Concurso de Fanfics

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CONCURSO:
TIPOS DE FICS:
  • Songfic
  • Real person
  • One shot
  • Fics completados
  • Fics sin completar
CLASIFICACIONES:
  • M - Mature (Adultos)
  • T - Teens (Adolecentes)
  • K - Kids (Todas las edades)
JURADO:
  • MIAW
  • MARIA
  • TAMARA
PREMIOS:
Recomendación: Mejor Escritor
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Blend al mejor escritor de fics
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(los premios se darán al primer lugar de cada tipo de fics)
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lunes, 1 de agosto de 2011

¡UF, UF, UF! PELIGRO, PELIGRO [NUEVA ERA]


= PARTE DOS =
PROFECÍA
= JACOB =

Mi pausada y rítmica respiración se mezclaba y contrastaba con el frenético quejido de las ramas, hojas y tierra que mis pezuñas producían por el contacto de mis veloces pisadas. El zumbido del viento no era lo único que podía escuchar, las aves que nos sobrevolaban de vez en cuando acariciaban el cielo con sus alas, se podía percibir el sprint de un grupo de lobos un poco más allá, alertados por mi presencia, y la vertiginosa escalada de una ardilla por uno de los troncos hacia lo alto de las ramas.
Ella estaba sobre mi lomo, montándome con esa asombrosa habilidad de siempre, como sólo ella podría hacerlo. Y no hacían falta palabras ni señas, cuando yo tenía que virar, ella ya se colocaba automáticamente en la posición correcta, sabiendo en todo momento lo que iba a hacer.
No podía creerme lo que estaba haciendo, me estaba tirando al vacío yo mismo, realmente era un imbécil. Pero el sentimiento de protegerla era superior a cualquier otra cosa.
Llevábamos varias horas de viaje en las que habíamos galopado entre valles, atravesado ríos, subido y bajado las empinadas cuestas de las montañas arboladas, serpenteado por las faldas de las mismas para esquivarlas y no tener que volver a subir por otra más. Después de todo ese tiempo en el que mi concentración tenía que estar al máximo, volví a conectarme con la manada para que me dieran el último parte.
Quil, ¿cómo vais?, le pregunté.
Esto… Ya nos estamos preparando para partir mañana, me reveló.
¡¿Mañana?!, bufé, enfadado. ¡Ya teníais que estar de camino!
Ya, bueno, es que… Es que esos chupasangres nos han llevado más tiempo del que creíamos.
¿Era yo, o eso sonaba a excusa barata?
¡Venga, ya!, protesté.
En serio, tío, deberías de haber visto cómo luchaban, intervino Embry.
Algunos se piraron y tuvimos que perseguirlos, siguió Quil.
Resoplé.
Espero que, por lo menos, los hayáis aniquilado a todos.
Ah… Bueno, verás…, eran realmente rápidos, colega, y unos cuantos se nos escaparon, me reveló él.
Mierda, ¿cuántos?, quise saber.
No sé… Puede que cinco o seis, confesó, pronunciando los números a toda prisa.
¡¿Cinco o seis?!
No podía creerlo.
¿Qué dices, Quil?, rió Embry, nerviosamente. Explícate bien, hombre. No hagas caso, Jake, después les pillamos y terminamos con ellos en un plis.
Ah, sí, claro, es cierto, y Quil también soltó una risotada nerviosa.
Esto olía a chamusquina por todas partes. Además, podía ver cómo esos dos, más el resto de la manada, se esforzaban en cambiar esas imágenes de persecuciones alocadas por otras cosas.
No me estaréis tomando el pelo, ¿no?, solté con voz amenazante.
Que noooo, afirmó Embry, alargando la negación con voz despreocupada. Tú sigue tu viaje con Nessie y no te preocupes por nada.
Hablaba como si nos fuéramos a Disney World.
Sí, mañana ya partimos hacia allí. Os alcanzaremos pronto, tranqui, continuó Quil.
¡No, tenéis que venir ya!, volví a protestar, esta vez enérgicamente.
No, no quería pasar la noche con ella a solas.
Esto… Lo siento, pero tenemos que dejarte, dijo Embry de pronto.
Sí, tenemos… Tenemos que prepararlo todo y eso, declaró Quil.
¡No, escuchad!
Y desaparecieron antes de que me diese tiempo a darles la orden.
¡Quil, Embry!, nada, ya no estaban. Mierda, mascullé, cabreado.
Busqué a alguien más de la manada, pero no encontré a ninguno. Todos habían desaparecido de repente.
¿Qué era esto? ¿Un complot?
- ¿Pasa algo? – preguntó ella, rompiendo el silencio que reinaba en ese bosque.
Nada, nada, mascullé, enfadado, desconectándome de mi manada invisible.
Ella solamente escuchó mis gañidos, pero, como siempre, los entendió a la perfección, aunque pareció evitar el tema.
- ¿Podemos parar un poco? – me pidió -. Tengo hambre, y mi cuerpo está destrozado de llevar tantas horas aquí sentada.
La verdad es que llevábamos muchas horas de viaje, no habíamos parado ni para comer, y ella se había pasado todo ese tiempo sobre mi lomo, con esa mochila a la espalda.
Reduje la velocidad hasta que el descenso por esa montaña sólo fue un simple trote y después me paré. Me giré y me eché en el terreno mirando hacia arriba, de modo que ella lo tuviera más fácil para bajar, y se apeó de mi lomo, dejando la mochila en el suelo para estirarse.
- Gracias – me sonrió.
Asentí y me levanté.
Otra vez me fijé en la red en forma de tela de araña que la envolvía bajo su alma. ¿Qué demonios sería eso? ¿Algún tipo de escudo? No. Parecía algo que la oprimiese. No me gustaba nada.
El problema es que no era ninguna energía, simplemente era eso, una especie de red, y no sabía si mi poder espiritual podría deshacerse de algo así. Me pregunté qué narices sería, porque jamás había visto nada parecido.
Llevé mi poder espiritual hacia ella para comprobarlo, no había peligro, no se iba a dar ni cuenta. Mi círculo de luz brillante se extendió y la envolvió.
Y entonces, mis ojos se abrieron como platos.
La tela de araña se deshacía en algunas partes, pero eran sustituidas instantáneamente por otras, que se tejían a una velocidad ultrasónica. Sin embargo, eso, que ya era bastante alucinante y raro, no fue lo que más me sorprendió. Ella cerró los ojos y jadeó con intensidad, estaba sintiendo mi poder espiritual.
¿Cómo podía sentirlo? Eso… eso era imposible…
¿O no?
De pronto, mi cabeza se vio sacudida por una serie de imágenes y recuerdos dispersos, aleatorios, muy difusos y confusos que luchaban por salir de alguna parte, era como si estuviesen bloqueados por algo. Hasta que todo volvió a la calma de forma repentina.
¿Qué había sido eso?
Retiré mi círculo brillante inmediatamente, con urgencia.
La red siguió en el mismo sitio, y sus ojos continuaron cerrados durante un instante más mientras unas lágrimas se deslizaban a ambos lados de su precioso rostro maravillado. Los abrió lentamente, alzando sus largas pestañas, y los enganchó a los míos.
- Jake… - murmuró, alucinada.
Mierda. ¿Y ahora qué le decía yo?
¿Y ella? ¿Sabría que estaba envuelta con esa tela de araña?
- ¿Por qué has hecho eso? – preguntó con un murmullo, estudiándome con la mirada.
Genial.
¿No tenías hambre?, inquirí para cambiar de tema, gañendo y dando pataditas en el suelo como un imbécil.
- Ah, sí, claro, hemos parado para comer – recordó gracias a mis estúpidos gestos.
Oteé el ambiente con mi nariz, olisqueando para ver si detectaba algún efluvio animal cerca. Mi agudo olfato dio con una manada de ciervos no muy lejos de allí.
Vamos a cazar, gañí, empujándola con el hocico.
- Preferiría comer algo caliente, ya sabes, una hamburguesa o algo – declaró.
Vale, guay. Ahora quería una hamburguesa.
¿Una hamburguesa? ¿Y de dónde te crees que…?
- Si no te transformas en humano, no te entiendo ni una palabra – me cortó.
Sí, claro.
Digo que es mejor cazar un…
- No sé lo que dices – afirmó de nuevo, mirando hacia otro lado para hacerse la tonta.
Resollé por las napias.
Aquí no hay…
- Nada, ni una palabra – insistió.
Volví a resollar y me fui detrás de un árbol para adoptar mi forma humana. Me puse esos pantalones negros y cortos, y salí de ese escondite para reunirme con ella.
- ¿Te gusta más así? – pregunté de mal humor.
- Sí, así mucho mejor – y desplegó esa preciosa y dulce sonrisa.
Tuve que coger una buena bocanada de aire y desviar la mirada con urgencia.
- Decía que es mejor que cacemos algo por el bosque – repetí en lengua humana.
- Yo prefiero una hamburguesa, ya que estamos aquí – reiteró -. No estamos lejos de alguna carretera, y debe de haber una hamburguesería por aquí cerca, puedo oler la carne a la parrilla.
Pues sí, ahora que me fijaba olía, olía. Y también se escuchan los escasos coches que pasaban por esa calzada, además del curso de un río.
- No sé, no tenemos tiempo de…
- No pasa nada por parar a tomar una hamburguesa, además, un sitio lleno de gente es más seguro – me interrumpió otra vez -. ¿Es que tú no tienes hambre? Porque yo estoy famélica, y esas hamburguesas huelen de muerte.
Sí, tenía razón, esas hamburguesas olían de muerte, y yo empezaba a notar el revoltijo de mis tripas. Pero eso de cenar a solas… Bueno, aunque el sitio estaba lleno de gente, se podía escuchar el leve bullicio desde aquí, bastante lejos, por cierto, y el hilo musical del local.
- Pues sí, tengo hambre, pero no voy preparado – alegué, señalando mi escasa indumentaria.
- Ah, por eso no te preocupes. Te he metido algo de ropa y unas deportivas en mi mochila – reveló, agachándose para abrir la susodicha.
Parpadeé, perplejo. ¿Había metido ropa para mí en su mochila?
Me mordí el labio, pensativo y dubitativo, mientras ponía los brazos en jarra y miraba a mi alrededor como un idiota, sin saber qué hacer ni cómo actuar.
Cerró la mochila, se la cargó a la espalda y se levantó con una camiseta blanca y unas deportivas negras en la mano que a mí no me sonaban de nada.
- ¿De dónde has sacado eso? – quise saber, sorprendido -. No es mío.
- Te lo compré antes de ir a La Push – reveló con una sonrisa. Otra vez tuve que parpadear, completamente descolocado -. Venga, vamos – me azuzó, metiéndome el cuello de la camiseta por la cabeza y poniéndose detrás para empujarme.
- Vale, vale, pero, espera, tengo… tengo que calzarme – acepté, algo confuso todavía.
Bajó a mi lado mientras terminaba de ponerme la camiseta, cuya talla era justo la mía, y me calzaba las deportivas, que también eran exactamente de mi número. Ella siempre daba en el clavo, por supuesto.
No le debió de ser fácil encontrar tiendas que tuvieran estas tallas. ¿Por qué se había tomado tantas molestias?
- Vamos, tengo hambre – me apremió, sacándome de mis pensamientos mientras empezaba a caminar por esa cuesta abajo.
- Espera, ¿dónde vas tan deprisa? – resoplé, cogiéndole del brazo para pararla un poco -. No te separes de mí, ¿vale?
- No, nunca – espetó con un murmullo, alzando sus preciosos y dulces ojos para clavarlos en los míos con una doble intención que percibí a las claras.
¿A qué venía eso ahora?
- Va-vamos – tartamudeé, llevando mis pies hacia delante.
Idiota, idiota.
Se puso a mi lado para bajar junto a mí y me fijé en esa mochila. Parecía bastante pesada, aunque sabía que para ella no sería nada.
- Trae, yo te la llevaré – me ofrecí igualmente, quitándosela.
Ella me ayudó, sacando los brazos.
- Gracias – me sonrió.
Miré hacia el frente con rapidez y me la puse a la espalda.
- De… de nada – murmuré.
- Mira – me avisó, cogiéndome del brazo para que mirase a mi lado izquierdo, donde se encontraba ella -, se ven luces allí, ¿las ves? – y me señaló el sitio con el dedo de la mano que no me sujetaba -. Es un pueblo.
Sentir la calidez de su mano en mi brazo me puso todo el vello de punta.
- ¿Eh? Ah, sí, sí – asentí, obligándome a mí mismo a regresar al planeta tierra.
Tampoco me había dado cuenta de que estaba empezando a anochecer hasta que no me fijé en las luces de las casas.
Después de caminar varios minutos, con ella colgada de mi emocionado brazo, pasamos los últimos árboles del bosque y salimos a un terraplén muy empinado y alto que aterrizaba en el estrecho arcén de la carretera.
La vía seguía el curso del río, que se encontraba al otro lado de la misma.
Hice el amago de saltar, tirando de ella, pero me paró.
- Espera – dijo, sin soltar mi brazo.
- ¿Qué pasa? – quise saber, girando medio cuerpo para mirarla extrañado.
- No… no puedo bajarlo sola – declaró, mordiéndose el labio.
- ¿Cómo?
- Hace un rato me hice daño en un tobillo – me reveló -. No te dije nada para no preocuparte, pero me duele bastante. Si lo bajo yo sola, tengo miedo de hacerme un esguince o algo.
- ¿Un esguince tú? – cuestioné, alzando una ceja.
- Me duele bastante – repitió.
Suspiré con vehemencia, mirando al frente para observar la altura. Habría un metro ochenta por lo menos.
- Bueno, vale – refunfuñé no muy conforme -. Bajaré yo primero y te cogeré desde abajo.
- Vale – sonrió, soltando mi ahora desgraciado brazo para dejarme saltar a mí primero.
Suspiré de nuevo y salté el metro ochenta sin ningún problema.
Me di la vuelta y levanté los brazos para esperarla.
- Ya puedes saltar – le comuniqué.
- ¿Seguro que me cogerás? – dudó desde el borde del terraplén.
- No seas tonta, claro que te cogeré – resoplé, abriendo más los brazos -. Venga, tírate ya.
- Espero que no me la juegues, me metería un buen morrazo contra el suelo – bromeó, sonriendo.
No pude evitar que mi mente reprodujera esa escena y me hizo gracia. Cuando me di cuenta, los tendones de mi boca se estiraban para curvar mis labios hacia arriba, llevaban tanto tiempo sin hacer esta función, que me pareció que estaban anquilosados.
- Eso estaría bien – admití, escapándoseme una risita sorda que me sonó hasta extraña, a la vez que ladeaba la cara.
- Cuidado, que voy – me avisó.
Eso hizo que girase el careto hacia ella con precipitación. Saltó hacia mí rápidamente y yo la cogí cuando su cuerpo se estampó contra el mío.
Se separó un poco para mirarme. Sus brazos rodeaban mi cuello, tenerla tan pegada a mí, provocó que mi pulso se acelerase y que el cosquilleo de mi estómago cobrara protagonismo.
- Es la primera vez que sonríes – murmuró, con sus preciosos labios también curvados hacia arriba.
Me obligué a tomar aire para recuperar la compostura.
- Sí, bueno – murmuré, poniéndome serio mientras ya la dejaba en el suelo -. Será mejor que nos demos prisa, todavía hay que andar un rato.
- Sí – asintió.
- Camina detrás de mí, el arcén es muy estrecho – le aconsejé -. Y no te separes de mí en ningún momento.
- Sí – volvió a aceptar.
De pronto, su mano se enganchó a la mía, apretándola con fuerza. Eso hizo que mi corazón pegase otro salto y que el cosquilleo regresase. Sentí esa complicidad que siempre había existido entre los dos, como si nunca se hubiese ido. No me di la vuelta, no me detuve, pero me quedé con cara de idiota. Menos mal que ella no podía verla.
Me estaba cogiendo de la mano, me estaba cogiendo de la mano. ¿O era yo el que la cogía? Bueno, mi mano ya se negaba a soltarla. Realmente, era una situación de lo más extraña, y tampoco entendía qué estaba haciendo ella, a qué estaba jugando. Bueno, ni yo, porque lo que debería hacer es soltarla, pero el estúpido y tarado de mí ya no podía. Mi mano se negaba a dejar marchar a la suya, la había añorado tanto…
Sí, definitivamente era patético.
Me pregunté qué pensaría ese imbécil con el que estuviese si nos viese así. Por un instante rechiné los dientes al acordarme de él, pero por otro tenía que reconocer que sentí una enorme satisfacción, un poco maléfica y vengativa. Sabía de sobra qué parecíamos, y eso me gustaba. Maldita sea. Sí, todavía me gustaba. No me equivocaba, este viaje iba a ser muy peligroso para mí. Y aún así, seguía sin soltar su mano.
Caminamos siguiendo esa carretera que no sabíamos a qué pueblo daba mientras algún coche que otro pasaba a nuestro lado. Cuando esto sucedía, ella se pegaba más a mí, provocando continuamente ese cosquilleo de mi estómago.
- Dime, ¿te… te sigue doliendo el tobillo? – le pregunté sin quitar mi vista del frente.
- No, ahora no tanto.
- Bien.
No sé cuántos kilómetros anduvimos, y el tiempo se me pasó demasiado deprisa. Lo único que podía sentir era su mano sujetando la mía con ganas y su cuerpo muy próximo a mis espaldas, tras la mochila. Cuando me di cuenta, llegamos a nuestro objetivo.
Ambos nos detuvimos.
Justo delante de nuestras narices se encontraba la hamburguesería y un motel con un cartel enorme y luminoso que ponía Motel Wenatchee, consistente en una serie de casas prefabricadas de una sola planta baja que se distribuían en hilera y que estaban adosadas entre sí.
- ¿Dónde estaremos? – preguntó, soltando mi de repente desesperada mano para sacarse el mapa del bolsillo trasero de su pantalón vaquero. Lo desplegó y lo miró.
- Ni idea. Sólo sé que me dirigí hacia el este para no toparme con tantas montañas.
- Bueno, lo mejor será preguntar en la hamburguesería – concluyó, guardándose el plano en el mismo sitio.
Tengo que admitir que me encantó cuando volvió a engancharse de mi mano, aunque esta vez tuve que girarme hacia delante con rapidez para que no descubriera mi cara de tonto.
Iniciamos la marcha por ese arcén estrecho y caminamos hasta allí. El olor y la música ambiental ya eran más que evidentes.
Entramos en la hamburguesería. Había algo de gente, pero enseguida vi una mesa vacía, así que me dirigí hacia allí. No me di cuenta de que seguía sosteniendo su mano hasta que llegamos al asiento y ella se sentó, quedándose con la misma suspendida en el aire por mi amarre. La solté, algo avergonzado, y me senté enfrente.
Cogí la carta plastificada y miré su contenido nerviosamente, intentando disimular y olvidar ese gran desliz.
El camarero no tardó en llegar, se colocó junto a la mesa con una libretilla preparada para tomar nota.
- ¿Ya habéis decidido qué tomar? – preguntó.
Cuando apartó la vista de su libreta para mirarla, casi se le salen los ojos del sitio. Se quedó observándola, completamente deslumbrado por esa belleza suya de ángel. Bueno, era normal, ella era una diosa, cualquier idiota podría darse cuenta de eso. Se me escapó una mirada fulminante que me salió de forma automática.
- Sí, yo tomaré la número tres – declaró ella.
- Y yo la cuatro – decidí, dejando la carta en su sitio.
- Una número tres y cinco de la cuatro – matizó ella, haciendo lo mismo con su carta.
El camarero no fue el único que abrió los ojos como platos, yo también me quedé sorprendido, aunque por un motivo diferente. ¿Es que me leía los pensamientos o qué?
- No, yo también tomaré una – le indiqué.
No quería que ella gastase tanto dinero.
- No, tienes hambre – objetó -. Ha sido un viaje muy largo. Tomará cinco – le repitió al camarero.
- ¿Para beber? – inquirió él después de anotar eso.
- Dos cervezas sin alcohol – pidió ella.
Y una vez más,  me leyó la mente.
¿Cómo lo hacía? El caso es que esto me sonaba de algo, pero, no sé, no sé lo que era…
El camarero tomó nota e hizo el amago de largarse a la cocina.
- Espere – le paró ella. El hombre se detuvo -. ¿Me puede decir en qué pueblo estamos, por favor? Es que estamos un poco perdidos.
Sus mejillas se ruborizaron un poco, cosa que me pareció tan adorable, que casi tengo que pellizcarme en el brazo para que no se me notase la cara de idiota.
- Claro – sonrió él con amabilidad -. Esto es Leavenworth.
- Gracias – sonrió ella, y él se quedó deslumbrado una vez más.
Carraspeé, sin poder evitar que mis ojos se clavasen en él con advertencia.
Mierda. ¿Por qué hacía eso? A mí ya no me importaba…, ¿no?
Sin embargo, el empleado se dio por aludido y se piró.
- Tengo que ir al servicio – me anunció ella, levantándose.
- Espera, te acompaño – le dije, poniéndome de pie.
- Jake, no hace falta, el cuarto de baño está aquí al lado – me detuvo, poniéndome las manos sobre los hombros para que no me levantase del todo -. Estaré bien, en serio, vendré ahora mismo.
Observé la puerta del baño. Quedaba al otro lado de la de la entrada, así que si entraba un chupasangres, tenía que pasar a mi lado obligatoriamente.
- Bueno, vale – acepté, sentándome.
- Vengo ahora – me sonrió.
Y se dio la vuelta para dirigirse al servicio.
No le quité ojo durante el corto trayecto, y tampoco a la puerta. Entonces, se me ocurrió que si el aseo tenía ventana…
- Mierda – mascullé, levantándome.
Pero cuando iba a dar un paso, ella salió por la puerta.
Respiré, aliviado, y me senté de nuevo.
Observé con extrañeza cómo ella hablaba con una mujer en la barra del establecimiento. La música y el bullicio de las conversaciones hicieron que no escuchara demasiado bien lo que hablaban, pero me pareció que ella estaba contratando algún tipo de servicio. No comprendí lo que era hasta que no vi cómo ella pagaba y la mujer le entregaba una llave.
¡Uf, uf! No, ni hablar. ¿Es que se había vuelto loca?
Se dirigió a la mesa y se sentó frente a mí de nuevo.
- ¿Has alquilado… una habitación en ese motel? – inquirí, sorprendido a la vez que nervioso.
- Sí – me confirmó ella, enseñándome la llave, la cual tenía un llavero enorme en forma rectangular con el número 8 impreso en él, igualmente grande.
- ¿Por… por qué?
- No querrás dormir en la calle, ¿verdad?
No me dio tiempo a contestarle, el camarero llegó con las cervezas, su hamburguesa y dos de las mías, dejándolo todo en la mesa.
- Luego te traeré el resto – me dijo.
Y se largó hacia la barra otra vez.
- Está muy rica, pruébala, ya verás – manifestó, tragándose el bocado que se había metido -. Mi sentido del olfato no falla – y se tocó la punta de la nariz mientras sonreía.
- Yo no voy a dormir ahí – refunfuñé, peleándome con mi hamburguesa para que no se me desparramasen todas las capas que llevaba.
Le di un buen bocado. La verdad es que esas hamburguesas estaban de miedo, o tal vez fuese mi hambre canina.
- Si quieres protegerme, tienes que dormir en la misma habitación, ¿o es que vas a dejarme sola? – alegó, comiéndose otro trozo.
Mierda. Eso era verdad.
- Puedo… Puedo…
- Anda, come – siguió ella.
Y ahí terminé yo, sin saber cómo, acabé sentado en la butaca de esa habitación, junto a la cama doble. ¿Cómo podía haberme dejado convencer?
Ella salió del baño, ataviada solamente con esos shorts de color rosa y la misma camiseta que había usado en casa de Billy para dormir.
Dios. Genial. Sí, ¿cómo me había dejado convencer?
Mientras yo notaba cómo mi estúpida boca no hacía caso a mi cerebro y se caía poco a poco y mis pupilas no se despegaban de su espectacular cuerpo, ella se tumbó en la cama, boca abajo, para observar el mapa. Sus preciosas y largas piernas se doblaron hacia arriba, iniciando un pequeño baile rítmico, y su larga melena cayó hacia delante, reposando en el papel y en la colcha.
- Estamos en Leavenworth – empezó a hablar -, así que hemos cruzado el Parque Nacional Wenatchee, de ahí el nombre de este motel. A ver… - pasó su dedo por el papel -. Nos queda bastante para llegar a la frontera, hemos dado un buen rodeo – y levantó la vista para mirarme con cierto reproche.
- Oye, yo no tengo la culpa de que nos encontrásemos tantas montañas – reaccioné.
- Si me hubieses hecho caso y hubiésemos venido en coche, ya estaríamos más adelantados – declaró ella -. Pero, claro, como eres tan cabezota…
- Bueno, vale, ¿y ahora qué? – resoplé, cruzándome de brazos -. ¿Hacia dónde tenemos que ir?
- Lo mejor es alquilar un coche y seguir por carretera – afirmó a la vez que miraba el mapa -. Ya no quedan muchos bosques por aquí para seguir a cuatro patas.
La idea no me hacía nada de gracia, pero tenía razón. Esta zona era bastante árida, a ver cómo un lobo gigante montado por una chica iba a pasar desapercibido.
- ¿Y se puede saber por qué tenemos tanta prisa? – quise saber -. Es decir, ya sé que te están persiguiendo y eso, pero no entiendo por qué tienes que estar en esa montaña antes de cuatro días.
Su rostro se giró levemente para mirarme por un instante y después bajo al mapa otra vez.
- No puedo… no puedo decírtelo – murmuró con desazón.
- Genial – mascullé, mirando a un lado con desagrado. Después, volví la vista hacia ella -. ¿Y quién demonios te está persiguiendo? ¿Quiénes eran todos esos chupasangres que fueron a La Push para buscarte?
- Tampoco… puedo decírtelo – susurró de igual modo.
Estupendo.
- Verás, si tengo que escoltarte hasta esa dichosa montaña, necesito saber contra quién tengo que protegerte, ¿no te parece?
Se incorporó un poco, quedándose echada de lado y llevó sus preciosos ojos marrones a los míos para mirarlos con convicción.
- Ojalá pudiera, pero no… - cerró los párpados con pesar para volverlos a abrir y clavar esas pupilas en mí como antes -. Confía en mí, por favor, sólo te pido eso.
Confiar, confiar. Hacer eso con una persona que te deja tirado a dos días de la boda para largarse con otro no es nada fácil, la verdad. Pero había algo en su mirada que, no sé, por lo menos parecía sincera. También recordé esa tela de araña extraña que la envolvía.
- ¿Es por esa red que te envuelve? – inquirí.
Ya de tirados al río…
- ¿Cómo? – preguntó sin comprender.
- Hay algo que te oprime, lo he visto – le expliqué -. Es como una tela de araña que te envuelve, y el centro nace en tu boca. ¿Es por eso? ¿Por eso no puedes decirme quién te persigue?
Su rostro pareció iluminarse como si le estuviera enfocando con una linterna, pero cuando intentó abrir la boca para hablar, su lengua se quedó trabada en algún sitio. Tampoco fue capaz de asentir o negar, aunque ya era suficiente para que comprendiese.
Ahora entendía que todas las frases se cortasen. Eso que la oprimía la impedía hablar correctamente.
- Ya veo – asentí con entendimiento -. Así que tienes que subir a esa montaña para quitarte esa red, ¿no es eso? Y me imagino que esa gentuza que te está persiguiendo son los que te la han puesto.
Su lengua pasó por lo mismo y sus gestos volvieron a verse abocados a no poder manifestarse.
No comprendía qué era esa red ni cómo diablos se la habían puesto, pero no importaba.
- Bueno, es suficiente – concluí -. No quiero saber más - era demasiado peligroso para mí, eso ya era acercarme demasiado a ella -. Te llevaré a esa montaña lo más pronto que pueda.
- Gracias – sonrió, pudiendo hablar por fin.
- En fin, es mejor que durmamos. Mañana será un día muy largo y necesitamos descansar.
- Sí – asintió, poniéndose de rodillas en la cama.
Dobló el mapa, gateó hasta la mesilla para posarlo y se metió en la cama.
- Puedes dormir aquí, hay sitio de sobra para los dos – afirmó, incorporándose un poco para mirarme.
¡Uf!
- ¿Eh? Ah, no, no, aquí… aquí estoy bien, gracias.
- ¿Seguro? – se aseguró.
- Sí, sí, seguro, apaga la luz.
- Vale, como quieras – apagó la pequeña lamparita de la mesita y la habitación quedó a oscuras. Mi vista enseguida se acostumbró a ese estado, así que pude ver cómo terminaba de acomodarse en el lecho, echándose de lado, mirando en mi dirección -. Buenas noches, Jake – murmuró.
- Buenas… buenas noches.
Tardé un buen cacho en coger el sueño. Mi cerebro era un refrito de pensamientos y emociones, no dejaba de darle vueltas a un montón de cosas. El día había sido muy intenso y habían pasado tantas cosas… Su mano cogiendo la mía, notar esa complicidad de siempre, dormir aquí, junto a ella…
Barajé por un instante la posibilidad de volver a ser amigos, aunque eso fuera peligroso para mí, tal vez hiciera que me viera abocado a mi autodestrucción, pero ya no podía evitarlo. Necesitaba estar con ella, era mi droga, mi dulce droga.
Total, que cuando me dormí, lo hice por puro agotamiento.
Sin embargo, al poco de conseguirlo, algo me sobresaltó, haciendo que me incorporase automáticamente.
- ¡Jacob!
Me levanté sin pensar y corrí hacia ella.
- ¡Jacob! – lloraba, agitando la cabeza en la almohada.
Ella me estaba llamando, no me lo podía creer. Mi estúpido instinto hizo que me sentase en la cama para despertarla y calmarla. No me dio tiempo ni de abrir la boca. En cuanto notó mi presencia, abrió los ojos de sopetón, se alzó súbitamente y se enganchó a mí en un apretado abrazo.
Me quedé completamente paralizado, en estado de shock.
- Jake… - sollozó en mi hombro, clavándome sus dedos en la espalda.
Mi corazón se aceleró y mi estómago se llenó de esas chispas que hacían cosquillas sin parar. Su pelo rozaba mi cuello y mi barbilla, y su maravilloso efluvio se metía por mi nariz a fuego. Su pecho estaba pegado al mío, dejándose notar su calidez y todas sus formas voluptuosas. Eso, y notar su aliento en mi clavícula, ya me ponía todo el vello de punta, pero cuando una de sus manos subió hasta mi nuca, me estremecí.
Me quedé mudo y parado como un imbécil, casi no podía ni respirar, de lo acelerado que iba mi corazón.
Separó un poco su cuerpo del mío y subió el rostro para mirarme, aunque a cierta distancia. Sus dulces ojos se alzaron y se clavaron en los míos. Creo que mi desesperación y mis delirios ya empezaban a volverme tarado del todo, porque juraría que lo hicieron con anhelo y deseo, y también me pareció que su corazón iba a mil por hora. Esta vez no pude apartar la vista, mis independientes pupilas se negaron en rotundo.
- Jake… - susurró, arrastrando sus suaves y delicados dedos desde mi nuca para acariciarme la mejilla -. Estás aquí…
Sí, el tonto de mí seguía aquí, y no pude evitar estremecerme una vez más. Mis ganas de besarla se convirtieron en algo demasiado urgente.
Era irrefrenable, incurable. El deseo que siempre había sentido por ella seguía más vivo que nunca. Mi desintoxicación iba al revés, cada vez sentía más dependencia hacia ella, cada vez la ansiaba más, cada vez la deseaba más. Solamente ella era capaz de hacerme sentir esto sólo con rozarme.
De pronto, me fijé en algo en lo que no me había fijado hasta ahora. Sus dedos estaban en mi rostro y su muñeca quedaba a la vista. Se la cogí y la despegué de mi cara para mirarla mejor. No podía creerme lo que mis sorprendidos ojos estaban viendo. Era la pulsera. La pulsera de compromiso.
¿Por qué…? ¿Por qué seguía llevándola?
Mis ojos volvieron a clavarse en los suyos irremediablemente y ella llevó su mano hacia mi cuello, haciéndome estremecer una vez más.
- Jake… - susurró, implorándome con esa mirada de antes -. Duerme conmigo.
Mis manos rodearon su cintura y su espalda inconscientemente, no pude evitarlo, y sin saber cómo, la acerqué más a mí.
Su cuerpo volvió a pegarse al mío y mi frente por fin notó la suya, provocando aún más a ese alocado cosquilleo de mi estómago. Ambos jadeamos.
Entonces, comencé a sentir algo que empezó a fluir a nuestro alrededor y me asusté. Algo me sonaba, pero no sabía lo que era. Y era demasiado intenso, por eso era demasiado peligroso para mí.
Idiota, ¿pero qué narices estaba haciendo?
Me aparté de ella bruscamente, aunque más que por el enfado de mi bajada de guardia fue por el miedo que sentí de repente. Miedo a esos sentimientos que ya querían aflorar y que terminarían por hacerme mucho daño.
- No, es…, será… será mejor que duerma en la butaca – afirmé con nerviosismo, dejándome caer de cualquier manera en la misma.
Pareció algo decepcionada, pero, ¿qué quería? No entendía nada. Se iba a casar con ese cretino, sin embargo, me cogía de la mano, llevaba mi pulsera de compromiso, me pedía que durmiese con ella…
Por un momento sentí que era un auténtico idiota al rechazar tal invitación, cualquier desgraciado se hubiera metido en la cama con ella para intentar algo. El gusano que hurgaba por mis sesos empezó a moverse de nuevo. ¿Y si Billy tenía razón? Puede que todavía tuviese una oportunidad con ella, y si la había… Si la había yo me tiraba de cabeza, sin pensármelo.
Empecé a arrepentirme por haber reaccionado así, pero cuando llevé mi vista hacia ella, ya se encontraba dentro de la cama, intentando coger el sueño, así que mi tren se había escapado.
Genial, Jake.
- Buenas… buenas noches – intenté arreglar.
- Buenas noches – sonrió.
Bueno, puede que finalmente fuera mejor así. 
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.
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1 comentario:

  1. puag increible,estoy embobada y con lagrimas en los ojos...mee encanta Tamara eres geniaal un bss

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