Concurso de Fanfics

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CONCURSO:
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  • Songfic
  • Real person
  • One shot
  • Fics completados
  • Fics sin completar
CLASIFICACIONES:
  • M - Mature (Adultos)
  • T - Teens (Adolecentes)
  • K - Kids (Todas las edades)
JURADO:
  • MIAW
  • MARIA
  • TAMARA
PREMIOS:
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miércoles, 4 de mayo de 2011

REGALOS [DESPERTAR]

= LIBRO UNO =

RENESMEE




Por la mañana me tuve que duchar con agua fría otra vez, aunque de poco sirvió. Aunque había estado con Jake hacía sólo unas horas, el recipiente que contenía la gasolina que simbolizaba mi celo estaba lleno hasta arriba de nuevo y seguía subiendo, y hasta que no le prendiéramos fuego y se consumiera, no iba a haber forma de parar aquello.
Cuando bajé al salón, Jake no estaba y mi padre tampoco. Al parecer, y según Alice y Rose, que seguían enfurruñadas conmigo, mi progenitor no le había dejado entrar en casa y él se había ido muy lejos de nuevo para no escuchar nuestros gritos. Aún así, el efluvio de Jacob estaba tan cerca, que conseguía penetrar por las rendijas de la puerta y de las ventanas, clavándose en mi cerebro para poner en marcha el botón que activaba la alarma, porque ya no era una llamada, era una alarma.
Ni siquiera desayuné. Salí volando del edificio y me abalancé como una posesa sobre Jacob, que me esperaba apoyado en su moto. Por poco la tiramos abajo.
- Dios, Nessie… - susurró entre los jadeos, sin dejar de besarme alocadamente -. Vámonos de aquí ya…
Nos costó lo nuestro despegarnos, pero al final lo conseguimos.
Nos subimos a su Harley Sprint y nos largamos con urgencia. Fue una buena idea que viniera a buscarme en moto; esta vez no me puse el casco para que me diera bien el aire en la cara.
El vehículo se desplazó a todo lo que daba por la carretera de La Push hasta que, por fin, llegamos a su garaje.
Dejamos la moto y Jacob me cogió de la mano para dirigirnos prestos hacia la casita roja.
- ¿Billy se ha ido a pescar otra vez? – le pregunté, extrañada, por el camino, al percatarme de adónde íbamos.
- Se ha ido unos días a casa de Rachel y Paul para dejarnos a solas.
- ¿Se lo has contado? – quise saber, con una vergüenza horrible.
- No pude evitarlo, tu olor está por toda la casa y se me notaba muchísimo – confesó escuetamente, acelerando el paso.
- Pero ahora Paul también se va a enterar – me lamenté.
Eso significaba que la manada acabaría sabiéndolo. Horror.
Jacob abrió la puerta de su casa y me metió dentro, tirando de mí para pegarme a su cuerpo.
- Nena…, tenemos la casa para nosotros solos durante días – me reiteró al ver que no me había fijado en lo importante, exhalando con intensidad mientras ya me besaba sin freno.
¡La casa para nosotros solos durante días!, repitió mi acalorada mente.
Cerré la puerta con el pie, de un portazo, y ya no me importó nada más.

Descubrimos que mi celo duraba una semana. Al principio, me pareció sorprendente que mi padre aceptara de buen grado mi estancia en casa de Jacob durante la duración del mismo cuando ese día le llamé por teléfono para pedirle permiso, aunque luego comprendí que lo hacía más bien por él y por su propia salud mental. Según mi madre, esa noche mi mente también había gritado a todas horas, hasta en sueños, y mi padre estaba al borde del colapso. Casi fue un alivio para él cuando se lo pedí, así me lo hizo notar su voz, y Jake y yo pegamos un salto de alegría cuando colgué. A mi madre, en cambio, no le gustó mucho la idea, sin embargo, avisó a Seth para que me fuese a buscar algo de ropa y me la trajera.
El paciente y más que atento Billy nos había dejado la despensa y la nevera llenas, al parecer, no quería que a mí me faltase de nada – siempre me había tratado como a una hija, pero desde que le habíamos anunciado nuestro compromiso, estaba encantado y me tenía como a una reina, y eso que le dijimos que todavía no había fecha -, quería que me sintiese como en mi casa, aunque ya le dije a Jacob que todo eso no hacía falta, puesto que yo me sentía en mi hogar. Con Billy todo era muy fácil, no hacía falta darle ninguna explicación, todo le parecía bien. Solamente nos llamaba algún día para ver si necesitábamos algo. Desde luego, tendríamos que pagarle este enorme favor con creces cuando todo terminase.
Por supuesto, toda la manada se enteró. Se podía escuchar de vez en cuando algún aullido socarrón que otro cuando pasaban cerca de casa de Jacob. Si bien Paul no había aguantado con la boca cerrada, Jake tenía que cambiar de fase todos los días sólo para dar instrucciones, con lo que se habrían enterado igualmente, así que lo ratificó para que se quedasen tranquilos. Nadie hubiese entendido entonces por qué su líder no podía aparecer por allí durante tantos días y habrían pensado que le había pasado algo, por lo que Jacob tuvo que explicarlo. Les pareció que era una más que buena razón para ello.
Esa semana fue la mejor semana de toda mi vida, y eso que apenas salimos de la casa, tan sólo para pasear por la playa al atardecer, que era cuando controlábamos un poco mejor el desmedido deseo y, aún así, alguna vez no pudimos llegar a la vivienda. Por las noches parecía bajar algo el apetito y dormíamos bastante bien, pero siempre había alguna que otra réplica. Me encantaba despertarme entre sus brazos por la mañana y descubrir su rostro encandilado observándome desde hacía ya rato. Fue una especie de luna de miel para nosotros, aunque mucho más intensa, salvaje y desenfrenada, y decidimos que, a partir de ese momento, llamaríamos así a mi temporada de celo. A mí me sonaba muchísimo mejor, no me parecía tan explícito e incómodo.
Mi celo fue constante durante siete días, hasta que al octavo, tal cual vino, se marchó. Podíamos haber prolongado un poco más mi estancia – parece mentira, pero todavía nos quedaban ganas de seguir, y eso que todo había terminado -, sin embargo, nos pareció que ya habíamos abusado bastante de Billy y que el pobre tenía que volver a su casa; aunque ese octavo día lo aprovechamos para comprobar que no nos hacía falta mi celo para prender llama y arder juntos, todo era igual de increíble, mágico y maravilloso, sólo que el deseo que sentíamos el uno por el otro era… dominable.
Cuando anocheció, ya lo teníamos todo recogido, y en cuanto Billy entró por la puerta, nos encontró en el sofá viendo la tele como dos niños buenos. Todo iba muy bien, hasta que no me libré de tener que escuchar cómo mi futuro suegro me decía un bromista aunque orgulloso: un Black siempre cumple, cosa que me dio tanta vergüenza, que me apetecía llenar el lavabo de agua y meter la cabeza dentro. Aún así, asentí y aguantamos el chaparrón, era lo menos que podíamos hacer después de que nos dejara su hogar.
Jacob me llevó a mi casa en el Golf y aparcó delante del porche. Tuvimos que aguantar las correspondientes y esperadas bromas de Emmett, como la típica se os ve más delgados y de esa clase, las miradas aliviadas, aunque no por ello menos censuradoras y doloridas, de mi padre y las sonrisillas del resto de mi familia, a excepción de mi madre, como era de esperar. A mis tías parecía habérseles pasado el enfado.
Después de cenar y recoger la cocina, nos subimos a mi ahora extraño dormitorio y nos tumbamos en la cama para charlar un poco.
- Te voy a echar muchísimo de menos – murmuró Jake mientras me pasaba los dedos por el pelo -. Toda mi casa huele a ti.
- Y yo a ti – contesté, abrazándole más fuerte -. Se me va a hacer muy raro no dormir contigo.
- Esto es una mierda – se quejó -. Es como si nos hubiésemos ido a vivir juntos y de repente tuviéramos que volver a vivir con nuestros padres.
- Sí, no sé si no habría sido mejor que no hubiésemos pasado nuestra luna de miel juntos.
Nos miramos el uno al otro durante un segundo.
- No – afirmamos los dos con una sonrisa.
Volvimos la vista al techo y nos quedamos un rato en silencio.
- ¿Tu familia se va a marchar justo después de la visita de los Vulturis, o va a esperar un poco? - quiso saber, pensativo.
- No lo sé, ¿por qué?
- No, por nada. Por saberlo – me respondió, encogiéndose de hombros.
Unos nudillos pegaron unos toques en la puerta.
- Nessie, Jacob, ¿podemos pasar? – preguntó Carlisle desde fuera.
Mi novio y yo nos incorporamos para quedarnos sentados en la cama.
- Sí, claro – consentí.
Mis abuelos entraron en la habitación, sonriéndonos.
- No queremos molestaros mucho, solamente veníamos a daros nuestro regalo de boda – dijo él, entregándome un sobre alargado y blanco.
Jacob se puso de pie.
- ¿Nuestro regalo de boda? – murmuré, mirando el sobre con sorpresa.
- No teníais que haberos molestado, Doc – declaró Jake, rascándose la nuca, un tanto apurado -. Todavía no tenemos fecha, teníais mucho tiempo para pensároslo.
- Lo sabemos. No obstante, nos apetecía dároslo antes de que nos mudáramos, por si no queríais esperar – mis abuelos se miraron y se sonrieron -. Aunque ya os habéis adelantado.
Abrí el sobre y mi cara se iluminó como si el interior del mismo proyectara un halo de luz.
- Son unos vales canjeables por un viaje de quince días a donde queráis – le aclaró Esme a Jacob -. Era vuestro viaje de luna de miel, pero… - Carlisle y Esme se volvieron a mirar sonrientes.
- ¿Quince días…? – mi mente ya empezaba a vagar ella sola, sumergiéndose en mis recientes y fantásticos recuerdos.
Jacob me quitó los vales de la mano para mirarlos con una sonrisa enorme.
- Bueno, eso sólo fue un ensayo – afirmó -. Tendremos que repetir.
- ¡Muchas gracias! – exclamé, abrazando a los dos.
- Sí, gracias – secundó Jake, sonriéndoles -. Esto es demasiado, yo no… - se le escapó una risa nerviosa -. Bueno, Doc, no tengo palabras, de verdad.
- De nada – asintió Carlisle, complacido.
- Caducan dentro de seis meses, así que deberíais ir pensando el sitio – nos informó Esme.
Cualquier sitio con Jacob a mi lado sería el paraíso.
- Bien, ya os dejamos – anunció Carlisle, dirigiéndose a la puerta con Esme de la mano.
- Gracias otra vez – les agradeció Jacob, levantando los vales con su maravillosa y deslumbrante sonrisa dibujada en la cara.
Mis abuelos se despidieron con la mano y salieron de la habitación, y Jacob y yo nos fundimos en un abrazo de oso en el que mis pies terminaron volando.

No tuve que inventarme ninguna excusa que darles a mis amigas, Seth ya lo había hecho por mí. Al parecer, le había dicho a Brenda que había tenido fiebre. Por supuesto, todas me preguntaron que a qué se había debido y si ya estaba bien del todo. Les dije que se había debido a una reacción de la primavera. Si yo les contara mi semana de placer y lujuria…
Me pase la mayor parte de las clases mirando por la ventana, pensando en Jacob. Lo echaba tanto de menos. Después de pasarnos ocho días pegados a todas horas, esto iba a ser un suplicio. Como por la noche, la despedida de la mañana había sido larga y nos costó decirnos hasta luego, aunque conseguí tener fuerza de voluntad y salir del coche gracias a Brenda. Me esperaba después de despedirse de Seth para que nos reuniéramos con el resto de mis amigas.
No me sorprendió ver el coche de Seth en el aparcamiento del instituto por la mañana y por la tarde, un Volvo azul metalizado de segunda mano que Jake le había reparado hacía un par de años. Cuando mis amigas y yo salimos del centro, Jacob y Seth estaban apoyados en el vehículo de este último, charlando animadamente. En cuanto nos vieron a Brenda y a mí, dejaron de hablar para sonreírnos.
Yo fui la primera en salir corriendo para abrazar y besar a mi novio, Brenda no estaba imprimada y no sentía esa necesidad tan fuertemente. Y más después de todo lo que le había echado de menos. El beso se prolongó durante un rato y cuando mis alocadas mariposas empezaron a agitarse más de la cuenta, me obligué a despegarme de él, si no, ya no habría manera.
- ¿Qué pasa, no habéis tenido bastante esta semana? – se burló Seth, con la consecuente cara de no entender nada de Brenda.
Jacob le dedicó una mirada de reojo enfadada y yo me puse como un tomate.
- Piérdete, Seth – le contestó, cogiéndome de la mano para dirigirnos a la moto.
Me despedí de ellos y del resto de mis amigas haciéndoles señales.
- ¿A dónde vamos hoy? – le pregunté.
- A La Push, tengo una sorpresa para ti – me contestó, desplegando su blanquísima sonrisa.
- ¿Una sorpresa? ¿Qué es? – quise saber, tirando de su brazo, toda emocionada.
- Ah, ya lo verás – me dijo, pasándome el casco.
Me lo puse y me monté en la moto negra con Jake, agarrándome y arrimándome bien a él.
Los árboles que bordeaban la carretera pasaban a toda velocidad, cuando los acantilados y la playa en forma de media luna se dejaron ver. No tardamos mucho más en llegar a casa de Jacob; nos bajamos de la moto y la llevamos hasta el garaje para aparcarla.
Jake me cogió de la mano y empezamos a caminar en dirección a la playa.
- ¿A dónde me llevas? – quise saber, con mucha curiosidad.
- Ten paciencia – me respondió, tocándome la punta de la nariz con el dedo -. Lo verás ahora mismo.
Mordí mi sonriente labio, nerviosa.
- Dame una pista, por lo menos – le imploré.
- No puedo. Con lo lista que eres, si te la doy, seguro que lo adivinas. Ten paciencia – repitió con una sonrisa.
Volví a morderme el labio.
- ¿Qué tal en clase? – preguntó para distraerme -. ¿Te han dicho algo por faltar toda la semana?
- No, con el justificante de Carlisle fue suficiente. El apuro lo he pasado con mis amigas – confesé -. A Seth no se le ocurrió otra cosa que decirle a Brenda que había tenido fiebre.
- ¿Fiebre? – se rió -. Bueno, visto así…
- Por cierto, ¿Seth ya le ha contado a Brenda vuestro secreto? – interrogué.
- No, todavía no.
Entonces, de repente, se echó a reir con ganas.
- ¿Qué pasa? – pregunté con mi labio curvado por el contagio de su risa.
- Al parecer, Seth ha visto que Brenda le tiene miedo a los perros y ahora no sabe cómo decírselo – no pudo evitar carcajearse otro rato -. ¿Te lo puedes creer? Tanto reírse de mí porque tardaste en ser mi chica, y la suya le va a tener pavor. Por lo menos, a la mía le gustan los animales.
- Claro, por eso estoy contigo – bromeé.
- Ja, ja – articuló con ironía. Se colocó detrás de mí y me abrazó por la cintura para caminar juntos -. Estoy seguro de que eso es lo que más te gusta de mí – afirmó con segundas en un tono pícaro mientras me daba unos suaves mordiscos en el cuello para hacerme cosquillas.
- No seas bruto – le regañé, riéndome, empujándole la cabeza hacia atrás.
Se carcajeó durante un rato y, de pronto, se paró en seco, obligándome a mí también a detenerme. Entonces, me puso las manos sobre los ojos.
- Ya hemos llegado – me anunció, girándome hacia un lado -. Bueno, no te asustes ni nada cuando lo veas, ¿vale? – me avisó -. No está muy bien, pero tiene arreglo.
- Jake, por favor – le rogué con nerviosismo.
- ¿Estas preparada?
- ¡Jake! – protesté entre risas.
Jacob se rió y por fin me despejó los ojos.
Cuando los abrí, tuve que pestañear para aclarármelos un poco, ya que lo que tenía delante no sabía si era de verdad o era un efecto óptico.
- Una… una casa… - mascullé.
- Sí, ya sé que no está muy bien – me repitió a modo de lamento, al ver mi cara boquiabierta.
Se desplazó a mi lado y me volvió a coger de la mano.
Lo cierto es que la casa estaba bastante envejecida, se notaba el abandono al que había estado expuesta durante años, sin embargo, no se veía en mal estado.
Era una casita humilde de dos plantas, más rectangular que cuadrada, típica construcción de madera de La Push. Las fachadas apenas tenían restos de pintura, no se distinguía ningún vestigio del color que las había vestido en su pasado, y algunas de las ventanas – también de madera - ni siquiera tenían cristales y estaban tapiadas con tablones. Un reducido porche presidía la edificación, albergaba la puerta de entrada y una ventana a la derecha de ésta, y estaba cubierto por un tejadillo a dos aguas, apoyado en dos estrechos pilares situados en los extremos.
La casa estaba ubicada en un claro rodeado de árboles, y frente al porche se abría un hueco entre ellos en el que quedaba a la vista First Beach, con sus troncos color ahuesado esparcidos y los cantos de rocas de diferentes tamaños cubriendo la arena grisácea como si fuera una enorme alfombra, el mar y la Isla de James. La parte posterior de la vivienda dejaba ver el bosque a unos metros, se podía escuchar el sonido del río Quillayute cerca, y el manto que cubría todo el prado estaba cubierto de flores silvestres. Me pareció un sitio privilegiado, precioso.
- ¿Por qué me enseñas esta casa? – le pregunté, observando la misma sin entender muy bien la razón.
¿Acaso quería que la comprásemos en un futuro?
- Porque es nuestra – afirmó con una sonrisa.
Mi rostro se giró súbitamente para mirarle sorprendida.
- ¿Nuestra? – mis párpados se movieron con rapidez y asombro -. ¿Pero, cómo…?
- Era la casa de soltera de mi madre – empezó a explicarme -. Aquí nació y creció hasta que se casó con mi padre. Mi abuela se la dejó en herencia cuando murió y ella hizo lo mismo con Rachel, Rebecca y conmigo. Como mis hermanas ya están casadas y tienen su propia casa, les compré su parte.
- ¿Que les compraste su parte? ¿Cuándo? ¿Cómo? – mi rostro no dejaba de sorprenderse.
- Bueno, en realidad, todavía no se la he comprado, solamente he hablado con ellas y nos venden su parte encantadas - confesó -. Queda firmar algunos papeles, pero ya está casi hecho.
- ¿Y el dinero…? – mi voz ya quería quebrarse.
- He juntado unos ahorrillos todos estos años gracias a chapuzas que me han ido saliendo – admitió, encogiéndose de hombros como si nada -. Aunque te confieso que me salió muy barata, porque esta casa no vale nada, es tan vieja...
A mí eso no me importaba en absoluto.
- ¿Has estado… ahorrando estos seis años… para comprar esta casa para nosotros? – inquirí, embargada por la emoción.
La casa estaba apagada, como si se hubiese quedado suspendida en el tiempo y fuera una foto en blanco y negro, pero aún así, mis ojos empezaron a mostrármela completamente diferente, colorida, llena de vida, alegre, perfecta. Era el hogar que siempre había soñado para vivir con Jacob, mi casita de cuento.
Entonces, se giró para ponerse frente a mí y me cogió por la cintura.
- Sé que es poca cosa y que tú te mereces algo mucho mejor – murmuró, clavándome sus intensos y profundos ojos negros en los míos -, pero no me ha dado tiempo a ahorrar más y tenía que buscar una casa rápido, porque tu familia se marcha dentro de unos cuatro o cinco meses, como mucho, y se me terminaba el plazo.
- Jake… - intenté hablar, con un nudo en la garganta.
- Espera, déjame terminar – me cortó, rozando mis labios con los dedos.
- Pero a mí me…
- No sabes lo que me gustaría ofrecerte una casa más grande y bonita - me volvió a interrumpir -, pero creo que podemos ser muy felices aquí unos años, hasta que podamos comprar otra. Los chicos van a ayudarme a arreglarla y la tendremos lista a tiempo, te lo prometo. Sé que parece una birria, pero ya verás qué bien queda cuando la rehabilitemos y…
Su voz se quedó por el camino cuando le abracé y hundí mi rostro en su pecho, llorando.
- Te quiero… - sollocé como una idiota.
- Nessie… - me susurró en el pelo, apretando su abrazo.
- Me encanta… - le dije, levantando la cara para quedarme en sus pupilas -. Es la casa de mis sueños y quiero vivir aquí contigo para siempre.
Jacob me miró maravillado y me limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
- ¿Te gusta de verdad? – inquirió con ojos centelleantes.
- Sí – le sonreí y le abracé con efusividad.
Nos quedamos abrazados unos minutos, sin decir nada. Si me pidiera que viviera con él debajo de un puente, lo aceptaría encantada con tal de estar a su lado para siempre. Seguiría siendo feliz. Sin embargo, ya no podía pedirle más a la vida, todo era perfecto. Podía escuchar los felices latidos de su corazón, más lentos pero totalmente acompasados con los míos, el sonido de las olas rompiendo en la orilla un poco más allá y la corriente del río siguiendo su camino hacia el mar, el sonido de las hojas de los árboles al agitarse con la suave brisa primaveral, los pájaros cantando, las gaviotas… Sí, era la mujer más feliz del universo y lo sería toda la vida junto a Jacob.
- Es un poco pequeña, pero cuando la pintemos y eso, quedará muy guay, ya lo verás – declaró, observando la casa.
- Roja – afirmé, animadísima, separándome para mirarle.
- ¿Qué? – bajó sus ojos hacia los míos.
- Quiero que sea roja, como la de Billy – le sonreí, acercando mi rostro al suyo -. Siempre me imaginé viviendo contigo en una casita roja.
- Vale, pues será roja – sonrió en mis labios.
Y nos besamos muy despacio, dejándonos llevar durante un rato por la energía y la magia que siempre notábamos fluyendo a nuestro alrededor; podíamos estar horas solamente sintiéndonos el uno al otro, atraídos por ese hechizo. Esas mariposas que danzaban sobre las flores podrían ser las que se habían escapado de mi estómago y mi corazón sin ningún problema.
Nos forzamos a deshacer el encantamiento y despegamos nuestras bocas. Jacob sujetó mi rostro entre sus manos, después de meterme el pelo detrás de las orejas, para mirarme absorto. Creo que yo debía de tener la misma cara que él.
- Eres tan especial, todo te vale – me susurró, acariciando mis mejillas con los pulgares.
- Todo es perfecto, si estoy a tu lado.
Nos sonreímos y nos dimos otro beso, esta vez más corto y dulce.
- ¿Sabes una cosa? – pasó sus manos a mi cintura otra vez -. Aunque no me hubiese imprimado, me hubiera enamorado de ti igualmente – aseveró con convicción.
- Sí, si antes no hubieses conseguido matarme, ¿no? – bromeé, riéndome.
- Bueno, no creo que hubiese podido. Tu tía la Barbie es bastante fuerte, a lo mejor no hubiera podido con ella – dijo para seguir mi broma.
- Deberías ser mi enemigo número uno sólo por haberlo pensado – manifesté, entrecerrando los ojos -. Aunque creo que, aún así, yo también me hubiera enamorado de ti igualmente – le sonreí.
- En aquel momento, estaba muy equivocado con respecto a ti. No te conocía – alegó con un tinte de remordimiento en las pupilas.
- Era una broma, Jake – le contesté, ahora preocupada por si le había ofendido -. Sabes que no te culpo por nada. Es más, después de todo lo que tuviste que pasar, lo entiendo perfectamente. Yo hubiera hecho lo mismo, créeme.
- Nunca te he pedido perdón por eso. Si te hubiese hecho daño, yo no… - apretó los dientes con rabia y bajó la mirada al suelo.
- Basta, Jake – le regañé, cogiéndole la cara para que me mirase a los ojos; y así lo hizo -. No tengo nada que perdonarte. Las cosas tenían que pasar de ese modo. Si no hubieses notado la pulsión de acercarte a mí creyendo que querías matarme, no me hubieras visto nunca; habrías salido corriendo de la casa para vivir como lobo para siempre y no estaríamos aquí ahora los dos juntos.
- ¿Ves lo que te digo? – se rió -. Todo te vale.
- Todo no – le corregí con una sonrisa, volviendo a rodearle el cuello con mis brazos -. Te repito que sólo si estoy a tu lado.
- Eso que has dicho antes de tu enemigo, ¿sabes que en realidad tendríamos que ser enemigos por naturaleza? – señaló, todo sonriente. Me encantaba verle así -. No deberías de estar conmigo, nena, podrías meterte en líos – chanceó con mi adorada sonrisa torcida.
- Pues ya ves, me encantan los retos difíciles y los líos. Y resulta que estamos hechos el uno para el otro – le respondí, siguiendo su juego -. Además, eso lo hace todavía más excitante.
- Sí, estoy de acuerdo – asintió, sonriendo en mi boca.
Y volvimos a besarnos durante un largo rato, aunque esta vez la energía y el beso fueron un poco más efusivos. Al final, Jacob tuvo más voluntad que yo y soltó mis labios.
- ¿Quieres ver nuestra casa por dentro? – me propuso, después de tomar aire.
Cómo me gustaba ese término.
- ¿Tienes la llave? – le pregunté, gratamente sorprendida.
Jacob soltó mi cintura, metió la mano en su bolsillo derecho y alzó la llave, meneándola para que la viera.
- ¿Y por qué no lo has dicho antes? – me quejé con una risa, dándole un manotazo.
Me tomó de la mano para acercarnos a la casa.
- Te entretuviste hablando, abrazándome y besándome, ¿recuerdas? – replicó con su sonrisa burlona.
- Fuiste tú – objeté, dándole otro manotazo en el brazo.
Mi novio se rió y me condujo hasta el pequeño porche.
- Bueno, te advierto que está todo sucio y hecho un desastre. Puede que una pija como tú, acostumbrada a vivir en esa mansión, no lo aguante – se mofó.
- Te recuerdo que he vivido en una cabaña mucho más pequeña que esta casa. Lo soportaré – respondí con ironía.
Una vez en el umbral, nos paramos frente a la puerta principal, la abrió con la llave y entré detrás de él.
El pequeño vestíbulo diáfano que daba al saloncito apenas estaba iluminado por la poca luz que penetraba por las ventanas de este último, ya que estaban tapiadas con tablones.
- Todavía no hay luz, pero Isaac y su padre son electricistas y se van a encargar de la instalación eléctrica, así que no tardaremos en tenerla – me anunció.
- No importa, se ve de sobra.
A la izquierda de la entrada nacía una escalera recta que daba al piso superior, pero Jacob siguió de frente y me llevó hasta el saloncito. Éste era rectangular y enfrente de nosotros, en la pared más larga de la estancia, se disponían dos ventanas que supuse que daban al bosque, ya que esa era la fachada posterior de la casa. Fui girando la cabeza hacia la derecha y vi que en la esquina había una chimenea sencilla hecha de ladrillo rojo y a su lado, en una de las paredes cortas, se disponía otra ventana.
- Tenemos chimenea – exclamé, maravillada.
- Sí – se rió -. Está todo muy viejo y sucio, ¿a que sí?
- La verdad es que pensaba que iba a estar peor – admití.
- Lo bueno es que la estructura está perfectamente y sólo hay que reforzar algunos elementos. Por precaución y todo eso, ya sabes.
Irremediablemente, mi mente empezó a divagar ella sola, imaginándome con Jacob junto a la chimenea, y mi estómago se llenó de su cosquilleo habitual. Ya sabía lo que iba a poner en ese rincón, dos butacones modernos y una enorme y mullida alfombra. Mi boca no pudo evitar curvarse hacia arriba ante tal visión.
- Aquí está la cocina – me indicó, sacándome de mis dulces pensamientos.
Nos dirigimos hacia una puerta que estaba en la pared siguiente a la de la ventana única, frente a la chimenea.
La cocina era de planta cuadrada y la meseta, en ele, se disponía en el paramento donde estaba el hueco de entrada a la estancia y en el de la izquierda. Frente a la puerta, se situaba la ventana, que daba al porche, aunque también había otra un poco más pequeña en la pared de la meseta, sobre el fregadero.
- Ahí podemos poner la mesa – me dijo Jake, señalándome la esquina libre que quedaba bajo la ventana -. Y, bueno, esto habrá que quitarlo todo y ponerlo nuevo – siguió, apuntándome los muebles -. Los azulejos y el suelo, también. El padre de Jeremiah es fontanero y tienen que arreglar toda la instalación.
- ¿Es que vas a poner a toda la manada y a sus familias a trabajar aquí? – me reí.
- Somos una gran familia, nos ayudamos los unos a los otros, ya lo sabes – se defendió -. Todos quieren hacer algo, aquí siempre se hace así. Ayudar a otro quileute es un regalo y nosotros lo tenemos que tomar como un honor para con la tribu, ¿entiendes? Además, está mal que yo lo diga, pero muchos de ellos me deben algunos favores con sus coches, así que…
- Yo también quiero ayudar – me ofrecí -. Quiero hacer algo, ya que no voy a poner un centavo…
- Venga ya – protestó con una sonrisa mientras salíamos de la cocina hacia las escaleras -. No me digas que te preocupa lo del dinero – y se rió como si nada.
- No quiero que lo pongas todo tú – me quejé, haciéndole pararse en el vestíbulo -. Me sentiré mucho mejor si me dejas poner algo de mi parte, ¿no crees que es justo? ¿Has ahorrado durante seis años y yo no voy a hacer nada?
- Tú vas a escoger todos los materiales – me anunció -. Eso también lleva trabajo.
- Eso lo haremos los dos – discutí -. Me refiero a que quiero trabajar en la casa.
Se quedó un momento mirándome, pensativo.
- Bueno, vale – accedió al fin -.  Hay que ver qué carácter. Ya te buscaré alguna tarea.
- Así me gusta.
Le sonreí, él puso los ojos en blanco y comenzamos a caminar de nuevo.
- Ten cuidado, ya ves que no tiene barandilla – me avisó cuando su pie pisó el primer peldaño.
La escalera recta era de madera y estaba tan vieja, que crujía. Seguramente, ese era uno de los elementos estructurales a los que se refería Jacob cuando hablaba de reforzar.
Subimos a otro pequeño vestíbulo, que tenía una ventana con vistas al bosque, y a un corto pasillo, con dos puertas a lo largo y una al fondo.
- Este es un dormitorio – me enseñó, después de abrir la primera de las puertas -. Como ves, no es muy grande.
El susodicho cuarto era rectangular y tenía la ventana frente a la puerta, en la fachada corta.
- ¿Era el de tu madre?
- Sí, y el otro el de mi abuela.
Salimos de allí y entramos en el dormitorio de al lado, también de planta rectangular. Era más amplio, y la ventana se ubicaba en el mismo sitio que el anterior, solo que ésta era más grande y la fachada que quedaba frente a la puerta no era de las cortas, sino que era una de las paredes largas.
- Y este será el nuestro, ¿no? – auguré, sonriente.
- Exacto – ratificó con otra sonrisa, pasándome el brazo por los hombros -. ¿Qué te parece?
Ya estaba viendo la enorme cama…
Me giré para ponerme frente a él y rodear su cuello con mis brazos.
- Me gusta mucho – afirmé, sonriéndole -. Toda la casa me encanta.
- Bueno, como ves, es pequeña.
- Es muy acogedora. Y quedará preciosa cuando la reformemos.
- Entonces, ¿te gusta? – sonrió.
- Mucho – admití, correspondiéndole con una sonrisa aún más grande.
- Genial.
Me dio un beso corto, volvió a sonreírme y me tomó otra vez de la mano.
- El baño está aquí, ven – me dijo, llevándome hasta la puerta situada al fondo del pasillo, junto a la de nuestra habitación -. Éste sí que lo hay que arreglar de cabo a rabo.
La estrecha ventana, al fondo del baño rectangular, era lo único que quedaba sano.
- ¿Jeremiah y su padre? – aventuré con segundas para quedarme un poco con él.
- Sí, ¿cómo lo sabes? – me respondió con sarcasmo para seguir mi broma.
Nos reímos y nos pasamos todo el camino hasta el vestíbulo de abajo jugueteando un poco.
- ¿De dónde vamos a sacar los materiales de la obra? – quise saber mientras salíamos de la casa.
- Ya te he dicho que tengo algunos ahorros – me recordó, cerrando la puerta con llave -, y hay gente que me lo puede conseguir a mitad de precio, ya sabes – reconoció con una enorme sonrisa de complacencia, rodeándome los hombros con su brazo.
- Ya. Ventajas de ser el Gran Lobo, ¿no?
- ¿Cómo lo sabes? – admitió en el mismo tono que antes.
Nos miramos, sonrientes, y nos dimos un beso.
- Mira – me aferró la mano y me condujo hasta el hueco que había entre los árboles que bordeaban la playa -. ¿Ves quién va a ser nuestro vecino? – y me indicó con el dedo una casa conocida a unos cuantos metros más allá, junto a la arena.
- El Viejo Quil – exclamé.
- Y mi padre, por donde vinimos – señaló.
- Ya tengo a quién pedirle la sal – me reí -. Una cosa, ¿y tu garaje?
- De momento, tendré que seguir con el que tengo en casa de mi viejo – suspiró.
Me gustó esa referencia, esta ya era nuestra casa.
Luego, reflexionó durante un momento, observando la edificación con los ojos entrecerrados.
- Más adelante, lo montaré allí atrás, ¿qué te parece?
Miré a donde me apuntaba. Al fondo, a la izquierda de la vivienda, cuya fachada no tenía ventana alguna, quedaba un espacio bastante grande, cerca de los árboles de la parte de atrás.
Mi imaginación empezó a dibujar el garaje de paneles de chapa junto a nuestra preciosa casa roja, todo colorido y alegre, y a Jacob merodeando por allí con alguna pieza.
- Sí, allí quedará bien – asentí, rodeándole con mis brazos mientras observaba la estampa.
- Sí – sonrió, satisfecho -. Bueno, ¿qué? ¿Damos un paseo por la playa?
- Vale, te echo una carrera.
Y salí disparada en dirección a la arena de First Beach, con Jacob persiguiéndome, ya pisándome los talones.

Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.¡NO COPIES EL CONTENIDO!

3 comentarios:

  1. geniallllll!!!!!!!!!!muy bueno....(andres)

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  2. GENIAL ME ENCANTOOOO SOS UNA GRAN ESCRITORA ADORO ESTA HISTORIA!!!!!SALUDOS Y BESOS...FLOOOOR

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  3. siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

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