= PARTE DOS =
PROFECÍA
= RENESMEE =
Me pasé toda la noche llorando.
Mi vida se había roto, sin Jacob, nada tenía sentido. No podía soportarlo. Hace unas horas me iba a casar con el amor de mi vida, y ahora no tenía nada, nada.
Sí, hoy era el día de mi boda, el día en que por fin iba a caminar por la arena hacia ese altar de fuego, donde me esperaría él. Jacob. Mi Jacob. Mi amor, mi ángel de la guarda, mi mejor amigo, mi alma gemela, mi compañero, mi vida, mi todo… Sin embargo, todo eso, todos mis sueños, se habían esfumado…
Mi mano se agarró a la colcha y la encerró con fuerza en un puño rabioso a la vez que mis llantos aumentaban de intensidad y volumen.
Esto era insoportable, no podía vivir sin él, no podía estar lejos de él, me estaba muriendo. Tenía que ser una pesadilla, una pesadilla horrible, pero por más que intentaba despertarme, no lo conseguía.
¿Cómo era posible todo esto? ¿Es que existían los cuentos de hadas, los hechizos, conjuros y demás? ¿De veras existían los magos y las brujas? Nunca lo hubiera creído si no fuera porque mis propios ojos lo habían visto.
Pero era cierto. Y yo estaba encerrada en esta especie de castillo extraño y tétrico. No podía hacer absolutamente nada, y menos después de ver lo que le podían hacer a Jacob con ese corazón. Ellos sabían que yo no soportaría verle sufrir, que eso era la peor de las torturas para mí. No me importaba lo que hicieran conmigo, podían gritarme, pegarme, torturarme, eso podría soportarlo. Pero no que le hicieran daño a él, no que le torturasen a él. Y utilizarían eso para que me casara con Razvan, como ya habían hecho.
Estrujé la colcha con más rabia y las lágrimas brotaron con más ansiedad a la vez que mi corazón y mi estómago eran atacados por más horribles pinchazos.
¡No! ¡No! Yo no quería casarme con Razvan, no lo soportaría. No quería casarme con otro hombre que no fuera Jacob, no podía. Todas las células de mi organismo se negaban en rotundo, hasta mi estómago se vio agredido por un fuerte pinchazo. Sin embargo, ¿qué podía hacer? Ellos le torturarían hasta la muerte si yo no lo hacía, y eso sería más insoportable todavía.
Hundí el rostro en la almohada para mitigarlo, y chillé de rabia y dolor. Chillé porque no encontraba otra salida, él era lo primero para mí, él era lo más importante, y haría lo que fuera por protegerle, entregaría mi vida por él sin pensármelo dos veces. Si eso le salvaba a él, me sacrificaría y me casaría con Razvan.
Lo que apreté ahora fueron mis muelas, y lo hice con furia. Porque daba igual que me obligasen a casarme con ese vampiro, Jacob y yo siempre estaríamos vinculados, lo estábamos para toda la eternidad. No me importaba lo que dijesen ellos, yo no había roto nuestro vínculo. Puede que Jacob estuviera bajo ese encantamiento, sí, pero eso no significaba que nuestro vínculo hubiera dejado de existir. Nuestro vínculo seguía ahí, y estaba más vivo que nunca, y yo siempre estaría vinculada a él, siempre, eternamente. Podían casarme con cincuenta hombres, si querían, yo siempre seguiría siendo de Jacob, sólo de Jacob.
El ruido de la puerta me sobresaltó y me incorporé súbitamente, en estado de alerta. Ni siquiera había reparado en que el sol ya entraba por la ventana, y mis encharcados e hinchados ojos se dolieron con esa repentina luz. Mi mano se enganchó a mi estómago, los pinchazos eran tan cortantes, que eran insoportables.
La puerta se abrió, haciendo ese ruido que producían las bisagras, y mi labio se retiró a la defensiva, esperando ver aparecer a la sombra. Sin embargo, fue una mujer vampiro la que pasó adentro.
Su rostro era hermoso, pero el tiempo se había parado para ella en los cuarenta años, si bien no tenía arruga alguna. Llevaba el pelo amarrado por medio de dos trenzas que se alzaban para rodear su cabeza, dejando toda su nuca al descubierto, y su cabello era de color castaño claro. Llevaba un vestido de esos largos hasta los pies, en color ocre, que las plebeyas y las sirvientas vestían en la antigüedad, con un delantal blanco incluido.
¿Qué clase de sitio era este? Parecía que todo se hubiese estancado en algún siglo pasado.
- Tu baño está listo – me anunció.
Su voz sonó muy, muy dulce, casi angelical, y sus ojos no tenían ni un ápice de maldad, a pesar de que eran rojos. También me extrañó que bajase la mirada al hablarme.
Aún así, no me fié. Me sequé las lágrimas, no quería darle a Razvan la satisfacción de enterarse de mi angustia y desesperación.
- ¿Mi baño? – pregunté, confusa.
- El señor Razvan quiere que se arregle para desayunar con él – declaró con la cabeza baja mientras dejaba que sus manos se envolvieran en un revoltijo.
No me lo podía creer. ¿Ese degenerado se pensaba que yo me iba a arreglar para desayunar con él? ¿Pero, qué se creía?
- No pienso arreglarme, y menos desayunar con él – afirmé con rabia -. No me moveré de aquí.
- Debes ir – más que una orden, fue una frágil sugerencia que hizo con miedo.
Eso también me chocó. Estaba claro que esta mujer le tenía mucho miedo a Razvan.
- Pues no voy a hacerlo, así que ya puedes volver y decirle que espere sentado – contesté con determinación.
- Por favor, no debes hacerle enfurecer – me avisó con una voz extremadamente baja.
¿Por qué me advertía tanto? Además, mi pulsera no vibraba con ella.
Mis ojos se entornaron y mi ceño los acompañó para estudiarla con la mirada, extrañada. Ella volvió a bajar el rostro.
- ¿Ocurre algo, Teresa? – irrumpió de pronto uno de los matones que me habían arrastrado el día anterior para llevarme ante Razvan.
Ahora la pulsera sí que vibró.
Ayer no me había dado tiempo a fijarme en lo alto que era, casi como Emmett. Volvía a vestir una camisa y pantalones negros, eso, y su media melena de color castaño oscuro, que recogía detrás de las orejas, hacía que la tez blanquísima de su piel destacase más.
- No – respondió ella sin levantar la vista del suelo.
No pude ni parpadear. Sin mediar más palabra, el vampiro se plantó a mi lado y me cogió del brazo, arrancándome del camastro.
- ¡Déjame, sé caminar yo solita! – protesté.
Pero el vampiro ya se había colocado detrás de mí para encarcelarme con sus manazas, poniéndolas sobre mis brazos.
La mujer permaneció todo el camino detrás de nosotros. Bajamos los peldaños y recorrimos esos pasillos lúgubres y tétricos, aunque en esta ocasión no anduvimos mucha distancia, a pocos metros del final de las escaleras y a dos giros de los pasillos, pasamos por una puerta y entramos en una habitación muy amplia.
Como todo en este horrible castillo, las paredes y el suelo de la estancia eran de piedra gris, y unas ventanillas pequeñas en la parte superior era lo único que iluminaba a la habitación. En el centro esperaba una bañera blanca, de esas antiguas con patas, cuya agua estaba caliente, ya que el vaho ascendía hacia arriba, y tres mujeres vampiro más estaban junto a la misma, vertiendo el líquido con unos calderos metálicos. Iban a ataviadas con los mismos ropajes que esta vampiro llamada Teresa.
El vampiro que me apresaba me empujó y me obligó a entrar en la estancia precipitadamente.
- Razvan le espera en el comedor, que no tarde demasiado – le dijo a Teresa.
Ella asintió y él desapareció a la velocidad de la luz.
Teresa cerró la pesada puerta, que también era de madera, y se colocó junto a mí.
- ¿Dónde está Helen? – quise saber, pues pensaba que quizás a ella también le habían traído aquí.
- Tu amiga está bien – me contestó con amabilidad -. Ya ha estado en la ducha y ha desayunado.
- Quiero verla.
- La verás, pero antes tienes que arreglarte y desayunar con Razvan. Puedes dejar tu ropa ahí – y señaló una silla.
- No voy a bañarme – afirmé.
- Si te niegas, nosotras te obligaremos – intervino otra de las mujeres vampiro, hablándome con dureza.
Mi aro de cuero ya llevaba un rato vibrando, y cuando el matón se había marchado, no había cesado. Y no era por Teresa, así que estaba claro que era por las tres vampiros que había allí.
Las tres tenían los ojos escarlata, como Teresa, sin embargo, a diferencia de ésta, desbordaban maldad por todos los sitios, y también eran más jóvenes, no aparentaban más de veinticinco años de edad. Todas llevaban el pelo igual, con esas dos trenzas bordeando la cabeza, pero las diferenciaba el color del cabello. La que me había hablado era rubia, un rubio muy claro, otra de ellas lo tenía negro y la última era pelirroja.
- Ella no se va a negar, ¿verdad? – habló Teresa, sonriéndome para que yo entrara al trapo.
No sabía qué tenía esa mujer, y sabía que si sus ojos eran rojos, era porque se alimentaba de sangre humana, lo cual ya era terrible y paradójico, por otra parte, pero en cierto modo me recordaba un poco a Esme. Tenía esa dulzura y ternura que desprenden las abuelas o las madres. Y tampoco entendía por qué se comportaba así conmigo, era demasiado amable. Tal vez fuera una estrategia de Razvan para que accediese a sus propósitos, o puede que ella tuviese ese don, aunque mi pulsera no me advertía de ella. Era extraño. Como fuere, fui incapaz de contestarle mal, no me salía.
- Lo siento, pero no voy a acceder a la petición de Razvan – declaré; no le sonreí, pero lo dije con voz calmada.
- ¡Por supuesto que vas a acceder! – exclamó la vampiro rubia, enfadada, acercándose a mí como una bala para agarrarme del brazo.
En un latido de corazón, me vi rodeada de esas mujeres, que me desnudaban con la misma velocidad con la que se habían aproximado.
- ¡No! ¡Dejadme! – protesté, intentando detenerlas.
Pero sus manos se movían muchísimo más deprisa que las mías, y ellas eran tres. Mientras la pelirroja articulaba mis brazos a su antojo y me sujetaba, las otras dos me desnudaban, a pesar de todas mis protestas e intentos por quitármelas de encima.
De nada me sirvió. Me desnudaron completamente y me amarraron por los brazos y los pies.
- ¡Soltadme! – grité, revolviéndome como una posesa.
Pero mis movimientos de revuelta tampoco surtieron efecto. Me lanzaron a la bañera de espaldas y me hundí en ese agua caliente.
Cuando conseguí sacar la cabeza a la superficie, todo era un amasijo de manos y brazos frotándome por todas partes y revolviéndome el pelo.
- ¡N…! – intenté protestar, pero me volvieron a meter la cabeza bajo el agua.
El jabón me escocía los ojos y sólo dejé de escuchar el murmullo del revuelto líquido cuando dejaron de empujarme y pude agarrarme a los bordes de la bañera para incorporarme y salir a la superficie.
Por fin tomé una buena bocanada de aire y llevé mis manos a la cara para restregarme los ojos.
La vampiro pelirroja me agarró del brazo y me obligó a ponerme de pie.
- Puedes secarte – dijo la rubia, tirándome la toalla a la cara.
- ¿También me vais a vestir? – pregunté con ironía, enroscándome la toalla al cuerpo, enfadada.
- Si te pones terca, sí – me respondió, alzando la barbilla con orgullo.
- Vístete, por favor – intervino Teresa, mirándome con esos ojos rojos que, no obstante, eran implorantes.
- Vale, pero quiero hacerlo a solas – pedí, alzando la barbilla del mismo modo que la rubia para imitarla.
Ésta rechinó los dientes.
- Como gustes – asintió Teresa.
- ¡Pero ya has oído a Razvan! – protestó la rubia -. ¡Tenemos que asegurarnos…!
- Ya la habéis obligado a que se bañe – le cortó, hablándole con tranquilidad y dulzura -, creo que es más apropiado que ella misma se vista. Creo que a Razvan le disgustará más que su futura esposa no se encuentre a gusto en el castillo, ¿no os parece?
Iba a discutirle eso de futura esposa, porque todavía no estaba claro que lo fuera a ser, pero me vino un ramalazo de racionalidad y creí más conveniente callarme.
- Está bien, tú mandas – aceptó la rubia a regañadientes.
Me dedicó una última mirada de rabia, les hizo una señal con la cabeza a las otras dos y las tres vampiros se marcharon de la estancia con paso firme.
- Lo tienes todo en esa silla – me indicó Teresa con otra sonrisa.
- Gracias – le dije, aunque seria.
Asintió y se marchó de la habitación, cerrando la puerta a sus espaldas.
En cuanto se cerró, llevé mi brazo a mi estómago. Los pinchazos que lo atacaban eran horribles, se hundían hasta dentro y lo rajaban con saña.
Salí de la bañera como pude y me acerqué a la silla.
No lo había visto bien, pues estaba doblado, pero cuando lo extendí vi que era un vestido. Al igual que la indumentaria de esas vampiros, era largo y antiguo, aunque este era más elegante, de un rango superior, y encima tenía bastante escote.
¡Pero, ¿qué era esto?!
Tiré la prenda azul sobre la silla, chistando, y me fui a recoger mi ropa del suelo.
La ropa interior no me quedaba más remedio que ponérmela, así que me acerqué de nuevo a la silla, me sequé el cuerpo y el pelo y me vestí con mi camisa de cuadros azul, mis vaqueros pitillo y mis playeras.
Sobre la silla también había un peine. Lo cogí y me desenredé el cabello de mala gana.
La puerta volvió a abrirse en cuanto lo posé.
Teresa y las tres vampiros aparecieron, y sus caras no mostraban complacencia, precisamente. La de la primera reflejaba más bien asombro, pero las otras tres estaban enojadas.
- Debes ponerte el vestido – habló Teresa, observándome con unos ojos que rebosaban preocupación por todos sitios -. Razvan ha pedido…
- Me importa una mierda lo que Razvan haya pedido – respondí con un aire insolente que me salió solo -. No pienso ponerme nada para él.
- Pero, si no lo haces, Razvan…
- Déjala, Teresa – le interrumpió la rubia, acercándose a mí para cogerme del brazo otra vez -. Ahora se va a enterar – y tiró de mí para hacerme caminar.
- Espera, Alina – intervino de nuevo Teresa, aproximándose a nosotras -. Dale otra oportunidad, tal vez ella haya recapacitado.
- Siempre te dejas llevar por ese estúpido instinto maternal, Teresa, eso te hace débil – le replicó ella, hablándole con acidez.
Entonces, volvió a tirar de mí y comenzó a llevarme a rastras mientras las otras dos la seguían.
- ¡¿A dónde me lleváis?! – voceé, entre forcejeos.
La morena se unió a la tal Alina para sujetarme y salimos de la estancia.
Me condujeron por esos dichosos pasillos y entramos por otra puerta.
Era la entrada de un amplio comedor, y me pregunté para qué querían uno, si ellos no comían. Sin embargo, una mesa larga, con un mantel blanco lleno de comida, se ubicaba en el centro del mismo. Y Razvan esperaba sentado en una de las ostentosas sillas de madera que presidían la mesa. La cara que puso, cuando me vio sin el vestido, lo dijo todo.
- ¿Qué es esto? – quiso saber con evidente disgusto, levantándose.
Alina y la morena me soltaron, empujándome hacia delante. Después, se quedaron en fila, a mi lado, con las manos cruzadas a la altura del vientre y con una postura de total sumisión. Teresa se colocó junto a ellas, más próxima a mí. Ni siquiera me había percatado de que ella también había venido.
- Se ha negado a ponerse el vestido, señor – se chivó Alina, imitando una voz tímida mientras agachaba más la cabeza.
Apreté las muelas ante tanto cinismo.
Razvan se acercó rápidamente y se puso frente a mí.
- Dejé muy claro cuáles eran mis órdenes – le reprochó a Teresa, mirándola.
- Creí más apropiado que ella misma se vistiera, señor – le contestó ella sin levantar la mirada del suelo.
- ¡Tú no estás aquí para creer nada! – le gritó él.
La vampiro rubia alzó la vista, pero sólo para mirar a Teresa de reojo y sonreír con malicia.
Mis muelas volvieron a chirriar.
- Sí, señor – respondió Teresa.
- ¡Tráeme ese vestido! – voceó de nuevo Razvan.
- Sí, señor – y salió despedida de la estancia.
- ¡Salid de aquí! – les ordenó a las demás.
Las tres asintieron y se fueron, haciendo mutis por el foro.
Mi pulsera no había dejado de vibrar, pero ahora lo hacía como loca.
- Ven aquí – masculló Razvan entre dientes.
Me cogió del brazo y me arrastró hacia otra puerta.
- ¡No! ¡Suéltame! – grité, dándole puñetazos en esa espalda pétrea que me hacía más daño a mí.
Abrió la puerta y pasamos a ese salón en el que habíamos estado el día anterior. Me lanzó con fuerza y mi espalda chocó contra una de las paredes.
Teresa apareció por la puerta con el vestido y sus ojos me miraron con la misma preocupación de antes.
- Aquí tiene el vestido, señor – murmuró.
Razvan ni siquiera le contestó, le quitó el vestido, furioso, y le cerró la puerta en las narices. Luego, me lo lanzó a mí, aunque yo no lo cogí y lo dejé caer al suelo.
- Quiero que te lo pongas – me ordenó.
- No pienso ponerme nada para ti – le respondí, mirándole con cara de odio.
Mi aro de cuero insistía en sus vibraciones, alertándome del peligro.
- Claro que lo harás – contradijo él, con un tono maléfico.
Se aproximó a la semiesfera dorada y agitó sus dedos sobre el líquido negro. Éste se removió solo y la imagen de Jacob apareció reflejándose en él.
Otra vez estaba en una lluviosa y aún nocturna First Beach, pero esta vez no estaba sentado en la arena, daba paseíllos sin parar, nervioso, revolviéndose el pelo con impaciencia, con un rostro angustiado y desfigurado por un profundo dolor.
- ¡Jake! – sollocé, agarrándome el estómago.
Razvan llegó a la mesa y cogió la caja metálica.
- No… - mascullé con miedo.
Sacó el corazón y lo dejó en su palma, alzándolo para que yo lo viera bien.
- Quiero que te pongas ese vestido – repitió, clavándome esos ojos malvados -. Ahora.
Me quedé paralizada por un momento.
Su mano estrujó el corazón y mis pupilas se fueron horrorizadas hacia el líquido negro.
- ¡NOOOOO! – chillé, llorando.
Jacob se cayó de rodillas, con el semblante retorcido del dolor, con una de sus manos en el pecho mientras la otra se hundía en la empapada arena.
No podía soportarlo.
- ¡NOOOOO! ¡DÉJALE! – grité, rabiosa.
Un fuego colérico me atravesó entera y corrí hacia él para abalanzarme como un animal salvaje.
Sin embargo, él me paró, propinándome una bofetada que me lanzó hacia atrás. Mi espalda volvió a chocar contra la pared.
- Estúpida, observa esto – dijo, apretando sus dientes con ira.
Abrió la mano y el corazón quedó libre en su palma. Eso me alivió, porque Jacob dejó de sufrir esos horribles dolores, pero mis párpados se alzaron hasta arriba al ver el órgano.
Era minúsculo, ni siquiera tenía un milímetro de diámetro, pero un puntito negro resaltaba en el centro del corazón.
- Tu lobo ya está empezando a odiarte gracias al encantamiento – afirmó con esa maldad que me estremecía.
- No – negué, con unas lágrimas rodando por mis mejillas.
Razvan estrujó el corazón de nuevo y Jacob se retorció en la arena. No podía escuchar sus gritos, pero sólo verle sufrir me espantaba.
- ¡NOOOOO!
Sus dedos se abrieron, dejando de aplastar el corazón. Jacob dejó de proferir esos gritos, aunque siguió arrodillado en la arena, intentando coger el aire.
- Jake… - lloré.
- Te vas a quitar la ropa, y te pondrás ese vestido cuando yo te diga – me mandó con una voz sobria.
Mi respiración se agitó, nerviosa, y mis ojos no podían dejar de mirar la visión que me mostraba el líquido negro.
Jacob se estaba poniendo de pie, aunque su mano seguía en su pecho y su rostro estaba lleno de confusión y angustia. Eso se me clavó en el estómago, aguijoneándolo con saña. Fue tan intenso y doloroso, que creí que se me iba a deshacer, así que tuve que rodearlo con mi mano.
¡Jacob, mi Jacob, mi amor!
Los dedos de Razvan se posaron sobre el corazón una vez más.
- ¡NO, POR FAVOR, NO LE HAGAS MÁS DAÑO! ¡LO HARÉ, PERO NO LE HAGAS MÁS DAÑO! – supliqué, llorando desconsoladamente.
Su labio se curvó en una media sonrisa malvada y satisfecha, pero sus dedos se abrieron.
Su cara me daba náuseas, pero no tenía salida. Él era mucho más fuerte que yo, no podía transformarme, no podía enfrentarme a él, y encima tenía ese corazón con el que podía hacer sufrir a Jacob, y eso último no podía soportarlo, era superior a mí. Y Jacob era lo primero y único para mí. Por él haría cualquier cosa, por él moriría.
Las lágrimas brotaban por mis ojos sin cesar. Alcé las manos y las llevé a los botones de mi camisa. Comencé a sacar los botones de su ojal con mis dedos temblorosos mientras mi pulsera vibraba, alocada. Las pupilas de Razvan se entornaron para mirarme con un deseo ansioso. Me daba asco. Apreté los dientes y mis lágrimas se transformaron en lágrimas de rabia. Puede que consiguiera verme semidesnuda, o tal vez no se conformase y me obligase a desnudarme completamente, pero yo seguiría siendo exclusivamente de Jacob, él jamás podría tocarme. Mi pulsera vibró con determinación para corroborármelo. Sí, ella estaba conmigo, era lo único que tenía de Jacob, él estaba conmigo a través de ella, y ella me protegería siempre, él me protegería siempre.
Mis manos desabrocharon el quinto botón. De pronto, la puerta se abrió y Teresa apareció tras ella. Mis manos se detuvieron, esperanzadas, y ella me miró durante un fugaz instante, me pareció que comprobando que yo me encontrase bien. Después dirigió su mirada hacia Razvan.
¿Por qué hacía eso? ¿Acaso me estaba protegiendo o algo así? Pero, ¿por qué? Ella era una sirvienta de Razvan.
- ¿Cómo osas entrar aquí, y, además, sin picar a la puerta? – protestó Razvan con un enorme disgusto.
Mis ojos aprovecharon para observar a Jacob un poco más. Ahora estaba sentado en uno de los troncos blanquecinos, llorando sin consuelo. Eso hizo que una estaca gélida se me clavase en el corazón una vez más y me quedase sin respiración. Verle así era una tortura para mí, pero necesitaba hacerlo. Necesitaba verle, mi corazón me lo suplicaba, mi alma, todo mi ser lo imploraba, aunque fuera así y me matase, pero por lo menos le veía.
- Usted me pidió que preparase el cuarto para arreglarle el cabello y ya he terminado, señor – contestó Teresa con esa postura de sumisión -. No le avisaría si no fuera porque después tiene esa reunión con los señores Nikoláy y Ruslán a las ocho.
La miró con dureza durante un rato.
- ¿Qué hora es? – preguntó, aún enfadado.
- Las siete y media, señor.
Su nariz dejó escapar un suspiro contrariado.
La yema de su dedo tocó el líquido negro y la imagen de Jacob desapareció. Mi rostro se levantó súbitamente al percatarme de que él me había pillado.
- Está bien, prepárala – accedió, aunque de mala gana.
Teresa se acercó a mí, recogió el vestido del suelo y me cogió del brazo con suavidad para conducirme.
Razvan se interpuso en nuestro camino y nos vimos obligadas a detenernos.
- Más te vale que hagas todo lo que se te pida, si no quieres que lo haga estallar con mi mano – me amenazó, poniéndome ese corazón ensangrentado y latiente delante de mis narices. Mis ojos lo observaron con horror mientras mis pulmones se agitaron -. Llévatela – le ordenó acto seguido a Teresa.
Ella asintió y sólo comenzó a caminar cuando él le dejó paso.
Teresa me condujo a otro cuarto, este más pequeño, y me arregló el pelo con un recogido espantoso lleno de bucles. Después, me puse el dichoso vestido y la vampiro me llevó de nuevo a ese comedor.
Razvan me esperaba sentado en la misma silla ostentosa de antes y Teresa me sentó en la otra que presidía la mesa.
- Eso está mejor – sonrió él con arrogancia cuando me vio.
- Quiero ver a Helen – exigí.
- Eso no es posible.
- No probaré bocado hasta que no la vea – le advertí.
- Comerás todo lo que se te ha puesto – respondió él, enfadado.
- No, primero quiero ver a Helen.
- ¡Basta! – gritó él, harto, pegando un puñetazo en la mesa que apunto estuvo de romperla y que hizo que todo saltara, incluida yo -. Ahora no tengo tiempo, pero ya te haré entrar en razón – aseguró, apretando los dientes -. De momento, te quedarás encerrada sin comer nada durante todo el día, ya veremos cuánto resistes. ¡Guardia! – voceó. El matón de antes y otro más aparecieron por la puerta -. ¡Lleváosla de aquí!
Como si fueran auténticas balas, me arrancaron de la silla y me llevaron a rastras.
- ¡Quiero ver a Helen! – voceé de camino.
Sin embargo, todos mis esfuerzos fueron en vano. A una velocidad increíble, fui arrastrada por aquellos pasillos y aquellas escaleras y me tiraron en mi celda.
Me tiré en el camastro a llorar. Necesitaba desahogarme, sacar toda esa rabia y desolación que llevaban todo el tiempo machacando a mi pobre estómago.
Y no sólo fue ese día.
Me pasé toda la semana llorando, pensando en mi Jacob, en lo que tenía que estar sufriendo por culpa de ese hechizo.
Seguía encerrada en esa celda, sin que me dejasen salir para nada más que para ir a una especie de baño que disponía de un inodoro viejo y oxidado, aunque, al menos, funcionaba. Apenas probé esa comida que Teresa me traía todos los días en una bandeja. Las noches eran muy largas y agonizantes, porque todo parecía venir a mi cabeza con más facilidad. Y esa noche no fue distinta.
No podía quitarme esas imágenes de Jacob llorando desconsoladamente, con ese rostro bañado en amargura y sufrimiento.
Razvan, Nikoláy y Ruslán le habían obligado a creer con su magia y ahora él pensaba que yo no le quería, que estaba enamorada de otro hombre. ¡Por Dios, otro hombre! ¡Si el único que existía para mí era Jacob! ¡Sólo él, infinitamente él! Jamás podría amar a otro hombre, jamás podría amar si no era a él, yo había nacido para amarle, para amarle a él, sólo a él, y eso lo sabía como sabía que había sol y luna.
Eso me hizo caer en algo. La profunda angustia que sentía me había cegado durante la noche, pero cuando los primeros rayos del sol empezaron a entrar por la ventana, trajeron un halo de esperanza que no había visto debido a la negrura de mi pena.
Él también había nacido para mí, él también había nacido para amarme. Me incorporé, alentada por esta esperanzadora revelación, para quedarme reclinada, y me sequé las lágrimas. Jacob jamás podría odiarme. Daba igual los conjuros que le hiciesen, daba igual lo que se oscureciera ese corazón, él jamás me odiaría.
Y entonces, me di cuenta de otra cosa. Yo no podía quedarme de brazos cruzados, no podía pasarme llorando todo este encierro. Tenía que hacer algo, tenía que ser fuerte y resistir. No podía esperar siempre a que Jacob me ayudase, me protegiese y viniese a mi rescate, esta vez, tenía que ser yo quién lo hiciera. Tenía que protegerle y rescatarle.
Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. Si mi familia no iba a venir a buscarme, si Jacob no iba a venir a buscarme, yo iría a ellos. Todos estaban hechizados, menos yo.
No entendía por qué Razvan, Ruslán y Nikoláy no habían usado uno de esos hechizos conmigo para que me olvidase de Jacob y mi familia, eso les hubiera puesto las cosas más fáciles, pero tenía que aprovecharme de eso. Yo era la única que sabía qué estaba pasando, y tenía que hacer todo lo posible por salir de aquí, sobretodo por Jacob. Y no estaba sola.
Mi pulsera había demostrado que tenía más poderes de los que creíamos. Puede que fuera porque el espíritu de Gran Lobo de Jacob había salido del todo y eso influyera en ella. Y ella seguía protegiéndome, seguía uniéndome a él, y no sólo eso, había intentado protegerle a él. Protegerle a él. Me estaba dando un mensaje, yo no me había dado cuenta hasta ahora, tonta de mí. Yo tenía que protegerle a él, tenía que salvarle.
Y otra cosa.
Tan sólo imaginarme las palabras, me mataba, pero tenía que hacerlo, necesitaba planteármelo para comenzar a trazar mi plan. La pregunta era: ¿por qué no le habían matado ya? Podían haberle matado de inmediato con ese corazón que tenían en sus manos, sin embargo, iban a esperar un año, hasta que el corazón se volviese completamente negro por ese odio que decían ellos. ¿Por qué? Era absurdo.
Pero la respuesta era más que obvia: porque no podían.
No tenían el suficiente poder para acabar con él, ni siquiera los tres juntos, el poder espiritual de Jacob era demasiado poderoso para ellos, incluso en su forma humana.
Por eso habían unido sus fuerzas para hechizarle, y solamente lo habían conseguido porque Jacob estaba en su forma humana, porque su poder espiritual no se manifestaba en ese estado, sin embargo, éste sí que era lo suficientemente fuerte como para evitar que pudiesen matarle, y eso me llevó a otra conclusión que me maravilló. Jacob todavía no había desarrollado del todo su poder espiritual, ya lo había dicho Sue aquella vez que habló conmigo para que fuera a despertarle de su coma, Jacob es joven e inexperto, y aún no sabe manejar todo su poder. Por eso le tenían tanto miedo, por eso querían matarle.
Sí, jamás podrían hacer que él me odiase, porque eso era imposible. Recordé mi pesadilla. Yo llevaba ese corazón, y sentía que tenía que protegerlo, limpiarlo. Mi pulsera vibró cuando lo adiviné, ratificando mis pensamientos. Ese corazón tenía cura, y yo iba a ser la encargada de limpiarlo.
A partir de ahí todo cambió.
Esta vez, Caperucita iría a rescatar a su lobo.
Esta historia cuenta con los derechos correspondientes. Team Nessie & Jacob tienen la autorización de la autora para publicar la novela.
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