= PARTE UNO =
HORIZONTE
= RENESMEE =
El calor, el olor y unos estupendos y cálidos dedos que pasaban a través de mi pelo, hicieron que mis sentidos salieran de su sueño y me despertara. Ronroneé, desperezándome, y ceñí aún más mis brazos sobre su espalda para apretarme contra él y achucharle otro poco. Jacob hizo lo mismo. Aún estábamos desnudos, así que no pude evitar estremecerme cuando noté su ardiente y sedosa piel tan pegada a la mía. Giré mi cara, todavía con los párpados cerrados para apreciarlo mejor, e inhalé el maravilloso efluvio de la piel de su pecho hasta que mis bronquios ya no se pudieron llenar más. Pero cuando abrí los ojos, los alcé y vi su hermoso rostro, fue mucho mejor. Sus grandes ojos negros y brillantes, penetrantes y dulces al mismo tiempo, me observaban como si hiciera un millón de años que no lo hubieran hecho. Mis mariposas ya querían escaparse con él. Todas las mañanas me pasaba igual, no sabía si seguía soñando. No podía creerme que un hombre como este estuviera imprimado y enamorado de mí, que todas las noches mi alma fuera libre entre sus brazos, que me despertara a su lado todos los días, que abriera los ojos y lo primero que viesen fuera ese hermoso semblante mirándome con ese amor y esa adoración. Casi me parecía estar en el cielo.
Aunque yo también debía de tener la misma cara que él, porque esbozó una de sus mejores sonrisas torcidas al verla.
- Buenos días, preciosa – murmuró.
Sí, si el cielo existía, debía de ser lo más parecido a esto.
- Buenos días – sonreí, aproximándome a sus labios y llevando mi mano a su nuca.
En cuanto acercó su rostro al mío y comenzó a besarme, mi cuerpo empezó a reaccionar como siempre. Era inevitable, y tan fácil.
Hoy era sábado y teníamos toda la mañana para nosotros, puesto que Jake no tenía que irse a trabajar y también era su día libre en la manada.
Desde que Jacob había encontrado un empleo a media jornada como mecánico en un taller de Port Angeles, patrullaba menos horas. Yo lo prefería, la verdad, así él no estaba en peligro tanto tiempo y me iba a clase más tranquila. Su jefe, el señor Farrow, era un poco estricto, pero era un buen hombre y no pagaba mal. Al principio, no estaba muy seguro de contratar a un chico de veinticuatro años sin estudios ni título alguno relacionado con el mundo de la mecánica, sin embargo, en cuanto vio la destreza y el talento de Jake dentro del compartimento del motor, no lo dudó ni un instante y le dio una oportunidad. Las buenas artes de Jake con la mecánica, la labia y el carisma que derrochaba y le caracterizaba, hicieron que en sólo tres meses se ganara al señor Farrow, tanto, que ahora incluso era su ojito derecho. Por eso Jacob solamente trabajaba de lunes a viernes y había conseguido que su jefe le dejara los fines de semana libres.
Aunque habíamos pasado buena parte de la noche deshaciendo la cama, aprovechamos la mañana para deshacerla un poco más.
Tanto como había criticado a mis padres por su fogosidad y apasionamiento, y ahora nosotros éramos peores que ellos. Nuestra vida sexual no era activa, era activísima. Puede que fuera porque solamente llevásemos pocos meses viviendo juntos, pero teniendo a un hombre como Jacob a mi lado, con esa forma de ser y ese cuerpazo perfecto, era completamente imposible resistirse, aparte de la energía que nos rodeaba y que, encima, nos incitaba aún más.
Cuando conseguimos convencernos el uno al otro de que ya era hora de levantarse, y después de charlar y juguetear un poco en el lecho, nos levantamos.
Como la ducha era bastante grande, nos duchamos juntos para ahorrar agua, aunque acabamos jugueteando otro poco bajo el agua.
En cuanto terminamos, abrí la mampara y cogí mi toalla.
- Espera – me paró cuando la extendí.
Me la quitó y me la puso por encima de los hombros. Se arrimó a mí por detrás y me rodeó con sus brazos para cubrirme bien con ella y arroparme. Su abrazo fue cálido y acogedor, como él. Después, me dio un beso en la sien que me puso todo el vello de punta.
- Gracias – sonreí, girando un poco el rostro para mirarle y darle un merecido beso.
Fue corto, pero tan dulce.
Salí de la ducha y le pasé su toalla. Sequé un poco mis pies con la toallita del suelo y me calcé con las zapatillas de baño para quitarme de ahí y dejarle sitio a Jake.
Mientras él salía de la ducha y se secaba el pelo, yo me acerqué a la lavadora; sobre ella dejábamos siempre la ropa preparada para vestirnos.
Terminamos de secarnos y nos vestimos. Me desenredé el pelo y me lo peiné, pero opté por dejar que se secara al aire, no tenía ganas de pelearme con el secador, y, además, mi rizo natural me quedaba bastante bonito, la verdad.
Y entonces, cuando estábamos apunto de salir por la puerta, caí en una cosa.
- ¡La colada! – exclamé con pesar, acercándome corriendo a la lavadora y abriendo el tambor -. Ayer se me olvidó tenderla -. Saque una de las prendas y la levanté -. Genial, ahora está toda arrugada.
- Bueno, no te preocupes, ya la tiendo yo – dijo Jake, apartándome del sitio con suavidad -. Tú vete haciendo la cama.
- Pero si la colada me tocaba a mí.
- Bah, da igual – cogió el barreño de la colada y empezó a sacar la ropa, depositándola en él -. Vete, vete, ya me encargo yo – insistió, haciendo gestos con las manos para que me fuera.
Fruncí el ceño, un poco extrañada. Lo de la colada no es que fuera de las tareas favoritas de Jacob, y mucho menos tender la ropa. Eso siempre le daba bastante pereza. Aún así, no le di más importancia, a lo mejor sólo quería ser amable.
- Bueno, vale – acepté -. Pero acuérdate de poner el plástico, parece que va a llover.
- Que sí, que sí. Vete ya – se rió.
Volví a fruncir el ceño, aunque en esta ocasión sonriendo, y salí del cuarto de baño.
Estaba empezando a hacer la cama, cuando escuché los acelerados pasos de Jake por el pasillo; bajó las escaleras a toda prisa y acto seguido se escuchó el portazo de la puerta de casa.
- ¿Pero qué le pasa hoy? – me reí para mí.
Una vez que rehice el lecho, terminé de acondicionar el edredón, coloqué los cojines y cerré la ventana.
Bajé las escaleras y, en cuanto llegué al vestíbulo, llamé a Brenda para contarle mi agradable experiencia con el padre de Helen y lo poco que me había servido, pues no había conseguido averiguar nada sobre nuestra amiga. Después, me dirigí a la cocina.
Nada más llegar allí, Jacob entró en casa. Escuché sus pasos de nuevo hacia el baño, probablemente para dejar el barreño, y luego bajaron las escaleras de tres en tres hasta que se pararon en el vestíbulo.
Marcó un número en el teléfono fijo y se puso a hablar con alguien; enseguida descubrí que era Leah y que le estaba preguntando por el vampiro de ayer. Al rato, colgó y vino hasta la cocina.
- Bueno, ¿qué desayunamos hoy? – preguntó con su ánimo de siempre, pasando por la puerta mientras se frotaba las manos.
- Iba a preparar tortitas, ¿te apetecen?
- Claro - exclamó, rodeando mi cintura para darme un beso corto -. Pero también voy a preparar unos huevos revueltos, hoy tengo un hambre voraz, ¿quieres tú también?
No me extrañaba que tuviera hambre. Ayer nos habíamos ido a la cama sin cenar, y después de todo lo de anoche y esta mañana…
- Sí, vale. La verdad es que yo también tengo bastante hambre – reconocí, sonriendo, mientras agitaba la masa que ya había empezado a hacer en el recipiente redondo de cristal.
- De acuerdo – aceptó con alegría.
Se separó de mí y se dirigió a la nevera para coger los tropecientos huevos.
- ¿Qué te ha dicho Leah? – inquirí -. ¿Atraparon al vampiro?
- Sí – respondió con una enorme sonrisa de tranquilidad -. Lo pillaron en el Parque Nacional de Olympic y le dieron su merecido.
- Me alegro – sonreí yo también.
- Lo único malo es que no pudieron recuperar la pata del lobo y no podremos enterrarla con el resto del cuerpo – declaró, sacando la sartén de su sitio -. Debió de asustarse y deshacerse de ella en algún sitio, o no sé, puede que se la tragara.
- Bueno, el caso es que ese vampiro se ha llevado lo suyo y no volverá a maltratar a ningún animal – y me acerqué a él para darle un beso en la mejilla, a lo que él me correspondió con otro en los labios y una sonrisa.
- De todas formas le preguntaré a Carlisle si sabe el por qué de ese comportamiento – declaró, vertiendo el aceite en la sartén.
- ¿Para qué? Ya le habéis pillado.
- Ya, pero ahora tengo curiosidad – y se encogió de hombros.
Hicimos las tortitas, más los huevos revueltos con beicon. Desayunamos tranquilamente, entre charlas y risas, y después recogimos la cocina.
En cuanto dejé el trapo en su sitio, Jake me cogió de la mano.
- Ven, quiero enseñarte una cosa – anunció con otra sonrisa gigante, tirando de mí hacia el vestíbulo.
- ¿Una cosa? ¿El qué? – quise saber, riéndome por su contagioso entusiasmo.
- Ya lo verás.
Abrió la puerta de casa y me llevó a la parte lateral izquierda de la vivienda.
- ¿A dónde vamos? – pregunté, intrigadísima.
- Al garaje.
- ¿Al garaje? ¿Para qué?
- Ah, ya lo verás – se rió.
De la que llegábamos al garaje, no pude evitar echarle un vistazo a las cuerdas del tendal, que estaban justo al lado. Normalmente, Jacob siempre tendía la ropa de cualquier manera, pero hoy estaba peor que nunca. Se notaba que las había colgado con prisa, en algunas prendas ni se había molestado en poner pinzas. En fin, por lo menos estaban tendidas y se había acordado de poner el plástico por encima. No le dije nada, si le regañaba, ya tendría una excusa para no volver a hacerlo más. Además, había cosas que a mí también se me daban mal y que a él, en cambio, se le daban de maravilla, como, por ejemplo, planchar. A mí eso sí que me aborrecía, sin embargo, a Jacob no le importaba hacerlo. Tardaba muchísimo, pero luego la ropa le quedaba perfecta. Yo no tenía tanta paciencia.
Los dos paneles de chapa que hacían las veces de portón estaban abiertos de par en par. Eso ya era raro, porque solía estar abierto solamente uno. Antes de que me diera tiempo a preguntar la razón, Jake se colocó detrás de mí con rapidez y me tapó los ojos.
- Jake, ¿qué es esto? – me reí.
- Ya lo verás, es una sorpresa – repitió -. Camina un poco más, que yo te guío.
- ¿Una sorpresa?
- Aquí, ya llegamos – me avisó, obligándome a pararme con él -. Bueno, ¿no te imaginas lo que es?
Una sorpresa… Algo dentro del garaje…
Mi boca tomó aire con precipitación, del asombro repentino que me entró cuando me imaginé lo que era.
- No puede ser. ¿No será…?
- Ajá.
Y Jacob por fin retiró sus manos de mis ojos, para que comprobaran por ellos mismos lo que había adivinado.
Era mi pequeño Ford Festiva del 90, y tenía el capó abierto.
Nos había costado mucho encontrar algunas piezas y recambios, y eso que ahora que Jake trabajaba en ese taller tenía contactos, pero al final lo habíamos dejado impecable. El blanco de la chapa brillaba y relucía como si estuviese recién sacado de fábrica, los tapacubos también los habíamos pintado en blanco, y le habíamos puesto unas fundas nuevas a los asientos que eran de color gris y llevaban un ribeteo en rojo, a juego con las alfombrillas también recién compradas. Mi forito no se parecía nada a aquel vehículo viejo y cochambroso que habíamos conseguido por una ganga en uno de esos puntos de venta de ocasión y que casi estaba para llevarlo al desguace. El esfuerzo y las largas horas de trabajo en el garaje de casa habían merecido la pena, aunque, en realidad, me lo había pasado muy bien, sobretodo por estar junto a Jake. La mecánica me fascinaba de verdad, hasta el olor de la grasa me gustaba.
Pero lo único que le faltaba a mi coche era algo que estaba inservible y que habíamos tenido que tirar, lo más importante, el corazón de un coche: el motor. Y ahí estaba, en su sitio. Estaba tan brillante, que relucía como un espejo.
- ¡Mi motor! – exclamé con alegría -. ¿Pero, cómo…? ¿Cuándo…?
Me acerqué al capó y asomé la cabeza para verlo mejor.
- ¿Recuerdas esas horas extra que he tenido que hacer durante este mes? – preguntó, poniéndose a mi lado.
- Sí… - asentí, sorprendida y expectante.
- Bueno, pues se las pedí yo al señor Farrow para poder pagar este precioso motor – declaró, dándole unos golpecitos al susodicho -. Este trasto llegó hace un mes al taller y le pregunté a mi jefe si podía guardármelo. Le dije que yo haría unas horas de más para comprárselo y él me contestó que si se lo pagaba, no tenía ningún problema. Así que hace dos días lo compré, me lo traje y ayer lo puse antes de ir a buscarte. Limpié tu moto y tapé el coche con la lona para que no sospechases nada.
- Jake, no… no sé qué decir – murmuré, algo emocionada -. No tenías por qué haberlo hecho, lo hubiéramos comprado entre los dos.
- ¿Qué dices? Ni hablar, entonces no hubiese sido una sorpresa, y esta preciosa carita no me la pierdo por nada del mundo – aseguró, alzando mi rostro con la mano.
Me lancé a su cuello para besarle con efusividad y él no tardó nada en corresponderme y en apretarme contra su cuerpo, todo fue totalmente sincronizado, como siempre lo era todo entre los dos. Después de saciar mis ganas de comérmelo y mi alegría con sus labios durante un rato, logré despegarme para mirarle, eso sí, tuve que respirar bien hondo para recomponerme y bajar de mi nube.
- ¿Por eso saliste a tender la ropa? ¿Para abrir el portón y levantar el capó? – sonreí.
- Pues sí – se rió -. Con la pereza que me da a mí eso.
- Ya decía yo…
Jake volvió a reírse.
- Es un motor de segunda mano, pero está muy bien – afirmó, mostrándome una preciosa sonrisa de satisfacción -. ¿Quieres que lo ponga en marcha para que veas cómo ruge?
- ¡Por favor! – le rogué, entusiasmada.
Jacob se rió con más satisfacción todavía, se separó de mí y se metió en el coche, dejando la puerta abierta para hablar conmigo. Lo puso en marcha e hizo sonar el motor, dándole acelerones sin embragar el vehículo ni quitar el freno de mano.
Aquello no rugía, atronaba.
- ¡Jake, suena genial! – alabé con entusiasmo -. ¡Me muero por probarlo!
- Pues, hala, vamos – y me instó a subirme al coche haciéndome una señal con los dedos.
- ¿Ahora? – la alegría se me iba a salir por los ojos.
- Claro, ¿por qué te crees que abrí el portón? ¿Para que ventilase esto? – se burló -. Además, cuanto antes aprendas a conducir, antes te podrás presentar al examen. Así que, venga, baja el capó y vamos – dijo, abriéndome la puerta del copiloto y acto seguido cerrando la suya.
- Qué guay. Ayer clase de moto y hoy clase de coche – me reí, dejando caer el capó para cerrarlo. Me aproximé al lado derecho del forito con celeridad y me senté en el asiento -. ¿Y ya tiene gasolina? – interrogué, cerrando mi puerta.
- Por supuesto, nena – afirmó con su preciosa sonrisa torcida -. Ayer lo dejé todo preparado y listo para funcionar.
- Ya lo veo, ya – sonreí, dándole un beso en la mejilla.
Se volvió a reír con satisfacción y comenzó a sacar el coche del garaje.
Comprobé que mi humilde forito iba como la seda durante la conducción de Jacob. Lo llevó por la carretera de Mora, pues en esta época era menos transitada, hasta que llegamos al parking de Rialto Beach. Allí dio la vuelta y detuvo el vehículo.
Salimos del coche y cambiamos los puestos. Yo tuve que llevar mi asiento un poco hacia delante para llegar a los pedales, y él tuvo que llevarlo un poco hacia atrás para que sus rodillas no chocasen con la guantera.
Me abroché el cinturón de seguridad, calibré bien los espejos – el de la derecha con la ayuda de Jake - y esperé a las instrucciones de mi chico.
- Bueno, ¿llegas bien a los pedales y al volante? – me preguntó.
- Sí – asentí, comprobándolo bien.
- Los intermitentes, luces y todo eso ya lo tienes controlado, ¿no?
- Ajá.
- Vale. Ahora atenta. Pie izquierdo, embrague. Pie derecho, acelerador y freno. El pedal del medio es el freno y el de la derecha, el acelerador, ¿de acuerdo?
Giré mi rostro hacia él y le puse los ojos en blanco.
- Sí, eso ya lo sé. Hasta ahí llego – afirmé con sarcasmo.
- Una cosa es saber de mecánica, y otra muy distinta conducir un coche – alegó, también con ironía -. Venga, que te vea yo lo bien que lo haces.
- Está bien – y pisé los tres pedales con sus pies correspondientes para demostrárselo, y tenía que reconocer que, además, para familiarizarme.
- Bueno, para cambiar de marcha tienes que mantener el embrague bien pisado, hasta abajo. Pisa el embrague y mantenlo así – eso hice -. Bien - cogió mi mano derecha con su izquierda, me la colocó en la palanca de cambios y, sin quitar la suya de encima, la guió para que metiera las marchas -. Primera…, segunda…, tercera…, cuarta…, quinta… y marcha atrás. ¿Ves cómo lo hago? – y empezó a repetir las mismas acciones -. Con suavidad, sin forzar, con empujar un poco la palanca, la marcha entra sola. Ahora hazlo tú – y dejó mi mano desnuda, sobre aquella palanca extraña.
- Primera…, segunda…, ter… - la palanca quería negarse a entrar en su sitio.
- Sólo empújala – volvió a poner su mano encima de la mía, la empujó con suavidad y la palanca entró en la marcha -. ¿Ves? Es llevarla hacia ahí, nada más.
Dejó mi mano libre otra vez y probé de nuevo.
- Primera…, segunda…, tercera…, cuarta…, quinta… y marcha atrás.
- Genial, pequeña – me alabó con una sonrisa -. Hazlo otra vez.
Empujé la palanca con suavidad y metí primera, segunda, tercera, cuarta, quinta y la marcha atrás, sin mayores problemas.
- Creo que ya le pillé el tranquillo – declaré, contenta.
- Bueno, eso ya lo veremos ahora. Ponlo en punto muerto, pisa el embrague y el freno, y arranca.
- Vale.
Dejé la palanca de cambios en punto muerto, hundí los pedales del freno y del embrague hasta abajo y giré la llave en el contacto.
La mezcla de aire-combustible de las cámaras de combustión de los cilindros explotó gracias a la chispa eléctrica que saltó en el electrodo de la bujía y el motor de cuatro tiempos de mi forito arrancó a la primera.
Sonreí con satisfacción y Jacob lo hizo con más. Eso era música para nosotros.
- Vale. Ahora quita el freno de mano, pero no dejes de pisar el embrague y el freno. Luego, mete primera.
- Sí.
Pulsé el botón de la palanca del freno con el pulgar, la empujé hacia abajo y después alcé la mano para meter primera.
- Ahora pon atención – dijo, alzando las dos manos en el aire como instándome a la calma, cosa que me hizo un poco de gracia -. Manos en el volante, y muy, muy despacio, vas levantando el pie del embrague a la vez que aceleras también muy suavemente.
- ¿Esto también es una granada? – bromeé.
Jake se rió.
- No, lo único que puede pasar es que se te cale.
- Ah, bueno.
- Venga, venga, hazlo – me azuzó.
- Voy, voy.
El coche cabeceó hacia delante y se caló.
- No, mira – volvió a alzar las manos y las extendió con las palmas hacia abajo -. Tu pie tiene que soltar el embrague muy despacio a la vez que el otro acelera suavemente – me instruyó, gesticulando con las manos para enseñarme cómo tenía que mover mis pies -. Así, ¿ves? Los dos al mismo tiempo.
- Vale – asentí.
- Arráncalo otra vez e inténtalo de nuevo – me instó, poniéndolo en punto muerto y girando la llave del contacto para apagar el vehículo.
Arranqué el coche como me había enseñado antes, metí primera, tomé aire y, con él retenido en mi pecho, levanté el pie del embrague más lentamente a la vez que pisaba el acelerador igual de suave.
El Ford comenzó a moverse, temblequeando en una serie de pequeñas sacudidas, hasta que aceleré un poquito más y solté el embrague del todo, entonces el vehículo consiguió avanzar con un rodamiento uniforme y estabilizado.
Jake pasó su brazo izquierdo por detrás de mi respaldo y se arrimó a mí.
- Pisa el embrague y mete segunda – me dijo, sujetando un poco el volante con su mano derecha, por si acaso el Ford se me fuera.
Hundí el pie izquierdo en el pedal y llevé la palanca de cambios hacia abajo. La marcha entró sola.
- Muy bien, nena – encomió, dándome un beso en la mejilla -. Señala a la derecha, que vamos a girar para salir del parking.
- Sí.
Empujé la palanca izquierda del volante hacia arriba; el testigo verde parpadeante en forma de flecha y el ruidito del intermitente, me indicaron que lo había hecho correctamente.
- Bien, ahora, como tienes que detener el coche del todo para hacer el stop, tienes que frenar suavemente pisando también el embrague, para que no se te cale.
- Vale.
Hice lo que me mandó y mi forito blanco se detuvo sin problemas frente al cruce.
Metí primera e inicié la marcha con el mismo temblequeo de antes, pero, al igual que hace un momento, conseguí controlarlo y pude girar a la derecha sin problemas, eso sí, con Jacob pendiente de mis movimientos todo el tiempo. Cambié a segunda y seguí avanzando por la carretera.
- Muy bien, preciosa – me alabó Jake -. Ahora mete tercera y ve despacio.
- De acuerdo – acepté.
Pisé a fondo el embrague y llevé la palanca de cambios hacia delante. Cuando levanté el pie izquierdo del pedal, el coche se sacudió violentamente y embistió de cabeza con fuerza, a la vez que el motor rugía enrabietado, aunque el coche no se detuvo y seguimos la marcha, si bien el vehículo iba muy forzado.
- ¿Qué ha pasado? – quise saber, asustada.
- Nada – se rió Jake -, que has metido primera en vez de tercera.
- Oh.
- No pasa nada – me calmó, cogiendo mi mano derecha para ponerla en la palanca de cambios otra vez -. Cambia a segunda, acelera un poco y luego mete tercera.
Jacob siguió con su mano sobre la mía, pero dejó que yo llevara a cabo las acciones. Metí segunda, el motor descansó un poco, y después cambié a tercera, esta vez, bien.
Respiré tranquila cuando vi que el forito marchaba como es debido.
Continué por la carretera de Mora, siguiendo las instrucciones de Jacob al dedillo.
A diferencia de ayer con la moto, en esta ocasión no tuve ningún percance importante, salvo que se me caló un par de veces al salir de una cuesta, aunque finalmente conseguí arrancar y avanzar, eso sí, con mi chico a mi vera todo el tiempo, haciéndome esos gestos con las manos, imitando lo que mis pies deberían hacer, y controlando el freno de mano por si tenía que clavarlo para que no se me fuera el coche hacia abajo.
Fue la única vez que se me resistió una cuesta, ya que enseguida le pillé el tranquillo a la mecánica de conducir. Jake sonreía todo orgulloso, diciendo que se notaba que era su alma gemela; eso me levantó el ánimo y me llenó de confianza.
Nos pasamos toda la mañana practicando con el Ford, recorriendo la carretera de Mora una y otra vez. Íbamos del parking de Rialto Beach al cruce donde desembocaba la calzada y la unía con la carretera de La Push, y allí dábamos la vuelta para ir al parking de nuevo, cosa que me servía para practicar la marcha atrás.
En ese parking, Jake me enseñó a aparcar: de frente, hacia atrás, de lado... Y cuando ya lo hacía más o menos bien – no sé por qué, pero eso de aparcar se me resistía -, nos dirigimos de nuevo a recorrer la carretera de Mora.
Hasta que al llegar al dichoso cruce esa enésima vez Jake me dijo que girase a la derecha. Entonces obedecí encantada y llevé yo misma mi precioso forito blanco a casa.
Toqué el claxon a modo de saludo cuando pasamos por delante de casa de Billy, el cual estaba en el porche y sonrió al vernos, seguí por el estrecho sendero que daba a nuestra casita y aparqué frente al garaje.
Me quité el cinturón de seguridad con una amplia sonrisa y me lancé a los brazos de Jake para abrazarle y besarle. Me costó, pero conseguí despegarme de él, aunque me quedé con mis brazos rodeando su cuello, bien pegada a su cuerpo.
- Gracias por todo – le dije -. Has tenido mucha paciencia.
- ¿Qué dices? – cuestionó con esa preciosa sonrisa suya -. Pero si lo has hecho genial. Mira, mañana iremos por Forks para que practiques un poco los semáforos, carriles y todas esas cosas.
- ¿Por Forks? ¿No será un poco pronto?
- Qué va. Te será muy fácil, ya lo verás – aseguró con total confianza, metiéndome el pelo detrás de las orejas -. Si lo haces tan bien como hoy, podrías presentarte al examen la próxima semana.
- ¿Tú crees? – sonreí.
- Por supuesto que sí, preciosa.
- Lo dices para halagarme – dudé.
- Que no. Te lo digo en serio, nena, nunca jamás he visto a nadie manejar un coche tan bien en una sola mañana. Tengo una chica listísima, aunque, claro, siendo mi alma gemela… - presumió con una sonrisa torcida.
Me salió una risilla. Le abracé de nuevo y nos besamos otra vez.
Después de volver a obligarnos a separarnos, salimos de mi Ford blanco y entramos en casa. Preparamos algo rápido para comer, hicimos un poco de sobremesa para reposar la comida y nos marchamos otra vez al garaje, aunque esta para coger las motos.
Las llevamos al mismo sitio que el día anterior y nos pasamos toda la tarde del sábado practicando con ellas.
Conducir me gustaba mucho, pero tenía que reconocer que lo de la moto me apasionaba. Tal vez fuera el hecho de notar el viento en la cara a modo de libertad, o quizás fueran esas carreras que nos echábamos Jake y yo, si bien no me dejaba ir demasiado deprisa todavía. El ir en moto con Jake implicaba que los dos estábamos haciendo lo mismo, interactuando a la vez en una misma acción, y eso me encantaba.
La fiesta se terminó cuando empezó a llover y, además, con ganas, aunque ya había oscurecido bastante e íbamos a tener que dejarlo igualmente. Llevamos las motos al garaje y nos metimos en casa.
Una vez más, la noche del sábado y parte de la mañana del domingo la dedicamos para repetir lo mismo que habíamos hecho el día anterior, con lo que nos levantamos tarde. Aún así, nos dio tiempo a ir a Forks para practicar con mi forito.
Por la tarde Jake tuvo que marcharse con la manada para patrullar, así que yo aproveché para hacer unos deberes que tenía pendientes y estudiar un poco en el saloncito. Últimamente me había vuelto más aplicada en los estudios. No es que me importase especialmente el sacar mejores o peores notas, pero estudiar era una de las maneras de estar entretenida con algo para no pensar demasiado en el peligro que corría él. Sabía que la manada era muy numerosa y que Jake gozaba de mucho poder por ser el Gran Lobo, era muy difícil que le pasara nada, sin embargo, desde que había pasado todo aquello con los Vulturis y había salido todo su poder espiritual, se había corrido la voz y cada vez venían más vampiros nómadas para enfrentarse a él y tratar de vencerle. Eso no me tranquilizaba nada de nada.
Al poco de anochecer, que ahora en invierno era temprano, respiré aliviada cuando lo vi aparecer por la puerta, y así se lo hice ver con mi enorme abrazo y el interminable beso que le di acto seguido.
Pronto nos fuimos al cuarto del ordenador para hablar un poco con mi familia y Jake aprovechó para preguntarle a Carlisle si sabía de la razón que podía llevar a un vampiro a arrancarle la pata en vida a un pobre lobo. Mi abuelo no dio con ninguna respuesta lógica y lo achacó a simple y horrenda crueldad, a lo que Jake contestó con un maldito chupasangres entre dientes.
Estuvimos cerca de una hora de cháchara con mi familia, hasta que no nos quedó más remedio que cortar la conexión, pues habíamos quedado con algunos de los chicos para que vinieran a casa a jugar con la consola, que ya se estaba convirtiendo en todo un ritual obligado de los domingos. La consola había sido uno de los regalos que mis padres le regalaron a Jake por su cumpleaños. No es que fuéramos los únicos que tuviéramos una aquí en La Push, pero nadie tenía el enorme surtido de juegos de deportes y acción que venía añadido en el lote.
Los hermanos de Jake no tardaron en llegar y se presentaron puntuales. Picaron al timbre quinientas veces a modo de broma y mi chico les abrió. El alboroto no tardó en notarse. Quil, Claire, Embry, Seth, Brenda, Paul, Rachel, Shubael, Isaac, Canaan, Sarah, Jared y Kim entraron entre risas, bromas y esa camaradería típica quileute mientras cargaban con dos neveras portátiles llenas de cervezas sin alcohol y portaban un montón de comida para quedarse a cenar.
El sofá de tres plazas lo ocupamos las féminas - Brenda y yo tuvimos que conformarnos con los brazos del mismo - y los chicos se repantigaron por la alfombra como pudieron, apartando la mesita roja de enfrente para que sus largas piernas entraran. Después de ese pequeño jaleo de organización, nos sorteamos los turnos de juego y nos pusimos a jugar.
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.
¡NO COPIES EL CONTENIDO!
Hermoso el capi me ha encantado, amo esta hisatoria explicas todo muy bien y parece una pelicula, eso me encanta, no muchas escritoras haceb eso cariño pro tu....tienes un don. Espero que te animes y hagas tu propia historia, ya me veo encontrando tus libros en la libreias!!! sos genial!!!
ResponderEliminarhermoso empezando con NUEVA ERA... que talento que tenes, sos increíble esta historia nunca deja de atraparme, besotes desde Bs As, Argentina
ResponderEliminar