= LIBRO UNO =
RENESMEE
En cuanto pasamos la frontera quileute, mi padre frenó en seco y nosotros nos reímos con satisfacción. Me pegué a Jake y comencé a darle besos cortos en la mejilla y la mandíbula. El coche avanzó rapidísimo por la carretera de La Push y se desvió por la carretera de Mora, hasta que llegamos al final de ésta y Jacob aparcó en el pequeño parking de Rialto Beach.
La sensación de la adrenalina era tan fuerte, que nos bajamos del Ferrari, nos descalzamos por el camino, bajamos volando hacia la playa, saltando y sorteando los troncos blanquecinos de diferentes tamaños, y corrimos durante un rato por esa orilla de arena oscura y piedrecillas, carcajeándonos.
- ¡Lo conseguimos! – grité, emocionada, lanzándome a sus brazos.
Jacob me elevó por el aire y dio unas cuantas vueltas mientras nos reíamos, hasta que me dejó en la arena.
- Estamos locos, ¿lo sabías? – murmuró, acercando su rostro al mío con efusividad.
- Yo sólo estoy loca por ti – susurré, ansiosa, estampando mis labios en los suyos para besarlos con avidez.
Me pegué a él con tanto énfasis, que Jacob se vio obligado a retroceder un paso y terminamos cayéndonos en la blanda arena empapada de la orilla. Aún así, no despegamos nuestras hambrientas bocas.
Mientras estaba encima de él y le besaba, aproveché para desabrocharle la camisa. El agua que le llegaba no parecía molestarle en absoluto cuando deslicé mi boca y mi lengua por su agitado pecho desnudo, ya mojado. La espuma de las olas bañaba su cobriza piel y la hacía más apetecible. Sus manos escalaron por la parte trasera de mis muslos, alzando la chorreante falda de mi vestido a su paso, y me estremecí. Volví a sus labios y me friccioné hacia delante con su ayuda, a los dos se nos escapó un gemido sordo. Pasé a recorrer todo su cuello con mi boca y nuestros labios acabaron encontrándose de nuevo entre los jadeos. Todo él sabía salado, su pecho, su cuello, su boca. Todo excepto su lengua, ésta era húmeda, suave, tórrida y dulce, lo mismo que su aliento.
Sus manos subieron y desataron con facilidad el lazo de mi chaqueta, tirando de uno de los extremos. Me la quitó de un solo movimiento y yo le ayudé, sacando mis brazos de las mangas. Se giró y se colocó sobre mí, entre mis piernas. Ahora las olas bañaban mi cuerpo, sin embargo, y a pesar de que el agua estaba helada, no tenía ni una gota de frío. Yo ardía como una llama de fuego.
Nuestras bocas se movían ardientes, intercambiando bravías expiraciones. Bajó los gruesos tirantes de mi vestido y dejó todo mi pecho al descubierto, tocándolo a su paso. Abandonó mis labios para deslizar su boca y su lengua por el mismo, eso me excitó tanto, que me aferré a su espalda y a su pelo y mi cuerpo se arqueó hacia atrás; mis piernas se abrieron más en respuesta. El agua consiguió llegar a toda mi cabeza y mi pelo se mezcló con la arena y la espuma de las olas que lo azotaban. Su palma reptó por mi pierna y volvió a arrastrar la falda hacia arriba, deslizándose por la media. Se topó con el liguero, pero eso no fue impedimento para él, metió la mano por debajo de la cinta roja y me acarició el muslo. Volví a estremecerme al notar su ardiente tacto sobre la parte de mi piel desnuda.
Sus labios empezaron a subir más despacio, parándose un rato en mi cuello, hasta que regresaron a los míos.
- Espera – me susurró.
Me subió los tirantes del vestido, se incorporó, cogiendo mi chaqueta empapada, y me levantó para tomarme en brazos.
- No quiero que pases frío – murmuró.
- No tengo nada de frío – susurré, besándole a la vez que me asía bien a su cuello.
Jacob comenzó a caminar hacia un rincón escondido que había entre todos aquellos enormes trozos de árboles blanquecinos, en una zona donde la arena todavía era fina y no había esos cantos de piedra más grandes, propios de Rialto Beach. Volvió a soltar mi boca.
- Espera aquí – me dijo, dejándome de pie en el suelo, al borde de los pinos que delimitaban la playa -. Vengo enseguida.
Me dio un beso corto y salió como una bala hacia el parking.
Una pequeña brisa pasó a través del bosquecillo y me dio un respingo. Sí, la verdad es que ahora tenía frío. Me froté los brazos con las manos, aunque estaba tan empapada, que poco podía hacer. Reuní todo lo que pude de la falda de mi vestido y la retorcí para escurrirla. Lo mismo hice con mi pelo. Jake llegó con una enorme manta que había sacado del maletero y volvió hacia mí corriendo.
- Es mejor que te sientes aquí – me aconsejó mientras extendía la tela de lana tratada en la arena seca -, así no tendrás tanto frío.
Se adentró un poco entre el boscaje a toda velocidad y yo le hice caso. Me senté en la manta, sujetándome las rodillas con las manos. Regresó al poco con un montón de ramas secas y las apiló a nuestros pies para hacer una hoguera.
- Es una suerte que Alice tuviera una manta y un mechero en el coche, ¿no crees? – declaró, sonriente, mientras encendía la madera.
- Sí, si no fuera porque sabemos que no puede, creería que nos ha visto el futuro – me reí.
Sopló un poco hasta que la hoguera prendió del todo, con una llama azul debido a la sal de los leños, se quitó la camisa mojada y se sentó a mi lado, descansando la espalda en uno de los troncos más grandes que había esparcidos por la arena y que configuraban aquel rincón tan íntimo.
- Aquí no tendrás frío – me sugirió con una sonrisa, abriendo los brazos.
Le correspondí la sonrisa y me senté sobre él, apoyando la cara en su amplio y cómodo hombro, con la frente pegada a su cuello, y fundiendo mi cuerpo con su pecho seco y calentito. Su acogedor abrazo ya empezaba a calentarme.
- ¿Estás mejor? – murmuró, frotándome la espalda.
- Sí, así se está en la gloria – confesé, casi ronroneando -. Me quedaría aquí contigo para siempre.
Giré mi rostro e inhalé su maravilloso olor, ahora estaba mezclado con el salitre del mar. Me despegué un poco de él, llevando mi cuerpo hacia atrás, y comencé a recorrer su increíble torso con mi boca y mi lengua para saborearlo. Pude notar cómo se estremecía con mis caricias y todo mi ser palpitó alocado. Escalé su pecho y su cuello y lancé mis labios a los suyos.
- Espera – me paró de pronto, sujetándome con delicadeza por los hombros -. Tengo que decirte una cosa antes de que empecemos.
- ¿Qué pasa? – pregunté, extrañada. Entonces, me acordé de las palabras de sus amigos en el bosque -. Ah, ya sé. ¿Es porque eres virgen? – aventuré, sonriendo -. No te preocupes, a mí no me importa – afirmé, besándole otra vez -. Si te digo la verdad, me encanta que hayas esperado por mí - ronroneé en sus labios -. Me encanta ser la primera y única para ti…
Me despegó de nuevo con el mismo mimo.
- No. Bueno, quiero decir, que sí, soy virgen, pero eso no me preocupa nada. Te he esperado todos estos años porque quería que fueras tú y sólo tú, jamás podría entregarme a otra mujer, y esperaría otros cien, si tú quisieras. Quiero que esto sea muy especial para los dos. Pero no se trata de eso - agachó la cabeza, parecía algo nervioso -. Lo que quiero… es decirte algo.
Me separé un poco más para verle mejor el rostro.
- ¿Decirme algo?
- No tenía pensado decírtelo todavía, esto no lo tenía planeado, es totalmente improvisado, ¿vale? No sé cómo me saldrá. Sé que sólo llevamos una semana como novios, pero es que si no te lo digo ya, reviento – quitó mis brazos de su cuello y me cogió las manos -. No quiero que pienses que tengo prisa, ni nada de eso – le dio la vuelta a mi muñeca derecha y empezó a desabrocharme la pulsera. Le miré sin comprender -, aunque tampoco quiero que pienses que lo hago a lo loco, sé muy bien lo que hago y quiero hacerlo, le he estado dando vueltas desde siempre – deslizó el aro de cuero por mi mano y mi muñeca quedó desnuda, vacía, casi huérfana.
- ¿Por… por qué me quitas la pulsera? – inquirí, confusa.
Jacob cogió mi mano derecha, se inclinó un poco hacia mí y me clavó su intensa mirada con resolución. Entonces, todas mis mariposas, más otras que creía que ni existían, se revolvieron por mi cuerpo cuando supe con certeza lo que íba a pedirme. Mi corazón empezó a saltar como nunca y me quedé sin aire.
- Renesmee Carlie Cullen, ¿quieres casarte conmigo? – murmuró con voz firme.
Mis pulmones no pudieron reaccionar y me quedé sin habla. Jacob siguió con su improvisado discurso, clavándome la misma mirada.
- Sé que yo no tengo dinero, ni nada. No puedo ofrecerte una casa grande, ni cochazos, ni vestidos caros. Lo único que puedo ofrecerte, lo tienes delante. Pero yo te quiero con toda mi alma, estoy imprimado y enamorado de ti, daría mi vida por ti sin pensármelo ni un segundo y sé que te haría feliz, Nessie – abrí la boca para contestar, sin embargo, me puso el dedo en los labios y no me dejó -. Si aceptases, no digo que tuviéramos que casarnos ahora, podríamos esperar el tiempo que tú quisieras, somos muy jóvenes y tenemos muchos años por delante, ya te digo que no tengo prisa; podrías ir a la universidad, trabajar o lo que quisieras, yo te esperaría los años que hicieran falta. También sé que nuestro vínculo ya es increíblemente fuerte y que no necesitamos hacerlo, pero yo querría casarme contigo, si tú me aceptas. Y si no me aceptas, no pasa…
Le corté, abrazándole con fuerza y lanzándome a sus labios para besarle con entusiasmo. Tuve que obligarme a despegarme, para darle mi respuesta.
- Sí – exclamé, frotando su frente con la mía.
- ¿Sí? – preguntó sin creérselo -. ¿Te… te casarás conmigo?
- Sí, sí quiero – contesté con la voz rota, abrazándole de nuevo.
- Nessie… - susurró con alegría.
Hundí mi rostro en su hombro y me puse a llorar de felicidad como una idiota cursi mientras él me rodeaba con sus impetuosos y cálidos brazos.
Esto era algo que ni siquiera se me había pasado por la cabeza, al menos, no tan pronto. Sin embargo, no lo dudaba ni un momento, lo tenía tan claro. Quería casarme con él. ¿Cómo no iba a querer? Le amaba con toda mi alma, estaba locamente enamorada de él, desde el mismo día en que había nacido y le había visto por primera vez. Recordé la boda de Rachel y Paul y lo que sentí cuando me vi en el altar junto a Jake. Sí, nuestro vínculo era irrompible, pero, aún así, quería casarme con él, quería ser su mujer y que él fuera mi marido. Aunque eso ya fuera dentro de unos años, claro.
Jacob me separó y me enjugó las lágrimas con los dedos. Metió la pulsera por mi mano y la volvió a anudar en mi muñeca derecha. El nudo se apretó él solo.
- Guau – dijo, sorprendido.
- Es una pulsera mágica – le recordé, sonriéndole.
- Ya, pero es que verlo tan directo…
Subí mis brazos a su cuello y me arrimé a él.
- Te quiero, Jacob Black.
- Y yo a ti, Nessie Cullen.
- Llámame Nessie Black – le susurré en los labios.
- Eso suena muy, pero que muy bien – murmuró, pasándome su labio inferior por los míos –. Vuélvelo a decir.
- Nessie Black… – repetí, ya sin aire.
- Sí, suena genial – susurró, besándome despacio. Volvió a reposar su espalda en el tronco blanquecino, llevándome con él -. Bueno, ahora ya podemos seguir. ¿Por dónde íbamos…?
Me separé de sus labios, me arrastré un poco hacia atrás y comencé a recorrer su pecho con mi boca y mi lengua de nuevo.
- Estaba saboreando tu piel…
- Ah, sí… Y eso me volvía loco…
- Luego, pasaba a tu cuello…
- Eso ya me ponía a cien…
- Y después, iba a hacer esto…
Despegué mis labios de su cuello, me volví a arrimar bien a él y me bajé el vestido poco a poco hasta la cintura. Jacob me observó, maravillado.
- Eso ya son palabras mayores, preciosa…
Por fin estábamos solos, y teníamos toda la noche por delante, puesto que ya habíamos infringido muchas leyes de mi padre y, llegados a este punto, era una tontería cumplir su horario. Solamente nos acompañaba el sonido de las olas rompiéndose en la orilla, la brisa marina agitando las hojas de los árboles, el chasquido de aquel mágico fuego azul verdoso y el calor, mucho calor.
De repente, cuando Jake ya me estaba acariciando la espalda y estaba apunto de hundir su rostro en mi pecho, me asusté y me volví a pegar a su torso ipso facto.
- ¿Qué pasa? – preguntó, extrañado.
- ¡Menos mal que te encuentro, tío! – exclamó Seth, parándose a nuestro lado.
No sé la cara que puso Jacob, puesto que yo la tenía fijada a su clavícula, tan roja, que hasta su piel me pareció fría en ese momento. Si lo del otro día en el bosque ya me había parecido vergonzoso, ahora esto. Otro cotilleo más para la manada. Jake me apretó contra su pecho y me tapó con sus brazos.
- ¡Maldita sea, Seth! – bueno, podía imaginarme su semblante perfectamente -. ¡¿Qué narices estás haciendo aquí?! – gruñó, seguramente sustituyendo el vocablo que iba a utilizar por ese mucho más suave, ya que yo estaba delante -. ¡¿No ves que estamos muy ocupados?! ¡Mejor dicho, como hayas mirado algo, te juro que te despellejo vivo! – le gritó, estrechándome aún más.
Me subí el vestido como pude, sin despegarme de él, y reuní el suficiente valor para girar mi rostro rojo, pero enfadadísimo, con el fin de mirar al oportuno de Seth.
- No he visto nada, lo juro – aseguró, un tanto amilanado, levantando las manos -. He venido porque tengo algo que decirte, y no veas cómo me ha costado encontrarte. He estado dando vueltas por toda la reserva, me he transformado para ver si habías cambiado de fase, me he vuelto a transformar, he ido hasta tu casa…
- ¡Bueno, vale ya! – bufó Jacob -. ¡Suéltalo pronto y ve al grano, estoy muy ocupado!
- No os interrumpiría si no fuera algo importante – declaró Seth con el semblante serio.
Jake también cambió el gesto y se incorporó un poco.
- ¿Qué pasa? ¿Es algo de la manada? ¿Ha pasado algo?
Me separé de él, mirando a Seth, ahora con preocupación. Entonces, éste bajó sus pupilas de chocolate hasta las mías.
- Es tu padre. Me ha llamado.
Jacob y yo nos quedamos inmóviles, mirándole.
- Bah, piérdete Seth – le exhortó Jake, apoyándose en el tronco otra vez.
- Quiere que vayáis a casa ya, palabras textuales – siguió su hermano.
- ¿Es que ahora eres su recadero? – le criticó con sarcasmo -. Pues vete a llamarle y dile que en estos momentos no podemos atenderle.
- Alice ha tenido una visión.
Nuestras miradas se encontraron con desasosiego y una mueca de pesar se apoderó de nuestros rostros mientras suspirábamos con resignación. Lo que iba a ser una noche perfecta, se había terminado.
- ¿Una visión? ¿Te ha dicho de qué? – interrogué, levantándome.
Jacob también se puso en pie y echó arena sobre la hoguera para apagarla.
- No, sólo me ha dicho que vayáis a casa ya, palabras…
- Vale, vale, palabras textuales – resopló Jake, recogiendo su camisa y mi chaqueta aún mojadas y rebozadas en esa arena gris.
Hice lo mismo con la manta, la sacudí y la doblé lo mejor que pude. Jacob la cogió para llevarla y me tomó de la mano. Me percaté de que yo misma iba hecha unos zorros. Mi vestido rojo, al ser de gasa, estaba casi seco gracias al calor de Jacob y la hoguera, pero estaba completamente arrugado y lleno de arena, eso sin mencionar mi pelo. Mientras caminábamos hacia el parking, zarandeé mi vestido con brío y después agité mi enredado cabello. Lo dejé cuando vi que todo esfuerzo por mejorar eso era inútil.
- ¿Qué habéis hecho? – se rió Seth, mirándome de arriba a abajo -. Parece que vengáis de la selva, como una de esas pelis de Indiana Jones – luego, se dirigió a Jake -. A ti sólo te falta el sombrero y el látigo.
- Muy gracioso – contestó éste en tono irónico mientras su amigo se reía.
- Bueno, ya me enteraré cuando patrullemos mañana.
Mi rostro se giró súbitamente hacia Jake y le hice un gesto de advertencia.
- Tranquila, me pondré los auriculares – me aseguró con un cuchicheo.
- ¡Uah! ¡El Ferrari de Alice! – exclamó Seth, acercándose al coche con entusiasmo.
Éste abrió la puerta y echó mi asiento hacia delante.
- ¿A dónde vas? – quiso saber Jacob, mosqueado.
- Voy con vosotros – respondió Seth con un pie ya metido dentro.
- No, no, no. Tu misión acaba aquí – objetó él con reticencia, guardando la manta en el maletero.
- Y luego dices que no te gusta mandar – se quejó Seth, saliendo del coche a regañadientes.
- Muérete de la envidia, chaval – le respondió Jacob, sonriente, subiéndose al Ferrari.
Cerré mi puerta y arrancó el coche, haciéndolo rugir un poco para ponerle los dientes largos a su hermano de manada.
- No seas malo, Jake – le regañé con una risilla.
- Tengo que aprovechar mi momento – se defendió con su sonrisa burlona, dando marcha atrás -. No creo que pueda volver a coger un Ferrari en mi vida.
Me despedí de Seth con la mano mientras Jake pisaba a fondo y salíamos disparados por la carretera de La Push de regreso a mi casa.
No me arrepentí de nada de lo que habíamos hecho hasta que pusimos los pies descalzos en mi casa. Me invadió un miedo terrible y apreté los dedos entrelazados de Jake. Mis padres apartaron la vista cuando me vieron, exhalando audiblemente con desaprobación y crítica. Jacob sólo llevaba puesto el pantalón y mi vestido era todo un cirio. Menos mal que el resto de mi familia no estaba.
- ¿Qué habéis estado haciendo? – quiso saber mi madre, mirándonos con unos ojos llenos de condena.
- Es mejor que no lo sepas – suspiró mi padre, irritado, frotándose la frente con la mano.
- ¿Dónde están todos? – pregunté con aires de sospecha -. Alice ha tenido una visión, ¿no? ¿O era una trampa para que viniéramos?
- No, es cierto. Alice ha tenido una visión – contestó mi padre con el rostro tenso -. Pero antes queríamos hablar con vosotros a solas.
- No tenemos nada de qué hablar – contesté, enfadada, tirando de Jake para subir a mi habitación.
Mi padre se puso frente a nosotros y nos cortó el paso.
- Os habéis comportado como críos – criticó, cabreado.
- ¡¿Cómo habéis podido huir de tu padre?! – voceó mi madre, furiosa, poniéndose junto a él.
- ¡No, ¿cómo ha podido él ir a espiarnos?! – rebatí.
- No fui a espiaros – afirmó, indignado -. Fui para protegeros.
- ¿Protegernos? – exhaló Jacob, riéndose con incredulidad mientras negaba con la cabeza. Entonces, se mordió el labio y se puso serio -. Me parece que lo que pasa es que la quieres proteger de mí, ¿no es eso?
- No, Jacob. Ya me he dado cuenta de que eso es imposible, sobretodo después de lo que ha pasado esta noche – admitió, mirándome con acusación -. El licántropo sigue matando en Seattle y Port Angeles, no lo olvides, por lo que Nahuel también andará cerca. No me hizo falta ni quererlo para ver lo que gritabais en vuestras mentes cuando salíais de casa – aseveró con desagrado -. Era evidente que tú no ibas a prestar atención a otra cosa.
Mi madre se cruzó de brazos, enfadada, mirando hacia otro lado.
- Eso te crees tú – se defendió Jake.
- Te aseguro que lo sé muy bien – reiteró mi padre, enojado -. Sólo pensabas en eso, no lo niegues. Hasta ibas preparado.
- Por supuesto, yo siempre llevaré protección, por si acaso surge – rebatió sin cortarse un pelo -. Así que puedes quedarte tranquilo en eso.
Noté el rojo fuego llameando en mi rostro y el rechinamiento de dientes de mi madre.
- Por lo menos, eres responsable en algo – exhaló mi padre, rindiéndose a disgusto.
- Si venías para guardarnos las espaldas, ¿por qué no lo dijiste? – cuestioné a modo de protesta, para cambiar de tema.
- Intenté hacerlo, ¿recuerdas? – me recordó con tono inculpador -. Pero salisteis huyendo y después me colgaste el teléfono.
Mi mente empezó a sufrir un ataque de arrepentimiento y culpabilidad.
- Bueno, fue un malentendido y lo sentimos mucho. ¿Podemos irnos ya? – preguntó Jacob, cansado.
- No, hay otro tema que os queríamos comentar – intervino mi madre, agarrando la mano de mi padre.
De repente, sus rostros cambiaron. Me recordaron a esos semblantes afligidos y casi atormentados que había visto el otro día.
- ¿Qué ocurre? – interrogué con preocupación.
Jacob frunció el ceño para estudiar sus expresiones y apretó mi mano. Mis padres se miraron y mamá le hizo un gesto con la cabeza para que hablara él.
- Nos mudamos – anunció. Un glaciar gélido recorrió todo mi cuerpo -. Ya no podemos quedarnos aquí por más tiempo, nos han visto demasiado en este pueblo y Carlisle no puede seguir en ese hospital, la gente empieza a sospechar. Además, estamos llamando demasiado la atención de otros vampiros y ponemos en peligro a la gente de Forks y a los lobos, eso sin mencionar a los Vulturis.
- ¿Cuándo? – inquirí, con la mente embarullada de sensaciones y sentimientos.
- Cuando terminemos con el asunto de los Vulturis – contestó mi madre -. Nos marcharemos a Alaska, quiero retomar mis estudios e ir a la universidad – empezó a explicar, más relajada y alegre -. Bueno, tu padre también asistirá a las clases conmigo, y puede que tú coincidas con nosotros dentro de dos años, cuando también vayas a la universidad. A lo mejor nos toca en alguna clase juntos, ¿te imaginas? – se rió -. Tendremos que decir que somos primos.
Noté el temblor en la mano de Jacob. Nos apretamos los dedos con tanta fuerza, que nuestras manos se podrían fundir perfectamente.
- Pero yo… no voy a ir…
- Bueno, no importa. Lo que tú quieras – siguió ella con el mismo tono -. Todavía tienes un año de instituto para pensar en la universidad. Ya verás cómo te gusta el instituto de allí, está muy bien. Enseguida harás amigos, estoy segura. La gente de allí…
- Bella – le interrumpió mi padre, agachando la cabeza -. No la has entendido – anticipó.
- Yo no voy a ir a Alaska – afirmé con seguridad -. Me quedo con Jacob en La Push.
Mamá levantó el rostro con un movimiento casi imperceptible para mirarme con desconcierto.
- ¿Cómo? ¿No vas a venir? Pero nosotros somos tu familia.
Mi padre se alzó con asombro, adelantándose a las palabras que mi mente estaba mezclando. No parecía disgustado del todo.
- Jacob me ha pedido que me case con él y he aceptado – anuncié.
- ¿Qué? – murmuró ella, descompuesta.
- Aunque si no me lo hubiera pedido, me hubiese quedado con él igual – reconocí abiertamente.
- Bueno, era evidente, al ritmo que vais… – suspiró mi padre -. En fin, supongo que me pedirás su mano como es debido.
- ¿Qué dices, tío? – se rió Jacob, frunciendo el ceño, alucinado -. Ni que estuviéramos en la edad media.
- Está bien, no quiero menospreciar su elección. Pero al menos podías pedirme mi bendición, ¿no? – le instó con educación.
- Yo no necesito la bendición de nadie – le contestó, más serio -. Además, te recuerdo que ya me diste tu palabra.
- ¿Cuándo? – preguntamos mamá y yo a la vez, ella con enfado y yo con perplejidad.
- El día que Carlisle nos explicó todo ese rollo de los genes – aclaró, sonriente -. Me acuerdo perfectamente de nuestra conversación mental. Yo iba a salir tras el licántropo y tú me dijiste que no querías que Nessie se quedara viuda antes de tiempo. Así que te pregunté: No es que me importe, pero, ¿dejarías que se casara conmigo, aunque eso supusiera que tuvierais que renunciar a ella para siempre?, así, con estas palabras – mi padre suspiró con resignación -. Y tú contestaste que sí. Luego, te pregunté si creías que ella se casaría conmigo, que si creías que ella me quería, y me dijiste que eso no me lo podías decir, que no te estaba permitido. ¿No te acuerdas? Porque yo sí que me acuerdo, perfectamente. Lo tengo todo grabado aquí – se señaló la cabeza con el dedo -. Después, me diste tu palabra. Como ves, no se me ha olvidado.
- Siempre me ha asombrado tu increíble memoria, Jacob – admitió a regañadientes.
- Tengo bastante coco, sí – respondió él con una amplia sonrisa de satisfacción.
- Entonces, sólo me queda daros la enhorabuena – nos felicitó, aunque percibí un matiz de amargura por la inminente pérdida de su hija -. Me alegro de que al menos hagas algo bien – le dijo.
- Hombre, gracias – le respondió Jacob con sarcasmo.
Mi aro de cuero rojizo comenzó a vibrar. Por supuesto, no me fue difícil deducir el por qué. El rostro de mi madre reflejaba con claridad la decepción y la desesperación. Caminaba nerviosa, metiendo la mano entre el pelo.
- ¿Cuándo… cuándo os vais a… casar? – le costó decir la palabra.
- Todavía no tenemos fecha – admitió mi novio, encogiéndose de hombros -. Puede que dentro de unos años, no sé. En realidad, todo ha sido improvisado. No tenía pensado…
Sólo vi un borrón moverse y mamá ya estaba frente a Jake.
- O sea, que se lo has pedido y, ¿ya está? – desaprobó ella enérgicamente, interrumpiéndole -. ¿No tienes nada planeado?
- No te sigo.
- ¿Dónde vais a vivir, Jacob? – le preguntó con acidez -. ¿Vais a ir a la pequeña casa de Billy?
- Bella – intentó calmarla papá, cogiéndola del brazo.
- Ya nos buscaremos un sitio – replicó él, frunciendo el ceño sin comprender.
- ¿Y eso es lo que le vas a ofrecer a mi hija? – le reprochó -. ¿Ese es el futuro que le vas a dar?
- ¡Ese es el futuro que yo quiero! – protesté, alzando la voz.
- ¿Ah, sí? ¿Y vais a vivir del aire? – continuó ella -. Porque para comprar cosas como una casa, hace falta dinero.
- Puedo trabajar en un taller hasta que ahorre lo suficiente para poner mi propio negocio – alegó Jake, muy acertadamente -. Lo haría rápido, tengo muy buena reputación en La Push, y ya sabes que salimos muy económicos en comida y calefacción – concluyó con una sonrisa triunfal.
El golpe que asistió Jake la dejó un poco K.O. y mamá tuvo que pensar en su próxima embestida.
- ¿Y qué pasa con Renesmee? – siguió al fin -. ¿Va a estar esperándote en casa toda la vida a que llegues de patrullar o de trabajar?
- Si quiere, trabajaría conmigo en mi taller – empezó a exponer -. Le he enseñado todo lo que sabe de mecánica, además, se nos da muy bien trabajar juntos, nos compenetramos muy bien.
- ¡Sí, me encantaría! – le miré emocionada, como si ya lo estuviera viendo.
- ¿Qué taller? Todavía no lo tienes, Jacob – quiso hacernos recapitular.
- Estaremos juntos mucho tiempo, nena, será genial – me dijo con sus ojos centelleantes mientras me agarraba por la cintura, haciendo caso omiso a las palabras de mi madre.
- Sí – le sonreí, mirando mis adoradas pupilas negras, embobada.
Mi cerebro se vació de todo y actuó por su cuenta cuando Jacob acercó su rostro y nuestros labios empezaron a moverse juntos, esa hechizante energía era demasiado fuerte, aunque no pude evitar escuchar el suspiro desesperado de mi madre y el carraspeo de incomodidad paternal. En el momento en que mi cuerpo se pegó al suyo y mi mano se aferró a su pelo, mi pulsera vibró con más insistencia y un brazo pétreo y frío se interpuso para apartarle de mi lado. Jake respingó por ese contacto helado.
- Jacob, ven con nosotros – le imploró mi madre con impaciencia, arrebatándomelo por los hombros.
Mi novio la miró, sin comprender su reacción. Mis pestañas no dejaban de moverse, atónitas. Esto ya me superaba.
- Bella, por favor – le rogó mi padre, ahora interponiendo él su brazo para separarla de Jacob.
- Si él viene, ella vendrá y no la perderemos – manifestó con un nudo en la garganta.
Mi padre la abrazó y ella hundió el rostro en su torso.
Jake volvió a mi lado, me cogió de la mano y nos quedamos mirando la estampa, desconcertados y contrariados. Yo sobretodo, porque mi pulsera vibraba intermitentemente, como con dudas. Los sentimientos encontrados de mi madre debían de estar haciéndola un lío a ella también. No pude evitar sentir lástima por mamá.
- Ya sabíamos que esto iba a pasar – le recordó mi padre entre susurros -. Era de esperar, sobretodo después de ver que ella también está imprimada.
- Lo sé, pero si él se viene…
- Mamá, mi sitio está con él, y Jake tiene que estar con su manada – le interrumpí -. Jamás le pediría que dejara a su tribu para irse conmigo.
- Yo lo dejaría todo por ti, tú eres lo primero – afirmó Jacob.
- Lo sé. Pero tú eres el Gran Lobo y no puedes abandonar a tu manada, no lo permitiría. Ellos te necesitan, y yo no seré tan feliz en ningún sitio como en La Push.
Jacob me sonrió.
- No quiero perderte – murmuró ella con un hilo de voz.
Suspiré y puse los ojos en blanco.
- Venga ya. No hagas un drama de esto – resoplé -. Podéis venir a vernos siempre que queráis. ¡Por Dios, sois ricos! – exclamé, harta, alzando mi brazo libre -. Podéis coger un avión cuando se os antoje, nos llamáis y quedamos en algún sitio. No es tan grave, no os vais a Marte, ni nada de eso. Y a La Push también llega Internet, ¿sabéis? Hay una cosa que se llama Chat, Webcam y eso que está muy bien – dije con ironía para bromear un poco.
- Tiene razón – secundó mi padre, sonriéndola, mientras la sujetaba por la barbilla -. Podemos venir todos los fines de semana, si quieres.
- Tampoco os paséis, ¿vale? – reclamó Jake -. Nosotros también queremos nuestros momentos, ¿sabéis?
- ¿Era por eso? ¿Por eso teníais esas caras el otro día? – interrogué con un poco de sorna.
Mi madre sonrió un poco, y juraría que la vi algo ruborizada.
- Vaya unos blandengues – me reí.
- ¡Jacob, ¿puedes dejar de recordar eso, por favor?! – protestó mi padre de repente -. ¡Soy su padre!
- Pues deja de meterte en mi mente – se quejó éste -. Además, ahora ya no me puedes decir nada, voy a ser su marido.
La verdad es que sonaba tan bien.
- ¿Qué está pensando? – quiso saber mi madre, molesta.
- Mejor no te lo digo – le previno. Luego, se dirigió a Jake con voz áspera -. Todavía no estáis casados, así que por supuesto que puedo.
- Sí, sí, vale – replicó con pasotismo -. Bueno, ¿podemos hablar de la visión de Alice de una vez? – resopló para cambiar de tema.
- Primero creo que sería mejor que os ducharais y os cambiarais – sugirió mi padre -. Tenéis un aspecto horrible. Mientras, yo llamaré a los demás.
- Sí, buena idea – aprobé con las mejillas encendidas.
- Eso, vamos – me dijo Jake, sonriente, tirando de mí para subir las escaleras.
- ¡Jacob! – bufó mi padre de nuevo -. ¡Para de una vez!
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.¡NO COPIES EL CONTENIDO!
geniallllllllllllllllllllllllllmuy bueno.....!!!!!!!!!!!10(andres)
ResponderEliminarHermosisimo me encanto la faceta de Edward como padre la representaste muy bien!!!Saludos desde Argentina...FLOR
ResponderEliminarjajajajajaa jake se quiere bañar con nessie
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