= LIBRO UNO =
RENESMEE
Me dio exactamente igual cuando, desde mi cama, vi el cielo cubierto a través de la cristalera. Hoy no me hacía falta el sol para ser feliz, ya tenía el mío personal, con el que había quedado esta misma tarde.
Al final, casi no me pude despedir de Jake, de tantos bailes que tenía que bailar con las chicas. Hablamos lo justo para decirnos que nos veíamos esta tarde y poco más. Charlie me trajo a casa.
Esta noche fue la primera en cuatro meses en la que dormí mejor, aunque tardé en hacerlo. Estaba tan emocionada por lo que había pasado, que no paré de darle vueltas a la cabeza, las mariposas me invadían de vez en cuando y el sueño se iba. Estaba un poco muerta de miedo, la verdad, puesto que seguía sin saber si yo podía ser buena para él, pero aún así, me di cuenta de una cosa en la que no había reparado hasta ahora. ¿Qué pasaba con las parejas de La Push? Mientras bailaba con los chicos y miraba a Jake para ver si tenía oportunidad de acercarme, me fijé en las novias de los imprimados. Ellas estaban tan felices, estaban con ellos sin importarles el qué pasará, sabían que estarían juntos toda la vida. ¿Por qué no iba a hacer yo lo mismo? Estaba harta de nadar contra esa potente corriente que me llevaba hacia Jacob, harta de intentar escalar esa enorme cascada. ¿Qué tenía de malo si me dejaba llevar hasta él? ¿Por qué iba a ser peor que Rachel, Kim, Emily, Ruth, Martha, Sarah, Eve o Jemima? Y ahora ya había probado el roce de sus labios, el tacto de sus manos en mi piel… Sólo de pensarlo, todo mi cuerpo se estremecía de nuevo. Era demasiado tarde para echarse atrás y renunciar a él. Me negaba en rotundo. Jake tenía razón, teníamos que intentarlo. Él quería hacerlo y yo no podía quitarle ese derecho. Además, también quería darme una oportunidad a mí misma. Lo necesitaba. Estos meses habían sido una época de oscuridad y ahora por fin volvía a ver el sol. Jacob y yo estaríamos juntos para siempre. Hoy remataría ese beso y sería su chica de todas, todas.
Una sonrisa tonta curvó mis labios. Di la vuelta para ponerme boca arriba, me estiré y me levanté de un brinco.
Dancé hacia el vestidor.
- A ver…, qué me pongo hoy… - murmuré con voz alegre.
Cogí mi blusa favorita, esa azul claro que le encantaba a Jacob, unos vaqueros ajustados y una chaqueta azul marino. Abrí el cajón de la ropa interior para tomar uno de mis conjuntos y salí del cuartito, canturreando, para dirigirme al baño.
Después de darme una relajante y cantarina ducha, me vestí y me desenredé el pelo.
- ¡Rosalie! – voceé, asomando la cabeza por la puerta del baño -. ¡Rose!
Quería que me peinara y me dejara el pelo perfecto para esta tarde.
- ¡Rose! – volví a gritar.
Resoplé al ver que no venía y me encaminé hacia las escaleras para bajar al salón.
El único que estaba allí era Nahuel, que estaba sentado en el sofá, leyendo el periódico.
- Buenos días – me saludó, un tanto serio.
- Buenos días. ¿Has visto a Rosalie por algún sitio? – le pregunté desde el primer peldaño de la escalera.
- Tu familia no está. Hoy también se han ido de excursión.
- ¿De excursión? ¿Otra vez? – interrogué, extrañada.
Qué raro. ¿Dos días seguidos de excursión? ¿Y por qué no me habían dicho nada, ni se habían llevado a Nahuel?
Suspiré audiblemente, enfadada. Ya lo entendía. Esto debía de ser alguna treta para que me quedara a solas con él. Ya era el colmo.
Pues yo no tenía ninguna intención de darle baza, y menos después de lo que me había dicho ayer y de su comportamiento obcecado.
Me di la vuelta y subí hasta mi dormitorio para hacer la cama. Después, me metí en el baño y empecé a secarme el pelo con el secador.
Opté por secármelo agachando la cabeza, era más rápido. Tenía demasiado pelo y no tenía la habilidad de Rose, si no lo hacía así, tardaría la mañana entera y no tenía tanta paciencia.
Me doblé hacia delante y comencé a pasar el aire caliente del secador por todo el cabello, dejando que se secara y tomara forma libremente. A medida que lo secaba, iban apareciendo mis suaves rizos. Cuando me cansé y me parecía que estaba suficientemente seco, me incorporé con un solo movimiento, llevando toda mi melena hacia atrás. La pulsera vibró fuerte casi a la vez.
Pegué un bote del susto al ver a Nahuel apoyado en la puerta del baño, mirándome. Tenía una mirada extraña.
- ¿Qué haces ahí? Me has asustado.
- Has quedado con él, ¿no? – me preguntó de repente.
Parecía irritado. La pulsera seguía vibrando.
- Eso no es de tu incumbencia – le respondí, molesta por su actitud.
- Por supuesto que lo es – me contradijo, indignado -. No me gusta que mi futura esposa…
- Espera, espera – le corté, enojada -. Creí que ayer había quedado claro que no me voy a ir contigo, y mucho menos casarme.
- Eso todavía está por ver – afirmó, para mi incrédulo asombro.
¿Qué le pasaba? ¿Estaba sordo o qué?
- No hay nada que ver – le repliqué, cabreada y con seguridad. Ya me estaba molestando de verdad su terquedad -. No me voy a marchar contigo. No me voy a casar contigo, ¿te ha quedado claro? – le reiteré, matizando las negaciones.
Cogí el peine y empecé a pasármelo por el pelo, airada. Mi aro de cuero rojizo seguía vibrando, cosa que no me gustaba nada. Eso significaba que Nahuel iba a seguir insistiendo.
- No me gusta que salgas con otro, y menos con él – soltó por esa boquita.
Expiré con incredulidad por lo que mis oídos estaban escuchando. ¿Quién se creía que era, mi novio? ¿Cuándo le había dicho yo eso? Era increíble.
- ¿Otro? – me giré, enfadada, y le miré fijamente a los ojos con contundencia -. El único otro que hay aquí eres tú. Y yo puedo salir con quien quiera. Es más, creo que tú y yo no vamos a quedar más, visto lo visto.
De pronto, su semblante cambió.
- Perdona, no quería parecer impertinente – dijo, ahora con voz arrepentida.
Fruncí el ceño, confusa por su repentino cambio de humor.
- Pues lo has sido, y mucho – le reproché.
- Perdóname – repitió.
Le observé durante un instante, parecía arrepentido de verdad. Incluso la pulsera dejó de vibrar.
- Está bien – suspiré finalmente.
Me miré en el espejo para seguir peinándome.
- ¿Puedo hacerte una pregunta? – inquirió con voz tranquila.
- Depende – señalé.
- ¿Te gusta desde siempre?
Me giré para observarle otra vez. Mi aro no me avisaba de nada y su rostro parecía pacífico y sosegado.
- Solamente te voy a contar una cosa – me apoyé en la pared y comencé a hablar con calma -. Era muy pequeñita, todavía no hablaba, pero lo recuerdo muy bien. Jake me había llevado al bosque para enseñarme las flores y las ardillas, me encantaba verlas correteando por los árboles. Estaba sentada en su regazo, en nuestro tronco, observando una. No sé por qué, me quedé mirándole fijamente y ya no le hice caso a la ardilla. Yo creo que ya me parecía guapo en aquel entonces. Jacob, le dije. Fue mi primera palabra, pero la pronuncié a la perfección, llevaba mucho tiempo queriendo decirla. Bajó el rostro y me miró sorprendido, no se lo creía. ¿Qué has dicho?, me preguntó. Jacob, le repetí. Se emocionó y me levantó con los brazos mientras nos reíamos los dos y yo pataleaba entusiasmada en el aire. Luego, me dijo que tenía que ser un secreto, nuestro pequeño secreto, que tenía que aprender a decir mamá, para que ella creyera que era mi primera palabra y no se disgustara. Así que se pasó toda la tarde repitiéndome mamá hasta que supe decirla bien – me reí al evocar la escena -. Sí, creo que me gusta desde siempre.
- ¿Pasó algo esta noche? – me preguntó, cambiando el ambiente por completo.
La pulsera empezó a vibrar fuerte de nuevo.
- ¿Cómo? – entrecerré los ojos, confusa por su giro de conducta.
¿Qué era esto? Parecía el Dr. Jekyll y Mr. Hide.
- Bueno, he notado un cambio de actitud en ti con respecto a él, en comparación con ayer. Esta mañana te has levantado muy contenta – me dijo con un aire crítico.
- Pues sí – le confesé, harta de sus giros de humor -. Y sí, estoy muy contenta por ello. Jacob y yo…
- Jacob no es bueno para ti – me interrumpió con brusquedad -. En cambio, yo sí.
No me gustaba nada su tono, además mi aro vibraba, nervioso.
- ¿Qué quieres decir? – le pregunté, enfadada por ese comentario.
- Él y tú sois de especies diferentes, por mucho que diga Carlisle – empecé a quedarme atónita conforme hablaba -. Tú eres un semivampiro y él…, bueno, él es un perro – dijo con cara de repulsión -. ¿Cómo vas a…? – hizo otra mueca de hastío -. Lo natural es que estés con otro semivampiro, hay que seguir el curso de la naturaleza. No puedes estar con un animal, es asqueroso...
- ¡Retira lo que has dicho! – espeté con rabia.
- ¿Cómo? ¿Es que no quieres escuchar la verdad? – soltó, mordaz.
- Jacob no es un perro – escupí, apretando los dientes -, pero si lo fuera, lo preferiría mucho antes que a ti.
- ¡Qué dices, insensata! – bufó, furioso, agarrándome por los brazos.
- ¡Suéltame! – gruñí con cólera retenida, clavándole mis ojos amenazadores en los suyos.
Ya notaba el calor recorriendo mi espalda y mis manos temblorosas. Me soltó al percatarse de mi inminente y más que posible cambio de estado.
- Soy un semivampiro metamorfo, como puedes ver – le indiqué, por si no le había quedado claro -. Y Jacob es un metamorfo, no somos diferentes en absoluto. Más bien todo lo contrario. Estamos hechos el uno para el otro.
- ¡No! – gritó, negándolo con la cabeza. Me volvió a agarrar de los brazos y me arrimó a él -. ¡Eres como yo! ¡Tienes que ser mía, llevo muchos años esperando a una semivampiro que no fuera mi hermana! ¡Ahora que te he encontrado, no pienso irme con las manos vacías!
- ¡No me toques! – le chillé, empujándole contra la pared -. ¡Nunca seré tuya! ¡Yo siempre seré de Jacob! ¡Solamente de Jacob!
- ¿Ah, sí? ¿Y crees que Jacob es sólo tuyo? – cuestionó con voz incisiva -. ¡Pobre infeliz!
- ¿Qué? – exclamé sin entender.
- ¿Por qué crees que Jacob se imprimó de ti, Renesmee? – siguió con la misma entonación -. ¿Por qué crees que estaba aquí el día en que naciste? ¿Quieres saber la verdad? Apuesto a que tu querido perro no te la ha contado.
- ¡¿Qué estás diciendo?! – quise saber, muy irritada.
- Tu perro estaba enamorado de tu madre – espetó con ferocidad.
Las palabras hicieron eco en mi cerebro, rebotaron en las paredes de mi cabeza y retumbaron para volver a repetirse con furia. Mi corazón se quedó petrificado y me quedé paralizada en el sitio sin poder reaccionar.
Nahuel se dio cuenta de mi expresión horrorizada y siguió su cruel discurso.
- En realidad, los dos estaban enamorados. Tu madre también estaba enamorada de él, pero lo estaba más de tu padre y al final escogió a este último. Cuando se casaron y Jacob se enteró de que tu madre estaba embarazada, se puso como loco. Vino para acabar con todos, incluida tú - mi semblante se iba tornando agónico conforme escuchaba su alocución y mi corazón se retorcía como si alguien intentara arrancármelo de cuajo -. Si no os mató, fue por proteger a tu madre de la otra manada, que querían acabar con ella por estar embarazada de ti. Cuando naciste y te vio, se imprimó de ti, pero sólo lo hizo porque te parecías mucho a Bella. Tus ojos son iguales a los de ella cuando era humana. Él sigue enamorado de ella, y tu madre también lo está de él. Sin embargo, tu madre nunca dejará a tu padre, éste siempre estará por encima de él. Por eso Jacob está contigo, le recuerdas a tu madre, es una forma de estar con ella.
Todo mi cuerpo, incluida mi mente, se quedó en estado de shock y mudo, completamente vacío. En cambio, mi pulsera parecía que gritaba.
- Mientes – murmuré, intentando convencerme a mí misma de que eso era una horrible mentira.
- Alice me lo dijo cuando vinieron a buscarnos hace seis años. Yo no entendía por qué se había imprimado de ti uno de los enormes lobos que iban a estar en el claro con nosotros y ella me lo contó todo. Pregúntale a ella, si quieres – explicó, tajante.
No hubiera dudado nunca, sin embargo, había cosas que sí me encajaban y eso no hacía otra cosa que abrumarme más. Empecé a pasear, inquieta, metiendo los dedos entre el pelo. Mis ojos bajaron al suelo, confusos y dolidos, buscando una respuesta, una salida que no encontraban.
- Todos los perros son fieles a su primer amo – apostilló con arrogancia -. Abre los ojos de una vez, Renesmee. Puede que tú le gustes, pero ellos siguen enamorados. Siempre que Bella quiera, él correrá a sus brazos.
Mi cabeza y mi corazón ya no aguantaban más.
- ¡Cállate! – le grité a la vez que me llevaba las manos a los oídos.
En ese momento, la puerta del salón se abrió y un jaleo de voces invadió la casa.
Salí del baño a toda velocidad, empujando con el codo a Nahuel para que me dejara pasar, y bajé hasta el salón.
Busqué a Alice con la mirada, pero no estaba. Solamente se encontraba Emmett, que estaba sentado en el sofá.
- ¿Dónde está Alice? – le pregunté con nerviosismo.
Nahuel apareció por las escaleras y se dirigió hasta el sillón contiguo para sentarse tan tranquilo a leer el periódico. Rechiné los dientes con rabia al ver otra vez al Dr. Jekyll. Menudo hipócrita.
- Se ha ido con Jasper… de compras – me contestó. Se quedó mirándome, extrañado -. ¿Te pasa algo?
- ¿Eh? No, no. ¿Y mis padres?
- Tu padre está con Carlisle en… - se paró a pensar durante una fracción de segundo -, siguen de excursión. Esme está en su habitación y tu madre se fue a la cabaña, tenía cosas que hacer.
Me mordí el labio. ¿Y si se lo preguntaba a Emmett? Él tenía que saber algo.
Abrí la boca y Rosalie apareció de la nada para agarrar a su novio del brazo, obligándole a levantarse del sofá.
- ¿Te apetece un oso? – le preguntó -. Con tanto ajetreo, estoy muerta de hambre.
- Sí, vamos – contestó él todo sonriente.
Antes de que me diera tiempo a pestañear, salieron volando de la casa.
Nahuel se levantó para hablarme otra vez, pero no le di oportunidad. Me di la vuelta con rapidez y subí las escaleras corriendo hacia mi dormitorio.
Cerré la puerta de un portazo y caminé nerviosamente por la habitación.
No puede ser verdad, no puede ser verdad, me repetía en mi mente una y otra vez.
Quería creer que eran trucos sucios de Nahuel, oscuras argucias para que me olvidara de Jacob. No obstante, mi cerebro seguía encajando cosas, sobretodo respecto a mi madre. Si era cierto que habían estado enamorados - tan sólo pensar en la palabra, ya me hacía daño -, ¿podía ser que siguieran estándolo? Me llevé la mano al pecho. No, Jacob no. Él me quería. Me había besado esa misma noche, y había sido tan mágico. Además, nunca le había visto mirando a mi madre de otra forma que no fuera como a una hermana. Sin embargo, ella…
Recordé la forma en que le había mirado aquella noche en el bosque y el calor empezó a subirme por la espalda. No había otra explicación. Ahora lo veía todo claro, todo cuadraba, como las piezas de un puzzle.
Se había arrimado demasiado a él, le había tocado y mirado con anhelo. Un anhelo oculto y de añoranza. No había sido un brote tonto de celos míos, no había entendido mal su frase. Yo le había advertido que era mío y ella respondió con un arrebato, se le había escapado. Te equivocas, me contestó. Sí, lo quería para ella. La que tenía celos era ella. Por supuesto que no iba a dejar a mi padre, estaba demasiado enamorada de él, pero todavía seguía estándolo de Jacob también. No había podido olvidarse de él del todo. Por eso no soportaba verle conmigo. Por eso aparecía continuamente, en los momentos más oportunos. No era por casualidad. Nos espiaba.
Me acordé además del episodio de la pulsera. Cómo me encajaba todo ahora. Apreté los puños con fuerza. Le había enseñado las imágenes de mi mente y eso la había vuelto loca. No era porque le preocupara mi abrupto paso de niña a mujer, era porque estaba celosa de mí. No soportaba que yo deseara a Jacob, que pudiera tocarle o besarle, que pudiera tenerle. Por eso mi pulsera había vibrado primero fuerte y explotado después. Me había estado avisando todo este tiempo y yo no había entendido bien su mensaje. No quería alejarnos porque no aceptara que ya no fuera una niña, quería separarnos porque no aguantaba que yo estuviera con él. No estaba celosa de Jacob, estaba celosa de mí. El Viejo Quil lo había dicho muy claro. La pulsera vibraba fuerte para avisar de que había algo o alguien que nos quería separar, y lo hacía impetuosamente, descargando su energía, cuando ya se convertía en un peligro inminente. La pulsera nunca se equivocaba.
Mi aro de cuero también había vibrado la noche en que le confesé que quería a Jacob. Me llevé la mano a la cabeza, exhalando enfadada. ¡Qué estúpida había sido! Apoyé las manos en el escritorio y arrugué unos folios al recordar la conversación que habíamos tenido. Por supuesto, mi madre tenía razón en todo lo que me había dicho, pero lo que no me gustaba nada era el trasfondo de sus palabras, el por qué me lo había dicho. Podía haberse alegrado y ya estaba. Podía haberme dado ánimos, decirme que se alegraba por mí, decirme que yo era buena para él, aunque me hubiera avisado de todo eso de la imprimación de Jacob y lo que suponía. O podía no haberse metido en nada y respetar el curso de las cosas, igual que hacía mi padre. Jacob es una de las personas más importantes para mí, me había dicho. Rechiné los dientes con rabia. Y tanto que lo era.
Agarré los folios y los lancé, furiosa, esparciéndolos por toda la habitación. ¿Cómo había sido tan tonta y no haberme dado cuenta antes?
Me senté en el suelo, rendida, y apoyé la espalda en el escritorio. Me eché a llorar sin control, hundiendo mi rostro en los brazos. ¿Por qué me hacía esto mi madre? Era mi madre, sabía que ella me quería. Tendría que haber otra explicación, pero no encontraba ninguna. Y el hecho de que fuera ella, mi propia madre, hacía que me doliera mucho más. Podía soportar que hubieran estado enamorados, podía entenderlo, después de todo, eso era el pasado y ahora las cosas eran bien distintas. Sin embargo, que ella siguiera enamorada de él ahora y, además, estándolo también de mi padre, al cual no iba a dejar ni muerta, no lo comprendía. ¿Qué quería de Jacob, si no se iba a separar de mi padre jamás? Y pobre papá. ¿Sabría él algo de esto? Con lo bueno que era, seguro que lo pasaría por alto con tal de que ella fuera feliz. ¿Se podía querer a dos personas a la vez? A mí me parecía imposible, yo solamente tenía ojos para Jacob.
Abrí el cajón del escritorio que tenía a mi lado y saqué el guardapelo dorado que mi madre me había regalado cuando era pequeña. Jacob y yo teníamos que huir y me lo había dado para que tuviera un recuerdo de ellos. Más que mi propia vida, rezaba en francés. Me quedé mirándolo un buen rato, observando la foto de su interior en la que salía junto a mis padres.
Entonces, me di cuenta de una cosa, al recordar algo. Algo que ella me repetía hasta la saciedad. Mi madre me quería, yo era lo primero para ella. Sí, mi madre nos espiaba y aparecía de repente, no podía evitarlo, tal vez sus celos eran demasiado fuertes, pero al final siempre había ese matiz de sincero arrepentimiento en sus ojos dorados. Lo último que haría sería hacerme daño, sin embargo, sabía que me lo podía hacer si me alejaba de Jacob, por eso se sentía fatal después de hacer esas apariciones o discutir conmigo. Esto era un shock para mí, pero tampoco debía de ser fácil ni plato de buen gusto sentirse celosa de tu propia hija sin poder evitarlo. También amaba a mi padre por encima de todas las cosas, más que a su propia vida, de hecho, la había sacrificado para estar con él toda la eternidad. Debía de estar pasándolo muy mal por esos sentimientos, debía de estar muy confusa. Aunque yo seguía sin comprender qué pretendía.
Me puse en pie, un poco más tranquila, y guardé el medallón en el cajón. Cogí la bola de agua que Carlisle y Esme me habían traído de París. Dentro, había una réplica de la Torre Eiffel en miniatura. La agité y las pequeñas bolitas blancas se revolvieron en el líquido, cayendo sobre la figurita como si fuera nieve.
Me acerqué a la cristalera para observar el frondoso bosque. ¿Qué iba a hacer a partir de ahora? ¿Debería hablar con mi madre? Eso sería lo mejor, Jacob y yo íbamos a estar juntos y ella tendría que aceptarlo. Ella tendría que olvidarse de Jacob para siempre. Y yo tendría que hacerlo con mucho tacto, tampoco quería hacerla daño, aunque aún me sentía dolida y un poco consternada. Esto era tan difícil y extraño…
Le di otra vuelta a la bola y la puse al trasluz para mirar el contraste de reflejos que pasaban a través del cristal de la esfera.
Mientras miraba cómo caían las bolitas, un movimiento captó mi atención en el bosque. Allí, no muy lejos, vi a mi madre. Paseaba nerviosamente de aquí para allá. Se paró al ver algo y caminó hacia atrás, quedando oculta entre unos árboles que no me dejaban observar bien debido a sus copas.
El coche de Jacob apareció y aparcó delante de la casa, mi corazón sufrió una descarga eléctrica. Salió del vehículo y se dirigía veloz en dirección al porche, pero, entonces, se detuvo y se giró a mirar a donde estaba mi madre. Ella le había llamado. Estaba esperando por él.
Jacob caminó hacia allí. No podía ver del todo, por culpa de esas dichosas hojas y ramas. De pronto, mi corazón sufrió la caída de un rayo y la bola se me resbaló al suelo cuando vi que él se quitaba la camiseta y se acercaba a ella. El estruendo de la esfera al estrellarse y romperse en pedazos me pareció ensordecedor. El agua de su interior y los cristales se desparramaron por la superficie del forjado y la figurita se quedó sobre la superficie, sola, vacía, sin nieve.
Me pegué a la ventana para ver mejor. Mi respiración era tan agitada, que mi aliento empañaba el cristal. ¿Qué estaba pasando? No conseguía ver bien.
Me desplacé con inquietud a la esquina de la cristalera para ver desde otro ángulo, sin embargo, no se podía ver nada. Sólo hojas, ramas y más vegetación. En ese momento, una pequeña brisa movió las copas de los árboles y conseguí ver algo. Era parte de la espalda desnuda de Jacob y, sobre su hombro, la mano de mi madre. El viento colocó de nuevo las hojas y la vista se tapó otra vez.
Me caí sentada en el suelo, junto a la ventana, llevándome la mano al estómago de los brutales pinchazos que me daban.
Esto no podía estar pasando, no podía ser verdad. Jacob no… El destino no podía ser tan cruel conmigo.
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.¡NO COPIES EL CONTENIDO!
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