Concurso de Fanfics

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CONCURSO:
TIPOS DE FICS:
  • Songfic
  • Real person
  • One shot
  • Fics completados
  • Fics sin completar
CLASIFICACIONES:
  • M - Mature (Adultos)
  • T - Teens (Adolecentes)
  • K - Kids (Todas las edades)
JURADO:
  • MIAW
  • MARIA
  • TAMARA
PREMIOS:
Recomendación: Mejor Escritor
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(los premios se darán al primer lugar de cada tipo de fics)
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viernes, 1 de abril de 2011

CITA [DESPERTAR]

= LIBRO UNO =

RENESMEE



Cuando entré en mi cuarto, Jacob estaba sentado en el escritorio, leyendo una vieja revista. Se había duchado y tenía puesta una camiseta de manga corta marrón, con un dibujo amarillo de esos tribales raros.
- Esta revista es mía – me recordó con una sonrisa, levantándola.
- Ah, sí – me senté en la silla de al lado -. Te la cogí el otro día en el garaje y se me olvidó devolvértela – me mordí el labio, mirándole con cara de cordero degollado.
- Puedes quedártela, si quieres, no hace falta que me pongas esa cara – me contestó, dándome un golpecito con la revista en la cabeza.
- ¿Me la das? – pregunté, sorprendida -. Es tu favorita, la de los coches clásicos.
- Bueno, si no la quieres…
- ¡Claro que sí! – exclamé, riéndome, quitándosela de las manos -. También es mi favorita.
Seguramente lo era porque era la suya.
- Ahora ya tengo una excusa para colarme en tu habitación por la noche – bromeó con su sonrisa torcida.
- Tú no necesitas excusas para eso – se me escapó.
Me ruboricé en cuanto me di cuenta, y se hizo un minuto de silencio en el que nos miramos tímidamente.
- ¿Qué… qué hubiera pasado en el claro si no hubiese aparecido ese licántropo…? – me preguntó de repente, con un susurro.
Me levanté de sopetón de la silla con las mejillas coloradas, haciendo que la revista se cayera al suelo, y miré hacia el ventanal.
- No… no habría pasado nada – murmuré, incómoda, frotando mis manos con nerviosismo.
Jacob también se puso de pie y me giró con suavidad para que le mirase, sujetándome por los hombros.
- Pues yo creo que sí, Nessie – me clavó su profunda mirada con determinación -. Sé que te gusto, y yo te… Tú también me gustas. No te imaginas cuánto.
El corazón comenzó a latirme atolondradamente al oír esas palabras, se me iba a escapar por la boca de un momento a otro, y las mariposas aleteaban alocadas en mi estómago. Cuando me empezó a faltar el aire, me quedé paralizada sin poder reaccionar. Me di la vuelta para evitar sus hipnotizadores ojos, a ver si así podía seguir respirando.
- No sabes lo que dices – logré musitar.
Se acercó a mí por detrás, cogiéndome de las caderas, y me susurró al oído. Mi cuerpo tembló cuando le noté.
- Lo sé muy bien… - arrimó su frente a mi sien -. Me gustas demasiado, Nessie.
Y él a mí. Empezaba a pensar que esto era más que una simple atracción. Esto era más intenso, sólo con rozarme, conseguía ponerme todo el vello de punta. Jacob me gustaba tanto, que me volvía loca. Tanto, que no podía resistirme.
Me quitó la goma del pelo con suavidad y mi larga melena cayó en cascada. Me la colocó al otro lado de mi cuello, rozándomelo con el dorso de su mano, y me la echó hacia delante. Mientras hiperventilaba, la pulsera vibró, haciéndome cosquillas como aquel día en la cocina. Ya sabía lo que me decía. Me giré levemente hacia él, muy despacio, para que sus labios llegaran a los míos, y me clavó sus pupilas de nuevo. Me quedé atrapada en sus ojos y mi corazón y las mariposas se aceleraron otra vez, de lo cerca que lo tenía.
- Nessie… - susurró mientras su rostro se pegaba al mío lentamente -, que quowle1
No sabía lo que significaba, pero todo mi cuerpo se estremeció al escucharlo, y al sentir esas abrasadoras palabras cerca de mi boca…
Alguien picó en la puerta y los dos pegamos un bote. Jacob se apartó de mí, aunque se quedó a mi lado.
La puerta se abrió y Nahuel apareció tras ella. Jake gruñó, molesto.

 1Que quowle (pronunciado cue cuoule): te amo, en quileute.
- Hola, Renesmee. ¿Estás ocupada? – saludó con sus dientes de porcelana deslumbrando sobre su tostado rostro.
- Pues sí – Jacob me rodeó la cintura con su brazo -. Estamos muy ocupados – contestó, irritado.
- Sólo venía a hablar con ella para concretar a qué hora vamos a quedar mañana – le replicó Nahuel con una sonrisa altanera.
- ¿Cómo que quedar mañana? – preguntó Jake, un tanto descolocado, con el ceño fruncido.
- Sí, tenemos una cita – le respondió Nahuel con arrogancia.
La mano de Jacob se soltó de mi cintura y se giró para mirarme con los ojos llenos de preguntas.
- Nahuel, ¿puedes dejarnos a solas un momento, por favor? – le pedí.
- Por supuesto – dijo, sonriéndole a Jacob con aires triunfales antes de salir y cerrar la puerta.
Jake comenzó a pasear intranquilo por la habitación, con los brazos en jarra, hasta que se paró frente a la pared del vestidor, mirando al suelo. Apoyó el peso de su cuerpo inclinado sobre las manos, con los brazos estirados, y se quedó inmóvil, sin decir nada.
Verle así, después de lo que me había confesado antes, me rompía el alma en mil pedazos. Ahora entendía todas las reacciones que había tenido con Nahuel. Me dieron unas punzadas en el estómago, de lo mal que me sentía.
- No es una cita – le maticé después de unos segundos de silencio que se me hicieron eternos -. Sólo vamos a comer juntos para conocernos mejor.
Se separó del paramento y se giró para mirarme.
- ¿Y para qué quieres conocerle mejor? – me preguntó, extrañado.
- No soy yo. Él les dijo a mis padres que quería salir conmigo mañana y ellos estaban empeñados en que lo hiciera para conocerle.
Jacob miró hacia la puerta con los ojos entrecerrados. Frunció el ceño y los labios, pero cambió la expresión al dirigirse a mí.
- Sin embargo, tú aceptaste – me reprochó con un tinte de decepción en su mirada.
Me acerqué para abrazarle, pero me quedé anclada frente a él. Mis piernas y mis brazos no se atrevieron a moverse.
- Sólo lo hice para que mis padres me dejaran en paz y no me insistieran más con este tema – le expliqué -. Además, quedaré con él cuando tú estés con la manada. Cuando regreses, ya estaré en casa, te lo prometo – mi mano se alzó sola para acariciarle la mejilla.
Se apartó, paseando otra vez nervioso, con las manos en su cintura y la cabeza hacia abajo, exploraba el suelo como si estuviera buscando algo.
- No me gusta – gruñó al fin, sin dejar de moverse -. No me fio de él. Vas a estar a solas con esa garrapata y yo no voy a estar para protegerte.
- Jake, no va a pasar nada. De ser así, mi padre lo habría visto.
Se paró de repente y se quedó delante de mí.
- Hay cosas que no se pueden ver, pero que están ahí. El no verlas, no significa que no existan – afirmó con seguridad. Luego, empezó a hablar con una grandeza que me dejó impresionada -. Hay cosas que no se ven porque son invisibles, y hay otras que, aunque lo parecen, siempre están ahí. Es el ejemplo de la luna o las estrellas. De día no se ven, parecen invisibles, sin embargo, cuando la noche llega y miras al cielo, te das cuenta de su impresionante existencia. Por otro lado, las cosas que sí son invisibles, como el viento o el calor o el frío, se sienten y actúan sobre ti, aunque, por mucho que abras los ojos y te concentres, nunca las verás. Pero existen. De igual modo ocurre con el alma. Todo ser tiene espíritu, no se puede tocar ni ver, aún así, todos sabemos que lo tenemos – de pronto, cambió el tono de su discurso -. Y ese asqueroso parásito tiene su alma negra. Tu padre no lo puede ver, pero yo puedo sentirlo.
Me quedé estupefacta, hasta que mi mente reaccionó y pude pestañear. ¿Podía ser verdad lo que me decía Jake? Pero, ¿cómo me iba a poner mi padre en peligro? Eso era imposible.
- Tengo que ir, Jake, si no, mis padres se enfadarán mucho. Ya he aceptado y no me queda otro remedio – dije con resignación -. No tienes de qué preocuparte, cuando vuelvas de patrullar, estaré esperándote en nuestro tronco.
- No sé, Nessie – farfulló con el rostro lleno de dudas.
- Te lo prometo. Tienes que entenderlo, por favor – le rogué -. Si mis padres se cabrean, no te dejarán dormir en mi puerta.
Se quedó pensativo, mirando al suelo, y luego levantó la cabeza para mirarme.
- Está bien – aceptó a regañadientes -. Pero si se le ocurre hacerte el más mínimo daño, le mataré con mis propias manos – murmuró, apretando la mandíbula con rabia.
- Eso no va a pasar, ya lo verás – me senté en el escritorio -. Además, se irá pronto y mis padres dejarán de molestarme.
- No lo creo. Este ha venido para quedarse – gruñó -. Es como una garrapata, se enganchará aquí todo el tiempo que pueda.
- ¿Por eso le llamas así? – no pude evitar que se me escapara una risilla.
Sabía que no debía reírme, pero los motes de Jacob siempre me hacían mucha gracia.
Él sonrió por fin, contagiado por mi gesto.
- Sí – reconoció. Se echó en mi cama, boca arriba, con los brazos cruzados bajo su cabeza -. ¿A que le queda bien?
- Bueno, no sé – me levanté de la silla y me dirigí al camastro -. Lo veremos con el tiempo – le contesté.
Me acosté a su lado, boca abajo, apoyándome sobre los brazos.
- Ya lo verás – dijo, riéndose y mirando al techo -. A este no le echamos ni con ácido, ha venido a por ti – terminó con un rastro de amargura en la voz.
- Pues ya puede esperar – afirmé, acomodándome sobre su cómodo y calentito pecho -. Nadie nos separará jamás.
Jacob bajó el brazo y empezó a acariciarme la cabeza, jugando con mi pelo. Eso me gustaba tanto y estaba tan cansada, que los ojos comenzaron a cerrárseme. Podía escuchar los rítmicos y tranquilos latidos de su corazón mientras su pecho subía y bajaba. Mi cuerpo se relajó solo. Intenté pelearme con mis párpados para que no cayeran, quería disfrutar un poco más de su compañía, como si no hubiera tenido bastante viéndole todo el día, pero un bostezo logró salir y sucumbieron sin poder remediarlo.

Esta vez me desperté entre jadeos. Me quedé observando el techo, diciéndome a mi misma que había sido una pesadilla, y después miré a mi lado. Jacob no estaba, me había puesto una manta por encima y se había ido a dormir al pasillo. Por una parte, me alegré de no haber gritado y haberle despertado, pero, por otra, hubiera dado un brazo por tenerle junto a mí para abrazarle como el otro día. Me sequé las lágrimas y, con las manos aún temblorosas, cogí el despertador para mirar la hora. Las cuatro y diez de la mañana. Lo posé en la mesilla y me tumbé boca arriba de nuevo.
Tenía las imágenes de la pesadilla grabadas en la cabeza, si cerraba los ojos, todavía podía verlas nítidas. Esos ojos amarillos reflectantes, alocados y obsesivos, que me perseguían y que luego se lanzaban a Jake para atacarle y morderle. Respiré hondo y me obligué a mí misma a tranquilizarme.
Me levanté de la cama a oscuras, con la tenue luz que entraba por la cristalera se veía de sobra, me dirigí a la puerta de puntillas y me quedé quieta con la mano en la manilla. La giré muy despacio hasta que hizo tope y tiré suavemente de la hoja. Saqué la cabeza por la abertura y entonces vi a mi montaña de pelo rojizo frente a la puerta. Dormía con el hocico metido entre las patas delanteras y roncaba levemente. Se me escapó una risilla silenciosa. Me acerqué a él y le di un beso en la cabeza, entre las orejas. Volví a meterme dentro y cerré la puerta con el mismo cuidado que para abrirla.
Después de ponerme el camisón de algodón, me metí en mi enorme y fría cama. Pensé en lo calentita que estaría si Jake durmiera a mi lado. Me lo imaginé junto a mí como esa vez que había dormido conmigo, pero las mariposas de mi estómago revolotearon como locas cuando me lo imaginé como cuando nos habíamos despertado, sólo que dentro de la cama.
¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué no podía dejar de pensar en él, y además de esa forma? ¿Y qué me había pasado en el claro? ¿Por qué ahora me atraía tanto, si le conocía desde que era niña? Debería estar acostumbrada a verle y a estar con él, sin embargo, esa atracción crecía y crecía cada día más. ¿Es que el curso de mi vida tenía que ser siempre así de rápido? El viernes me había dicho a mí misma que me daría tiempo, que dejaría que las cosas siguieran su cauce, y ayer, sábado, en el claro casi...
Un gemido sordo de vergüenza salió por mi garganta mientras me llevaba el extremo de la almohada a la cara para tapármela. Aun estando sola y a oscuras, me ponía colorada. ¿Qué iba a pensar Jacob? Bueno, en realidad, él había seguido el juego. Y tenía razón, si no hubiera sido por culpa de ese licántropo o lo que fuera, habríamos tenido algo más que unas inocentes caricias. Desde luego, yo me habría entregado a él sin pensármelo dos veces, sólo recordar ese aroma suyo, ya me ponía el vello de punta.
Me sorprendí yo misma de pensar en nosotros dos respecto a ese tema de esa manera tan natural. Me pregunté qué pensaría Jake de todo eso, aunque ya me hacía una idea, por lo que me había dicho antes y porque me había confesado que yo le gustaba mucho. Las mariposas volvieron a hacer de las suyas al recordar su susurro en mi oído: me gustas demasiado, Nessie. Dejé caer la almohada en su sitio para volver a respirar cuando mi corazón empezó a latir con fuerza. Y tú a mí, pensé. ¿Por qué no era capaz de decírselo?
Mi pregunta se respondió sola en mi cerebro. Era porque no me atrevía. No me atrevía porque eso suponía un cambio y yo quería que todo siguiera igual entre nosotros, por lo menos una temporada, hasta que yo aclarara mis propios sentimientos. ¿Y si sólo era atracción física y nada más? No quería hacerle daño. Pensé en seguir el mismo plan que el viernes: darme tiempo e ir con calma.
Me giré y me aovillé para entrar en calor. Me acordé de Jake durmiendo con el hocico entre las patas y sonreí. Hasta de lobo me gustaba, era tan impresionante. Con la imagen de mi lobo durmiendo en mi puerta, el sueño vino solo y al cabo de unos minutos conseguí dormirme otra vez.

Jacob se marchó a La Push en su destrozado Golf, para patrullar con las dos manadas, nada contento. Antes de salir por la puerta, le dedicó un sonoro gruñido de advertencia a Nahuel al pasar junto a él. Le acompañé hasta el coche y me dio un intencionado abrazo y un beso en la mejilla como despedida.
- Te veo en nuestro tronco a las cinco – me recordó desde la ventanilla cuando se subió a su coche.
- Sí, allí estaré, no te preocupes.
Arrancó, me echó una última mirada preocupada e intranquila y empezó a avanzar hasta que se perdió entre los árboles, por el sendero.
Cuando me di la vuelta, Nahuel me esperaba en la puerta de casa con mis padres. Suspiré para mis adentros y me acerqué a ellos.
Por supuesto, Alice le había prestado su flamante Ferrari rojo. Tuve que poner cara de contenta – más por educación y cortesía hacia Nahuel, que por otra cosa – y despedirme de mis padres con la mano mientras les miraba por la ventanilla, pero lo único que deseaba era llegar lo antes posible a nuestro destino para bajarme de ese escaparate.
Nahuel no era tan hablador como Jacob y no dijo ni una palabra hasta que no salimos del camino que daba a la casa de mi familia y llegamos a la carretera asfaltada. Yo tampoco sabía de qué hablar con él, así que aguanté ese silencio incómodo. A pesar de circular con un Ferrari, iba bastante despacio, se notaba que era muy prudente. Si ese coche lo llegara a coger Jake, ya estaríamos volando por el asfalto.
- ¿A dónde vamos? – le pregunté para romper un poco el hielo.
Ese silencio me estaba poniendo de los nervios.
- Había pensado en ir a Port Angeles a comer y después ir al cine o a dar un paseo por el puerto, si te parece bien.
- Sí, claro. El cine está bien – le contesté -. Hace mucho que no voy a ver una película.
- Entonces, perfecto.
Se hizo otro momento de silencio y esta vez fue Nahuel el que lo rompió poniendo música.
- Tus padres me han dicho que tocas el piano. ¿Te gusta la música clásica? – inquirió.
- Sí, bueno, toco de vez en cuando. Aunque ahora prefiero el rock y todo eso, ya sabes – de repente, me vi a mí misma hablando como Jacob.
Nahuel se paró en el arcén para rebuscar entre los CDs que guardaba Alice en el departamento que había entre los dos asientos.
Sí, era muy prudente. Desde luego, Jake no se hubiera parado.
- Lo siento, pero no veo ninguno de rock.
- No importa. Podré soportarlo – bromeé.
Se rió con una risa elegante y musical y volvimos a iniciar la marcha.
El trayecto hasta Port Angeles se hizo un poco más ameno cuando Nahuel se abrió un poco y me contó que vivía con su tía Huilen en una casita en la selva, cerca de la que había sido la tribu de ella, los mapuches, en Chile. También me explicó historias y anécdotas de su vida en Suramérica y todo lo que había sucedido cuando Alice y Jasper dieron con ellos hacía casi seis años.
Nos adentramos en la ciudad y aparcó en el puerto. Por supuesto, la gente se quedó mirando al coche y yo tuve que salir con todas las miradas puestas en mí.
Dimos un corto paseo por el puerto y llegamos a un pequeño restaurante italiano con vistas al mar. Me sorprendió un poco que no me llevara al típico restaurante de pescadores, pero luego me confesó que no le gustaba el pescado.
El local era un saloncito rectangular y estaba lleno de gente. Cuando entramos, nos dirigimos a la derecha, donde había una barra en la entrada, a lo largo de una de las paredes más cortas. Nahuel habló con la encargada para que nos dieran la mesa que había reservado. Todo el frente izquierdo por donde entramos y la esquina siguiente era cristalera, y daba al puerto y al mar. Las mesas cuadradas, con sus manteles de cuadros verdes y blancos, se distribuían metódicamente por toda la estancia. Nos sentaron en una de las mesas pegadas al ventanal que daba al puerto. Me apartó la silla para que me sentara y me ayudó a arrimarla, luego se sentó enfrente. La camarera nos entregó las cartas y, después de mirarlas un rato, Nahuel pidió macarrones a la carbonara y yo lasaña.
El chico no hablaba mucho, pero era muy educado y cortés, a pesar de haberse criado en la selva. Se notaba que Huilen le había enseñado muy buenos modales. Cuando nos trajeron los platos, se desplegó la servilleta en las piernas y se remangó las mangas de la camisa con un meticuloso cuidado. Le imité, pero sólo para no quedar mal, ya que yo estaba acostumbrada a comer con Jake todos los días y no nos andábamos con estos refinamientos.
- ¿Qué tal en el instituto? – me preguntó.
- Ah, bien. Bueno, solamente llevo tres días, así que ahora mismo no puedo contar mucho.
- ¿Y tienes pensado ir a la universidad?
- No sé. De momento, creo que voy a terminar el instituto y luego ya se verá – me reí.
Nahuel sonrió y se metió un pequeño bocado de macarrones en la boca.
- ¿Y tú? ¿Has ido al instituto?
- Hace ciento cincuenta años era un poco difícil, sobretodo para un nativo como yo – me sonrió de nuevo.
Claro, ¿sería idiota? No me había acordado de su edad.
- Sí, es verdad – me reí otra vez.
- Todo lo que sé me lo enseñó mi tía. Se esforzó mucho para conseguirme libros, en aquella época era bastante complicado.
Asentí mientras masticaba mi lasaña.
- ¿Qué película tienes pensado que veamos? – inquirí cuando tragué mi bocado.
- ¿Te gustan las comedias románticas? Ponen una muy buena de Sandra Bullock – propuso.
- Sí, aunque prefiero las de acción. Pero si quieres, vamos a esa, como tú quieras – soplé y me metí otro poco de lasaña.
- Bueno, ya veremos qué más ponen en la cartelera y lo decidimos allí.
- Vale – contesté, metiéndome el tenedor en la boca.
Nahuel apartó un poco su plato cuando todavía le quedaban algunos macarrones.
- ¿No comes más? – le pregunté, extrañada.
- Estoy lleno – se encogió de hombros.
- Ya, te gusta más la otra comida, ¿no? – apunté.
- Me has pillado – se rió. Luego, habló con una voz muy baja para que solamente pudiera escucharlo yo -. Bueno, en realidad, me cuesta más comerme esto estando rodeados de tanta sangre fresca. ¿A ti no te pasa lo mismo? ¿No tienes sed?
- No. Bueno, sí, un poco, pero lo controlo perfectamente – admití en su mismo tono. Entonces, me fijé en sus ojos. Su iris marrón oscuro estaba reducido por un pequeño aro escarlata que lo bordeaba -. A ti, en cambio, parece que te cuesta mucho – se me escapó.
- Es difícil resistirse cuando ya la has probado y has comprobado lo deliciosa y extremadamente placentera que es. No hay nada mejor.
- ¿Tú… has probado sangre humana? – musité.
- No es algo de lo que me sienta orgulloso, pero, sí, hubo una época en la que me alimenté de sangre humana. Fueron unos años un poco difíciles, justo cuando empecé a madurar. Me sentía diferente a todo, no encajaba en ningún sitio y me sentía muy solo. Huilen fue la que me ayudó a salir de todo aquello y a darme cuenta de que no iba por el camino correcto – observó mi rostro y sonrió -. Debo de parecerte un monstruo, ¿no?
Tenía que reconocer que el hecho de que Nahuel hubiese tomado sangre humana y, por tanto, matado a personas, fueran inocentes o no, me horrorizaba profundamente. Sin embargo, una parte de mí se identificaba un poco con él. Yo también me sentía un bicho raro, diferente, y eso me horrorizó aún más, porque me di cuenta de que yo misma podría caer algún día en esa horrible tentación. Aunque había una diferencia entre nosotros que podía salvarme. Yo no me sentía sola en absoluto. Tenía a Jacob, y él también me comprendía, aparte de que siempre me animaba y me hacía sentir como la mejor persona del mundo. Eso ayudaba bastante, la verdad. Además, también estaba mi familia.
- Yo no soy quién para juzgar a nadie – sentencié finalmente en voz alta, también para él -. Mi propia familia está como tú. Aunque tengo que reconocer que, al igual que me pasa con ellos, me choca un poco y no me siento cómoda con ese pasado. Por eso no suelo pensar en ello, ni les hago preguntas.
- ¿Nunca te has planteado siquiera probarla para ver cómo sabe? – espetó de pronto con una voz un tanto insinuante.
- Ya la he probado. Cuando era pequeña, me alimentaba de las reservas de sangre que Carlisle conseguía del hospital.
- Me refiero caliente y fresca – matizó en el mismo tono.
El bocado de lasaña que me acababa de meter en la boca se me quedó atravesado en la garganta y tuve que beber un poco de agua.
- No. Nunca – afirmé sin un atisbo de duda.
- ¿Y no te gustaría probarla? – insistió -. Hay muchos asesinos que andan sueltos, no nos sería difícil encontrar alguno para…
- Jamás probaré sangre humana de ese modo – le corté, tajante y ahora molesta -, sean asesinos o no.
- Esos humanos han asesinado a seres de su misma especie, no se merecen vivir – alegó, serio -. No haríamos nada malo si los quitáramos del medio, en realidad, le haríamos un favor al mundo.
- Nos convertiríamos en asesinos como ellos – le repliqué con firmeza -. Eso no es lo que me han inculcado mis padres. Además, te recuerdo que yo tengo amigos humanos, mi propio abuelo lo es. Jamás lo haría.
También me vino a la mente la imagen de Jake, lo decepcionado y horrorizado que se quedaría…
- Está bien. Perdona, no quería ofenderte ni molestarte – se disculpó con afabilidad -. Tienes razón. Solamente era una idea tonta que se me ocurrió. A decir verdad, yo no debería probar ni una gota – de pronto, se echó a reír -. Soy como un alcohólico. Me parece que estar rodeado de tantos humanos, me ha trastornado un poco, lo siento.
Genial. Ahora me sentía culpable y todo, ya que, sin darme cuenta, le había llamado asesino a la cara.
- No importa – dije con una sonrisa para quitarle hierro al asunto, aunque más bien por mí -. ¿Sabes? Deberías probar esta lasaña. Está increíble, de veras – y me metí un enorme bocado en la boca.
- Veo que a ti te gusta bastante esta comida – sonrió.
- Sí. Bueno, cuando era pequeña, no me hacia mucha gracia, pero Jacob me fue metiendo el gusanillo de la comida sólida poco a poco y ahora me gusta mucho. Aunque de vez en cuando prefiero un buen bistec poco hecho, ya sabes, que sangre un poco y todo eso.
Se quedó mirándome un rato, pensativo, con los codos apoyados en la mesa y las manos entrelazadas, sujetándole la barbilla.
- ¿Por qué haces eso? – me preguntó de repente.
Dejé de comer, extrañada por su pregunta.
- ¿El qué?
- Hablar como él.
Los colores se me subieron a la cara de sopetón y mi mano empezó a clavar el tenedor en la lasaña con nerviosismo.
- ¿Como… como quién? – aunque sabía de sobra a quién se refería, tuve que preguntarlo para darme tiempo a reaccionar.
- Ya lo sabes. Hablo de Jacob.
Las mariposas iniciaron el vuelo sólo con oír su nombre.
- Yo… no… no hablo como él – cogí mi vaso de agua y me metí un buen trago.
- Claro que sí. No te das cuenta, pero hasta tienes gestos suyos.
Posé el vaso vacío en la mesa.
- No sé…, su-supongo que es porque siempre estamos juntos y algo se me pegará de él – murmuré, jugando con el tenedor.
- ¿Y eso te gusta? Quiero decir, ¿no te agobia?
- ¿Agobiarme? – le miré sin comprender.
- Bueno, tener un amigo imprimado de ti debe de ser un poquito agobiante – respondió, apoyándose en el respaldo.
- ¿Impri…?
No pude terminar la palabra. La pulsera me hizo cosquillas y todas las mariposas se multiplicaron por cien en mi estómago. El tenedor se me resbaló de la mano, cayó sobre el plato de pie y luego rebotó de lado en la mesa. El ruido fue tal, que toda la gente se giró para mirarnos.
- ¿No lo sabías? – interrogó, sorprendido.
Pestañeé, confusa, con el corazón a mil por hora. La pulsera volvió a vibrar, haciéndome cosquillas en la muñeca, y un extraño sentimiento hizo que me levantara de la silla de repente, arrastrándola. Los mirones hicieron de las suyas otra vez. Paseé inquieta entre mi silla y las de al lado con el fuerte presentimiento de que tenía que salir urgentemente de allí para verle, metiendo mi mano en el pelo que nacía de mi frente y clavando la vista llena de dudas en el suelo, como si éste fuera a darme una respuesta o algo. Bajé la mano al pecho para que no se me saliera el corazón y apoyé la espalda en la cristalera.
- Pensé que no había secretos entre vosotros – dijo Nahuel.
Algo me llamó la atención en esa frase y salí de mi nube.
- ¿Qué? – conseguí murmurar al fin.
- No entiendo por qué no te lo ha contado.
Y yo tampoco lo comprendía. ¿Por qué no me lo había dicho nunca? Creía que siempre me había dicho la verdad, que era sincero conmigo. Siempre nos lo habíamos contado todo, o eso pensaba yo. La noche anterior me había dicho que le gustaba mucho,  ¿por qué no me había dicho la verdad, que estaba imprimado de mí? ¿Es que me escondía algo? El primer sentimiento se empezó a transformar en enfado y decepción. Me senté en la mesa, todavía desconcertada.
- ¿Tú lo sabías? – quise saber, con un hilo de voz.
- Sí, Alice nos lo contó cuando vino a buscarnos por vuestro encuentro con los Vulturis. Nos dijo que íbamos a estar rodeados de enormes lobos, pero que no nos asustáramos, porque uno de ellos estaba imprimado de ti y eran aliados. Luego, nos explicó un poco todo eso de la imprimación para que lo entendiéramos. En cuanto vi a Jacob, supe que era él.
¿Ya estaba imprimado de mí hace seis años? Me acordé de Quil y Claire, y lo vi claro. Jacob se había imprimado de mí cuando yo era un bebé, por eso siempre había estado conmigo.
De pronto, mi cabeza se llenó de recuerdos. Yo sólo tenía tres días, pero mi cerebro proyectó aquella escena en la que mi madre se lanzaba hacia Jake para atacarle y era interceptada por Seth, afortunadamente. La tenía en la cabeza grabada, porque, ya en aquel entonces, no me había gustado nada ver a Jake en peligro, y menos por culpa de mi propia madre. Y eso era lo que había hecho que yo centrara mi atención en el ataque y no reparara en el por qué de éste. La verdad es que era tan pequeña, que no me había fijado en la discusión anterior. Ahora me daba cuenta y me acordaba. Mamá le había atacado al enterarse de su imprimación. Esa frase salió de lo más recóndito de mis recuerdos para sonar alta y clara. ¿Cómo has osado imprimar a mi bebe?, le había gritado ella en ese altercado. Y yo ni siquiera le había prestado atención, tan sólo observaba con angustia a mi Jacob, indefenso y desprotegido.
También recordé las palabras de Leah, cuando me había confesado que había habido un tiempo en el que había sentido algo por Jake. Me había dicho que ella había desistido cuando a Jacob le había pasado una cosa muy importante y se dio cuenta de que él sólo la iba a ver como una amiga toda la vida. Esa cosa muy importante era su imprimación de mí.
Entonces, me di cuenta de otra cosa. Si Alice se lo había contado a Nahuel y Huilen…
- Lo sabían todos menos yo – seguí mis pensamientos.
- Lo siento mucho, Renesmee. He metido la pata hasta el fondo – se lamentó.
- No, no pasa nada. Gracias a ti, me he enterado. Tendré que hablar con Jake, eso es todo.
- Espero no causarte muchas molestias.
No tenía ninguna gana, pero, aún así, le sonreí para que se sintiera mejor.
- No te preocupes, de verdad. Es que ha sido un poco de shock, nada más – eso se quedaba muy, muy corto. Me eché agua en el vaso y me lo bebí de unos pocos tragos -. ¿Qué te parece si damos un paseo antes de ir al cine? – le propuse para cambiar de tema.
- De acuerdo – aceptó, encantado, con una sonrisa.
Nahuel pagó la cuenta y nos marchamos, con una retahíla de ojos observándome curiosos.
Después de dar un largo paseo por el puerto, en el que me siguió contando historias de su país mientras yo le sonsacaba para que hablara de algo – así me era más fácil no pensar en el tema de Jake -, fuimos al cine. Para mi desgracia, no había ninguna película de acción que mereciera la pena, así que entramos a ver esa comedia romántica que me había comentado él.
Insistió en pagármelo, pero al final conseguí comprarme yo una de palomitas pequeña para mí, ya que a él no le gustaban, y un botellín de agua. Cuando iba al cine con Jacob, teníamos que comprar el combo grande y lo pagábamos a medias. Me enfadé conmigo misma por caer en la tentación. No pienses en él, Nessie, me dije, no se lo merece, por mentiroso. Agarré mis palomitas y mi agua y empecé a caminar por el pasillo hacia nuestra sala, con Nahuel a mi lado.
La película no estaba mal, aunque apenas le presté atención, ya que ésta enseguida me hizo recordar a mi mejor amigo. El tema iba sobre los líos que se formaban entre los protagonistas por una disparatada mentira de él. Por supuesto, con ese argumento era imposible no acordarme de Jacob, con lo cual, en la segunda escena me perdí en mis pensamientos.
No dejaba de preguntarme por qué no me lo había contado. Me había tenido engañada todos estos años, diciéndome que era mi mejor amigo. Yo creía que era por mí, no porque estuviera obligado a serlo por estar imprimado. Me invadió el desengaño cuando me di cuenta de que todo lo que había hecho por mí era sólo por esa razón. Era igual que con Quil y Claire. Se podía ver a Quil dándole todos los caprichos habidos y por haber que ésta le pedía. Incluso una vez Claire se había empeñado en un helado rarísimo que salía en la tele y Quil tuvo que llevarla de noche a Seattle para comprárselo porque era el único sitio cercano que lo tenía. Y lo mismo pasaba con Jacob, siempre me había dado todo lo que yo quería. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Si hasta se iba a dejar morder en el claro y todo. Si yo le hubiera pedido que se tirara de un puente, lo habría hecho. Se me clavó un nudo en la garganta, de la enorme desilusión, y tuve que tomar un trago de agua para no llorar. Le gustaba, sí, pero no como yo quería; le gustaba porque no tenía más remedio. Volví a beber de mi botellín. Y lo peor de todo era que, aún sabiendo eso, le echaba muchísimo de menos. ¿Sería tonta?
Cuando me di cuenta, las luces se encendieron y la gente empezó a levantarse de sus asientos. Me fijé en que había algunas personas emocionadas en la sala por la película. Eso hizo que me alegrara, podía disimular mis ojos humedecidos.
Inevitablemente, miré el reloj. Eran las cuatro y había quedado con Jake a las cinco en nuestro tronco. ¿Qué le iba a decir ahora? ¿O sería mejor hacer como que no sabía nada y esperar a que me lo contara él algún día? No, me dije, enfadada, me lo tiene que decir hoy. Ahora que se aguante y que me diga la verdad. Necesitaba saberla.
- ¿Nos vamos a casa? – le propuse a mi acompañante.
- Claro, te iba a llevar ahora – me contestó con una sonrisa

Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.¡NO COPIES EL CONTENIDO!

4 comentarios:

  1. :O!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
    ala metio la pata y un buen
    me encanto estuvo.... ala no tengo palabras
    sigue asi :D me encanta tu historiaa:)

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  2. Nahuel lo ha hecho a proposito, seguro. Que mal me cae.

    Pobrete mi Jacob, ahora le va a caer un pollo increible. A por el siguiente cap que voy de cabeza.

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  3. Emmmmmmmmmmocionante... no lo c tal vz Nahuel no sea tan malo no?, aunq dq juega sucio juega sucio!!!!!!

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  4. nahuel te reodio kbron

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