canutas cuando me largué aquellos cinco meses, porque había estado desconectado de la manada y no había recibido noticias mías en todo ese tiempo.
Me detuve un momento para calmarle. Giré un poco la cabeza, aunque no me di la vuelta.
De pronto, mis ojos se toparon con algo en la estantería que llamó mi atención momentáneamente. Era un extraño mineral de color celeste que tenía unas manchitas negras.
- ¿Qué es eso? – pregunté, frunciendo el ceño, aunque esta vez con extrañeza, cogiéndolo para mirarlo.
- ¿Qué? Ah, eso. Nada, un amuleto de la suerte que le compré a un vendedor ambulante – me explicó -. Protege de los malos espíritus.
- ¿Y para qué le compras nada a un vendedor ambulante? – le regañé, dándome la vuelta con esa piedra encima de mi palma -. Esos tíos sólo son estafadores, papá.
- Este no era el típico vendedor, era un hombre con una melena blanca que sabía magia – alegó él -. Parecía una buena persona, además, sólo me pidió la voluntad.
No le sirvió de nada, ya que yo suspiré con cansancio, siempre caía en esos trucos baratos. Al ver mi inconformismo, siguió con su defensa.
- Sé lo que estás pensando, pero era un mago de verdad, incluso me hizo un truco de magia muy bueno con unos polvos dorados.
- Un truco de magia, ya – resoplé, dejando la piedra en la estantería -. El único truco que te ha hecho, ha sido el engañarte para venderte esta porquería.
- Era bueno – se defendió él -. Y es un amuleto.
- Vale, vale, es tu dinero, allá tú – mascullé, refunfuñando.
A fin de cuentas, a mí me daba igual lo que hiciera con él. Además, mi atolondrada cabeza no estaba para pensar en esas bobadas ahora mismo. Lo único que quería era salir de esta casa antes de que ella lo hiciera de la habitación.
Me di la vuelta y me dirigí a la puerta con rapidez.
- ¿A dónde vas? – repitió, acercándose a mí por detrás.
- Tranquilo, no me voy a largar, ¿vale? – le calmé, abriendo la hoja -. Dormiré aquí fuera.
Y salí por el umbral para pirarme de esa casa.
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.
¡NO COPIES EL CONTENIDO!
Pobree nessi! no se vale. Odio a ese tal Razvan.
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