Concurso de Fanfics

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CONCURSO:
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  • Songfic
  • Real person
  • One shot
  • Fics completados
  • Fics sin completar
CLASIFICACIONES:
  • M - Mature (Adultos)
  • T - Teens (Adolecentes)
  • K - Kids (Todas las edades)
JURADO:
  • MIAW
  • MARIA
  • TAMARA
PREMIOS:
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(los premios se darán al primer lugar de cada tipo de fics)
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lunes, 8 de agosto de 2011

A VECES PASAN COSAS INEXPLICABLES, COMO LA MAGIA [NUEVA ERA]


= PARTE DOS =
PROFECÍA
= JACOB =

Quil, ¿cómo vais?, quise saber por cuarta vez.
Podía sentir cómo el resto de la manada que se había quedado en La Push también ponía la oreja. Esto era como una retransmisión por radio.
Ya está. Por fin hemos terminando con esta escoria.
¿Cómo están Matthew y Shubael?
Bien, no te preocupes. Al final solamente se rompieron unos pocos huesos. Carlisle ya les ha entablillado, y he dejado a Isaac y a Collin con ellos para que les lleven a casa. El doctor dice que se recuperarán muy pronto, no ha sido tan grave como parecía.
Bien, respiré, tranquilo.
El resto ya estamos tras los chupasangres que os persiguen, junto con los Cullen.
Vale. Dile a los Cullen que ya estamos llegando a la montaña, ya la vemos desde aquí.
De acuerdo, se lo diré.
Seguiremos en contacto.
Hasta luego.
Y me desconecté.
Observé el estado de la montaña. No me gustaba ni un pelo. Ya estaba cubierta de nieve y las densas nubes negras se extendían desde la cumbre hasta casi las faldas de la misma, por lo que me impedían verla completamente, no sabía qué altura tenía. Además, la atmósfera olía a nieve y a frío gélido por todas partes, lo que me ratificaba que la tormenta ya estaba instalada en la montaña.
Continué corriendo toda la mañana, esquivando los árboles a toda velocidad, siguiendo la contracorriente del río Kootenay, que serpenteaba por esos valles que dejaba esa interminable cordillera.
- Es aquí – señaló ella cuando llegué a la base de la montaña -. Tienes que seguir por este camino.
Asentí e hice lo que me indicó. Comencé a galopar por ese sendero estrecho que ya estaba algo nevado. Los incómodos arbustos que lo bordeaban se empeñaban en engancharse a mi pelaje, pero las enmarañadas ramitas que se amarraban terminaban en el suelo a mi acelerado paso.
El camino empezó a hacerse más angosto a medida que ascendía, aunque los arbustos iban desapareciendo, como si no se atreviesen a subir más allá. Las cuestas cada vez eran más empinadas y mis patas tenían que esforzarse más.
La espesa niebla que formaban las nubes nos envolvió cuando pasamos esa primera fase de la montaña, y la tormenta de nieve nos atrapó sin que pudiésemos hacer nada por evitarlo, ya que no había otro camino por el cual subir.
¡Mierda!, mascullé, luchando por avanzar.
El viento huracanado nos azotaba con furia, hostigándonos con esos copos de nieve y granizo que eran lanzados como verdaderos proyectiles. Ella se cubrió con la capucha y se echó sobre mí para protegerse del vendaval y del frío.
Sentí la urgente necesidad de parar para resguardarla en algún sitio, pero no podíamos detenernos, no de momento, no hasta que la manada me ratificara que tenían a tiro a esos malditos chupasangres, ellos eran más peligrosos que el temporal. Además, tenía que aprovechar lo que la naturaleza ponía a mi disposición, porque la tormenta también borraba nuestras huellas y cualquier pista.
Peleé durante horas contra el temporal, abriéndome paso como podía entre esa continua y espesa cortina de piedras heladas que me pinchaban por todas partes y me impedían ver lo que tenía delante, obligándome a guiarme solamente por mi instinto, hasta que, por fin, el viento fue amainando poco a poco y la nieve fue desapareciendo progresivamente, junto con las densas nubes. El paisaje se fue abriendo ante mí con claridad y ella pudo erguirse.
Mis patas empezaron a subir por ese terreno que cada vez era más escarpado y empinado, pero con el hielo, me resbalaba. Ya no podía correr, tenía que ir con pezuñas de plomo, ya que mi peso y mi tamaño eran demasiado grandes, los lobos no estábamos hechos para esto. Lo mejor era ascender con ella en mi forma humana, iría más rápido.
Me agaché y gañí.
- ¿Quieres que me baje? – preguntó.
Asentí.
Se apeó de mi lomo y me levanté, sacudiéndome para quitarme de encima la poca nieve que había resistido a mi alta temperatura corporal, que aquí había subido. Miré a mi alrededor, pero no encontré ningún árbol cerca, todos estaban muy lejos. Lo que sí había era un pedrusco bastante grande, así que caminé con diligencia y me escondí. Adopté mi forma humana, me vestí, me calcé y salí de allí rápidamente para regresar a su lado.
- Es mejor que subamos así – le comuniqué, quitándole esa enorme mochila de la espalda para ponérmela yo -. Los lobos no estamos hechos para escalar nada.
- Ya, teníais que haber escogido transformaros en cabras, hubiera sido mejor – bromeó -. Así podríais corretear y saltar por los peñascos de las montañas.
- Ja, ja – articulé con ironía mientras ella se reía, aunque yo no pude evitar que mi labio se alzara hacia arriba -. Venga, vamos.
Cogí su mano para ayudarla, cosa que activó mi cosquilleo automáticamente, y echamos a andar con presteza, subiendo por esos empinadísimos salientes.
- Siento no haber parado durante la tormenta, pero no podía detenerme – le dije.
- No importa. Estaba muy calentita – me sonrió.
Le correspondí la sonrisa con una mueca y volví la vista al frente para seguir ascendiendo, ayudándome de la otra mano para escalar un poco.
- Debemos darnos prisa, tenemos detrás a un grupo de esos chupasangres que te persiguen – le revelé -. Aquellos dos sólo habían venido para ratificar nuestra posición. No pudieron hacerlo, pero seguro que sus compañeros han visto la humareda púrpura, aunque ya se dirigían hacia allí.
- Entonces, ¿saben que estamos aquí? – inquirió, preocupada.
- Creemos que sí – admití -. No sé cómo ha sido exactamente, pero, al parecer, tu familia y el grupo de Quil estaban juntos cuando les asaltaron un montón de esos vampiros – giré el rostro hacia ella -. No te preocupes, están todos bien – le comuniqué para tranquilizarla. Ella asintió y volví la vista hacia delante -. No tenemos ni pajolera idea de cómo lo han conseguido, pero el caso es que esos chupasangres saben por dónde estamos. De todos modos, si seguimos a este ritmo, les sacaremos casi un día de ventaja. Además, tu familia, Quil y su grupo ya están detrás de ellos, así que no te preocupes, les cogerán a tiempo.
Asintió con confianza y seguimos caminando rápidamente. Ella también era ágil, así que no tenía que tirar mucho de su mano para ayudarla a subir esos empinados pedruscos.
Me di cuenta de que la noche no iba a tardar en llegar, así que teníamos que ir buscando un sitio para pasarla escondidos. Gracias a la tormenta, ahora jugábamos con ventaja, así que ella podría dormir un poco.
Ahora que el peligro inminente había pasado, mi tarro era un cóctel de preguntas. ¿Cómo es que el grupo de Quil, y los Cullen estaban juntos? ¿Cómo es que se habían encontrado? Entonces, mi boca casi se me queda colgando cuando la lucidez vino a mi aturullado cerebro.
Ya sabía que mi manada me estaba engañando, que me estaba tomando el pelo para que me quedase a solas con ella, pero ahora todas las piezas encajaban. Los Cullen se marcharon sin decirnos nada. Simplemente se fueron, recordé con tono irónico. Idiotas. Sí, claro, se fueron… con ellos, ¿no te fastidia? ¿Serían mentirosos? Bueno, mentirosos no, porque, teóricamente, no era una mentira, claro, era una media mentira, pero aún así, me habían engañado, los muy cretinos. Los Cullen habían estado con ellos todo el tiempo, y, en fin, después de lo de hoy, ya sabía la razón. Todos ellos nos estaban cubriendo las espaldas. Bien, pero, vale, ahora tenía más interrogantes. ¿Por qué? ¿Por qué no habían venido ellos con ella? ¿Por qué se habían empeñado en que la trajese yo si podían haberlo hecho ellos, protegiéndola igualmente? ¿Por qué todos se empecinaban en dejarme a solas con ella?
De mi manada podía comprenderlo, ellos estaban deseando que volviésemos, claro, sabían que yo jamás sería feliz si no estaba con ella, y también la echaban de menos, desde luego, ella tenía ese don que atrapaba a todo el mundo. Pero, ¿los Cullen? ¿Qué sacaban ellos con que estuviésemos a solas? No lo entendía.
Pero, espera, había más.
¿Cómo habrían dado esos chupasangres con el grupo de Quil y con los Cullen? ¿Cómo habrían averiguado dónde nos encontrábamos nosotros? Bueno, como había dicho Quil, estaba claro que los habían estado espiando o algo y que habían escuchado alguna conversación entre mis hermanos y los Cullen en la que hablaban de eso. Sin embargo, ¿cómo es que éstos no habían  notado su presencia? No, es más, ¿cómo es que Edward no se había dado cuenta de que estaban espiándoles?
Entonces, me percaté de otra cosa. Recordé esa capa mate, apagada, de color grisáceo que lucían los tres chupasangres con los que me había enfrentado en La Push. Ese par con el que había luchado esta mañana también la tenía. Era evidente que no sólo servía para esconder su olor, seguro que, además, ocultaba sus pensamientos, como una especie de escudo o algo así.
Eso hizo que otro envoltorio viniese a mi cabeza. La telaraña.
Los dos envoltorios tenían algo en común, servían para evitar algo. En el caso de los chupasangres, para evitar ser olidos o escaneados, en el caso de ella, para evitar que pudiese desvelar nada sobre los que le habían puesto la telaraña. Uno actuaba hacia fuera, el otro hacia dentro, es decir, uno bloqueaba de cara al exterior, el otro bloqueaba a quien lo portaba. ¿Pero cómo habían sido puestos esos envoltorios?
Las palabras que ella me había dicho anoche se plantaron en mi cabeza y todo empezó a entretejerse solo: a veces pasan cosas inexplicables, como la magia.
Otra frase se unió al coro: el hechizo no le ha hecho efecto.
El hechizo. Estoy hech…
¡Eso es!
La magia, el hechizo. Maldita sea, ¿cómo había sido tan torpe? Bueno, torpe no, es que todo esto era rarísimo, en fin, es decir, esta cosa de que la magia existiera, y no me refería a nuestra magia, ya sabes, esta que llevamos los quileute en la venas, sino a esa magia de los cuentos de hadas, esa que hechiza a la peña y todas esas cosas, esto de que la magia existiera, no era fácil de creer, era de locos.
¿Podría ser? Bueno, si te parabas a pensar, también era de locos algunos dones que tenían los chupasangres, como el de esa Zafrina, que te hacía ver ilusiones, o el de esa Chelsea, que podía unir y deshacer los lazos emocionales de las personas, o el de ese Benjamín, que podía manejar los elementos de la tierra. Bueno, vale, esto último jamás lo entendí, pero sonaba a algo muy fuerte. Incluso mi propio poder espiritual era algo extrañísimo. Pero ahí estaba.
Así que sí, así era, y ella había intentado decírmelo, estúpido de mí, y las pruebas eran más que claras. Ahora entendía qué era esa telaraña que la oprimía, ahora entendía cómo se la habían puesto.
- ¡Ya sé qué te pasa! – exclamé, parándome de sopetón, haciendo que ella pegase un pequeño bote, del susto, y también se detuviese. Me giré para mirarla -. Estás… estás hechizada, ¿no es eso? La telaraña que te envuelve te la pusieron con un hechizo para que no pudieses revelar nada de quien te la puso, ¿verdad?
Se quedó paralizada por un instante, observándome como si no se creyese que lo hubiera adivinado. No pudo decirme nada, pero su amplia sonrisa de después lo dijo todo.
- Jake… - murmuró con alegría, abrazándome, entusiasmada.
Tuve que obligarme a coger aire para recuperar mi respiración normal. Sin embargo, luego volvió a acelerarse cuando se despegó un poco de mí, rodeando mi cuello con sus brazos y clavó esos ojazos en los míos, atrayéndome sin remedio.
- Pero no es sólo… - intentó decirme, aunque su lengua se trabó -. Quiero decir, que… También es… - dejó caer los párpados con desesperación -. Se me acaba el tiempo… - murmuró para sí, ansiosamente, y volvió a abrir esos ojazos para engancharlos a los míos.
Yo sí que estaba desesperado, porque me pareció que lo hacía con determinación. Su rostro estaba a un palmo del mío, era tan hermosa… Mierda, y peligrosa.
- Bueno, no… no te preocupes – le dije con nerviosismo, separándome del todo para cogerla de la mano e iniciar la marcha de nuevo -. Mañana llegaremos a ese sitio y quitaremos esa red. Entonces ya me podrás hablar de quien te hizo esto – de pronto, mis muelas rechinaron con aires de venganza.
No podía evitarlo, era un tonto, lo sé, pero tan sólo pensar en que alguien le había hecho algo, me llenaba de ira.
- Pronto va a anochecer – declaró de repente, como con prisas -, tenemos que buscar un sitio para pasar la noche.
- Sí, tranquila, ya lo tenía en cuenta – le revelé -. A ver si por aquí hay algún grupo de árboles o algo para estar lo más ocultos posible – seguí, escudriñando el paisaje.
- Mira, ahí hay una cueva – descubrió con entusiasmo, señalándola con el dedo -. Es perfecta, tendremos más intimidad para… Quiero decir, que ahí podremos ocultarnos muy bien.
No me había dado cuenta de que habíamos llegado a una explanada. La cueva quedaba un poco alta, frente a un lago congelado, en una de las altísimas y escarpadas paredes que rodeaban a ese estanque. El lago no llegaba al paramento de la cueva, por lo que había sitio de sobra para acceder a la misma por medio de un camino lleno de nieve – en el que también había algunos árboles –, y los salientes de la pared rocosa hacían de peldaños, creándose una escalera natural por la que se podía subir al agujero. Y, además, si nevaba o había otra tormenta, estaríamos resguardados.
- Sí, es perfecta - coincidí -. Bien, pasaremos la noche ahí.
- Genial – sonrió -. Vamos – dijo, tirando de mí.
Por fin se podía caminar sobre llano, eso sí, lo hacíamos con dificultades debido a la espesa capa de nieve.
Pasamos por ese camino que quedaba entre la pared rocosa y el lago helado y llegamos a los salientes que formaban la escalera.
- Iré yo delante – manifesté, adelantándome a ella, sin soltar su mano -. Podría haber un oso o algo, así que no te separes de mí.
- Eso nunca – afirmó, entrelazando nuestros dedos y apretando nuestro amarre.
Me giré para observarla y nos miramos durante un instante. Sus pupilas se clavaron en las mías, otra vez con resolución.
No eran imaginaciones mías. Me estaba mirando con determinación, esa que yo conocía tan bien…
- Bien…, eso… eso es – soltó el estúpido de mí.
Idiota, idiota… ¿Eso era lo único que se me ocurría decir? ¿Por qué me daba tanto miedo? No lo entendía. Bueno, vale, sí, sí que lo sabía. Tenía miedo a que sólo fuera un juego para ella, a que después, cuando llegásemos a nuestro destino, se marchase y me abandonase otra vez por ese… cretino. En fin, ya sabía que ella no era de esas, pero, ¿y si después se arrepentía para largarse con él? No, no podría soportarlo.
Maldita sea, estaba hecho un completo lío.
Volví la vista al frente con precipitación, intentando no pensar más en el tema, y comencé a subir por las piedras, con ella detrás.
Ascendimos por ellas y llegamos a la irregular boca de la cueva. Ese agujero parecía un pasillo, tendría un metro y medio de ancho por tres de alto, pero el túnel natural parecía seguir hacia la izquierda.
Me quité la mochila, dejándola en el suelo para apoyarla en la pared, y abrí la cremallera de uno de los compartimentos pequeños, donde ella guardaba el mechero.
- No te despegues de mí – le mandé en voz baja, incorporándome para cogerla de la mano de nuevo mientras ya accionaba la llama.
- Sí – obedeció con un susurro, apretando nuestros dedos una vez más.
Avancé por ese pasillo de piedra despacio, con cautela, olisqueando el ambiente. Detecté un olor animal, pero no era un oso, ya que eran varios efluvios y también se percibían los acelerados latidos de bastantes seres pequeños.
Oh, oh…
En cuanto giré la esquina, cientos de murciélagos empezaron a volar hacia nosotros, chillando, espantados por la luz y nuestra presencia.
La que también gritó fue ella.
- ¡Jake! – chilló, haciendo aspavientos con las manos para revolverse el pelo -. ¡Quítamelos! ¡Quítamelos!
El enorme revoltijo de murciélagos nos rodeaba continuamente en su camino hacia la salida, casi no se veía nada, y sus chillidos retumbaban en las paredes de la caverna.
- Tranquila, ya está – intenté calmarla, pasando mi mano por su cabello para espantar a los murciélagos que se enganchaban en éste accidentalmente -. Sólo chocan, pero ya se van.
Se abalanzó hacia mí, asustada.
- ¡Jake! – lloriqueó, hundiendo su rostro en mi pecho y aferrando sus manos a mi camiseta con pavor -. ¡Me dan mucho miedo!
Yo no les hice ni pizca de caso a esos bichos, tenía bastante con controlar a mi emocionado organismo, que se esforzaba en detener el alocado hormigueo de mi estómago.
- Tranquila – le calmé con un murmullo, posando mi barbilla en su cabeza y acariciándole la misma y su preciosa melena con la mano que no sostenía el mechero. Dios, ojalá esos bichos no se fueran nunca… Pero se iban. Mierda -. Ya… ya se van, ¿ves?
Los tres últimos y rezagados murciélagos salieron por la boca de la cueva, dejando que todo se quedara en calma y en silencio. Ella también se quedó como la caverna, aunque siguió enganchada a mí, con sus manos aferradas en mi espalda.
- Ya se han ido – le avisé con otro susurro.
Pero ella no se movía. Despegó su rostro de mi pecho y lo alzó, llevando su cálida y suave frente a mi cuello.
Mi corazón pegó un tumbo y me estremecí, eso hizo que el mechero se me cayera al suelo, apagándose, y todo se quedase a oscuras.
¡Uf, peligro, peligro!
- ¡Ah, mierda, vaya, genial! – exclamé con más que nerviosismo, apartándome de ella bruscamente para buscarlo.
Idiota, imbécil, estúpido. Hace un momento estaba deseando que los murciélagos no se acabasen nunca y ahora me apartaba de ella. Sí, estaba hecho un lío.
La vaga luz que entraba por la boca de la cueva me ayudó a encontrarlo. Lo cogí y lo encendí de nuevo.
- ¿Y si hay más murciélagos? – dudó, agarrándose a mi mano otra vez.
- No, ya no hay – aseguré.
- ¿Seguro? – preguntó, pegándose a mi costado.
- Seguro – asentí -. Mira, ¿ves?
Moví la mano del mechero para que viera que las paredes y los techos estaban limpios de murciélagos.
- Menos mal – suspiró, cerrando los ojos.
- No me puedo creer que te den miedo esos bichos – me burlé, para olvidar un poco ese tema que ya empezaba a alimentar otra vez a mi gusano -. Y más a ti, que tu familia está formada por vampiros. Bueno, ya sabes, como en las pelis de miedo se convertían en murciélagos…
- Ja, ja, muy gracioso – articuló con ironía.
La risa se me escapó sola y ella sonrió. No pude evitarlo, es que era muy cómico.
- Es ridículo que les tengas miedo – seguí -. Quiero decir, nos están persiguiendo unos chupasangres, de los que chupan la sangre de verdad, y tú le tienes miedo a unos murcielaguchos.
- Ríete, pero los murciélagos pueden contagiarte la rabia – alegó, y su rostro se volvió más adorable cuando frunció el ceño.
Mi sonrisa se amplió, aunque ésta con un poco de presunción.
- Bueno, vale, puede que a ti no, pero a mí sí – se defendió, ahora sonriendo.
- Venga ya, si esos bichos no pueden hacerte nada, ni siquiera te arañarían la piel.
- Se me metieron por el pelo – declaró, mirando hacia el otro lado para pasar la pelota.
- Vale, vale – reí -. Bueno, a ver… - observé la caverna. Esta zona tenía los tres metros de alto, pero su anchura ya llegaría a los cinco, así que entrábamos de sobra -. Sí, pasaremos la noche aquí – aprobé, dando la vuelta hacia el pasillo donde se encontraba la mochila -. Haremos una hoguera con esos leños que guardamos.
Caminé hacia la mochila, con ella siguiéndome, y me agaché para sacar todos aquellos palos. No me quedó más remedio que soltar su mano para poder portarlos.
- Ve encendiéndola tú – me dijo -. Yo voy a beber un poco de agua.
- Pues trae la mochila – sugerí.
- Sólo son dos tragos – rió, despreocupada -. Anda, ve, que yo voy ahora mismo.
- Vale, pero ven enseguida, no quiero que estés aquí sola, en la boca de la cueva.
- No te preocupes – sonrió.
Bajé la vista para no tener que ver ese rostro angelical que ya me estaba aturdiendo y me di la vuelta, echando a andar. Giré la esquina y lo preparé todo para hacer la pira. Lo hice con rapidez, esto no era un secreto para mí. Mientras colocaba los leños, ella llegó y extendió la colchoneta y el saco, pero después regresó a donde la mochila. Encendí uno de los palos y soplé, propiciando así que las llamas se dispersaran.
La hoguera ya estaba lista, y ella se había ido de nuevo. ¿Por qué no traía la mochila y lo preparaba todo aquí mismo? Además, ya estaba tardando demasiado.
Me asusté un poco y salí de allí prácticamente corriendo, sin embargo, mis pies se pararon de sopetón cuando vi lo que estaba haciendo.
Estaba de espaldas, de cara al exterior, mirando el contenido de la caja metálica misteriosa, absorta, y no se percató de mi presencia.
Sí, vale, lo sé, ella no quería que yo supiese qué contenía, y me había pedido que confiase en ella, y, bueno, no es que no confiase, pero, qué quieres, la curiosidad y las ganas de saber de una vez por todas qué demonios había ahí dentro pudo conmigo, lo siento.
Me acerqué a hurtadillas, lentamente, casi de puntillas, y llegué a su espalda. Alcé un poco la cabeza para mirar y…
- ¡Jake! – exclamó, pegando un bote, del susto, y cerrando la caja con precipitación.
Sin embargo, los nervios pudieron con ella y, en la misma acción de bajar la tapa para cerrar la caja, ésta le saltó de las manos, iniciando entonces un bailoteo parecido al que mis manos habían hecho con el mando a distancia.
La caja terminó cayéndosele al suelo, sólo que, estaba tan cerca de la entrada, que rebotó con un saliente del terreno pétreo y salió despedida precipitadamente hacia el exterior de la cueva.
- ¡No! – chilló, inclinándose y alargando el brazo para tratar de cogerla al vuelo.
- ¡¿Qué haces?! ¡Cuidado! – voceé yo, agarrándola por la cintura para que no saliese volando detrás de la dichosa caja.
La caja aterrizó en el lago y, del fuerte golpe, la tapa se abrió, desparramándose su contenido sobre la nívea y helada superficie.
Entonces, los ojos se me abrieron como auténticos platos.
Era algo viscoso, ensangrentado y con una extraña mancha marrón oscuro que cubría la mitad de esa cosa como si fuese un mortífero tumor. Puaj, era asqueroso. Parecía una víscera animal, su deslizamiento había dejado un corto reguero de sangre que iba desde la caja hasta su posición, tiñendo el azulado hielo de rojo carmesí mezclado con ese poso marrón.
De repente, me fijé en cómo la víscera se movía con unas pequeñas convulsiones rítmicas y los párpados casi se me enroscan hacia arriba, de la impresión. Pronto me percaté de qué era. Era un corazón, y latía, vivo. ¿Cómo…? ¿Cómo era posible?
- ¡No! – gritó ella, zafándose de mis atónitos brazos para correr hacia allí.
- ¡No, espera! – reaccioné, persiguiéndola -. ¡Es peligroso!
Pero ella ya estaba bajando esas escaleras de piedra natural a toda pastilla.
- ¡No pises el lago! – le advertí, saltando frenéticamente hacia abajo.
No me dio tiempo a alcanzarla, y en cuanto sus pies pisaron la fina losa de hielo, ésta crujió, aunque resistió y no se agrietó. Me paré en seco, con los pies justo en el límite del lago. Si yo pisaba eso, no resistiría mi peso.
¡Mierda, mierda!
- ¡Sal de ahí! – le ordené con más que nerviosismo -. ¡Vamos, no seas tonta y da la vuelta YA!
- Tengo que coger el corazón – dijo, ansiosamente, avanzando con mucho sigilo por esa placa helada -. Ya casi estoy… - y estiró la mano para cogerlo.
- ¡¿Para qué quieres esa porquería?! – tenía los nervios a flor de piel. Un mal movimiento, y el hielo se resquebrajaría. Ella se caería en el gélido agua, y no sabía nadar, o peor, si se hundía y después no encontraba la salida… -. ¡Vamos, deja eso y ven hacia mí! – le pedí con histerismo, abriendo los brazos, como si así fuese a llegar más rápido.
Se agachó y el hielo volvió a crujir.
- ¡Deja eso! – grité, haciendo que mi voz hiciera eco en los paramentos rocosos que nos rodeaban.
- Ya lo tengo – afirmó con una sonrisa, cogiendo esa asquerosidad con las dos manos.
- ¡Vamos, vamos!
Lo metió en la caja metálica, la cerró y se alzó con cuidado.
Y entonces, se escuchó un fuerte y largo crack que también hizo eco en las paredes y que me pareció interminable.
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.
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